Hace poco pude leer un documento científico muy bueno, que trata sobre el origen físico de la sábana santa de manera muy consensuada y contrastada dentro de los diferentes campos que abarcan las ciencias.
El documento original contiene 20 páginas, he intentado resumirlo como he podido en este post:
Me impresiona cada vez más, como físico, el encontrarme con algo que no puedo explicar dentro de la actividad normal de la materia. Y si no es posible atribuir a la materia tal como la conocemos lo que de hecho observamos, tal vez podamos aprender algo nuevo del estudio de esta tela.
Aunque no tuviese connotación alguna de orden religioso, o histórico y arqueológico, la existencia de la Sábana de Turín provocaría un interrogante que nos desafía desde el punto de vista meramente físico: ¿Cómo puede explicarse la formación de una imagen que es única en toda la historia del arte y la técnica de todos los pueblos, y que, como veremos, todavía no se ha conseguido reproducir en nuestro tiempo?.
No es científicamente aceptable el cerrar los ojos ante algo que no comprendemos, pero que está presente en nuestro entorno: no se trata aquí de leyendas o reportajes más o menos creíbles...
No es una solución seria y honrada el mencionar en un conjunto de reliquias absurdas a este lienzo, como si fuese posible rebajar el misterio por asociación con otros objetos claramente fáciles de imitar o de descalificar como superchería. Hablar de otros objetos, sea cual sea su validez o falta de ella, no tiene ninguna fuerza lógica para establecer el valor o significado de este objeto único: solamente el poder aducir otros casos de imágenes prácticamente idénticas podría servir para explicar el lienzo de Turín como un caso más de ese conjunto.
Dejando a un lado propuestas explicativas que se apoyan en procesos naturales y reproducibles, nos vemos ante hipótesis de tipo excepcional, no susceptibles de verificación en el laboratorio, y que suelen ir unidas a supuestos modos de formación de la imagen por un hecho sobrenatural. En una forma u otra se sugiere que cualquier proceso desconocido capaz de afectar al lienzo con una energía que causó la imagen, pudo también alterar la tela en su estructura atómica, aumentando el contenido de C 14.
La primera reacción ante estas afirmaciones es de extrañeza, por la coincidencia de que tal fenómeno lleve exactamente a una fecha que coincide con la datación histórica, y no a otro siglo anterior o posterior. . ¿por casualidad?. Si la formación de la imagen se debe a una decisión divina de dejar un motivo de credibilidad en la Resurrección, parece ilógico el darnos un objeto que por su misma naturaleza física nos induce a dudar de su autenticidad, haciéndolo inútil para ese fin. Y si el C 14 excesivo se produce por un fenómeno físico conocido o plausible, ¿cuál es su naturaleza?.
Como veremos en la segunda parte de este artículo, es frecuente atribuir la imagen a una “radiación” no especificada. No acepta la física actual ningún tipo de radiación electromagnética que introduzca nuevos neutrones en el núcleo de C 12 o C 13. Aun suponiendo un proceso desconocido (y poco plausible) por el que el N 14 del aire se convirtiese en C 14, no hay razón de que se combine químicamente con la celulosa del lienzo; una mera adherencia superficial no sería suficiente para contaminar las muestras, resistiendo a su limpieza.
Tampoco es más aceptable la hipótesis de una “desmaterialización” del cuerpo en el momento de la resurrección, para que se liberen las partículas del núcleo y los neutrones se introduzcan en el C 12 de la tela. El C 14 de nuestra atmósfera se debe al impacto de rayos cósmicos sobre el N 14 del aire, no sobre el C 12. Y el efecto observado en la tela es muy improbable físicamente, de no ajustar con gran precisión la energía de los neutrones.
Si tenemos en cuenta la naturaleza de las fuerzas que mantienen unidas a las partículas de núcleos más pesados que el H, se puede formular una objeción muy obvia a toda “desmaterialización” que las separa. Desde el He hasta el Hierro, la síntesis nuclear libera energía, equivalente aproximadamente a un 1% de la masa inicial para llegar al C, N, O, Ca que constituyen el 34 % de los átomos del cuerpo humano típico. Para un cuerpo de 75 kg, esto quiere decir que unos 500 gramos de masa se han transformado en una enorme cantidad de energía (calculada por la conocida fórmula de Einstein, E=mc2 ), y esta misma cantidad (unos 50.000 billones de julios, la energía de una bomba atómica de 10 Megatones), es necesaria para destruir los núcleos y transformarlos de nuevo en partículas sueltas. Nada se dice en esta hipótesis acerca de la fuente de tal energía, ni del modo de canalizarla para que su único efecto sea el deshacer los núcleos atómicos del cuerpo, sin afectar ni destruir los objetos de su entorno .
La imagen de Turín, de acuerdo con información obtenida por estudios científicos dignos de todo respeto y jamás rebatidos seriamente, tiene las características siguientes:
- Consiste en una débil mancha amarillenta, difícil de ver cuando se observa a menos de unos 2 metros de distancia, que reproduce una vista doble, frontal y dorsal, de un cuerpo humano desnudo, cubierto de heridas, que han dejado también manchas de sangre en el lienzo.
- La imagen no muestra ni la parte superior de la cabeza ni los costados.
- La figura humana, especialmente en el rostro, es de gran precisión anatómica, sin distorsiones.
- Hay una perfecta correspondencia entre ambas caras de la imagen, indicando claramente que fue un cuerpo tridimensional el que estuvo envuelto en el lienzo.
- Las manchas en la tela tienen el carácter de un negativo fotográfico: solamente al hacer una foto en 1898 (Secondo Pia) se pudo apreciar verdaderamente la información allí contenida.
- A diferencia de lo que ocurre en una fotografía, sea en positivo o negativo, hay una correspondencia entre la intensidad de la imagen y la distancia lógica entre un lienzo y un cuerpo cubierto por él. Una función matemática sencilla permite recuperar la tridimensionalidad.
- Detalle del orden de milímetros puede observarse con técnicas de realce de contraste. Esto es especialmente llamativo en el caso de una moneda sobre el párpado derecho.
- No hay pigmento alguno, aun bajo examen microscópico, ni en la superficie de las fibras de lino ni en su interior. Tampoco hay fluorescencia que indique la existencia de sustancias extrañas al lienzo en las zonas de imagen.
- No hay imagen bajo las costras de sangre: la imagen tiene que ser posterior a ellas.
- Las manchas amarillentas tienen características espectrales semejantes a las que muestran quemaduras que el lienzo sufrió en el incendio de 1532.
- Posiblemente significativo: parecen descubrirse huellas de dientes y estructuras óseas en la imagen del rostro y de las manos; en éstas, los huesos de los dedos continúan hasta el carpo .
- La imagen no se vio afectada por la elevada temperatura ni por el agua en el incendio de 1532.
(...)
Primeramente hay que evaluar críticamente los procedimientos cuyas causas y efectos son conocidos y , en principio, reproducibles en la actualidad:
- La imagen podría ser el producto artificial de algún artista, bien del siglo XIV o de otra época anterior, por medio de alguna técnica de pintura, fotografía primitiva, o quemado superficial.
- Si la hipótesis anterior es insostenible, tal vez las impresiones en el lienzo sean el resultado de un proceso sin intervención humana directa: contacto con un cadáver que mancha la tela para producir, al menos con el paso del tiempo, la decoloración que hoy se observa.
Si nuestro análisis de estas explicaciones muestra que no son suficientes para dar razón de las propiedades observadas, será necesario acudir a fenómenos desconocidos, no reproducibles a voluntad, en los cuales el cadáver tiene un efecto directo sobre el lienzo:
- Por algún tipo de radiación corpuscular o electromagnética, actuando sin contacto.
- Por contacto simultáneo o sucesivo acompañado de algún tipo de energía calorífica o de efecto equivalente para alterar la celulosa del lino.
En estos dos casos, la causa del fenómeno sería algo inesperado desde el punto de vista científico, pues no hay razón plausible de atribuir a un cadáver humano la capacidad de producir tales efectos. Sin embargo, no es esta situación algo desconocido dentro de la ciencia moderna: la misma existencia del Universo y la selección inicial de sus parámetros no es explicable dentro de la metodología científica, pero el Universo existe y debe tener una explicación su existencia y el hecho de su edad finita y sus parámetros iniciales. Si aquí la lógica nos obliga a descartar las hipótesis de orden artificial o natural, tendremos que aceptar algún tipo de intervención sobrenatural. Aun en este caso, puede ser útil el intentar descubrir indicios de cómo podría haber sido concretamente el proceso que dio lugar a las características observables en el lienzo.
En estudios de la imagen de Turín, especialmente a partir de las investigaciones de 1978, es muy frecuente encontrar la palabra “radiación” como la clave explicativa para evitar la presencia de pigmentos, artificiales o naturales. Sin sugerir en detalle cómo debe producirse la radiación a partir de un cadáver reciente, en una cueva fría y oscura, se considera que sus efectos previsibles sobre la tela son suficientes para dar razón de las características de la imagen.
En Física se denomina radiación a cualquier forma de materia-energía que se emite a partir de una fuente, y que puede alcanzar a otros objetos sin contacto inmediato. Se describe luego la radiación corpuscular, en que hay partículas discretas emitidas, por ejemplo, por materiales radioactivos, el viento solar, o la explosión de una estrella; tal emisión ocurre en forma isotrópica de no encontrarse algún factor que la canalice en direcciones privilegiadas. Su poder penetrante y su efecto varía según el tipo de partícula y su energía: desde partículas alfa (núcleos de Helio) emitidas por el Radio e incapaces de atravesar un papel ordinario, hasta neutrinos del interior del Sol o de una supernova, que penetrarían años-luz de plomo sin apenas interacción alguna.
En el caso de partículas de poca energía -poco poder penetrante- la atenuación de intensidad en el aire es suficiente para sugerir que el efecto de las partículas sobre una superficie, capaz de reaccionar a su impacto, será una función inversa de la distancia. De esta forma podría recuperarse la tridimensionalidad a partir de la densidad de la mancha. El conseguir una imagen con suficiente detalle, por otra parte, exige que la radiación sea emitida solamente en haces paralelos, que deben ser muy aproximadamente perpendiculares al cuerpo y al lienzo para no causar distorsiones.
No se ha propuesto ninguna partícula concreta como causa de las imágenes, ni fuente de energía para su emisión, ni razón alguna para que su comportamiento sea el descrito. No sé de ningún experimento hecho con radiación corpuscular que produzca efectos de deshidratación exclusivamente superficial de la celulosa, aunque tal vez electrones en un tipo de descarga de corona, con efectos térmicos correspondientes a los de chispas eléctricas, podrían causar unas quemaduras semejantes en una proximidad casi equivalente al contacto. Sin nuevos factores que controlen el proceso, no hay explicación para la falta de imagen en los costados o la parte superior de la cabeza. Tampoco se sugiere por qué la imagen dorsal, con la tela bajo el peso del cuerpo, tiene las mismas características que la frontal. En conjunto, la hipótesis nos hace avanzar muy poco, aunque sugiere un proceso que no implica flúido que empape las fibras ni materia colorante que deba encontrarse en ellas: es equivalente a la chamuscadura del bajorrelieve antes descrito, pero sin atribuir el hecho a tecnología más o menos improbable, sino a un fenómeno misterioso y fuera de nuestras explicaciones físicas.
Casi todo lo dicho sobre la radiación corpuscular puede aplicarse a la radiación electromagnética: positivamente, su intensidad decreciente con la distancia, y la capacidad de afectar a la celulosa sin dejar más huellas que la chamuscadura superficial (sobre todo en el caso de radiación ultravioleta); negativamente, la falta de explicación de una direccionalidad muy marcada y de la ausencia de imagen lateral y el hecho de la similitud de intensidad en la impresión frontal y dorsal. Un factor más en contra: mientras que un haz de corpúsculos de baja energía puede ser apreciablemente atenuado por unos centímetros de penetración en el aire, la radiación visible o ultravioleta en general no lo es, aunque puede atenuarse rápidamente radiación UV o X de energía muy específica.
Esto da lugar a un dilema: toda emisión de radiación ocurre o en forma básicamente isotrópica (lambertiana) o en haces paralelos (colimada, aunque tal vez imperfectamente). En el primer caso tenemos atenuación con la distancia, pero no se mantiene la capacidad de dar detalle; en el segundo, cada rayo del haz permite marcar un punto con detalle, pero no disminuye la intensidad con la distancia. Un ejemplo claro de lo dicho lo tenemos en el comportamiento de la luz emitida por lámparas ordinarias, que irradian en forma aproximadamente isotrópica: sobre un papel no obtengo una imagen de las bombillas, aunque veo que el brillo es mayor cuando estoy más cerca. En cambio un puntero láser, emitiendo luz colimada (un haz prácticamente paralelo) produce un punto casi igualmente concentrado a un metro de distancia o a dos, y un grupo de láseres formando una línea recta causan la aparición de una línea idéntica sobre la pantalla: se mantiene el detalle pero no hay información sobre distancia. No es posible, siguiendo las leyes de la óptica, el conseguir simultáneamente la retención de detalle (por haces colimados) y la pérdida de intensidad con la distancia (propagación isotrópica y difusa).
Un sencillo experimento prueba lo expuesto. Con trozos de cinta fluorescente (que emite luz visible al ser excitada previamente, y que se usa en laboratorios fotográficos para marcar, por ejemplo, los interruptores eléctricos), se pueden hacer diversas figuras geométricas en tamaños distintos. Habiendo hecho triángulos, círculos y cuadrados de un centímetro de dimensión básica, se coloca un papel fotográfico sobre la cinta excitada, con una lámina pesada de vidrio manteniendo el papel en contacto íntimo con las fuentes de luz. Al revelar el papel, después de unos segundos de exposición, se obtiene un negativo detallado, en que las formas aparecen nítidamente en gris contra el fondo blanco. No ha habido realmente propagación luminosa a través de distancia alguna y no se produce pérdida de detalle ni de intensidad.
Repitiendo el proceso con una lámina de vidrio de un poco más de un milímetro de espesor entre la cinta fluorescente y el papel fotográfico, se aprecia inmediatamente un doble efecto: los bordes de las formas se difuminan, son borrosos, y ni la imagen es tan oscura ni el fondo tan blanco. La luz se ha difundido en todas direcciones. Si la separación es doble (unos tres milímetros, dos placas de vidrio), esta difusión es más pronunciada, y se incrementa más con mayor distancia, hasta que ya cualquier forma resulta irreconocible antes de que el papel se sitúe a 10 mm de las cintas luminosas. Basta esa pequeña distancia para que ya no se preserve el detalle en escalas de centímetros, y no puede reconocerse la forma de los diversos trozos de cinta, aunque se note todavía la disposición general. Esta misma se pierde también si se aumenta un poco más la distancia entre las tiras fluorescentes y el papel fotográfico .
Aplicando el mismo criterio a la sábana de Turín resulta inexplicable que hay detalle mucho más fino que un centímetro en porciones del cuerpo que debieron estar a una distancia de varios centímetros del lienzo, como se infiere de la pérdida de intensidad de la huella correspondiente. No puede llamarse simplemente una “radiación” en sentido físico lo que da lugar a efectos incompatibles con sus leyes.
Cuando la tridimensionalidad de la imagen fue descrita en los trabajos originales de Jackson y Jumper, se pudo establecer una correlación muy exacta entre la intensidad de color de la huella sobre el lienzo y la distancia vertical medida entre un lienzo semejante y un sujeto humano en el laboratorio, en posición horizontal y cubierto por la tela. Pero no hay correspondencia ni de tono ni de forma (sin distorsión) si se buscan relaciones con las distancias medidas según la normal al lienzo o a la superficie del cuerpo en cada punto: solamente una medida según la vertical (o sea según la dirección del campo gravitatorio terrestre) produce las correlaciones que permiten recuperar la tercera dimensión. Esto induce a Jackson a afirmar que la gravedad es un factor determinante en producir las características propias de la imagen: algo totalmente inesperado en el caso de una radiación, sea corpuscular o electromagnética, aun en el caso de una colimación de haces que sea suficiente para mantener la reproducción del detalle. Ni la emisión de partículas radioactivas ni la luz se ven afectadas por la gravedad terrestre en forma detectable .
Una parte especial del espectro electromagnético la constituyen los rayos X de baja energía. Se ha propuesto su producción en el caso ya discutido de la “desmaterialización débil”, y se sugiere que esos rayos pudieron causar la quemadura del lienzo para formar la imagen, bien directamente o por excitación de diversos elementos en el cuerpo, que re-emiten la energía en distintas longitudes de onda. Como queda indicado, desde el punto de vista físico, no hay razón alguna para pensar que se emiten rayos X en un proceso que consume energía, en lugar de producirla. Menos plausible todavía es la exigencia de un ajuste muy fino de tales radiaciones -o cualquier otra- para que su efecto sea visible en la parte exterior de las fibras de lino, sin penetración alguna, y para que su direccionalidad sea tal que produzca simultáneamente detalle e información tridimensional.
El Dr. Alan Whanger afirma que en la imagen de Turín, con técnicas fotográficas que realzan el contraste, es posible distinguir la imagen de estructuras óseas en el rostro y en las manos, así como de los dientes (en forma semejante a como se observan en radiografías médicas). Pero esto no significa la transmisión de radiación (que daría menor densidad de imagen en el negativo, y un correspondiente ennegrecimiento en el positivo fotográfico), sino emisión del mismo agente desconocido que produce el resto de la imagen corporal: los dientes aparecen como manchas blancas, especialmente tras el labio superior.
De todo lo expuesto puede afirmarse que ningún tipo de radiación, aun de origen milagroso, es adecuada en sus características de propagación y energía para explicar todo lo que se observa. No sabemos aún “salvar los fenómenos” en el sentido meramente descriptivo de los antiguos astrónomos ante los movimientos planetarios; menos todavía podemos dar razón de ellos. Pero este estudio nos lleva a puntualizar una serie de exigencias y de posibles factores a tener en cuenta para una teoría que no contradiga los datos:
- Descartamos la formación de imagen sin contacto por radiaciones corpusculares o luminosas.
El conjunto de estudios médicos, arqueológicos, químicos y físicos, apunta claramente a la conexión directa entre el lienzo de Turín y la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. No hay otra posible razón de que ese lienzo exista, de que contenga la información que en él se observa, de que se haya conservado y venerado durante siglos. El hecho innegable de que nadie ha podido reproducir la imagen, ni explicarla por proceso alguno conocido, lleva también a concluir que solamente un hecho único en la historia puede aducirse como causa.
La sábana de Turín es, en este modo de entenderla, un complemento asombroso de los relatos evangélicos sobre la Pasión. Es también una huella de un hecho maravilloso: la transformación de un cuerpo humano en algo que existe fuera del marco de espacio y tiempo..
Habiendo dicho todo lo que, como físico, considero bien establecido según el raciocinio científico, quisiera ahora añadir algunas ideas basadas en mis estudios de Filosofía de la Naturaleza. Nada de lo que sigue influye directamente en lo ya presentado, pero podría abrir algún camino hacia un entendimiento más profundo de lo que significa en su totalidad el concepto de resurrección.
SUGERENCIAS FÍSICO-METAFÍSICAS
Ante un efecto único, la imagen de Turín, nos hemos visto empujados a buscar su razón de ser en un hecho único: la Resurrección de Cristo. Pero aun así podemos preguntarnos: ¿es la imagen un milagro que la Omnipotencia divina realiza directamente sobre la tela para dar un motivo de creer en esa transformación gloriosa de Cristo?. ¿Son sus características buscadas explícitamente para apuntar a esa Persona del resucitado?. O más bien, ¿es el mismo proceso de la resurrección el que tiene como consecuencia propia y “natural” el influir sobre el entorno próximo en una forma capaz de explicar lo que procesos físicos normales no pueden sugerir?. ¿Sería de esperar que una imagen semejante se produjese en cualquier otro caso hipotético de resurrección gloriosa?.
Si respondemos apelando directamente al milagro, exclusivamente relacionado con el valor apologético de la imagen en el caso de Cristo, no tendremos mayor posibilidad de avanzar en nuestras explicaciones. Pero si podemos encontrar razones plausibles de que el mismo concepto de resurrección nos lleve a esperar una liberación de energía en forma detectable (en principio), nuestro conocimiento de la materia se enriquece, y las características de la imagen dejan de ser el resultado de un “fiat” sin conexión con la estructura y parámetros de la materia y su entorno.
Buscando una razón para pensar que en la resurrección pueda darse una mínima producción de energía detectable, la única base lógica parece encontrarse en esa deslocalización que sitúa al cuerpo resucitado fuera del marco espacio-temporal, en un modo de existir real, pero inaccesible a método alguno de detección por experimento. Y esto lleva a una pregunta obvia: ¿qué deja de tener el cuerpo material al no estar localizado? O, en forma equivalente, ¿en qué consiste la presencia espacial en un lugar?.
En la Física moderna la palabra “materia” cubre, en diversas formas, todo lo que describimos con términos como “partículas”, “energía”, “campos”, “espacio”, “tiempo”. Concretamente, espacio y tiempo son correlativos con la materia (en su acepción ordinaria), y no tienen sentido sino después del comienzo explosivo del Universo. No había un espacio vacío previo, ni un tiempo anterior. Cuando el Universo comienza a existir, lo hace con una propiedad de localización en un punto u otro, en un “espacio” que no es realmente sino el conjunto abstracto de localizaciones reales y posibles de la materia físicamente observable. Una posición determinada es real, y todo movimiento implica un cambio real, pero un cambio no puede ser real solamente con referencia a una abstracción.
Es cierto que la Física solamente considera importantes y detectables las posiciones y los movimientos relativos, relaciones fijas o cambiantes de distancia de un cuerpo con respecto a referencias conocidas. Pero el querer reducir toda la realidad de localización y movimiento a meras relaciones nos lleva ineludiblemente a un proceso sin fin o a un círculo vicioso. Toda relación se establece entre entidades ya existentes en sí mismas, y no puede darse un cambio real en una relación sin que previamente (con prioridad lógica) se acepte un cambio absoluto en alguno de los términos de la relación.
Nadie discute esto en ninguna rama del conocer, desde la Matemática y la Lógica hasta la Física, pero se olvida frecuentemente su exigencia al hablar de la localización, aceptando sin crítica una posición en que nada está localizado por sí mismo, y todo lo está por otras cosas en su entorno; donde nada se mueve realmente, pero todo se mueve en relación a otros objetos. Ya el mismo Einstein hizo notar que si la Física habla exclusivamente de movimientos relativos, esto no da derecho a excluir movimientos absolutos . La misma salvedad debe hacerse con respecto a la localización.
Si la localización exige una realidad absoluta, de carácter accidental y no directamente detectable por ningún efecto físico distinto de los producidos por las cuatro fuerzas que acepta la ciencia actual, cabe especular que, siendo una realidad de orden material, debe tener algo en común con formas de energía conocidas. Si toda energía es mutuamente transformable, incluso en masa, también esta energía localizante (comparable a la energía potencial de un campo) debe ser capaz de alguna interacción mediata o inmediata, al menos en principio y en alguna circunstancia más o menos imaginable. En tal caso, se abre la posibilidad de que al quedar un cuerpo sin localización se libere en forma observable su “carga espacial” ( aquella parte de la realidad material que da al cuerpo el estar en un lugar concreto) y que al hacerlo afecte al entorno físico en algún grado mínimo.
En esta suposición (para la cual no hay actualmente comprobación experimental alguna), ya que la naturaleza ni crea ni destruye sino que solamente transforma, será necesario que algo distinto se manifieste en la totalidad física. Qué debe ser aquello que se manifiesta, o qué efectos son de esperar de su actividad, nos es totalmente desconocido: no hay situaciones de laboratorio en que se produzca una deslocalización (aunque tal vez ocurra -en un modo análogo- en un agujero negro), ni otros casos de resurrección gloriosa que permitan establecer reglas o leyes acerca de sus efectos.
El único valor posible de estas especulaciones sería el reducir la actividad sobrenatural a su nivel mínimo: transformar a un cuerpo humano en un cuerpo que, sin dejar de ser verdadera materia, existe “a modo de espíritu”, desligado del espacio y el tiempo por regalo de la Omnipotencia divina. No se pide entonces un milagro encaminado directamente a producir una imagen sobre el lienzo, con detalles de formación y de efectos físicos que pueden parecer arbitrarios, sino que el efecto sobre la tela se presenta como la consecuencia natural de esa transformación. También parece entonces aceptable el que otros objetos -como la moneda sobre el párpado- tengan momentáneamente una participación en los cambios que ocurren en el entorno.
Aplicando el mismo raciocinio, se puede aceptar que el proceso físico, consecuencia en nuestro mundo material de la deslocalización del cuerpo resucitado, requiera un tiempo finito, en lugar de ser instantáneo. Y que haya un grado de proporcionalidad entre la densidad de materia y su efecto en el entorno. Todo lo cual, en otras hipótesis, tiene que atribuirse directamente a una elección divina dentro de un hecho totalmente fuera de la lógica humana. Por el contrario, si se acepta la realidad de la localización de la materia como una cualidad física que afecta al cuerpo localizado, es de suponer que esta “carga localizante” se manifieste de algún modo al dejar de estar unida al cuerpo. Tal vez sea éste el origen de la débil energía que marcó a la tela, como consecuencia natural del hecho sobrenatural de la Resurrección.
Insistiendo en el significado de esta sugerencia en que Física, Metafísica y Teología, se aúnan para explicar en algún grado lo que no entendemos: si se diese de nuevo un caso de resurrección gloriosa de un cuerpo envuelto en un lienzo, sería de esperar una imagen semejante a la que describimos en la sábana de Turín. En este sentido, es una hipótesis que intenta “salvar los fenómenos” con mayor ajuste a ellos que las otras explicaciones propuestas, como las órbitas elípticas propuestas por Kepler para los planetas se ajustaban mejor a las observaciones de sus movimientos que los círculos sobre círculos de Tolomeo o de Copérnico, aunque ni ellos ni Kepler podían dar una razón física de que los planetas se moviesen de una forma u otra. Como tampoco podía darla Newton: por eso se limitó, prudentemente, a su “como si...” Y de esta manera debo presentar lo dicho: la imagen tiene las propiedades descritas, como si se hubiese producido así...
Es como si se hubiera producido así, pero nos es imposible replicar el mecanismo sobrenatural que intervino para que se produjera la imagen de la sábana santa, y sin embargo la sábana santa existe y sólo hay una de las mismas características.
¿Es este mecanismo que reprodujo la imagen única, la prueba de algún tipo de correlación entre el fin de la vida de la persona y las energías electromagnéticas del fondo del espacio? Yo creo que sí.
Saludos.