Querido dios caído.

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Querido dios caído,

Cuantos recuerdos me han venido hoy en el Museo del Prado.

He visto un niño muy jovencito que iba de la mano de sus padres, me han llamado la atención sus ojos desbordantes de curiosidad. Sus padres se han detenido delante de un cuadro en el que un hombre que solo llevaba un pequeño trapo para cubrir sus partes nobles tenía una expresión de dolor. Era una pintura de grandes dimensiones que ha hecho que el pequeño tuviera que levantar la vista hacia arriba. El niño lo ha reconocido rápidamente, orgulloso le ha dicho a su madre “Mira mamá es Tarzán”. Al escucharlo y tras tensar la espalda de intuir miradas ajenas los avergonzados padres han caminado con sorprendente ritmo a la sala contigua llevando de la mano a un desconcertado crítico artístico de cinco años.
Ese es el momento en que me has venido a la mente, en el momento en que sonreía viendo al niño mirar hacia el cuadro mientras los sonrojados padres se marchaban del lugar de los dichos.

Hay que ver cuanto creí en ti, en tus milagros, en tus dogmas, profetas y rituales. Recuerdo soñar contigo antes de dormir, arrodillado a los pies de la cama pidiéndote como a un pozo de los deseos… mis deseos. Tengo rincones de memoria en los que estoy con los ojos cerrados, con fuerza para que mi rezo fuera más efectivo, concentrado en recitar de memoria sin cometer ni un solo error los pasajes y versos necesarios para captar tu atención. Al acabar de recitar me ponía serio, porque tenía en ese momento toda tu escucha en mí y eso era algo para ponerte realmente serio. Antes de pedirte nada te recordaba quien era, me describía que yo era el de tal ciudad, mi calle y mi piso, te recordaba el nombre de mi mamá, de mi hermana, de mi hermano... porque me desconcertaba como podías saber entre tanta gente que debería estar rezando como yo lo hacía en ese momento, quien era yo. Una vez estaba seguro de que sabías quien era te explicaba que había pasado ese día, mis preocupaciones por alguna tarea del colegio, mis miedo a ser olvidado por mi madre en algún lugar, mi tristeza por las regañinas de mi padre, mis ganas de tener cada juguete que anunciaban por televisión (aunque iba con mucho cuidado de no pedir más que uno para navidades y uno para mi cumpleaños) y lo que no entendía de lo que decían los adultos. Antes de dormir te pedía siempre alguna cosa, ser más bueno con mi mamá, no pelearme en el colegio, hacer bien los deberes, que mis hermanos me quisieran un poco más, que mi hermano fuera más bueno con mi mamá, que me compraran lápices o rotuladores, poder hacer las cosas bien, dibujar mejor, tener algún amigo para no jugar solo por las tardes… y te prometía ser más bueno. Siempre te prometía ser más bueno. Antes de despedirme te pedía que cuidaras de mí, de mi familia y de mi pastora alemana a la que tanto quería. Recuerdo una vez cuando en el colegio dijeron que los animales no van al cielo me indigné mucho, ¿porqué no iban a poder ir al cielo? Mi perra era muy buena y siempre estaba pendiente de defender a mi mamá y de que a mi no me pasara nada, no entendía como podía ser eso. ¿Un cielo sin perros? Eso era imposible y la profesora debía estar súper equivocada. También recuerdo preguntarte si era necesario perdonar siempre, ¿cómo se puede perdonar a alguien que ha pegado a tu mamá durante años? No creía que mi mamá fuera a perdonar a mi papá nunca y tampoco quería hacerlo yo. ¿Por qué pasaba eso? Esperaba encontrar la respuesta de alguna manera o otra porque sabía que si a ti se te preguntaba o se te pedía algo, siempre respondías y siempre conseguías lo que se te pedía, sólo tenía que tener un poco de paciencia y esperar a la respuesta y a obtener lo pedido. Después de hablar contigo me despedía más tranquilo y podía dormir toda la noche sin preocupaciones, al fin y al cabo, tenía a dios pensando en mí y protegiéndome.

Me gustaría volver a creer en ti, necesito un dios a mi lado, me siento solo y a merced del caos, sin nada que pueda protegerme, expuesto a cada enfermedad, a cada problema, a cada tiempo perdido por la certeza de que la muerte está ahí esperándonos.

¿Qué será de nosotros? ¿Qué haremos los hijos crecidos de Peter Pan? ¿A quién rezaremos?

Ya no rezo por las noches, a veces intento hablar con mi pareja pero ya sabes como son estas cosas, al final acabo escuchando lo que piensa sobre mi preocupación y cómo la soluciona ella solita, diciéndome la suerte que tengo de tenerla a mi lado. Ahora no tengo a nadie en la divina trinidad para hablar de mí. Ahora que conozco y sé las verdades que tu me escondías, ahora que sé que no existes y que estamos solos para arrastrarnos entre nuestros semejantes… ahora creo en mí. Pero yo no soy omnipresente, ni omnipotente… con lo que me toca creer en mí y en mis limitaciones. Poco puedo hacer, así que creo poco en mí. Antes creía que todo lo podía hacer porque tu lo puedes hacer todo.

Ahora no puedo hablar con mis muertos, se han ido para siempre, como me iré yo, y jamás podré volver a hablar con ellos. Ahora sé que esa ofensa que le hice a mi hermana no la podré solucionar más que aquí, ahora sé que si no hago de la vida de mis amigos una vida mejor no tendré ninguna oportunidad más de hacerlo, si no hago feliz a mi madre no tendré ninguna oportunidad más una vez no esté aquí… ahora sé que es ridículo hablar con las tumbas.

Ahora que no creo en tí me siento más solo que nunca.

Ha sido bonito recordarte querido dios caído, echo en falta viajar por el universo en la palma de tu mano. Aún así, no puedo volver a creer en ti porque no eres nada, y eso sería menos que creer en mí.

Afectivamente, J.
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