Perennes

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Hola a quien lo lea.


Se arremangó el dobladillo de los pantalones varias veces, hasta ver que no los arrastraba. Hizo lo mismo con las mangas, concienzudamente, con toda ceremonia y sin alzar la cabeza para no ver en el espejo, todavía, el resultado final. Al acabar se puso las botas rojas, apretó el nudo sencillo de la cinta de tela que sujetaba la larga y roja capa a su cuello, dejó escapar un suspiro satisfecho del resultado y se incorporó para ver su reflejo.

El traje era fantástico, los colores no podían ser más intensos, el rojo bramaba, los azules se mecían, eran igual que en la televisión. ¿Y las botas? ¡Cómo brillaban las botas! En los hombros relucían los dorados, la capa descansaba en el suelo, como la cola de un traje de novia. Estaba exultante, era la viva imagen de su héroe favorito, tenía cada detalle del traje que tanto tiempo había imaginado en tener. ¡Alucinante!

Se apresuró a salir de la habitación y correr hacia el comedor donde con súplicas, mimos y chantaje en forma de salinas perlas de pena consiguió una salida al parque donde sus compañeros de clase solían ir a jugar. Se había preparado concienzudamente en el espejo y se impacientó mientras esperaba en la puerta de su casa para salir.

Mientras caminaban por la calle el cinturón se descolocó en sus caderas, a cada paso notaba como las botas no estaban ajustadas a sus pies, cuando hizo el gesto previo al vuelo característico del superhéroe los dobladillos de las mangas se desenrollaron. A medida que se acercaban al parque se tropezaba más con sus pantalones que a cada paso más los arrastraba.
Llegaron al parque. Identificó de lejos las diferentes voces de sus compañeros de clase. La capa ganó en peso por los diferentes barros y polvos que incorporó en el trayecto hasta la zona de juegos. Una vez allí le acercaron al pequeño recinto de arena donde sus compañeros jugaban. Tras la caricia y excesiva sonoridad de un beso en su mejilla se quedó solo.


Pasó un instante observando a sus compañeros, mientras tomaba más consciencia de sus manos tapadas por la tela de las mangas, del espacio que sus pies tenían dentro de las botas, de la capa bendecida de barro y polvareda y de sus largos pantalones.

Sus compañeros se fueron dando cuenta de que estaba allí, le vieron y entonces le miraron.

Y todos, a coro…


Un saludo.
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