Un texto donde se dicen algunas verdades que seguro pueden hacernos reflexionar a todos.
(si te resulta difícil de leer por el formato, al final tienes un link a la página original)
La clase obrera hoy:
canis e informáticos
(Respuesta a Pablo
Iglesias)
por Nega (LCDM)
Domingo, 14 de Julio de 2013
La clase obrera, los de abajo, los invisibles, los
explotados... en el marco del capitalismo post-industrial.
Mi bisabuela murió en una cárcel franquista,
desnutrida y enferma de tuberculosis, fue torturada
salvajemente por la Guardia Civil para que
confesara el paradero de dos de sus hijos, fugados
dirigentes de la CNT en Valencia. Analfabeta y
criada en el campo, no hizo otra cosa durante toda
su vida que fregar suelos de señoritos desde los
nueve años. Probablemente sufrió alguna vejación
o abuso de tipo sexual por parte del señorito, los
amigos o hijos del mismo; era lo habitual en la
época. Siempre se consideró a sí misma de la
clase obrera.
Mi tía y mi abuela (sus hijas) tampoco hicieron otra
cosa que fregar suelos de señoritos desde los
nueve años. Como mi abuela era muy bajita para
su edad y no llegaba a la pila para poder fregar los
platos, el señorito le habilitó un taburete para que
alcanzara a fregar los platos con facilidad, qué
atento. Siempre se consideraron a sí mismas de la
clase obrera.
Mi madre empezó a trabajar en una fábrica a los
trece años, pero con el tiempo y dada la
reconversión industrial que el PSOE llevó a cabo en
los años ochenta, terminó fregando suelos,
escaleras y platos de señoritos. Un poco menos
señoritos (sin violaciones y guantazos con la mano
abierta) pero igual de explotadores. Familias
pequeño-burguesas del centro de la ciudad en las
que todos los hijos van a la universidad y la madre,
de profesión liberal, carece de tiempo para atender
los quehaceres domésticos. Entonces acude a
limpiar la madre de la periferia que, por cierto,
siempre se consideró a sí misma de la clase
No es una tradición familiar o una maldición, mi
familia por parte de madre no tiene ningún apego
especial por fregar los suelos ajenos. El fenómeno
tiene una explicación racional y sociológica: se
trata de la reproducción social del sistema y sus
relaciones de producción y poder. Para que
algunos tengan chalet en la playa y un Mercedes
de gama alta, otros tienen que fregar suelos y
escaleras. O trabajar en fábricas. O reparar
instalaciones eléctricas. O hacer prácticas gratis. O
servir mesas un sábado por la noche a seis euros
la hora. Lo interesante es que las tres generaciones
(mi bisabuela, mi abuela y mi madre) siempre se
identificaron con la clase obrera sin necesidad de
ser hombres y levantar barricadas con un mono
azul de trabajo. Tanto mi bisabuela como mi
abuela en el prefordismo como mi madre durante el
fordismo y el postfordismo, sufrieron una
precariedad salvaje, de hecho ninguna de las tres
tuvo jamás un contrato de trabajo como
empleadas de hogar: sin cotizar, sin paro, sin
vacaciones, sin poder ponerse enfermas, etc.
Precariedad en estado puro, sea en los años 30, en
los 60 o en los 90.
La precariedad —aunque según algunos autores
pudiera parecerlo— no es ninguna novedad ni el
último grito en las relaciones laborales. La clase
obrera la viene sufriendo desde que el que el
capitalismo es capitalismo y el trabajo asalariado
se convirtió en civilización y no es otra cosa que
unas condiciones de trabajo lamentables y
abusivas. Las jornadas de 14 horas en los telares,
los mineros sin seguridad, los jornaleros que no
cobraban si ese año la cosecha era mala, el
servicio que vivía encerrado en la casa del señorito,
el obrero subido en el andamio… ¿No es
precariedad? Por supuesto que sí, no deja de ser
curioso que Los santos inocentes se ubique
cronológicamente en pleno auge fordista, benditas
contradicciones postmodernas. Pero entonces
llegó Negri (seguido por su coro de creyentes) y
nos dijo que la precariedad era algo novedoso,
tanto que acuñó un nuevo término: el precariado.
En realidad —y es bastante significativo— el
término proviene de la Fundación Friederich Ebert,
vinculada al partido socialdemócrata alemán
(SPD). Un nuevo tipo de asalariado que sufría la
precariedad, es decir, unas condiciones laborales
precarias, en el marco del nuevo capitalismo post-industrial caracterizado por su inmediatez, su
flexibilidad y su prevalencia de lo simbólico sobre
lo material. ¿Y esto cómo se traduce? En que mi
madre friega platos ajenos y es clase obrera. Pero
si la que friega platos ajenos es una joven con
carrera y un máster que habla tres idiomas y milita
en Juventud Sin Futuro no es clase obrera (y vaya
por delante que me parece que hacen una
grandísima labor) es un nuevo sujeto emergente,
es precariado, intelectual además. Se traduce en
que una camarera es clase obrera siempre y
cuando sea una choni que será camarera el resto
de su vida, si está de camarera para pagarse los
estudios de Ciencias Políticas no es clase obrera,
es un nuevo sujeto emergente incapaz de
identificarse con la clase obrera insertado que
refuerza el intelecto colectivo en el
semiocapitalismo menuda tesis doctoral me está
quedando bla bla bla.
La lectura es insultante: la clase obrera puede ser
precaria, siempre lo fue, pero cuando la clase
media (recientemente empobrecida) visita los
infiernos de la precariedad y el abuso laboral, se
deben parar las rotativas y la izquierda académica
occidental —curiosamente proveniente en su
mayoría de la clase media─ se pone a teorizar
nuevos paradigmas; saben cuidar de los suyos.
Uno de ellos es la figura del reponedor de
supermercado, santo grial de la izquierda
postmoderna y a tenor por cómo se encumbra su
figura, legión en nuestra sociedad. En realidad el
reponedor ha existido siempre y es prácticamente
paralelo a la revolución industrial, el primer
supermercado se remonta al año 1852 en París
cuando se instala la Maison du Bon Marché en la
calle Sévres. Tan solo diecinueve años después
estallaba la Comuna de París; los reponedores a
pie de barricada desde el día uno. Pero sigamos.
Me contaba Pablo Iglesias que en sus clases
pregunta quién ha trabajado alguna vez y la
mayoría levantan la mano, que posteriormente
pregunta quién está sindicado y absolutamente
nadie la levanta, signo inequívoco de la sociedad
postindustrial y el carnaval de identidades. Yo creo
que debería hacer una tercera pregunta: ¿Cuántos
de los que trabajáis pensáis seguir en ese trabajo
una vez terminada la carrera? La respuesta sería
obvia y ahí reside el nudo gordiano del llamado
precariado: no es ninguna nueva clase social, es la
clase media que eventualmente (o eso creen ellos)
visita la clase obrera. Su trabajo de camarero, de
reponedor o de teleoperadora, lo consideran algo
eventual, transitorio y circunstancial ya que, su
verdadera meta y por la que han estudiado cinco
años de carrera y dos másters, es alcanzar un
puesto de abogado, de profesor de universidad o
de médico o arquitecto. Algo completamente
respetable y comprensible, nadie quiere ser
camarero después de estudiar cinco años de
antropología o arquitectura. Por ello y dada esa
mentalidad que visita la clase obrera como algo
transitorio, no se sindican; sindicarse es de
curritos. Muy probablemente si Pablo hiciera esas
preguntas en una clase de Formación Profesional
en un instituto de barrio, el resultado variaría
notablemente pero lo verdaderamente interesante
es cómo el concepto precariado no es que flirtee
con el reformismo es que sencillamente se cepilla
150 años de sociología marxista: las clases
sociales ya no se constituyen en base a dueños y
no dueños de los medios de producción sino en
base al capital cultural y formación de cada cual,
de ahí que para muchos la sociedad de clases haya
sido sustituida por la sociedad del conocimiento,
artificiosa y efectiva trampa. Un camarero siempre
fue la clase obrera ya que no es dueño del medio
de producción pero ahora no, ahora es precariado
porque tiene dos carreras y desempeña un trabajo
que no se corresponde con su formación. En
realidad podría tener diez carreras, pero si trabaja
de camarero y no es dueño del bar y por tanto del
medio de producción, sigue siendo de la clase
obrera. Pero por lo visto a la clase media le resulta
incómodo identificarse con la clase obrera. Querido
Pablo, ningún alumno responde que sí está
sindicado porque sería como preguntarle a un
fontanero si juega al golf: sindicarse es propio de la
clase obrera no de la clase media. Los estudiantes
sencillamente responden a su perfil de clase. Y
digo clase media porque los universitarios en este
país siguen siendo unos privilegiados, incluso
antes de la temida ley Wert.
Los datos no dejan lugar a dudas, el 24,9 % de los
jóvenes españoles de entre 18 y 24 años no
cursaban ningún tipo de ciclo educativo ni de
formación en 2012. Sobra mencionar el estrato
social al que pertenecen estos excluidos: son los
que no ven La Tuerka ni emigran a Londres (me
atrevería a decir que tampoco paran a Pablo
Iglesias para felicitarle). Y un pequeño aviso para
navengantes: será imposible una transformación
social sin contar con ellos, por muy horteras que
nos resulten sus Nike con muelles o sus zapatos
de plataforma y sus colas de caballo. Ya en plena
explosión de la Universidad de masas en los años
sesenta, Bourdieu nos demostró empíricamente
que la educación no es el dispositivo que de alguna
manera facilita la movilidad social sino que de
forma velada, reproduce y perpetúa el sistema de
clases, convirtiendo la universidad en «la elección
de los elegidos». De hecho en nuestro país y según
datos del propio Ministerio de Educación, menos el
10% de universitarios son hijos de padres no
universitarios. La obra llevaba el apropiado título
Los Herederos: los estudiantes y la Cultura. Yo
entiendo que estudios como el de Bourdieu o estos
datos incomoden a cierta izquierda académica
pero la realidad está ahí fuera y nuestro joven
promedio no tiene dos carreras y emigra a
Londres: no ha terminado la E.S.O. y fuma porros
en el parque y sobre todo, Campofrío no le dedica
un nauseabundo anuncio comercial. La laureada
«generación mejor preparada de la historia» es una
falacia. No es una generación, pues se trata de una
minoría específica. En cambio una gran mayoría
(invisible para los medios y la izquierda) no
alcanza estudios universitarios, ni siquiera termina
la secundaria. Aunque pudiera parecer lo contrario,
en este país hay más jóvenes que abandonan la
E.S.O. que jóvenes con dos másters, no en vano
encabezamos la lista de fracaso escolar europeo.
También es muy significativo que hoy se hable de
«exilio económico» en referencia a los jóvenes
altamente cualificados que emigran. En este país a
los emigrantes andaluces que se buscaron la vida
en Catalunya o a los millones de emigrantes que
marcharon en los años 60 rumbo a Alemania o
Francia nunca se les llamó «exiliados
económicos», siempre fueron emigrantes. Por lo
visto el calificativo de exiliado económico es sólo
para los altamente cualificados. Lo que nos lleva a
Owen Jones y la lectura equivocada que, a mi
juicio, hace Pablo Iglesias de esa obra monumental
que es Chavs, la demonización de la clase obrera.
Debo confesar que yo mismo le regalé el libro con
la vana esperanza de ver alteradas sus posiciones
post-modernas y post-obreristas porque, aunque
le dedique este artículo acusándolo de vil
reformista académico, lo aprecio y le quiero un
El debate no es si la clase obrera es representada
por un obrero de mono azul o una reponedora. La
clase obrera no es ni ha sido nunca un ente
inamovible ajeno a las mutaciones del capitalismo.
La clase obrera se ha ido transformando al compás
de las propias transformaciones capitalistas y por
tanto, obviamente, su representación varía en
función de muchos factores: histórico, geográfico,
cultural, etc. En Europa en los años cincuenta era
representada por el obrero fordista de mono azul,
pero en los años treinta en España era la gente
pobre del campo la que nutría masivamente las
filas de la CNT. Es muy revelador estudiar muchos
carteles de la época en los que se apelaba a
dependientes y camareros, a nutrir las filas de la
clase obrera contra el fascismo. En la Venezuela
bolivariana era representada por un militar de
origen humilde como era Chávez o en la actualidad
por un conductor de autobuses llamado Nicolás
Maduro. En Bolivia por un sindicalista al que le
cierran el espacio aéreo europeo (pero ya no hay
imperialismo ¿verdad?). En la Andalucía del siglo
XXI la clase obrera es representada por un profesor
de instituto y alcalde llamado Sánchez Gordillo y
un jornalero sin estudios llamado Diego Cañamero.
En Vigo por los trabajadores de astilleros que se
están movilizando estos días. Quizá en Madrid es
representada por un camarero o una cajera de
supermercado pero cuando la marcha minera entró
en el Paseo de la Castellana, fueron los mineros
leoneses y asturianos los que representaban a la
clase obrera y al conjunto de los explotados,
aunque fuera por unas horas. Ese no es el debate,
la clase obrera es flexible y multiforme y está ahí
para ser representada, dicha representación variará
según las circunstancias. El debate interesante es
que, si a un camarero le cuesta identificarse con la
clase obrera no es porque ésta no pueda
representarle (pudo hacerlo en el pasado y lo hará
en el futuro) sino porque una legión de teóricos le
dice que no debe identificarse con ella, que la clase
obrera es un anacronismo del pasado, que ahora
es 99%, precariado o un nuevo sujeto emergente.
Lo más irónico de todo es que la primera
revolución socialista sobre la tierra se diera en un
país cuya clase obrera se encontraba en insultante
minoría. Pero nada, podéis seguir pensando que
sin mono azul masculino no hay paraíso: me decía
Jorge Moruno por Twitter (afilada pluma de la
izquierda postmoderna en nuestro país y
responsable del blog La Revuelta de las neuronas)
que la clase obrera no puede representar a todo el
conjunto de los explotados. Y obviamente,
mientras sigáis pensando que la clase obrera es
únicamente un tipo con mono azul que fuma
ducados, seguiremos nadando en ese mar de
incertidumbre y relativismo que tanto parece
gustaros a los postmodernos. El problema es que
cierta izquierda, erróneamente a mi juicio, ha
convertido fordismo y clase obrera en un binomio
indisoluble. Craso error: la clase obrera existía
antes del fordismo, existe en el postfordismo y
existirá mientras haya un cabrón repartiendo
sobres de dinero en cuentas B. De hecho ni Marx ni
Engels (unos tipos que sabían algo de la clase
obrera) conocieron el fordismo. El problema no es
si la clase obrera obrera puede representar a todos
los explotados, la cuestión es que la clase obrera
está ahí para ser representada como herramienta
aglutinante, sea un jornalero sin estudios, sea un
líder sindical andaluz, sea los trabajadores de tierra
del aeropuerto del Prat ocupando las pistas o sea
Pablo Iglesias en un plató de La Sexta, dependerá
de cada contexto. Pero claro, la cuestión del
liderazgo pone nerviosa a la izquierda
postmoderna, mucho más proclive a empantanarse
en horizontales y eternas asambleas que nunca (y
corríjame quién crea oportuno si me equivoco)
sirvieron de mucho. El problema es que si hablas
de liderazgo (o liderazgos en plural como apunta
acertadamente el profesor Monedero)
automáticamente se produce un proceso químico
en algunas cabezas que les hace ver a Stalin hasta
en las cajas de cereales.
Pablo Iglesias cita Chavs y se queda en la punta
del iceberg: que la clase obrera ha sufrido
transformaciones no es ninguna novedad. La tesis
principal del libro no es dicha transformación sino
la posterior criminalización e invisibilización que la
clase obrera viene sufriendo desde hace dos
décadas. Invisivilización que toma cuerpo en el
idílico y egocéntrico retrato que el citado profesor
de la Complutense hace de ‘los de abajo’, retrato
que alimenta sus presupuestos teóricos
postobreristas: hay sitio para el migrante (y me
tendrá que explicar por qué un albañil ecuatoriano
es antes migrante que albañil), para el estudiante
(que por supuesto es camarero de forma eventual
para el día de mañana ser arquitecto), para el
reponedor, el teleoperador, la cajera de
supermercado y el parado de larga duración y en
definitiva para cualquier sujeto que valide el
carnaval de identidades y elimine a la clase obrera
como sujeto histórico y dispositivo aglutinante.
Incluso se atreve a incluir en los de abajo al grupo
de amigos que monta un bar o una empresa de
informática. Supongo que no se referirá a ese
pequeño comercio que coacciona a sus
trabajadores el día de la huelga o paga sueldos de
miseria y sin contrato. Es lo que tiene no hacer
divisiones sociales en función de la propiedad de
los medios de producción: al final resulta que todo
aquel que no lleve sombrero de copa y puro es de
los de abajo, que es más o menos el lema de
Occuppy Wall Street y su «somos el 99%». El
problema es que los sombreros de copa pasaron
El lenguaje no es inocente y es muy significativo
que no mencione a fontaneros, albañiles,
electricistas, instaladores de gas y calefacción,
técnicos de electrodomésticos u operarios que
suben y reparan torres de alta tensión.
Curiosamente y pese a llevar mono azul de trabajo,
pertenecen todos al sector servicios y no al
industrial, benditas contradicciones de la
postmodernidad. ¿Los obvias porque llevan mono
de trabajo o porque tienen derechos? ¿O porque
son oficios que implican años de aprendizaje a
jornada completa que están destinados a los hijos
de la clase obrera y no a los estudiantes de tu clase
cuyo paso por el mundo laboral antes de terminar
la carrera será a media jornada de camarero?
Invisibilización que remarca así, una innecesaria
línea divisoria (que únicamente beneficia a la
burguesía) entre los trabajadores precarios y los
que lo son menos. Después es fácil acusar a los
sindicatos de que sólo miran por sus afiliados,
cuando estamos haciendo completamente lo
mismo pero a la inversa. Luego no resulta extraño
que los analistas extranjeros se pregunten
asombrados cómo es posible que con nuestras
tasas de paro y miseria no se produzca un estallido
social. La respuesta es obvia: las movilizaciones
en este país, del 15M a las mareas verdes y
blancas, han sido dirigidas por la clase media. Es
un hecho constatado, el mundo del trabajo ha
brillado por su ausencia en dichas movilizaciones,
empezando por el embrión de toda esta ola de
protestas, el 15M. Quizá un buen comienzo sería
dejar de señalar esa línea divisoria entre
trabajadores precarios y no precarios. Huelga
recordar que si un trabajador de la SEAT o un
encofrador tiene más derechos que un reponedor
no es por un ejercicio de altruismo por parte de la
empresa, son fruto de dolorosas movilizaciones y
de una tradición de lucha que no incluía la
batucada y la recogida de formas vía Change.org
entre sus métodos. Y Pablo me dirá que los
disturbios no son la victoria y obviamente no, pero
han ganado muchas batallas y conseguido
muchos derechos. Los disturbios en sí no
representan nada, pero su presencia implica un
grado de movilización y concienciación que no se
da allí donde la recogida de firmas y los talleres de
malabares son el Santo Grial. No sé si serán la
victoria pero su presencia organizada implica
posibilidades de transformación y allí dónde se
producen la izquierda transformadora goza de muy
buena salud, sea en Grecia vía Syriza, sea en
Euskal Herria vía Bildu o sea la Barcelona de los
centros sociales ocupados, las viviendas ocupadas
por la PAH o las huelgas que terminan con
Starbucks en llamas.
De ahí la importancia de la PAH. Es el único frente
verdaderamente interclasista que es nutrido por
miembros de lo más debajo de la pirámide social,
así es cuando un movimiento es puede llegar a ser
temible. Mientras se trate de luchas sectoriales de
estudiantes, profesores o médicos, poco podemos
esperar. Es muy emocionante ver en los
desahucios a gente que la oyes hablar y sabes que
viene de lo más bajo, que notas a la legua que en
su vida se había movilizado. Es triste pero es así:
los movimientos sociales están participados
mayoritariamente por gente con estudios o por
gente proveniente de la clase media. Nadie dijo
nunca que movilizar a la clase obrera fuera algo
fácil, muy pocos lo consiguieron, menos todavía
los que consiguieron vencer. Y se trata de movilizar
¿no? Es entonces cuando, pellizcándome las
mejillas, no doy crédito a lo que leen mis ojos:
«Esos son los de abajo y sólo la miopía de cierta
izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo
la etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los
sindicatos (ojalá pudieran). Muchos de ellos ni
siquiera pueden ejercer su derecho a la huelga y,
sin embargo, ellos son el pueblo». INCREÍBLE.
Esto no es real politik ni reformismo, esto es
legitimar la realidad existente y negar toda
esperanza de transformación social. ¿Que no
pueden hacer huelga? ¿Que no pueden sindicarse?
¿Por qué motivo? ¿Porque perderán el empleo? ¿En
serio? En este país —y tú lo sabes bien— hay gente
que se sindicaba sabiendo perfectamente que
podía perder el trabajo, con el riesgo añadido de
ser torturado salvajemente en comisaría y verse
privado de libertad durante una larga temporada. Y
se sindicaban clandestinamente. E iban a la
huelga. Asumían un riesgo elevadísimo. Me parece
un auténtico despropósito que digas que los
precarios 'no pueden' sindicarse ni ir a la huelga.
Te contaré un secreto de revolucionario folk: a mí
me ponen muchos los trabajadores de astilleros
levantando barricadas o los mineros disparando
cohetes pero con el porno no hago distinciones ya
que, me ponen incluso más los informáticos:
Hace unos días sucedía algo verdaderamente
insólito en nuestro país. Por primera vez un
colectivo de informáticos, trabajadores de la
empresa HP, iba a la huelga y conseguía una
victoria parcial (consiguieron evitar la bajada de
sueldos) en un ámbito laboral estrictamente post-obrerista. Si alguna profesión representa como
ninguna otra al llamado precariado y los nuevos
sujetos emergentes, es sin lugar a dudas la de
informático: una profesión relativamente nueva, sin
tradición de lucha sindical y que nunca utilizó la
huelga como herramienta de presión. Y vencieron.
¿Cómo?¿Buscando una nueva identidad?
¿Reinventando ultramodernos métodos de lucha
que se adapten a las nuevas necesidades del
mercado flexible? ¿Reformulando conceptos que
cubran nuevas sensibilidades en el mundo del
trabajo terciario-semiótico? NO. En absoluto:
vencieron organizándose en un sindicato de clase
(CGT) y yendo a la huelga de forma masiva e
indefinida. Por supuesto que corrieron riesgos y se
jugaron su puesto, pero apostaron de forma
colectiva y vencieron. Podemos seguir diciéndoles
a los 'nuevos sujetos' que no se sindiquen porque
no son de la clase obrera y corren el riesgo de
verse en la calle o podemos dar un paso al frente y
sacar a relucir el ejemplo de los informáticos de
CGT. Podemos asumir de una vez por todas que
para la clase obrera, sin sangre no hay paraíso.
Que no hacen falta infinitas reformulaciones ni
reinvenciones hasta el absurdo: lo que hace falta
es conciencia de clase y un sindicato con agallas
(en el que sé que pagas la cuota como yo). Cuando
hay conciencia de clase y un sindicato digno no
importa si eres informático, reponedor o estibador
en el puerto. La clase obrera es temible si está
organizada.
Por último y volviendo de nuevo a Chavs, te olvidas
del sujeto que Jones justifica en su libro: el cani de
barrio sin estudios y la choni que trabaja en la
peluquería para ponerse unas tetas nuevas y que,
por si alguien no se había dado cuenta, son
mayoría. Ese sujeto urbano que sale con la
rojigualda a la calle cuando España gana un
mundial, sigue con detenimiento las nominaciones
de Gran hermano y no se pierde un capítulo de
Gandía Shore, entre otras cosas porque se siente
identificado. Ese sujeto que sirve como carne de
cañón y entretenimiento en programas como
Hermano mayor, El diario de Patricia o el
deleznable Princesas de barrio. O en el muy progre
APM con los charnegos de barrio como centro de
las mofas porque cometen errores gramaticales
cuando se expresan y porque unos burros de carga
sin estudios resultan de lo más gracioso para la
burguesa y cosmopolita TV3. Sin olvidarnos de 'El
Neng de Castefa' en el no menos progre
Buenafuente: bakala, de la periferia, charnego y
reponedor de supermercado por cierto. Los
estudiantes de tu clase (ni los que escuchan a Los
Chikos del Maíz o Riot Propaganda) serán nunca
protagonistas en uno de estos infames espacios de
entretenimiento; la clase obrera sí. Y eso es lo que
denuncia Jones en su libro. La clase obrera
extirpada de su orgullo y convertida en
entretenimiento y motivo de mofa y escarnio por el
resto de la sociedad. Lo que denuncia Jones en su
libro es el elitismo de la clase media occidental,
que se manifiesta en nuestro país cuando todo un
profesor de Universidad Pompeu Fabra y referente
de la izquierda (postmoderna eso sí) como
Raimundo Viejo Viñas, sube a su Facebook la foto
que acompaña este artículo y no es para
denunciarla por su clasismo decadente y su
elitismo, sino porque le resulta muy graciosa y
A mí también me paran muchas veces para
felicitarme por el grupo. Sé perfectamente cual es
mi perfil de oyente: un joven universitario
preocupado por la política y la cuestión social. Por
eso, cuando muy de vez en cuando, me para un
cani, me dicen que sueno en el almacén del
polígono o me pide una foto un currela de los que
será currela para siempre, me emociono y
verdaderamente me siento orgulloso de mi
trabajo. Los de arriba de la foto son la sal de la
tierra, la espalda del mundo. Y sin ellos estamos
condenados a no vencer. Sin ellos el miedo no
puede cambiar de bando. Quizás van en distintos
camarotes pero vamos todos en el mismo barco. A
pelear. Y a seguir metiendo caña en la tele
compañer
Mientras los medios de producción sean ajenos se sigue siendo clase obrera, ya quieras ser clase media o estés en lo más bajo, no nos creamos mierda sin llegar a pedo, que decían en mi colegio cuando era pequeño.
Pongo la fuente original por si el formato del original se hace más agradable de leer.