De cómo un Vespino llegó hasta Bilbao y regresó a Madrid

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La miré a los ojos fijamente, casi sin pestañear y sentí que algo grande acababa de surgir en mi interior. Aquella chica, que en un principio no me había llamado la atención, despertó en mí una sensación única, como un cosquilleo en el estómago que no parecía tener fin. Había cambiado los moldes por los que hasta entonces me había regido y sería el detonante que me conduciría a una gran aventura, un largo viaje que jamás olvidaré.

La conocí una noche de invierno, tras una larga conversación y desde aquella noche no la volví a ver hasta unos meses después, que por casualidad, coincidimos en el pueblo. Ella parecía mucho más distante, aunque decía que seguía sintiendo algo por mi, pero la distancia entre ambos, (ella en Baracaldo y yo en Alcalá de Henares), nos echaba atrás a la hora de empezar una relación, por lo que la cosa quedó un poco en ascuas, yo sentía algo por ella y ella parecía sentir lo mismo por mi, pero surgía entre nosotros el eterno problema de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

En aquellos meses sin vernos, no podía dormir, en clase estaba continuamente pensando en ella, en nosotros, en cómo iba a pasar todo aquel tiempo, para mi una eternidad, cruzado de brazos sin hacer nada, rindiéndome ante la distancia. Pasaron los días y la duda de cómo había quedado nuestra relación en nuestro último encuentro, absorbió mi tiempo, no dejaba de pensar si ella seguía sintiendo lo mismo por mí que en aquella fría noche, en la que por primera vez nuestras miradas se cruzaron y todo comenzó a ser distinto.

Aproximadamente sería el día 1 de abril de 1997, cuando no aguanté más, tenía que hacer algo, no podía seguir así, debía hablar con ella y aclarar de una vez por todas aquella absurda situación, ¿por qué si ambos sentíamos algo, no iba a poder ser?, ¿por qué rendirnos ante la maldita distancia?, ¿por qué no intentarlo al menos?. Me pregunté una y mil veces.

El teléfono era demasiado frío y yo demasiado tímido como para sincerarme a través de un trozo de plástico con cables, necesitaba mirar aquellos ojos otra vez mientras le contaba todo lo que sentía, sorprendentemente así me era mucho más fácil y no escondiéndome tras un cable. Siempre he pensado que las cosas importantes se deben decir a la cara, sin que nada distraiga las miradas, pues los ojos son las puertas que esconden la forma de ser de las personas y nos muestran sus reacciones, “una mirada puede llegar a decir más que mil palabras”. Por eso mismo, tenía que verla y cuanto antes.

Quizás hubiera sido más fácil coger un tren o el autobús, pero no, quien me conoce sabe que jamás me monto en un autobús, los odio, no me preguntéis por qué, pero siempre he preferido ir andando que coger el bus. En cuanto al tren, me encanta, es un transporte clásico, nostálgico, que produce una sensación extraña en el viajero, una metáfora tal vez, entre el curso de la vida y el curso de unas vías que se unen y se pierden en el horizonte. Pero aun así, descarté esta ultima opción, no podría ir y volver en el mismo día, no coincidían los horarios, además mis padres jamás me hubieran dejado quedarme a dormir solo por ahí, ¿cómo iba a pagar el hotel?, si apenas tenía para el billete del tren. Tan solo tenía 17 años y no tenía ingresos, excepto el poco dinero que me daba mi padre por ir al taller de vez en cuando, que se esfumaba la mayoría en el mantenimiento y las reparaciones de mi humilde vespino modelo F9.
Aquella moto la tenía impecable, pintada en azul metalizado, el asiento blanco tapizado en piel, un motor rectificado que junto con un variador de cobre la lanzaban a más de 90km/h. Era una gozada, que a día de hoy todavía conservo exactamente igual que en aquel entonces. ¿Sería capaz aquella maravilla de llevarme a Baracaldo y dejarme en el mismo día en Alcalá sano y salvo?

Estaba decidido el vespino sería mi medio de transporte, aquella moto azul surcaría llanos y montañas para llevarme junto a ella. -¡Qué viaje más emocionante!-, pensé. Mi rostro dio un giro de 180 grados, aquella idea había conseguido que olvidase aquella sensación, que como decía antes, absorbía todo mi tiempo y no me dejaba pensar en nada, aunque ahora, mi único pensamiento era preparar el viaje.

Mentiría si dijese que fue fácil preparar todo aquello, a cada paso que daba surgía un inconveniente nuevo, pero cuando alguien quiere de veras hacer algo, lo suele llevar a cabo poniendo todo el empeño e imaginación del mundo. Yo no estaba dispuesto a que aquella historia de amor muriese bajo la espada de la distancia y haría todo lo que estuviese en mi mano para verla lo antes posible.

Todavía recuerdo la cara que puso mi gran amigo Luis (luipermom), cuando le dije que me iba a Baracaldo con un vespino, no pudo más que soltar una carcajada, pensando que estaba de broma. Sabía de sobra que aquella chica me gustaba de verdad y que no hacía más que pensar en ella, a él le había pasado algo parecido hacía poco y creo que comprendía perfectamente lo que sentía, por lo que decidió darme todo su apoyo. Aquella situación, sin duda, unió nuestra amistad más que nunca. Luis, al igual que yo, es un soñador, un romántico empedernido que sabe captar la esencia de las personas, no conformándose únicamente con observar el aspecto físico de alguien, sino que va mucho más allá, es capaz de ver, como decía antes, a través de las puertas que esconden las miradas.

De todos los problemas, el que menos inconvenientes dio, fue el de la mecánica de la moto, estaba perfecta, el mecánico se regocijaba al hablarme de ella. En una ocasión sin saber nada del tema me dijo: -Con esto vas hasta donde quieras, ¡no falla!-. Bastante me dijo, ¿no?, aunque aquel buen hombre cómo iba a saber lo que estaba tramando. Por otro lado me planteé la duda de las gasolineras, si hubiera una distancia mayor entre una y otra de unos 50 Km. sería un inconveniente añadido, ya que la autonomía del vespino raramente alcaza los 60 Km., por lo que tuve que estudiar detenidamente todo el recorrido, calculando todas las distancias y aproximar el consumo de cada tramo. No fue fácil, ni mucho menos, me costó dedicarle unas dos horas todos los días, desde aquel día uno hasta la fecha clave, “Sábado 26 de Abril de 1997”, ese sería el gran día.

Salvando dificultad tras dificultad, se me ocurrió escribir un librillo de autoayuda a mi mismo, curioso ¿no?, en el que detenidamente daba soluciones pensadas minuciosamente ante todos los problemas que pudiesen surgir, aunque siempre la realidad supera a la ficción. En fin, que aquel librillo estaba lleno de números de teléfonos, nombres y lo más importante, los consejos de uno mismo. Recuerdo uno, que decía: “Si la moto se avería en Burgos y no hay forma de arreglarla.....Forma de proceder......llamar a amiga de mi madre, nombre: Cecilia, nº de teléfono.......”. Era realmente gracioso leer aquello, quizás a alguien le pareciese absurdo aquella idea, pero sabía muy bien, que ante una situación de tensión, por ejemplo un accidente, el ser humano respondía de manera instintiva, dejándose llevar por el nerviosismo y no siempre en la buena dirección, por eso mismo escribí aquella guía.

-Sábado 26-, pensaba una y otra vez, -¡qué ganas tengo de que llegue el gran día!-. Elegí ese día precisamente porque mis padres se iban al chalet, <>, ellos siempre que se iban al chalet, lo hacían el sábado a mediodía y yo tenía planeado salir aquel sábado a las 6 de la mañana, no había otra forma de hacerlo, todo estaba calculado, el viaje duraría veinticuatro horas, diez horas de ida, diez de vuelta y cuatro en Baracaldo. Tenía previsto llegar allí sobre las 16,00 horas, por lo que debería salir de Alcalá a las 6, regresar a las 20 y llegar a Alcalá a las 6,00 del domingo 27, -¡parecía un horario de RENFE!-. ¿Qué les iba a decir a mis padres aquel sábado a las 6?, ¿cómo irme de casa tan temprano sin levantar sospechas?. Aquello iba a ser sumamente complicado, más de lo que en un principio me pensé. Las madres siempre tienen ese sexto sentido, con el que de una manera u otra saben con total certeza cuando te tras algo entre manos, y la mía no iba a ser menos, sabía perfectamente que algo le ocultaba, que últimamente estaba muy a lo mío y que nada bueno podía estar tramando.

Viendo que mi viaje corría serio peligro, no me quedó más opción que recurrir a mi amigo Luis, que desde aquí le pido el más sincero de los perdones por todo el lío en el que le metí. Pero prefiero que de todo aquello os hable él mismo:


“Cuando Joe (Alvfer) me comentó lo que tenía en mente, me sorprendió como a todo el mundo, pero no lo vi como una locura ni nada parecido, sino como el intento de materializar un sueño de libertad; un modo de escapar de la rutina diaria que pintaba en tonos grises nuestra vida en aquellos días. Viendo las cosas desde ese punto de vista, me impliqué al máximo en el proyecto y prometí ayudarle en lo que estuviera en mi mano.

En aquellos días, Joe y yo éramos amigos, pero ni mucho menos como ahora; nos conocíamos desde hacía poco tiempo, y no teníamos la confianza que ahora tenemos el uno en el otro; pero de lo que no me cabe duda es que gran parte de la amistad que nos une hoy en día proviene de aquel proyecto del que parecía que los únicos seguros de su éxito éramos él y yo...

Recuerdo bastante bien cómo fue aquello : un día Joe me dijo un poco por encima lo que pensaba hacer y que necesitaba que alguien le echara una mano para que sus padres no se enteraran de nada; yo decidí echarle una mano y al día siguiente vino con un tocho de hojas que debería “ensayar”. El tema era que tenía que contar una historia creíble a su madre (a la cual yo ni conocía por aquel entonces) para que Joe tuviera una coartada y así poder irse a Bilbao mientras sus padres se pensaban otra cosa. La historia que tuve que ensayar e interpretar delante de su madre a grandes rasgos es como sigue :

Al parecer mis padres se habían comprado un chalet en una urbanización que hay en un pueblo muy cerca de Alcalá de Henares, y el día que Joe se iba a marchar de viaje era mi cumpleaños. El caso es que yo le invitaba a una fiesta que iba a celebrar en el supuesto chalet, sólo que había un problema, y es que todavía no nos habían puesto el teléfono y (esto es lo más fuerte del asunto) ¡¡ la calle en la que estaba el chalet no tenía nombre !! Luego había otros detalles como que íbamos a madrugar muchísimo ese día para ver amanecer desde un parque natural cercano que había por allí y tal, y que la fiesta sería ese día hasta las tantas... vamos, que la fiesta iba a durar desde primera hora de un día hasta la del siguiente; 24 horas “non-stop”

Todo esto puede parecer fácil de memorizar, pero es que la historia no era lineal; es decir : lo que Joe trajo era una especie de “árbol de posibilidades” por las que podía discurrir la conversación. De modo que los ensayos eran del tipo “si mi madre dice esto tú dices esto otro; pero si te contesta esto, tienes que responder aquello...”. Era la locura, y nos saltamos unas cuantas clases para prepararlo durante unos días, pero finalmente, aquello me quedó más o menos claro y llegó la hora de actuar ante el público.

Fui con Joe a la tienda de su madre y allí me presentó por primera vez como “su amigo Luis, el del cumpleaños” y yo empecé con mi discurso. La verdad es que no recuerdo muy bien la cara de la madre de Joe, pero debía ser algo así como : “¿de donde ha salido este cuentacuentos?”. Pero el caso es que por suerte o por no indagar demasiado y hacerme pasar un mal rato pareció conforme con el tema y no puso excesivas reticencias a dejar que Joe asistiera a mi gran fiesta de cumpleaños...

Eso sí, apareció un problema de vital importancia poco antes del día del viaje, y es que el padre de Joe no se mostraba muy conforme con que Joe se llevara la moto, y le dijo que él le acercaría en coche. Sobra decir que si eso ocurría, poco viaje iba a hacer Joe, ya que la moto se quedaría en casa y le tendría que acercar a un chalet que sólo existía en nuestra imaginación... por suerte, Joe es un tipo muy ingenioso, y en pocos segundos sacó de la manga una historia que no se le hubiera ocurrido ni al mejor de los novelistas. Lo que le dijo a su padre es que a la fiesta iban también chicas, y que una de ellas le gustaba mucho, así que se llevaba la moto para poder darla una vuelta y así fardar un poco. Ante esas razones de peso, su padre cedió a que se llevara su moto ya que eso contribuiría a que su hijo ligara como un machote ibérico. Menos mal, problema salvado!

Y nada, sólo decir que las horas que Joe estuvo por la carretera el día del viaje fueron unas de las peores de mi vida, ya que si le pasaba algo malo, me sentiría muy culpable y sus padres posiblemente querrían matarme a pedradas... la verdad es que me tomé unas cuantas tilas aquel día; pufff...

Y ahora os dejo con la narración, la cual me he leído ya de principio a fin y os aseguro que no tiene desperdicio. Espero que la disfrutéis tanto como yo lo hice al leerla...”


Imagen
Joe y Bob. Foto de ambos


Desde luego no hay duda de que Luis salvó mi empresa de la quiebra total, gracias a él, el motor del vespino rugiría radiante aquella mañana del día 26. Pero mientras tanto los días caminaban con parsimonia, parecía que no iba a llegar nunca el gran día. En el Instituto, la voz se corrió rápidamente, hasta el punto que la gente comenzó a hacer apuestas, la gran mayoría decía que nunca llegaría a Bilbao y que si conseguía llegar, no podría volver, la moto se estropearía allí mismo, tan solo tenía cuatro puntos a favor, los de mis cuatro amigos más allegados, que me dieron su voto de apoyo, aunque sabía perfectamente que hasta ellos tenían serias dudas de mi triunfo. Pero me daba igual, estaba totalmente convencido de que lo lograría, de que aquella tarde de Abril iba a estar con ella y eso lo cambiaría todo.

En aquellas noches no podía dejar de recordarla, me preguntaba una y otra vez qué haría cuando la viese, qué cara de sorpresa pondría cuando apareciese con el vespino. Ella por supuesto no sabía nada de nada, lo cual, pensé, era arriesgado, ya que imaginaos la situación, si tras llegar a Baracaldo ella no estuviera, porque justamente ese fin de semana se había ido a algún sitio. Aquello tenía que tener alguna solución, debía por todos los medios enterarme de donde iba a estar ese fin de semana, sin que ella supiese que iba a ir, así que decidí llamarla. De una forma muy indirecta conseguí saber que estaría allí, por supuesto ella no podía imaginarse la situación que le esperaba.

Quizás para matar el tiempo, que por cierto se hacía eterno, me puse a escribirla una carta, era una de esas cartas románticas que uno escribe más con el corazón que con la cabeza y que realmente no recuerdo bien el contenido, pero si el final: “Bueno te dejo, que estoy planeando un viaje del que ya te contaré”. Ésta carta llegaría justamente el día anterior a mi visita a Euskadi, era en realidad un anticipo de lo que le esperaría al día siguiente.
Por fin llegó el tan esperado día, a las 6,00 cruzaba aquellas aparatosas puertas eléctricas del garaje de mi casa, que supuestamente no volvería a ver hasta el día siguiente. La noche era oscura y aunque la visibilidad no era del todo mala, una pequeña neblina empapaba todo de humedad. La luz del vespino alumbraba poco, establecí la velocidad media en unos 70 o 75 Km/h, por lo que en poco tiempo estaría en mi primer destino, Torrelaguna. Los destinos los establecí por las paradas que debía hacer para echar gasolina, como podréis comprobar no fueron pocos (11 nada menos, más otros 11 de vuelta). Mientras avanzaba una sensación extraña me recorrió por dentro, por primera vez, me sentía como si estuviese haciendo algo verdaderamente arriesgado y fuera de lugar, me vino a la mente la imagen de un camión pasándome por encima y aquello me aterró, eran muchos kilómetros y por tanto mucho riesgo.

Llegué sin problemas a Torrelaguna, donde reposté y desde allí me dirigí hasta la N-I. “Autovía del Norte”, decía un cartel, aquello incomprensiblemente me dio ánimos y detrás de un camión de Telepizza surque el valle del Lozoya, repostando de nuevo poco más arriba del precioso enclave de Buitrago. Comprendí que aquel sistema de refugiarme a lado de un camión, de esos que van tan lentos, era el mejor truco para evitar que un trailer o un coche embalado me pasase por encima, ¿qué mejor protección que un armatoste de 15.000 Kg.?, -aquel era un sitio seguro-, pensé, lo único malo era el insoportable ruido que tenía que aguantar a cambio.

Por fin llegué al puerto de Sosmosierra, todo un reto por ascender, disminuí levemente la velocidad, para no forzar demasiado la máquina y subí sin problemas, pero a la bajada del puerto por su parte segoviana, un ruido proveniente de la rueda delantera me alarmó. Aquello no sonaba nada bien, de pronto el velocímetro se volvió loco y comenzó a marcar a su libre albedrío. Me preocupé bastante, no es que la avería del velocímetro fuese algo grave, sino que pensé, que si a tan solo ciento y poco kilómetros de casa ya comenzaba a fallar algo, ¿qué pasaría cuando llevase 400 Km. y todavía me quedase la vuelta a casa?. Aquello, unido a que en aquel instante comenzó a llover, me bajó la moral por completo, me llegó a la mente la imagen de mis padres, los había mentido y me sentía fatal por ello. El ambiente era totalmente gris, las nubes se movían rápidamente hacia las montañas y de pronto sentí que una extraña soledad se apoderaba de mi. Allí estaba yo, en medio de ninguna parte, con frío, lluvia y sin velocímetro, ¿qué pintaba allí? Tuve la convicción de que debía darme la vuelta, de que había sido todo una locura sin sentido, me había dejado llevar por un loco sentimiento que no me había dejado ver la realidad. Jamás había estado tan confundido, un mes preparando todo aquello y ahora....
Como caído del cielo y en el momento más inoportuno, apareció ante mi un cambio de sentido, ¿qué debía hacer?, ¿qué hubiera sido lo correcto me pregunto yo ahora?.

La moto seguía con su incomparable sonido, avanzando ahora entre los llanos, el cambio de sentido se había quedado tras de mi, pues tras un leve desliz, había acelerado a todo gas, dejando atrás toda idea de abandonar. En tan solo unos segundos se había cruzado en mi mente una imagen, era ella, mirándome, como en aquella noche de invierno en la que nos conocimos. Sus ojos castaños parecían estar llamándome desde el horizonte nublado. Por otro lado, apareció la imagen de mi amigo Luis, que se había jugado mucho para ayudarme. -¡No me rendiré ante el primer obstáculo!-, pensé.

Quizás fue éste el momento en el que mi viaje más peligró en su existencia, creo que si hubiera cesado en mi empeño, no me lo hubiera perdonado nunca. De una manera u otra había conseguido salvar este lapsus, ¿qué nuevos obstáculos me esperarían?.

Sorprendentemente, el día se abrió según avanzaba hacia el Norte, el Sol hizo acto de presencia, para luego ocultarse otra vez de nube en nube. A ambos lados, los campos de labor tenían un color amarillento por el frío invierno, la primavera estaba presente en el calendario, pero no en la fría meseta, donde todavía quedaban muchas heladas por caer. Me sentí como una hormiga que avanzaba lentamente en medio de aquella basta llanura, el tiempo parecía haberse aliado con la distancia, pues los kilómetros pasan muy despacio. Cada vez que veía un cartel informativo, me llevaba una gran decepción. “Aranda de Duero 36km”, parecía que había pasado una eternidad cuando veía otro que ponía “Aranda de Duero 30”, -¿solo 6 kilómetros en todo este tiempo?-, aquello me desesperaba por momentos. De pronto se me ocurrió un símil gracioso y recordé las historias de mi abuelo; “Cuando era joven solíamos ir a Madrid en burro, desde aquí, desde el pueblo y cargados hasta......”, me hizo gracia recordar aquello, pensé en la desesperación de ir desde un pueblo de Ávila hasta Madrid, que distaba unos 150 Km. en uno de esos burros perezosos que andan trancas y barrancas, eso si que era la historia de nunca acabar.

Entre recuerdo y recuerdo, llegue casi sin darme cuenta a Aranda de Duero, y es que no hay mejor remedio cuando uno está aburrido, que ponerse a recordar cualquier cosa, así el tiempo parece que desaparece. Allí, una vez más, llené el depósito y recordé las veces que había comido cordero con mis padres en aquel pueblo, en el que por cierto lo hacen de muerte, se lo recomiendo a todo el que pase por aquellas tierras. Aranda sería el pueblo más importante que pasaría hasta mi llegada a Lerma, por cierto, ya estaba en Burgos, una de las 9 provincias que tendría que atravesar aquel día (de Guadalajara tan solo un trozo muy pequeño).

De camino a Lerma, noté algo que me sorprendió, los camiones extranjeros, al adelantarme, guardaban mayor distancia de seguridad que los nacionales, algunos de ellos pasaban que parecía querer lanzarme a la cuneta, por suerte no lo consiguieron, quizás en algo tuvo que ver el truco, antes mencionado, de acoplarme al lado de una de estas moles, pero no siempre era fácil encontrar a alguno que circulara a la misma velocidad que yo.

Los llanos seguían haciéndose eternos cuando uno no estaba distraído, por lo que cualquier cosa era buena para pasar el tiempo. A la derecha, un cartel que hacía mención al Cid Campeador, quedó atrás al instante, recordándome las batallas que en estas tierras se habrían librado entre caballeros cristianos y musulmanes, -¡cuanta historia estoy dejando tras de mi!-, me dije a mi mismo. Pero todavía quedaban muchos pueblos con muchas historias, tanto pasadas, como por venir. Lerma, uno de esos pueblos con tanto encanto como historia, se aproximaba por momentos, otro destino y otro objetivo más. En la gasolinera, que se encontraba a lado de la autovía, tendría un encuentro verdaderamente gracioso, de los que en verdad, terminaría acostumbrándome. El gasolinero, un hombre mayor con acento de pueblo, al ver la mochila atada con pulpos que tenía sobre el asiento, con todos los instrumentos que en ella llevaba (herramientas, aceite y demás accesorios), me preguntó: “-Pero, ¿de dónde vienes, chico?-”, la verdad es que no supe muy bien lo que contestarle, pero movido por una extraña sensación le contesté: “De Alcalá, allí en Madrid, voy a Bilbao a ver a una chica”, el hombre hizo un gesto como si no hubiera escuchado bien y dijo: “¿Cómo dices, que vienes con esto desde Madrid?”, yo asentí con la cabeza, al tiempo que sonreía, El hombre hizo un gesto como de agacharse hacia el motor del vespino y dijo: ¿Y no la has “quemao“?, a lo que yo afirme totalmente orgulloso, “¡esto es irrompible, aguanta lo que sea!”. A aquel hombre solo le falto hacerme el “Dominus Etorbis” y con cara de sorpresa se marchó hacía una pequeña oficina murmurando en voz baja. Era verdaderamente curioso observar el gesto de la gente cuando algo, al parecer, tan impactante les era revelado, pero para eso todavía quedaba mucho viaje para comprobarlo.

Como del interior de un tren, una voz recorrió mi cabeza diciendo: -”¡Próxima estación, Burgos!”-. Y así era, estaba prácticamente en la mitad del recorrido y todo iba perfecto, quitando el pequeño incidente del velocímetro. Era increíble, pero estaba en el sitio exacto a la hora exacta, según los cálculos que días atrás me habían quitado tanto tiempo. -“Por fin estudiar física, había valido para algo”-, pensé mientras recordaba la cara de la profesora de Física y Química, cuando en una ocasión a Luis y a mi nos había pillado hablando (para no variar) y en fin haciendo todas aquellas cosas que se supone no debes hacer en clase, tales como lanzar bolas de papel con un canuto, tirar trozos de goma,....etc. Él caso es que aquel día no dimos palo al agua, nuestros compañeros salían uno por uno al encerado a resolver aquellos interminables problemas que llenaba pizarra tras pizarra, mientras nosotros seguíamos haciendo de las nuestras. En aquel momento la profesora, con la intención de quién pone un castigo, saco a Luis al encerado a resolver uno de los problemas más difíciles y cual fue la sorpresa que se llevaría, cuando éste lo resolvió del tirón, acto seguido me saco a mi a resolver otro y para su decepción ocurrió lo mismo. A partir de aquel día, decidió no decirnos nada en clase, teníamos libertad para guerrear tranquilamente, aunque lo mejor de todo, es que, reconocido por ambos, no teníamos ni idea de cómo los habíamos resuelto. Tengo que decir, que así nos fue luego en COU, donde llegamos a ser el “dúo binario”, cuando él sacaba un 1, yo un 0 y viceversa.

Burgos estaba cerca, un gran páramo me separaba de aquella fría ciudad castellana, “El alto del pastor”, así lo llamaban, por una especie de estatua en honor a los pastores que por estas tierras campan. Temía que de un momento a otro apareciese aquel valle en el que yacía aquella ciudad, pero se hacía de rogar, páramo tras páramo Burgos no aparecía. -¿Se lo habrán llevado?-, pensé mientras sonreía de mi propio absurdo. Por fin, ¡ahí está!, era Burgos, con su inconfundible catedral, entonces en obras. Recordé las veces que había pasado por aquel sitio, al ir a Francia con mis padres, siempre mi madre nos pedía que nos fijásemos en la catedral, que era una de las más bonitas de España, aunque a mi, por aquel entonces me parecían todas iguales. De pronto, un cartel aparcó aquellos pensamientos a un lado y me recordó el verdadero motivo de mi viaje, ella. “VITORIA-GASTEIZ, BILBAO por autopista de peaje, a la derecha”. -¡No por ahí no!- pensé, a los ciclomotores en aquella época, les estaba prohibido el transito por las autopistas, no así por las autovías. Hoy en día el viaje hubiera sido mucho más difícil, puesto que ya no dejan ni por las autovías, aunque creo que esa norma va a cambiar en poco.

Un inesperado problema se presentó ante mí, dos carriles se abrían hacía la derecha y otros dos seguían de frente. El caso era que la mayoría de los vehículos giraban hacía la derecha, hacía la autopista de Vitoria y por si fuera poco a toda velocidad. Yo tenía que seguir de frente, hacia la antigua N-1, con dirección Briviesca, pasando por el estrecho desfiladero de Pancorbo. ¿Cómo pasar aquel tramo sin que me llevara un coche por delante?, paré mi moto antes del cruce, orillándome en el arcén y evalué la situación. Mi librillo de autoayuda, no decía nada de aquella paradójica encrucijada de caminos, estaba visto que no podría cruzar aquello sin arriesgar mi vida en ello, tampoco podía darme la vuelta en una autovía, eso era una auténtica locura. -”¡Dios, y ahora que hago!”- exclamé en alto.

Seguí en dirección autopista de Vitoria, no me arriesgué a convertirme en una calcamonía encima del asfalto, hoy creo que fui bastante responsable al tomar aquella decisión, a lo mejor si no lo hubiera hecho así, hoy no estaría escribiendo esto, sino que más bien habría aparecido en un artículo de periódico; “Joven en vespino, que venía desde Alcalá y se dirigía a Bilbao a resultado...... y bla, bla, bla“. Mi única esperanza era que hubiera una salida antes de llegar a las casetas del peaje y creo que tuve bastante suerte, allí estaba, la salida a la N-1, mi salida, ¡qué casualidad!, ¿no?. Hasta ahora todo me estaba saliendo a pedir de boca, estaba contento por mi reciente acierto y la palabra Bilbao, inscrita en los carteles me subió la moral hasta límites insospechados. Solo había que ver la sonrisa que se dibujaba en mi cara, que se tornó en cara de sorpresa al escuchar una tremenda explosión.

-¡Dios!, ¿qué ha pasado?, exclamé temiéndome lo peor. Por un momento creí que había reventado el motor, pero aquello no era posible, la moto seguía en marcha, ¿de dónde venía aquella explosión entonces?. De pronto noté como la parte trasera de la moto comenzaba a balancearse de lado a lado y exclamé -¡un reventón!-. En este caso el libro de autoayuda si hablaba al respecto: “Orillar la moto hasta sacarla fuera de la carretera, evitando atropello, coger herramientas y cambiar cámara”. Y así lo hice, pero ¿y si el neumático se hubiera rajado?, ¿dónde iba a encontrar uno?. Por suerte éste parecía estar bien, pero aun así me pregunté cómo podía haber reventado tan de golpe la rueda. Por suerte, al instante de orillar la moto, pasó por allí un hombre mayor, dando uno de esos saludables paseos matutinos. En las cercanías de la carretera había una urbanización y parecía venir de allí. Sabía perfectamente que arreglar aquello me llevaría un buen rato, una hora o así, aquello no era como en las competiciones de Moto GP, que te cambiaban una rueda en 2 décimas de segundo. Pero bueno, dentro de lo que cabe no era una avería seria. Aun así y con pocas esperanzas, decidí preguntar a aquel hombre si sabía de algún sitio cercano donde cambiar la cámara, aquello me ahorraría tiempo, pero era bastante improbable que por aquél paraje encontrase algo parecido. Cuál fue mi sorpresa cuando me dijo: -Si, mira, allí en frente-. No daba crédito a lo que veían mis ojos, parecía como si un ser divino lo hubiese puesto allí para mí. A poco menos de 300 metros, una nave industrial solitaria en la que no me había fijado, tenía un cartel que decía: “Neumáticos, Michelin, Firestone, Dunlop, Reparaciones...”, que asombrosa coincidencia, ¡debía tener un ángel de la guardia o algo por el estilo!.

Me dirigí a aquella nave, y un chico joven con perilla salió a recibirme. Cuando vio el vespino, se apresuró a decirme que no reparaban ruedas de moto, yo le dije que tenía una cámara de repuesto y gracias a tal previsión, accedió a cambiármela, -menos mal-, pensé. Mientras la cambiaba, comenzamos a hablar y sin poder evitarlo, la historia del gran viaje salió a la luz una vez más. De nuevo pude observar la cara de sorpresa que aquél chico puso tras escuchar las palabras: “Vengo de Madrid y voy hacia Bilbao”, quedó perplejo, hipnotizado, parecía no poder reaccionar, pero al fin dijo: -”la debes de querer mucho”-. Ahora el sorprendido era yo, porque no recordaba haberle dicho nada de ella, estaba seguro de no haberla mencionado. Desconcertado respondí tímidamente -¿eh?, si, la verdad es que..., voy por verla a ella-, -¿si no, por qué iba alguien a hacer una cosa así?-, respondió él, esbozando una sonrisa de complicidad y diciendo -¡Toma chaval, aquí tienes!, menos mal que no la has cambiado tú, el neumático tenía un mordisco. El alambre debió reventar la rueda y lo hubiera hecho otra vez, pero no te preocupes que ya te lo he arreglado para que puedas llegar hasta Bilbao, ¡suerte!-. Tras esto, no dije nada, me quedé absorto, aquel chico de perilla, de alguna forma había visto a través de mis ojos cuales eran mis intenciones y supe al instante, sin hacerme falta ninguna palabra, que le había entusiasmado aquel viaje y que de corazón me había deseado lo mejor. Aquello fue un gran apoyo en el momento que lo necesitaba, siempre es grato saber que hay gente en el mundo con ganas de ayudar a un completo desconocido cuando éste lo necesita.

Tan solo había perdido media hora exacta, aquello no repercutiría en la hora de llegada, puesto que ya había previsto que algo así podría suceder, siendo esto más probable cuantos más kilómetros hubiese recorrido. Esto, unido al cansancio físico, me había llevado a incrementar el tiempo esperado en el repostaje. Me explico, si en un principio había calculado diez minutos en cada gasolinera, a los doscientos kilómetros había calculado con valor de 15 minutos, de esta forma, estos 5 minutos extras de cada parada se irían acumulando para un merecido descanso o simplemente un incidente como el del reventón. Luego en definitiva, aquel triste suceso se podría camuflar entre estos minutos extras. Había previsto que a las 16,00 horas, debía estar en Baracaldo y estaba totalmente resuelto a hacerlo.

Tras partir desde Burgos, la carretera se cobró un plus de peligrosidad, ya no eran dos carriles para cada sentido, sino uno y repleto de camiones. Era desde luego el tramo que más temía, los camioneros más tacaños, circulaban por allí por ahorrarse unos cuantos duros (entonces no había euros) y no pagar así el peaje de la autopista. El día se había despejado por completo, aunque una suave brisa me recordó que aquel jersey verde de lana, lo había traído por algo, y es que estaba cerca del puerto de la Brújula, un sitio friísimo, donde en invierno caían unas pelonas de infarto. Pero paradójicamente, aquel invierno había sido bastante suave y sobre el valle comenzaba ya en estas fechas, a reverdecer los pastizales. Pueblecitos de piedra aparecían tras las lomas, en un paisaje inhóspito, creando un ambiente puramente medieval. Si no fuese por aquellos camiones ruidosos, aquello hubiera sido como un viaje a través del tiempo, desde luego hacia el pasado, por que aquellos habitantes, parecían sumidos en la más silenciosa soledad. La monotonía de los días, se debía hacer presente con el cantar del gallo al amanecer y el brillar de la luna en las noches claras.

Kilómetro a kilómetro y bajo la protección de un gran camión, paradójicamente también de Telepizza, pasé el puerto de la Brújula, adentrándome en una región de pueblos austeros, que bajo el nombre de Bureba, dominaban la antesala del famoso desfiladero de Pancorbo, ya antes mencionado. Este tramo se hizo bastante ameno, en parte gracias a las curvas, que provocaban una mayor sensación de velocidad. De esta forma, no tarde mucho en llegar al desfiladero y entender en verdad, lo que era haber curvas. El Sol se escondía entre aquellos peñascos grises, dando un mayor negror a las rocas; sentí una sensación de profundidad, como si me hallase en lo más hondo de una gran sima y desapareciese en cada túnel. Recordé por momentos la primera vez que pasé por allí, era a principios de verano y los campos de cereal de Castilla arrojaban un color dorado que resultaba incluso cegador a la vista. El amarillo imperaba por doquier, hasta que el coche de mi padre surcó Pancorbo, al salir fue como entrar en otro mundo, todo era mucho más verde, parecía increíble que en tan pocos kilómetros el paisaje diese un giro tan inesperado; y es que la influencia del Cantábrico ya no estaba tan lejos.

Debía estar atento, en pocos kilómetros debía coger la CL-625, hacia Santa Gadea del Cid, para después cruzar el río Ebro a la altura de Puentelarra, desde donde partiría hacía la coronación del famoso por sus curvas y pendientes, puerto Orduña. Pero antes me aguardaría una sorpresa que más de uno le dejará estupefacto.

Al coger la comarcal leí un cartel que decía: “Bilbao 87 Km.”, desde luego estaba cerca, muy cerca de conseguirlo. Aquello volvió a subirme la moral hacía lo más alto y volví a recordarla, imaginé su rostro al verme y comencé a pensar sobre todo lo que tenía que contarla, eran tantas cosas y tan poco tiempo, que no había ni un segundo que perder. Deseaba que llegase ese momento en el que estuviésemos a solas, como en el pueblo, bajo esa luz tenue, lanzando frases inocentes que no llevan a ninguna parte, pero que tienen tanto significado tras de si, que a veces no hace falta ni llegar a pronunciarlas.

En algún punto indeterminado de aquella comarcal, paré como estaba previsto a repostar el vespino. Allí apareció un hombre de mediana edad, que ya de lejos me pareció de rasgos afeminados, yo no le di demasiada importancia, pues sería una actitud totalmente intolerante por mi parte, juzgar a una persona simplemente por eso; es más, os aseguro que yo no tenía, ni tengo, ningún prejuicio con el colectivo homosexual. Pero la historia que ocurriría a continuación me sacó de mis casillas. El gasolinero, muy dicharachero, sacó una conversación que apenas recuerdo, así entre frase y frase volvió a salir el tema del viaje ante la pregunta ineludible, que una y otra vez me habían preguntado. -”¿Y de dónde vienes con esto?”-, la respuesta, cayó de forma automatizada y como era de esperar, quedó sumamente sorprendido, haciendo un gestó muy femenino al taparse la boca con la mano. Aquel individuo, estalló de felicidad y ahora el sorprendido era yo, al verle con aquel careto y soportando a la vez montones de piropos, que hicieron que me pusiera rojo como un tomate de vergüenza ajena. Decidí romper la conversación con un -”lleno, por favor”-, pero aquel tipo seguía hablando si parar, por lo que me dispuse a abrir el depósito y ha echar el aceite, para ver si cogía la indirecta de que tenía prisa, pero, ante aquella situación, en la que yo estaba allí agachado, el debió de coger otro tipo de indirecta y puso su mano en mi trasero. En aquel instante, los nervios se pusieron a flor de piel y movido por un instinto de autodefensa, me giré dándole un puñetazo, arranqué la moto rápidamente, aprovechando el momento de conmoción por el que él pasaba y con la tapa del depósito envuelta en mi puño, me alejé de allí asustado. Cuando estaba a un distancia suficientemente lejana como para no verle, detuve la moto en la cuneta, el librillo de autoayuda no decía nada sobre agresiones por homosexuales, pero creo que había hecho bien yéndome lo antes posible. Me había salvado de las garras de aquel orangután afeminado, pero ahora, además del susto, tenía un problema añadido, el depósito tenía más aceite que gasolina y la moto no hacía más que sacar un humo blanquecino y petardear. Aquello no era peligroso para el motor, pero sin embargo engrasaría la bujía y posiblemente me tocaría cambiarla, en definitiva, más pérdida de tiempo. Aun así decidí seguir hasta un pueblo cercano, que creo recordar que era Puentelarra, donde el Ebro hacía las veces de limite provincial entre Burgos y Álava.

Una vez más, la suerte estaba de mi lado, el ángel protector que en Burgos me había obsequiado con una empresa de reparación de neumáticos, ahora me obsequiaba con una gasolinera en Puentelarra, donde solucionar aquel problemilla. Ya estaba por tanto en el País Vasco, aunque solo temporalmente, ya que un poco más al Norte, entraría otra vez en tierras burgalesas, hasta que el límite entre la vertiente cantábrica y la mediterránea, que coincidía justamente en el puerto Orduña, me metiese de lleno en Euskadi.

Con el depósito a rebosar y rumbo al Norte, crucé por una zona que me trajo gratos recuerdos, los pueblos de Espejo, Tuesta y Salinas de Añana, todavía seguían grabados en mi cabeza, aunque hacía ya nueve años que no escuchaba aquellos nombres. Todo ocurrió en un campamento de verano, al que mis padres me mandaron cuando tenía tan solo ocho años, allí hice buenos amigos, de los que después no volvería a saber nada, pero que en cambio recordaría durante el resto de mi vida. Me llegó a la mente de pronto, la imagen de un río y una gran pradera, donde todas las mañanas nos bañábamos y donde llegamos a hacer innumerables juegos, tales como un concurso de natación, otro de haber quién aguantaba más debajo del agua, un puente con cuerdas y en definitiva ese tipo de juegos que te divierte a esa edad. Pero curiosamente lo que mejor recordaba era la imagen grabada de un río, en uno de esos días calurosos del mes de agosto, en los que el sol se asomaba tímidamente entre las hojas de los árboles, creando una gama de colores que iba desde el verde apagado del río, hasta el más vivo y claro, verdor de la pradera. Recordaba como los rayos de sol bailaban al son del movimiento de las hojas, y allí, tumbado entre verde y verde, y con la vista perdida entre aquellas hojas, parecía como si estuviese echando un vistazo a través de un calidoscopio. Creo que ese tipo de imágenes son de las que nunca se olvidan y nos sirven al recordarlas, para darnos cuenta del tipo de vida que llevamos en nuestro rutinario día a día cosmopolita.

Aquel río del que os hablo, acababa de cruzarlo, era el “río Omecillo“, de cuya vera no me separaría todavía en unos cuantos kilómetros. Aquel valle me conducía directamente hacía Berberana, provincia de Burgos, pueblo, que aunque pequeño, era de los más importantes de la zona. A partir de allí la cosa cambiaba, una pequeña ascensión me conducía hacía el puerto, pero lo malo no estaba en la cara sur, sino en la Norte.

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El ascenso estaba completado
El puerto Orduña estaba frente a mí, con tono desafiante, como invitándome a una última prueba a cambio de dejarme pasar a Euskadi. Había oído que aquel puerto pertenecía a ese listín de los que merece la pena evitar, que sus pronunciadas pendientes, con hielo y nieve, habían obligado en innumerables ocasiones a cortar su acceso, pero desde luego, aquello no me iba a detener en mi empeño por verla aquel mismo día. Así que aceleré y entre curva y curva fui ascendiendo lentamente. La carretera era estrecha y con baches, además, parecía que era el único que había pasado por allí en mucho tiempo, es más, recuerdo perfectamente que en aquel tramo no se cruzó ni un solo coche. Supuse que había llegado a lo alto, cuando vi un cartel oxidado que decía: “Puerto Orduña 900m”. Puede que no fuera una altitud considerable, el pasado puerto de Somosierra, con sus 1.404, lo superaba, pero desde luego no tenía el cortado que éste en ninguna de sus caras. Bajo mis pies, desde una especie de mirador, presidida por un cartel verde que ponía: “EUSKADI-ARABA”, se abría un valle cantábrico, que exhumaba verdor por los cuatro costados, era el valle del rió Nervión, que poco más allá se convertiría en ría, la “Ría de Bilbao”. Con la emoción no me había fijado en un cartel que colgaba justamente debajo, me sobresalté, era un cartel blanco con un rotulo rojo que decía ATENCIÓN...obras, -¿obras?- pensé preocupado, ¿y si la carretera estaba cortada?. Pensar en aquella posibilidad me produjo una punzada en el estómago. Aquello no era posible, antes de salir había mirado en el teletexto de mi casa todas las carreteras que se encontraban en obras y la CL-625 no era una de ellas, pero había cometido un error. Aquella carretera cambiaba el nombre en cuanto cruzaba al lado vasco y pasaba a llamarse BI-2625 y aquella carretera si que figuraba en obras, -¡craso error!-.

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Límite provincial - Pto. Orduña

Al acercarme hacía el cartel, puede observar que se trataba de mejoras en el asfaltado, pero por suerte no estaba cortada, el único inconveniente era que había trozos en los que la pista era de tierra, sin asfalto y para colmo, con pendientes de hasta un 15%. Todo un reto, sobre todo en el camino de vuelta. Si la carretera hubiera estado cortada, el trastorno hubiera sido considerable, ya que tendría que haber hecho un rodeo de unos 25 Km., accediendo a Bilbao por el puerto de Angulo. Hubiera preferido bajar aquel barranco con la moto a cuestas, que dar tal rodeo, os lo aseguro.

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Escarpado descenso del Pto. Orduña

Me sorprendió el paisaje que se divisaba desde aquella tortuosa carretera, se podían distinguir todas las tonalidades del verde. Al cruzar un pequeño hayedo, me asombré al ver las hayas floridas, ya que la hoja de estos árboles no suele salir hasta bien entrado mayo, pero como ya he dicho, este invierno había sido bastante benigno y la primavera comenzaba a hacer acto de presencia. A lo lejos distinguí la inconfundible silueta de los pinos de Monterrey o también llamados pinos insignes, unos árboles de gran porte traídos desde California. Su tonalidad oscura, contrastaba con el verde claro de las hayas, que junto con la diversidad del verde de los pastos, lograban esa gradación de colores de la que os hablaba. El cielo, de un azul intenso, era de todo, lo que más me extrañaba, pues no había que olvidar que me encontraba muy cerca del Cantábrico y allí la lluvia suele hacer acto de presencia día si y día también.

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"Verde que te quiero verde". Desde el Pto. Orduña

Al bajar el puerto, atravesé unos llanos, hasta que dejé atrás el pueblo de Orduña, internándome en la vera del Nervión. Mi próximo destino era Amurrio, donde una vez más debía repostar. En aquel valle los pinos Monterrey cubrían montañas enteras, aunque aquello no eran en verdad bosques, sino más bien cultivos de árboles que daban una sensación de extraña de espesura. Estos pinos lo plantaban con la única finalidad de cortarlos años después para pasta de madera, su crecimiento rápido le habían convertido en el árbol ideal para estas labores, pero tristemente había sustituido a los antiguos bosques cantábricos de hayas y robles, hasta tal punto que el 80% de la superficie arbolada de la ya cercana Vizcaya, pertenecía a estos árboles. Es curioso ver como la demanda industrial que revolucionó estas tierras hacía ya muchos años, había mermado la hermosura de sus bosques, transformándolos según la demanda de las nuevos tiempos.

Una vez llegué a la gasolinera de Amurrio, noté que el gasolinero me miraba con cara extraña. En un principio no supe el por qué, pero cuando fui a echar el aceite, esta vez con mucha precaución, miré de lado y caí en la cuenta de que llevaba pintada una pequeña bandera de España en la rejilla de una tapa de plástico. Ni siquiera había recordado que aquello estaba allí, es más, la bandera no la había puesto yo, sino César, un pintor que mi padre tenía por aquel entonces en el taller. Creyó que me haría ilusión aquel detalle, pero la verdad es que por mucho que yo quiera a mi país, la simbología nunca había sido de mi agrado, España, para mi no era una bandera de dos colores y tres franjas, sino cada pueblo, cada persona, cada uno de los bosques, llanos, ríos y montañas que me transmitían esa sensación tan especial y única. El aroma de los guisos en las calles de un pueblo empedrado o aquellas chimeneas humeantes en las tardes de invierno, eran en verdad el aroma de España, y su imagen, algo así como el sol a escondidas entre los trigales secos del verano, a la vez que las montañas se levantan a lo lejos, creando esos dulces contrastes que tanto abundan. Y sin olvidar su sabor a mar, desde los bravos oleajes y tardes frescas del cantábrico, hasta el calor de las playas de levante, con mares turquesas vigilados por pueblos de blancas paredes.

No entendía por qué aquella bandera era sinónimo de frontera. En mi opinión las fronteras eran una de las peores invenciones del hombre, habían creado la figura del extranjero y odiaba hasta la saciedad aquella palabra, era incluso un termino despectivo en mi opinión, excluyente, jamás en mis viajes a Francia me había gustado la idea de considerarme un extranjero. Yo era un ciudadano del mundo, un ser humano más entre otros muchos, ni mejor ni peor que nadie, y de eso estaba totalmente convencido.

Con disimulo, saqué un royo de cinta aislante que tenía guardado en la mochila y con ello tapé la bandera. No tenía ganas de problemas y mucho menos ese mismo día, que para más inri, Herribatasuna había declarado como “día de lucha callejera”.

Llodio, esperaba río abajo, aquel era un destino importante, no solo por ser el último pueblo de Álava, antes de entrar en la provincia de Vizcaya, sino porque era donde tenía programado comer, pero más aun porque ser el lugar que había elegido, desde donde llamarla y anunciarle por primera vez mi visita. Para mi sorpresa, aun entre tanto incidente, llegué al destino unos 15 minutos antes de lo esperado, eran las 13,45. El sistema anteriormente citado de la espera en gasolineras, había funcionado a la perfección. Ahora tocaba comer tranquilamente, que merecido lo tenía, buscar una cabina, ya que en aquella época no había casi móviles, y llamar a todos mis amigos para decirles que todo iba viento en popa. Finalmente debía llamarla a ella, explicarle dónde estaba y quedar en un sitio concreto.

Cuando escuchó la palabra Llodio, actuó con total normalidad, pensando que me refería a alguna calle de Madrid, pero cuando se dio cuenta de la realidad, se quedó muda, como si no supiera lo que decir y entre tanta sorpresa, quedamos a las 16:00 horas en la “Plaza de los Fueros” de Baracaldo.

Una vez más, había calculado al alza, una hora para comer y llamar por teléfono y otra para llegar hasta Bilbao, cruzar el caos circulatorio de sus calles y encontrar en Baracaldo el lugar dónde encontrarla. Me sobraba tiempo, así que me lo tomé con calma. El Nervión se estrechaba por momentos y la carretera zigzagueaba de extremo a extremo del valle, hasta que divisé la autopista del Cantábrico, la cual se dirigía a Santander. Según los mapas debía cruzar por debajo, a la altura de Basauri y continuar hasta alcanzar la N-634, para después una vez en Bilbao y guiado por la ría, continuar hasta Baracaldo.

Debo reconocer que mi sentido de la orientación en las ciudades es pésimo, así como en los centro comerciales, grandes naves industriales, etc., siempre por norma general, acababa perdiéndome, dando vueltas como un tiovivo, sin saber para donde ir y buscando desesperadamente un “segurata” que me indicase la salida. Si ya de por si Bilbao es un caos, se juntó el hambre con las ganas de comer y de una forma totalmente incomprensible termine dirección Santander, como si no hubiera tenido bastante con llegar hasta Bilbao. Pero lo peor de todo no era eso, sino que iba por una autopista y como ya os he dicho, está prohibida la circulación de ciclomotores por tales vías. Me había convertido en un personaje muy peculiar, era un viajero, que venía desde Madrid en un vespino y además circulaba ilegalmente por una autopista. ¿Qué iba ha pensar de mi la policía si me paraba?. En aquél momento, observé por el retrovisor, que una moto roja circulaba detrás mía, con un tipo de aspecto extraño, que vestía a juego con la moto. Sin pensármelo dos veces, aceleré a tope, quizás para que viera que aunque era un vespino, también andaba. Miré de nuevo y vi que él también aceleraba, -¡se ha “picao”!-, pensé, y al poco me pasó a toda velocidad, junto con otra moto que no había visto. El caso es que no eran dos motoristas cualquiera, sino la Ertzantza. Al pasar a mi lado me fijé en los pirulos y caí presa del pánico al pensar que iban a pararme, ¿qué historia les iba a contar?, que venía desde Madrid para ver a...

Por tercera vez la suerte había estado de mi lado, el ángel protector debió interceder entre la policía y yo, pero el susto me lo había llevado igualmente. Ahora el mismo ser divino, me había puesto una salida que decía “Bilbao Centro” y la sensación de estar haciendo algo ilegal desapareció al instante, estaba salvado.

Era la primera visita que hacía a Bilbao, siempre había oído que era una ciudad industrial, que no merece la pena visitar. Pero aunque el motivo de mi visita no era precisamente juzgar la arquitectónica bilbaína, no pude resistirme y observar el ir y venir de sus calles. Había leído en algún sitio, que al ciudad derrochaba un extraño aire inglés y la verdad es que había algo muy particular en la estructura de sus edificios, así que decidí atribuirlo a esta última idea. Desestimé el concepto de un Bilbao horrible, totalmente industrializado, aunque estaba de acuerdo en que era ciertamente gris, algo triste yacía en sus calles, contrastando con el ambiente de “chiquiteo”, propio de su casco viejo. Desde luego no tenía nada que ver con su vecina San Sebastián, para mí la ciudad más bonita de España, pero nunca me había gustado entrar en comparaciones, cada ciudad tiene algo especial, lejano a la belleza, que la hace única e inigualable. Es algo así, como una identidad propia que despierta una sensación muy particular, que otros sitios, por bellos y atractivos que sean, no logran, pues no es tan importante la cantidad de monumentos, ni la arquitectónica de sus edificios, como el sentir de la gente al pasear por sus calles.

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La prueba del delito

Aunque no recuerdo muy bien el nombre de las calles, creo que terminé de nuevo en la N-634, la nacional que recorre todo el Norte. De una forma u otra, cruzando la ría de aquí para allá, me pasé Baracaldo y terminé en Santurce. Allí estaba el mar, bravo, indomable, tan infinito como comenzaba a ser aquel viaje. Aquella sensación llega incluso hasta estos días, recordando la extraña presencia de un abismo en el camino. Era difícil asimilar que estaba solo ante un azul que se fundía en niebla, como lo era comprender todo el camino recorrido, cada una de las bifurcaciones, cada uno de los bosques, pueblos y ciudades, que habían quedado atrás. Con 440 kilómetros a mis espaldas, podía estar en muchísimos sitios, Santander, Alicante, Lérida,....., pero no, estaba en aquella ciudad vasca y por un motivo que pronto tardaría en desvelar.

Un nerviosismo expectante, se apoderó de mi. Aquel momento tan esperado, estaba ante mis narices e intentaba serenarme para disfrutar al máximo de aquella situación tan especial. Sobre un puente, en la orilla opuesta de Baracaldo, me quedé contemplando la ría, sus barcos, grúas y un lejano puente de hierro, “El Puente de Portugalete” o también llamado “Puente de Vizcaya”. Esperé a que se acercase la hora, ya que había llegado demasiado pronto, eran las 15,20, todavía quedaban 40 minutos y al parecer la “Plaza de los Fueros” debía ser un lugar fácil de encontrar, pero no fue así. En mi mente, Baracaldo pasó a llamarse “la Ciudad del Caos”. Nunca antes había visto un carril reversible hasta que llegué allí, al parecer una semana estaba en un sentido y otra en otro. Calles estrechas, edificios todos iguales y un ambiente cuadriculado, hicieron que parte de los kilómetros totales del recorrido se disparasen dando vueltas en circulo. Llegó un momento en que sabía perfectamente donde estaba la famosa plaza, pero me era imposible acceder a ella, las calles me desviaban de un lado a otro y cuando parecía que llegaba, una señal circular roja con rectángulo en blanco, me cortaba el paso. Así que terminé por meterme en dirección prohibida, empujando mi moto en una pendiente. Y ante tanto sofoco, maldiciendo aquel caos, apareció ella corriendo hacia a mi calle abajo.

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La auténtica protagonista del viaje en algún lugar entre Baracaldo y Bilbao

Estaba tal y como la recordaba en aquel lugar perdido del pueblo. El pasado se fundió con el presente y mezcle en mi mente ambos momentos, los dos habían marcado esta relación y eran ese tipo de sensaciones los que me habían obligado a seguir mi camino. A su lado, le acompañaba una amiga, que parecía más sorprendida que ella, pero ninguna de las dos me miraba a mi, sino a mi moto. Sus pensamientos reflejaban las palabras “¡no puede ser, con eso no puede ser!”. Lo primero que me dijo fue: -¿has venido con esto desde Alcalá?, a lo que yo contesté orgulloso -¿y por qué no?-. Su rostro se tornó en preocupación, como si un sentido profundo de responsabilidad se apoderase de ella y estuviese hablando con alguien que no sabía lo que estaba haciendo. Pero por contra, ese alguien, que soy yo, creía saber muy bien el sentido de aquel viaje.

Ella me contó, que no podía quedarse mucho tiempo, tenía que irse a un coro o algo así, me acompañaría entonces hasta una cafetería, donde debería esperarla hasta que regresase, y así lo hice. Solo y lejos de casa, esperé durante casi dos horas, con un triste café entre mis manos. Aquel líquido reflejaba mi rostro en un grabado oscuro, preguntándome qué demonios hacía allí. No comprendía como después de tanto esfuerzo, estaba solo ante tantos desconocidos, en un lugar apagado y gris del corazón de una gran ciudad, pero lo peor era que jamás había sentido la soledad tan de cerca. Nunca antes me había sentido tan fuera de lugar, tan apartado del mundo. Aquellos refranes que hablaban del esfuerzo como medio para conseguir lo que se quiere, estaban en entonces lejos de la realidad, pero aun así, esperé con paciencia su regreso.

Tal y como me había dicho, regresó, dejándome un rato con la amiga que la acompañaba, mientras ella resolvía no se qué cosas pendientes. Procuré ser lo más simpático que pude con aquella desconocida, tenía la impresión de que me consideraba a primeras “el loco de la moto” y yo no estaba dispuesto a permitir eso. Así que la miré a los ojos y me dispuse a ser el ser más sincero del mundo. Noté que su conversación se centraba principalmente en saber si aquello era cierto, si no era un farol, pues al parecer costaba bastante creer de dónde venía con lo que venía. Su amiga pareció creerme, lo sentía, aunque aquello no me ayudaba nada, yo no había llegado hasta allí para que creyesen o no, sino para verla a ella, cosa que hasta ahora no estaba haciendo. Esos momentos que había imaginado, ni en el peor de los casos se estaban aproximando a la realidad, y es que la realidad siempre supera a la ficción.

Por fin llegó, con mil preguntas terminé conociendo a todos sus amigos. De los cuales, sabía perfectamente que ninguno creía de donde venía, pero no me importó, por lo que ni siquiera di pie, a ninguno de ellos, al debate. Procuré ser lo más cortés posible, sin profundizar en nada, pensando a la vez y con todos los medios, cómo crear un momento a solas entre ella y yo. -¿Quieres dar un vuelta en la moto?- le pregunté, -¡venga, sube que te llevo!-, y gracias a aquella idea, ambos nos perdimos entre las calles de Baracaldo. Aquel si que era el momento que había imaginado.

Parados enfrente de la ría, la miré a los ojos, estos no brillaban como antaño, su mirada esquiva me hizo ver claramente que aquellos sentimientos del pasado habían muerto. De alguna forma intuí, que había una persona nueva en su vida, y yo, inevitablemente pertenecía al pasado. Quizás en otra ocasión, una desilusión tan grande, me hubiera hundido en lo más profundo de mi ser, pero sorprendentemente, me sentí de pronto tan cansado, que no quise ni tan siquiera pensar en lo que sentía. El viaje había acabado, mi visita tocaba a su fin, el reloj marcaba las 20,00 horas y yo tan solo era un mal entendido en una discusión de pareja.

Desde luego me equivocaba, el viaje no había acabado aún, puede que los motivos que me había empujado en un principio a surcar las carreteras de media España, estuvieran ya bajo tierra, pero aún quedaba una larga vuelta, con un inmenso malestar y el cansancio físico de quien acababa de perder todas sus ilusiones. Supuse entonces, que el regreso sería largo y crudo. Es más, sin la moral, artífice indispensable que me había empujado hasta aquellas tierras, ¿cómo sería capaz de regresar sano y salvo?.

Volví a perderme una vez más a la salida de Bilbao, si no hubiera sido por una pareja de la Ertzantza, que amablemente me indicó el camino hacia Orduña, no quiero imaginarme donde hubiera acabado. Me imagino que pensarían algo así como: -Y este chico, ¿va hasta Orduña con eso?-. Ciertamente si, pero por suerte o por desgracia el viaje no acababa allí. Esta vez ni el paisaje ni las gentes despertaron mi curiosidad, mi mirada seguía fija y perdida en el horizonte, pero no en aquel por el que se oculta el Sol, sino uno muy lejano, en el que el desconcierto comenzaba a hacer acto de presencia, como no asimilando la avalancha de sensaciones recibidas en tampoco tiempo.

Las líneas blancas de la carretera pasaban como en un rollo de película muda, intermitentes, silenciosas, sin pausa y sin marcha atrás. Allí, tras esas líneas que quedaban a mi espalda, estaba ella, por momentos más lejos, como inalcanzable sueño del que acababa de despertar. Aquella historia, inevitablemente había tocado a su fin, pero un sinfín de tierras me aguardaban, era como una especie de retorno tergiversado y surrealista, que no tenía más remedio que enmendar, como víctima de mi grave error.

Quizás fue el estado emocional en el que me encontraba inmerso, el causante de que hoy por hoy no pueda describir con exactitud, lo que ocurrió hasta mi llegada al pueblo de Orduña. Pero no obstante, recuerdo perfectamente el ascenso del puerto, esta vez por el peligroso lado vasco. Las pendientes de hasta un 15%, impidieron al vespino, superar una velocidad máxima de unos 40 Km/h. Pero a pesar de mi lentitud, la cúspide me albergaría un regalo tan inesperado como especial.

Una vez más, solo y confundido, traté de encontrar un momento para aclarar mis ideas, y que mejor lugar que aquel mirador sobre el puerto, colgado sobre un cortado. Mientras la noche caía en penumbras, miré al Norte, siguiendo aquella hilera de luces que se perdía en el horizonte, oscuro por las montañas y los bosques, como dando un ultimo adiós a todo aquello. No se cuanto tiempo estuve allí, absorto ante en el infinito, pero fue el suficiente para darme cuenta de algo, de lo que hasta ahora no había sido consciente.

La brisa del mar había desaparecido, para dar paso a una leve corriente que se deslizaba bajo mis pies, valle abajo. Las hojas de los árboles resonaron, pero ni eso, ni el Camino de Santiago que se abría sobre aquel techo de estrellas, me distrajo lo más mínimo. Permanecía atento a la respuesta del destino, que me abriría los ojos al instante. Aquel viaje, no había sido en vano, había sido una cruzada en busca de la verdad. El descubrir la verdad sobre ella, no solo había sido un logro importante, pues ahora, de repente, por increíble que parezca, sabía perfectamente que no sentía absolutamente nada por ella. Automáticamente pasó a ser fruto del pasado, una experiencia más entre otras muchas que nos da la vida. Pero el viaje en sí, no era una mera experiencia, eran muchísimas en poco tiempo, era una tormenta de conocimientos y sensaciones nuevas, era algo que cambiaría mi visión del mundo. Ya no observaría los bosques como lo hacía antes, sino que vería en ellos algo mágico, especial y único, que los diferenciaría de todos los demás. Lo mismo ocurriría con los pueblos y sus gentes, con los mares, los ríos y sus colores azules y verdosos. El verde ya no sería jamás esa mezcla de colores entre el azul y el amarillo, sino que se convertiría en una sensación entre las miles de gradaciones de colores que guardaba en mi interior. Aquello, era sin lugar a dudas lo más importante de aquel viaje, puede que estuviese solo, pero todas aquellas sensaciones, me habían enriquecido como persona. El viaje convertiría mi vida en un antes y un después.
Lejos de las dudas y con la mente en claro, giré bruscamente la cabeza y como recobrando las fuerzas, dirigí mi mirada hacía el sur, pronunciando la palabra: -Burgos-. Y así, a toda velocidad, descendí hasta Berberana, Puentelarra y Pancorbo. Hasta que al llegar al puerto de la Brújula, el cansancio comenzó a pasar factura. Por más que lo intentaba, no podía mantener los ojos abiertos, paraba frecuentemente por miedo a quedarme dormido y aparecer en la cuneta o lo que es peor, en el fondo de algún barranco. Por otro lado, un dolor de espalda producido por la postura de conducción, curiosamente me ayudó a no conciliar el sueño con tanta facilidad. Supuse entonces que el retorno sería largo y aburrido, siendo el verdadero protagonista, un frío congelador y estepario que habitaba la meseta.

Las paradas obligadas eran las mismas que en la ida, los mismos puntos de repostaje, pero curiosamente, en ninguno las mismas personas; no me crucé con nadie dos veces. Mi desahogo, era hablar con todo aquel que se cruzase en mi camino, intentaba que las conversaciones perdurasen al máximo, siempre y cuando, claro está, no llegase a parecer un pesado. Pero en las asoladas noches burgalesas, abundan los gasolineros solitarios, que añoran el diálogo sobre disparatadas historias de extraños viajeros. No siendo ni uno ni dos, los que se asombraron al escuchar mis aventuras y desventuras, pero tampoco faltó quién tomándome por loco, evitó por educación, soltar una carcajada ante las inconcebibles peripecias que llegaban a sus oídos. Quizás, el sentido de aquellas conversaciones fuera cubrir ese vacío y esa soledad, que sentía aun tan lejos de mi casa.

Como una reunión de luciérnagas, Burgos apareció en el horizonte y un cartel me advirtió que para Madrid todavía quedaban 236 Km. -¡Bueno, no son tantos!-, exclamé irónicamente. Llevaba a mi espaldas más de 600 Km., por lo que unos pocos más no me harían daño. Pero el cansancio, era cada vez más palpable. La temperatura, si ya de por si era baja, ahora caía en picado, y ni la acumulación de jerséis, ni mi “chaqueta cortavientos“, parecían ser suficiente coraza para combatir a aquel enemigo silencioso.

Reconozco que este tramo, cruzar la meseta Norte, fue el más duro de todos, todas las inclemencias que os he descrito, parecían fundirse en una, como en un complot para boicotear mi empeño. El sueño era inaguantable según pasaban las horas y los descansos más prolongados. A todo esto, añadir una leve avería, la cadena de los pedales del vespino se rompió. Esto no influía para nada en el mecanismo de la moto, pero debería arrancarla al empujón y no de una pedalada. Además, más valía que no me quedase sin gasolina, sino, el hacer del vespino una bicicleta no iba a valer para nada.

Serían las doce de la noche, cuando en algún lugar de Castilla, paré a cenar, y como no, a repostar. Recuerdo que era un sitio acogedor, lleno de camioneros y la mayoría de ellos parecían conocerse entre sí. Alguien, se me acercó por la espalda y con voz ruda, me preguntó: -¿De dónde vienes con esto, chico?-. No me atreví a soltar directamente la verdad, y con una sonrisa tímida conteste, -de bastante lejos-. Él pareció darse cuenta de que la pregunta había sido demasiado directa y quiso rectificar. -No hombre, como te veo tan cargado-, dijo mientras miraba todos los artilugios atados con pulpos. -”¡Uhmm!”, tienes la moto bastante bien cuidada, ya quisiera que mi hijo la tuviera igual, es un desastre, cuando no gripa el motor, se cae y rompe el carenado, y luego, quién paga ¿eh?-. Parecía un buen hombre, seco pero campechano, la imagen ruda de un camionero, en realidad un viajero al igual que yo, acostumbrado a tantas horas de soledad, que parecía acostumbrado a curarlo todo con la medicina del diálogo. Así, de una manera totalmente inesperada, terminé comiendo con unos completos desconocidos, todos ellos camioneros, claro está, pero aunque les unía el nexo de la profesión, cada uno era un mundo diferente. Uno de ellos era catalán, con un acento muy cerrado, a mi me pareció de algún rincón perdido de Gerona, otro era gallego, dado a las carcajadas ruidosas y al humor particular de su tierra. El tercero era vallisoletano, la persona de la que antes os hablaba, que me presentó al resto. Parecían conocerse desde hacía años y hablaban entre ellos de mil batallas, que escuché con atención, accidentes, coches temerarios, camioneros legendarios y algún que otro burdel, llenaron las mil anécdotas de la sobremesa. Pero llegó el momento en que mi amigo “el vallisoletano”, único conocedor entre ellos de mi viaje, decidió romper el silencio que envolvía a los demás sobre mi persona. Debían estar preguntándose, quién demonios era ese chiquillo, que no quitaba el ojo a aquella vespino. Ante el asombro reinante, me sentí intimidado, aquellas miradas fijas, no sabían que responder a las palabras sonrientes de aquel hombre, que soltaba una historia tan insólita como si tal cosa. Parecían estar examinándome con la mirada, como preguntándose si se trataba de un pirado, o de una locura de juventud. Cuando el castellano hablo de una chica como centro de aquella historia, fue como si dijera la palabra clave para no hacer saltar las alarmas. El loco chiflado del vespino, paso a ser un loco enamorado que surcaba las carreteras en busca de su amada, una imagen muy romántica, pero que ya no se correspondía con la realidad. Las caras de póquer, se convirtieron en caras de comprensión y ánimos, con sabios consejos, que ayudaron a pasar aquellos momentos y hacer de alguna forma, un paréntesis en el viaje.
Con sus anécdotas y las mías, pasamos el tiempo, a la vez que corrían las cartas sobre la mesa, después de un tute tras otro, mientras fuera caía la helada, y yo, ya no sentía tan de cerca aquella fría soledad.

Me alejé sonriente de aquel restaurante, mientras me adentraba poco a poco en la oscuridad de la noche. Aquella, había sido una experiencia bastante gratificante, un desahogo muy oportuno diría yo. La luz del vespino, escasa, alumbraba incesantemente un pequeño trozo de aquel arcén azabache, mientras yo seguía recordando las historias contadas por mis amigos los camioneros. Distraído, algo me sobresaltó de pronto. En la oscuridad, una sombra pareció moverse, -¿un animal?-, me pregunté alarmado, porque sabía perfectamente que lo tenía encima y no me daría tiempo a frenar. Era uno de momentos, en los que en tan solo décimas de segundos, pasan todo tipo de pensamientos por tu cabeza. ¿Qué demonios era aquello que estaba a punto de atropellar?. La luz del foco alumbro, lo que a mi me pareció unos pantalones vaqueros, ¡era un hombre y estaba a punto de pasarlo por encima!. ¿Pero qué rayos hacía un hombre en medio de una autovía, tan lejos de la civilización y solo con el frío de aquella noche?. Creo, que él también se preguntaría, qué hacía un tío con un vespino a toda velocidad, por aquellos lugares. El caso es que sorprendido se lanzo a tiempo a la cuneta, mientras yo inclinaba mi moto hacía el lado contrario, y así, por milímetros, nos salvamos de un desgraciado accidente. No entendía muy bien que hacía un autostopista en aquel lugar y aquellas horas, pero desde luego no me iba a parar a comprobarlo, había escuchado demasiadas historias, en las que el buen samaritano que paraba, nunca salía bien parado, y es que abundan tantos locos en la carretera...

Según me recuperaba del susto, aquel fastidioso sueño, volvía a atacarme, estaba deseando llegar a un área de servicio, donde poder tomar un café caliente, descansar un poco y continuar mi camino. Pero los indicadores parecían no inmutarse, los kilómetros, quedaban atrás lentamente, uno tras otro, en un sinfín de horas muertas. Me resultó verdaderamente difícil seguir despierto y ganar la batalla al sueño. Pero al fin, pude vislumbrar las luces de una gasolinera-restaurante en el lejano horizonte. En aquellas horas de la madrugada del domingo 27, se estaba celebrando una boda en aquel remoto lugar. El aparcamiento, estaba completo con todo tipo de coches de lujo, así que tuve que aparcar entre dos coches. -Ahí estaba mi vespino, codeándose entre un mercedes y BMW-, pensé con una sonrisa de oreja a oreja. Dentro del restaurante, que para mi decepción no tenía nada abierto para tomarse un café, se oía un gran alboroto, con música, gritos de “¡vivan los novios!” y todo ese repertorio de sonidos de copas de cristal, típico de un brindis o del borracho, que ya a estas horas, comienzan a caérsele las copas. Yo, ignoré todo aquello, apoyándome en una columna de una especie de soportal, sin perder de vista mi moto, hasta que casi consigo quedarme dormido de pie. En aquel instante, la puerta del restaurante se abrió de golpe y me incorporé sobresaltado. Un hombre, de mediana edad, con el aspecto de no saber andar en línea recta, se acercó a mi y me preguntó. -”Buenas noches”-, “-muy buenas”, respondí echando la cabeza hacía un lado, intentando evitar aquel aliento a alcohol. -”Mire, es que resulta que mi mujer, que está ahí dentro, tenía un bolso rojo”-. Mientras aquel hombre hablaba, lo miré con extrañeza, como no comprendiendo por qué me estaba contando todo eso. “ -Y bien, como le iba diciendo, éste bolso que le digo, lo dejó encima de una mesa y cuando volvió ya no estaba, se lo han robado, seguro-”. Cuando terminó la frase, le entró hipo y se agarró a la columna intentando no caerse. Al echarme un vistazo de arriba abajo, caí en el por qué de contarme todo aquello. Vestía con unas botas militares, con pantalones negros, con bolsillos laterales, un jersey de lana verde, con cuello largo, tipo militar y la chaqueta impermeable, a modo de cortavientos, a juego con el pantalón. ¡Parecía un vigilante de seguridad!. Aquel hombre me había confundido con un “segurata” y estaba esperando que hiciera algo al respecto. Así que, queriendo buscar un rato de humor, comencé a hacerle preguntas, tal como: -¿Bueno, y dónde dice que fue la ultima vez que vio el bolso?, ¿y cree saber quién es?, ¿había muchas cosas de valor dentro del bolso?. El hombre, ante mi postura tranquila, comenzó a impacientarse, aquello me resultaba francamente divertido y nadie me había preguntado quién era o qué hacía allí, luego decidí aguardar a ver que surgía. -¡Pero bueno!, ¿no va usted a hacer nada?, ¿pero no es usted el vigilante?, estalló, harto de soportar mi pasividad. -Pues la verdad es que no, soy el dueño de esa vespino, que vengo desde Bilbao y como el viaje es tan largo, he decidido pararme a descansar, hasta que usted a llegado y me ha contado toda esa historia del bolso y lo demás-. Aquel hombre casi se cae de bruces, su cara expresaba una mezcla entre vergüenza y asombro, y creo que pensó, que había bebido más de la cuenta.

Seguí rumbo al sur, riéndome de aquella situación estúpida que me había hecho pasar un buen rato. Estaba en la provincia de Segovia y dentro de poco, vería la extraña silueta de unas montañas, que bajo la luz de las estrellas, se distinguían en el horizonte. Era Somosierra, al otro lado, la provincia de Madrid, por fin, ¡que ganas tenía de llegar!.

En el puerto de Somosierra, hacía bastante frío, al echar gasolina, un hombre me tomó por un loco o un mentiroso, tras preguntarme de donde venía. Pero no me importó, lo único que me importaba era llegar de una vez por todas a casa, no hacía más que pensar en mi cuarto y en mi cama, con esa manta que daba tanto calor. Pronto estaría durmiendo, me quedaban unos 100 Km. para llegar a Alcalá, pero ya estaba en la Comunidad de Madrid, mi añorada tierra.

Tras pasar un cartel rojo con siete estrellas, en el que me daban la bienvenida, casi todo el camino era cuesta bajo, por lo que aumenté la velocidad. El motor sonaba bastante bien, no hacía extraños, así que no había ningún tipo problema en rodar un poco más rápido. De manera que con tal velocidad, me pasé la gasolinera donde tenía previsto repostar, cerca de Buitrago de Lozoya. Por lo que tuve que esperar hasta llegar a una gasolinera cercana a la Cabrera. Llegué un poco apurado de gasolina, pero sin ningún tipo de problemas. Aquella área de servicio, estaba abarrotada de camiones, aunque parecía desierta, con un silencio sepulcral. Pero las luces de los surtidores, estaban encendidas, al igual que estos. Lo verdaderamente extraño, es que junto a ellos no había nadie, ni tampoco en la oficina que estaba justamente al lado. -¿Qué raro?-, pensé, podría echarme gasolina sin que nadie se enterase, aunque desde luego no lo iba a hacer. Cómo podían ser tan descuidados de dejar esto sólo, así por así. Desesperado porque allí no acudía nadie, metí dos dedos en la boca y silbé, sin darme cuenta de que aquellos camiones aparcados a mi alrededor, en realidad, en ese momento, eran dormitorios particulares, con sus respectivos conductores en el séptimo sueño. Monté tal escandalera, que muchos camioneros se despertaron y pusieron precio a mi cabeza, así que salí de allí a todo gas, no sin antes darme cuenta de algo que me sorprendió. Aquellos surtidores, eran para uso exclusivo con tarjeta de crédito, uno metía la tarjeta, marcaba la cantidad y finalmente llenaba el depósito. -¡Qué moderno!-, exclamé, pero desgraciadamente yo no tenía tarjeta, aparte, que de tenerla, no era muy recomendable pasar mucho tiempo más en aquella área de camioneros cabreados.

Quedarme sin gasolina en medio de una autovía y tener que ir arrastrando la moto hasta la gasolinera más próxima, hubiera sido en aquel momento un hecho catastrófico. Pero por suerte, ya había previsto aquella situación, apuntada por cierto en el librillo de autoayuda, y disponía en la mochila, de una garrafa de dos litros para casos de emergencia, y éste, desde luego era uno de ellos. De tal forma, según avanzaba, decidí hacer un cambio en el itinerario. En vez de ir por la N-320, dirección Torrelaguna-Alcalá, podía seguir la N-I hasta la salida de Algete, luego la carretera de Daganzo me conduciría igualmente hasta Alcalá. Eran más o menos los mismos kilómetros, pero con una diferencia sustancial. La N-320 era a las 4,00 de la mañana, una carretera solitaria, en la que si me pasase algo, nadie sabría nada hasta bien entrado el día siguiente, a parte de eso, era sábado por la noche y eso es sinónimo de borrachos al volante, debía coger la ruta más segura de las dos y ésta era la segunda opción, ya que tenía muchos más kilómetros que discurrían con dos carriles para cada sentido.

Estaba cerca, muy cerca de recorrer una distancia de unos 840 Km. en menos de 24 horas. Mi viaje estaba a punto de terminar, pero lo que desgraciadamente no sabía, era que la aventura, todavía no tocaría a su fin. Eran las 5,35, cuando al ver las palabras inscritas en un cartel que decía: “Alcalá de Henares”, me llevé la mayor de las ilusiones. Estaba en casa, había vuelto sano y salvo para contarlo. No podía creerlo, hacía relativamente poco que había estado tomándome un café en Bilbao, cruzando un bosque de hayas, recorriendo pueblos antiguos del corazón de Burgos, y surcado todos esos valles y montañas con un sinfín de experiencias, que todavía no había logrado asimilar. Pero ahora estaba allí, frente a aquellas aparatosas puertas eléctricas del garaje, por las que el día anterior había partido lleno de ilusiones hacia lo desconocido, como punto de inicio de mi viaje, ignorante de todas aquellas sensaciones que me acontecerían momentos después. Metí la llave en la cerradura, solo había que girar a derechas y esperar a que automáticamente se abriesen, pero no funcionó, repetí la operación una y otra vez, pero nada, las puertas se habían estropeado.

La realidad había superado a la ficción una vez más. Éste, no se encontraba en los casos previsibles de los que hablaba el librillo de autoayuda, pero sin embargo había algo similar. “Si llegas a casa y tus padres están dentro, esperar hasta que den las 9,30 para entrar”. Lo de las 9,30, lo escribí porque era la hora, según le dije a mi madre, sobre la que llegaría de casa de Luis, después de la supuesta noche de fiesta. Desde luego, aquel no era mi problema, pero si no conseguía meter la moto en el garaje, tendría que esperar allí hasta más o menos hasta esa hora, en la que el típico vecino dominguero, dispuesto a sacar su coche, abriese la puerta desde dentro mediante una llave maestra, que al parecer tenía el presidente de la comunidad. Como comprenderéis, yo no se la iba a pedir a las tantas de la madrugada. La solución que se me ocurrió, ya que dejar mi moto en la calle era una locura, fue intentar bajarla por las empinadas escaleras del portal, lo cual resulto ser una tarea imposible, de la que desistí cuando casi caemos (moto y yo) escaleras abajo. Pero se me ocurrió algo, dejarla en los pasillos que daban a los trasteros, que estaban en la planta baja, por lo que no sería difícil meter la moto por allí. Antes de realizar esta tarea, caí en la cuenta, de que a lo mejor, por remoto que me pareciese, mis padres no se habían ido al chalet, por lo que fui a comprobar si su coche estaba en el garaje. Definitivamente todos los males me estaban esperando en Alcalá, el coche estaba allí, no se había movido, -¿y ahora qué?- me pregunté a mi mismo.

Esta vez tuve que hacer caso al librillo y esperar hasta las 9,30, para entrar en mi casa, no podía presentarme allí a las 6 de la mañana, despertaría demasiadas sospechas y por si fuera poco, mi madre ya se olía algo extraño en todo aquello. Sorprendentemente, conseguí lo que pensaba imposible, quedarme dormido en medio de un camino cercano, sentado encima de la moto, con la cabeza apoyada sobre el estropeado velocímetro, y es que cuando uno tiene sueño, cualquier sitio es bueno para dormir. Me desperté sobre las 8,00, me dolían todos los huesos del cuerpo, miré mi cara reflejada en el retrovisor y me dio la sensación haber visto un fantasma. El sol ya había salido y los aficionados a los paseos matutinos, no tardarían en llegar hasta aquel rincón, no me apetecía que nadie me viese durmiendo en esa posición, así que decidí ir de aquí para allá, sin ningún rumbo fijo, como para pasar el tiempo. Hasta que dieron las 9 y me dirigí a una cabina, para, tal y como había quedado, llamarla y decirla que había llegado bien. No me apetecía conversar demasiado y mucho menos con ella, de manera que no tardé mucho en colgar.

A las 9,30, algún dominguero debió desbloquear las puertas y así, con toda una aventura sobre mi espalda, terminó mi viaje. Según entraba en mi casa, aturdido, no me daba cuenta que aquel viaje había sido tan solo un destino en el camino de mi vida. Desde el momento en que nacemos, avanzamos por una senda, más o menos peligrosa, con numerosas etapas, cada una de ellas diferentes y únicas. Mi gran viaje, había sido una de ellas, pero no la ultima, todavía quedaban otras muchas por acontecerme, quedaban muchos secretos ocultos en aquel camino serpenteante, sucesos por acaecer, que la mente era incapaz de predecir y que por tanto había que estar preparado, preparado para poder así afrontar cuantos problemas se interpusiesen en aquella marcha, en la que no existía la palabra descanso. Los recuerdos, no son más que situaciones puntuales, esporádicas e impredecibles, que nos guían en los cruces de caminos, llenando la mochila del caminante de verdaderas herramientas con las que caminar, las experiencias.

Imagen
El protagonista de la historia refugiado desde entonces en las montañas





“Caminante son tus huellas,
el camino y nada más.
Caminante no hay camino,
se hace camino al andar”.

(Antonio Machado)



Dedico esta historia a todo aquel que supo escuchar, entender y aconsejar. En especial a mi amigo Luis, un amigo incondicional al que valoro y desde aquí mando un especial saludo.
Bueno, es inevitable que venga ahora mi comentario : decir que la historia, pese a que la conocía me ha encantado; hay multitud de detalles que no conocía o bien no recordaba, y la verdad es que emociona volver a recordear todo esto.

Puede que el texto sea larguísimo (que lo es), y esto va a echar atrás a mucha gente a la hora de leerlo, pero estoy seguro de que más de uno se va a enganchar a la historia en cuanto empiece a ver cuales fueron los motivos que te empujaron a hacer esto.

Yo he de decir que me he leido el texto entero en casa de Alvfer esta noche, antes de que lo posteara y sencillamente me ha encantado. Espero que más gente se anime a conocer esta historia porque sé de buena tinta que hay mucha gente que ha oido hablar de esto (en el instituto lo supieron hasta los profesores) y el tema ha llegado a muy diversos lugares; así que hasta es posible que algún EOliano haya oido esta historia que Alvfer nos acaba de contar a todos.

Sólo deciros que sé de buena tinta que Alvfer se ha pasado horas y horas delante del ordenador para escribirla, así que entended que el esfuerzo para compartir esto con nosotros ha sido enorme.

Yo desde aquí me quedo pasmado del trabajo realizado. Enhorabuena tío!! [oki]
Una historia preciosa, aunque lo de esa chica no tiene nombre... aunque ya no hubiera amor, qué menos que estar contigo después del esfuerzo que habías hecho por ella...

Ahora te queda esa experiencia, ese gran viaje, y una puerta abierta para la persona que realmente te merezca

Saludos!!
Lo acabo de terminar de leer, enterito, y me parece impresionante, interesante, romántico, arriesgado....en fin no tengo palabras. La verdad, es q no sé cónmo tuviste narices para hacerlo, supongo q es el amor, pero aún asi, me ha dejado impactada. No sé q decirte, de verdad, increible [tadoramo]
Pues poco más puedo decir que lo ya dicho: totalmente sorprendente.
Y aunque reconozco que la historia me parece bastante insolita, no pongo en duda tamaño viaje, esta claro que experiencias como esas le marcan a uno.

Te envidio por tener una historia tan buena que contar a tus nietos, y sigue escribiendo que no se te da nada mal :D
Gracias por tener la paciencia de leer tantisimas hojas, la verdad es que escribirlo fue como volver a sentir todo aquello. Aunque ya han pasado 7 años lo recuerdo tal cual, me dejó marcado y creo que ya iba siendo hora de exteriorizar todo lo que sentí tras todos aquellos kilómetros.
De todas formas, como "el hombre siempre tropieza dos veces con la misma piedra" (si no son más), un año más tarde me embarcaría en otra aventura de la que salí milagrosamente con vida. Pero eso ya es otra historia que comenzaré a trabajar en breve. [oki]
Una historia impresionante desde luego, me imagino lo solo que te debsite sentir en el viaje en alguans ocasiones y hay que tener mucha fuerza para hacer todo el viaje de regreso sin que se haya cumplido el fin con el que habias empezado todo esto, realmente admirable, lo digo en serio.
ooooo k bonita!
joder hay k tener valor para hacer todo eso.!
salu2!
Muy Bonita.
Estoy muy impresionada, no se muy bien cómo explicarlo.... fue una aventura impresionante digna de película. Una historia tremenda para contar a los nietos y a todo el mundo. Fuiste muy valiente y muy fuerte, y se nota que te has esforzado (bueno los dos, Luis también) para escribirlo; lo he encontrado fácil y ameno de leer; es un viaje genial y aqui dejo mi mas sincera felicitación y mi aplauso ;) [beer]
Hace mucho tiempo que no me pasaba por el rincon del Eoliano... mayormente porque pasando el tiempo cada vez habian menos posts interesantes y a la vez cada vez mas repetitivos...

Pero cuan grata fue mi sorpresa de entrar esta semana despues de mucho tiempo y encontrarme con varios posts muy interesantes y llenos de vivencias personales que fueron muy bien plasmados en el texto descrito.

La verdad es que tu aventura me dejo con un sabor agridulce... tanto esfuerzo, preparacion y dedicacion para encontrarse con algo tan desagradable como la actitud de esa chica...

Llegue a este post por la recomendacion de luipermom quien tambien me impacto con la historia de amor que nos regalo en uno de los posts mas bonitos que he visto en mucho tiempo...

Uds. son son un par de tios muy buena tela... y que se nota son personas de sentimientos fuertes y profundos... estoy seguro que su amistad perdurara por siempre... y siempre sera grato recordar las viejas locuras de la juventud... XD

Te felicito por el relato... se me hizo corto de lo entretenido que estaba... solo me quedaron unas dudas...

Tus padres supieron alguna vez de la historia completa...?
Y que te apuesto que dormir en tu cama ese dia ha sido una de las sensaciones mas placenteras de tu vida... XD XD XD

Bueno, espero que este post sea solo el primero de muchos que nos regales... un abrazo... te felicito.

Saludos desde el otro lado del charco
Polter2k
[jaja]
Sencillamente fantástico. Jamás pensé q quedaran personas en el mundo capaces de hacer esas cosas por amor. Tu historia es genial, me ha encantado leerla y no me ha parecido demasiado larga en absoluto.

Un saludo
[bye]
¡Vaya, no esperaba que os fuera a gustar tanto!. Pensé que por ser demasiado largo no os lo leeríais, pero desde luego me he equivocado.
Creo que el sabor agridulce estuvo tan poco tiempo en mi boca, que no me dio tiempo a saborearlo, todo pasó tan desprisa que me quede con un único sabor, el viaje y todo lo que se desprende de él. El mal trago pasado en Bilbao, quedó escondido ante tanto bosque, tantos pueblos y en fin, tantas vivencias, que casi nunca me paro a recordarlo. Cuando pienso en aquel día de abril, recuerdo unicamente esa gama de colores, esos paisajes, casas de piedra y un abanico de contrastes, que unos con otros, formaban un mundo distinto al acostumbrado en Alcalá entre tanto edificio.
Por cierto, la voz se fue corriendo, hasta que llegó por medio de los padres de ella, hasta mi pueblo y de allí a mis abuelos, y antes de que llegara a mis padres por terceros, preferí contarselo yo mismo. La verdad es que tuve que convencerles de que aquello era cierto, se pensaron que era una broma.
[bye]
Escrito originalmente por Alvfer
¡Vaya, no esperaba que os fuera a gustar tanto!. Pensé que por ser demasiado largo no os lo leeríais, pero desde luego me he equivocado.
Creo que el sabor agridulce estuvo tan poco tiempo en mi boca, que no me dio tiempo a saborearlo, todo pasó tan desprisa que me quede con un único sabor, el viaje y todo lo que se desprende de él. El mal trago pasado en Bilbao, quedó escondido ante tanto bosque, tantos pueblos y en fin, tantas vivencias, que casi nunca me paro a recordarlo. Cuando pienso en aquel día de abril, recuerdo unicamente esa gama de colores, esos paisajes, casas de piedra y un abanico de contrastes, que unos con otros, formaban un mundo distinto al acostumbrado en Alcalá entre tanto edificio.
Por cierto, la voz se fue corriendo, hasta que llegó por medio de los padres de ella, hasta mi pueblo y de allí a mis abuelos, y antes de que llegara a mis padres por terceros, preferí contarselo yo mismo. La verdad es que tuve que convencerles de que aquello era cierto, se pensaron que era una broma.
[bye]


Bueno pues ahora solo queda esperar tu segundo relato... XD XD XD

Ya me imagino lo que se viene... otro relato genial... !!!

Venga un saludo...
Polter2k
XD
Increible, como has podido llegar tio? Eso si, es una pequeña putada llegar y que te digan eso... vaya mierda, pero bueno, vistes media españa!
La verdad es que es flipante pensar que aquella moto con la que Alvfer iba al instituto todos los días hiciera semejante viaje sin desfallecer en el camino; esto dice algo en favor de él, y es que es muy cuidadoso con todo aquello que se mueva con gasolina, de verdad os lo digo...

Me voy a la cama, que tengo sueño! [maszz]

Por cierto, me alegra ver que la gente se anima a leer el texto pese a lo largo que es; pero lo mejor es ver que os gusta y os hace pensar en la de cosas que el amor es capaz de hacer.

Buenas noches!! [bye]
Dios! No he podido dejar de leer ni un solo segundo! Has plasmado de una forma IMPRESIONANTE todos los sentimientos de aquel viaje. He podido sentir desilusión en el primer incidente, he podido reir con el acoso homosexual, he podido vislumbrar entre tus líneas, los colores del paisaje, como en un calidoscopio, como tú mismo has dicho [ginyo]

Después de leer esta experiencia, entran ganas de viajar... A mí me gusta mucho eso de coger e irse aunque sea al bosque más cercano a pasar la tarde (que ya sé que no es como irse a Bilbao, pero...). Siempre es bueno descubrir otros mundos, otra perspectiva de la vida, para así poder comparar. Pues si sólo conocemos una... Cómo podemos saber que es la mejor??

Te tuviste que sentir muy solo en algunas ocasiones, y me parece que fuiste muy valient, no sólo por el hecho de aventurarte en tan arriesgado viaje, sino por olvidar tan tápido la amargura del fín, pues las heidas tardan en curar... Sin embargo, supiste quedarte sólo con lo buenoy con todo lo aprendido.

Me encantaría poder contar una historia así, eres todo un romántico!!!

Otra cosa... Te gusta conducir? XD
Otra cosa... Te gusta conducir?


Juas, juas, juas!!!, como lo has notado, no será por cierta subida al Zulema....... Ja, ja,ja, te reto a otra, ¨¿tendrás el valor suficiente?.

Veo que te has fijado en las descripciones de los paisajes, para mi es lo más bonito de la história, lo que siempre recuerdo, esa es la esencia del viaje, observar hasta el ultimo detalle, ese, que al circular en coche, con todas las comodidades y a toda velocidad, dejas atrás irremediablemente. Ese detalle insignificante que tanto significado tiene y que puede brindar un rosario de sensaciones al trotamundos inquieto. Viajar es la manera más rapida de aprender, al mismo tiempo que la más bonita de todas, sobre todo si lo haces junto a alguien que comprenda al igual que tú, todas esas sensaciones que desprenden del paisaje. Compartir eso, es fantástico, pero yo sigo buscando a ese alguien.
Escrito originalmente por Alvfer
[B] Compartir eso, es fantástico, pero yo sigo buscando a ese alguien. [/B]


Abre un hilo sobre ese tema y a ver si encuentras a gente con tu misma afición [fumeta]

Yo nunca he tenido la oportunidad de viajar... Bueno, sí, este año de fin de curso, pero no me dejan ir [decaio]. Sin embargo, me encantaría conocer Europa... O aunque sea, hacer senderismo, que por cierto, me encanta, porque así te puedes fijar en todo y ahsta puedes tocar con los dedos las cortezas de los árboles, los ladrillos de las casas, etc.

La mejor excursión que recuerdo fue una en la que hicimos senderismo por pueblecitos de Guadalajara. Hacía un frío infernal, pero eran unos pueblos casi desiertos, con tan sólo un puñado de gente mayor mirándonos con la sonrisa dibujada en la mirada. Fue muy satisfactorio.

A veces viene bien sentirse así de solo para poder pensar en sí mismo... Pues con el ruido de la ciudad y su trajín es complicado concentrarse por sus calles.

Me encanta ir en Semana Santa a la playa, con casi todas las tiendas cerradas, una playa para cuatro gatos, ... Es genial. Es coo una semana de relajación, de evaluar qué estamos haciendo mal y qué estamos haciendo bien, ya que se ven tan lejos los problemas...

Salu2 [bye]
La mejor excursión que recuerdo fue una en la que hicimos senderismo por pueblecitos de Guadalajara. Hacía un frío infernal, pero eran unos pueblos casi desiertos, con tan sólo un puñado de gente mayor mirándonos con la sonrisa dibujada en la mirada. Fue muy satisfactorio.


Que curioso, se de que pueblos me hablas, los pueblos de arquitectura negra, uno de los lugares más asolados y encantadores de España. Pensar en que tan solo son cuatro casas de pizarra en mitad de ninguna parte y que allí no hay nada que merezca la pena mencionar, es un error muy típico entre la gente de hoy en día. Menos mal que hay gente como tú, Nylsa, que es capaz de sacar un sentimiento de lo más profundo de una piedra.
En aquella región hay demasiada historia y demasiadas sensaciones ocultas, es en realidad como un reducto del pasado que ha vencido la batalla al tiempo, aunque desgraciadamente los nuevos tiempos estan despoblando aquellas aldeas, es un hecho inevitable a mi manera de ver, pero quizás los que añoramos lugares tranquilos seamos sus nuevos pobladores.
Buffff, impresionante historia... no he podido parar de leer hasta terminarla... desde aquí te doy mi más sincera felicitación ya que has plasmado perfectamente lo que has sentido en cada momento y has descrito los lugares por los que pasaste de manera perfecta ;)

Desde luego me he entretenido muchísimo leyendote, una pena lo finalmente pasó con la chica... bueno, mejor dicho lo que no pasó con esa chica....

Bueno, un saludo y espero verte a menudo por aquí :)
Hacia tiempo que no escribia por estos lares, pero esta historia ha echo que mereciese la pena postear. Increible la historia [flipa] , como ya han dicho por ahi, una pena que lo de la chica no saliese adelante, pero a cambio tienes una gran historia que poder contar, que no es poco, y la satisfacción de saber que tienes empeño y cualquier cosa que te propongas eres capaz de conseguirla por muy dificil que pinte, cualquiera no hubiera llegado hasta alli, has sabido planificar todo a la perfección, has sido valiente y has sabido aguantar, cualquier otro se hubiese dado la vuelta a mitad de camino, si es que se hubiese aventurado, tambien has tenido algo de suerte, pero que menos! En fin que creo que aunque la chica te tratase asi(Porque aunque no quisiese nada contigo, minimo que estuviese contigo despues del viaje que hiciste por ella) te quedas con un monton de recuerdos y seguro que como dijiste te ha enriquecido mucho la experiencia. Y ya sabes que esperamos con muchas ganas un nuevo relato ;) Un saludo!!
Realmente impresionante,tanto la historia,como la forma de narrarla,con todo lujo de detalles ,y engancha desde el primer momento :),una pena que el objetivo de tu viaje se viera truncado,pero solo por el gran viaje mereció la pena,no?;)

Lo dicho,me ha encantado! :D


Saludos,y muchas gracias por compartir tu historia :).

PD: Queremos un libro tuyo!
[tadoramo]
Me a gustado mucho si señor..... una historia bien contada....
Tenia pensado leerlo de 2 partes, pero como engancha tanto pues me la e leido del tiron....
Ya hay ke ternerlos bien puestos pa hacer la aventurita... Me alegra de ke te fuera tan bien...


PD: Compro vespino azul..... (Por si cuela....) [sonrisa]
[flipa] No puedo más que decir que desde luego valor no te falta... esto si que es un claro ejemplo de que el valor no significa no tener miedo, sino que por mucho miedo que tengas hagas lo que tienes que hacer.
PD: Compro vespino azul..... (Por si cuela....)


No, la vespino no está en venta, es una joya que quiero conservar, quizás algún día la herede un nieto y me diga que qué bodrio es esto, pero me es igual, no podría desprenderme de ella. Fueron tantos kilómetros juntos, que aunque no monte tanto como antes, la tengo mucho cariño y la conservaré por siempre, de eso estar seguros. Ya no solo fue el viaje a Bilbao, esa vespino, con el mismo motor, me acompañó durante años al instituto y a multitud de viajes más (no tan largos), creando una sensación que quizás se me olvidó plasmar en el relato, la sensación de libertad que da una moto, en aquella época, con mi vespinillo, me consideraba el chaval más libre del mundo. Hoy, aun con coche, no tengo la misma sensación.
Es normal, a mí tambien me cuesta desprenderme de cosas que quizá a otros los parezca algo tonto, pero que sin embargo, tienen un significado especial para mí. Tú consérvala, que si no te acabas arrepintiendo con el tiempo de haber tirado a la basura aquellos recuerdos. Muchas veces, como ya describí en el último texto que posteé (1991 se llama, ya haciendole publicidad... XD), los recuerdos vuelven a la memoria cuando regresas a aquel lugar, cuando vuelves a tocar con tus dedos la goma de la rueda de tu vespino, etc.
Alvfer, guau, que pedazo de historia. Me ha encantado, empecé a leerla y no pude parar hasta el final, te tendrias que pensar el extenderla un pocquito más en matices y editarla en forma de libro, junto con aquella libreta tuya con las soluciones a los problemas que te podrian surgir en el viaje. Una pena lo de esa moza, pero era lo mejor que te podía haber pasado, yo lo veo como un viaje de madurez: partiste con la incocencia de un adolescente y volviste convertido en un hombre nuevo.
En fin, que si quieres podrias incluso vender los derechos de autor para hacer alguna película estilo "Road Trip - Viaje de pirados", porque merece la pena que nadie se pierda esta historia.

Sólo un apunte, ¿tus padres se enteraron del viaje? y en caso afirmativo, ¿cuánto tiempo tardaron en enterarse?

Un saludo!
:( :( :( :( Por desgracia, el manual de autoayuda no está ni en casa de Alvfer ni en la mía, por lo que lo damos por perdido en el fondo de algún cajón; pero ójala que algún día aparezca, porque no os podeis ni imaginar la cantidad de escritos nuestros que tenemos repartidos por nuestras respectivas casas... hace poco aparecieron en un cajón las letras de las canciones que componíamos en el instituto; algunos de los títulos eran "No me entero de nada pero soy feliz" o "Una décima más"... Dios, que recuerdos de todo aquello!!

Saludos!! [bye]

[OFFTOPIC]
PD : Alvfer, esta noche a las 22'15 tal y como habíamos quedado. Se vendrá mi hermana! [oki]
[/OFFTOPIC]
Nooooooooooooo!!!! [buuuaaaa] No es posible... Weno, un día ponemos las dos casas patas arriba y a ver si así se encuentra... Teneís que postear esos textos paranoicos tan chulos, eh??

Salu2
Pe, pero, pero esto es alucinante tio!!!!!

Me ha enganxado muxisimo este relato, tio, impresionante!!
ke pasada, yo en mi vida tambien he hexo muxas locuras pero desde luego ni punto de compararacion con esta tuya.
Deberías repetir la experiencia, pero esta vez por carreteras comarcales o de 3ª XD ;-)
Sólo un apunte, ¿tus padres se enteraron del viaje? y en caso afirmativo, ¿cuánto tiempo tardaron en enterarse?


Todo tiene su momento Raizack, aquello ya pasó, pero estoy seguro que vendrán nuevos viajes, lo presiento. Llevo demasiado tiempo parado sin hacer nada, excepto trabajar, quizás necesite otro viajecito, ¿pero a dónde?, eso es ya otra cuestión.

Por desgracia, el manual de autoayuda no está ni en casa de Alvfer ni en la mía


Cierto, al igual que el diálogo que escribimos para convencer a mi madre, nunca más se supo de él, es una pena que se haya perdido, porque es bastante gracioso.


Sólo un apunte, ¿tus padres se enteraron del viaje? y en caso afirmativo, ¿cuánto tiempo tardaron en enterarse?


Si, no tuve otro remedio que contarse un mes después, ya que la historia se extendió rapidamente por toda Alcalá, e incluso por medio de los padres de ella, llegó al pueblo, donde se enteró mi abuela.
Como nota curiosa diré: que tuve que convencer a mis padres de que lo que les estaba contando era cierto, ya que no se lo creían. Si no hubiera sido por las fotos....
Escrito originalmente por Alvfer
Como nota curiosa diré: que tuve que convencer a mis padres de que lo que les estaba contando era cierto, ya que no se lo creían. Si no hubiera sido por las fotos....

Existen más fotos como las que hemos visto durante el relato? si existieran me gustaría verlas. Gracias por adelantado. [risita]
Bufff... aún tengo el corazón comprimido.

Acabo de terminar de leerlo del tirón, cuando pensaba en hacerlo por partes, pero no podía dejar de leer. Es curioso el sentimiento que me ha dejado, sólo he sentido tanto apego a una historia cuando leí por primera vez El Sr. de los Anillos, que no me la pude quitar de la cabeza durante meses, aunque tu historia es más emocionante aún si cabe, por emotiva por ser realidad.

Hasta hoy pensaba que aventuras como la tuya sólo aparecían en las novelas rosas y ñoñas, no pensaba que aún existieran caballeros andantes como el Quijote. Ahora me acordaré de tí cada vez que viaje a los Bilbos y con el coche no tarde nada.

Creo necesario que cuentes esa segunda aventura ;)

[tadoramo] x1.000.000 veces


luipermom fué un acierto poner el link para traernos aquí [oki].
Jos.. vaya... acabo de terminar y he empezado a leer hace unas 3 horas.... pero estoy en el currelo y hoy he maldecido como nunca que me trajeran marrones y no me dejaran leer tu historia del tiron.
Vaya.. he pasao algun momento chungo en que si hubiera entrao alguien en mi despacho, no se como le hubiera podido explicar que leches hacia yo con el lagrimon colgando...

Me parece increible que hicieras aquello y joder... como conocedor del camino perfectamente... coño.. por orduña con la vespino... hay que estar muy enamorado o al menos querer estarlo. ;)

En fin.... tu amigo y tu teneis una manera de escribir que hacen que se le salten a uno todas las alarmas... he leido vuestras 2 historias con unas ganas y una emocion que creo que es muy dificil de conseguir.

Ahora por tu culpa tb me recordare la historia cada vez que vaya a ver mis amigos mesetarios y pase por pancorbo, Lerma o Aranda de duero.

En fin... aunque me enrolle la verdad es que no tengo palabras. Estoy impresionado.
Existen más fotos como las que hemos visto durante el relato? si existieran me gustaría verlas. Gracias por adelantado.


Lo siento, no hay más fotos. Miento, solo hay una más, que es exactamente igual a la que sale el vespino, solo que es bastante más nítida y se puede leer el cartel blanco que sale al fondo, pone algo de carga y descarga en vasco y en castellano. Pero desgraciadamente la he perdido, por más que la he buscado nada, ni rastro.

Por cierto, estoy alagado con vuestras respuestas, [buuuaaaa] , vais a conseguir que me emocione. Es curioso como una historia que ya pertenece al pasado, vuelve a surgir de pronto gracias a nuestro foro, ojalá en aquellos días hubiera tenido la oportunidad de escribir todo esto con los recuerdos más frescos y mucho más vivos, estoy seguro que me hubierais dado un grato apoyo en esos momentos dificiles, siempre se agradece que alguien te escuche, aunque el saber escuchar es todo un arte.

[bye]
Alvfer, le he comentado a un grupo de mis amigas lo de tu experiencia y te puedo decir que algunas eran rehacias a creerme, otras se lo creyeron de tal manera, pero te digo, que todas escucharon el relato palabra a palabra y se emocionaron y todo, es increible, de verdad, a ver si te propones escribirlo en forma de libro, yo creo que original, como poco es.

Joooo, va venga, escribe algo más, cuentanos peripecias de tu yayo en los burros y eso. [ginyo]
Alver se está currando mucho el otro relato, lo que pasa es que no es tan "sencillo" de contar como y éste de forma que resulte ameno de leer, puesto que es una historia que tiene más que ver con el interior de uno mismo que con un viaje o similar. Desde luego, yo no dudo que vaya a quedar muy muy bien al final, pero trabajo le está llevando y mucho. Espero que el esfuerzo se vea recompensado. Sólo decir que en esa historia yo no tengo ni una palabra que decir, todo el mérito y el esfuerzo es de él; yo aquí no tuve absolutamente nada que ver. Os encantará; yo ya estoy deseando que la publique porque hay muchas cosas que no sé de esa historia, pero os puedo asegurar que hay mucha valentía en ella, y posiblemente más riesgo físico que en el viaje a Bilbao... a ver si no nos hace esperar mucho... :O

Saludos!! [bye]
Alver se está currando mucho el otro relato, lo que pasa es que no es tan "sencillo" de contar como y éste de forma que resulte ameno de leer, puesto que es una historia que tiene más que ver con el interior de uno mismo que con un viaje o similar. Desde luego, yo no dudo que vaya a quedar muy muy bien al final, pero trabajo le está llevando y mucho. Espero que el esfuerzo se vea recompensado. Sólo decir que en esa historia yo no tengo ni una palabra que decir, todo el mérito y el esfuerzo es de él; yo aquí no tuve absolutamente nada que ver. Os encantará; yo ya estoy deseando que la publique porque hay muchas cosas que no sé de esa historia, pero os puedo asegurar que hay mucha valentía en ella, y posiblemente más riesgo físico que en el viaje a Bilbao... a ver si no nos hace esperar mucho...


Ya lo he empezado, pero llevará tiempo, es bastante complicado de narrar, estoy esperando una de esas noches de inspiración en las que me pongo a escribir y las palabras salen solas, aunque al día siguiente tengo un sueño!.
Como las dos historias van muy seguidas, el segundo relato será una especie de segunda parte, una continuación tal vez; aunque aviso que no tiene nada que ver con la primera, es un viaje totalmente distinto, que como bien dice luipermom, tiene más que ver con el interior de uno mismo que con un viaje, aunque de hecho lo hubo.
[bye]
Bueno, ayer por la noche estuvimos hablando Alvfer y yo de la posibilidad de realizar un viaje a Bilbao allá por Abril y la verdad es que estoy muy animado a acompañarle; además, no conozco Bilbao y creo que puede ser una buena oportunidad de verlo.

El tema sería recrear un poco el espíritu de aquel viaje, por lo que saldríamos muy pronto por la mañana para comer en Bilbao y regresar a la hora de cenar a casa. Todo esto en coche, claro está, que para penurias y lamentos ya estuvo el viaje original hace casi 7 años. Esta vez iremos cómodos, fresquitos y con musiquita... :P Esta vez es como conmemoración, así que iremos en plan lujoso!

Y bueno, también estuvimos de charla sobre el viaje que ahora está redactando; y recordando cosas que le ocurrieron, realmente me echo las manos a la cabeza al pensar ahora en todo ello, porque parece que todos los factores posibles se le pusieron en contra. Si el viaje a Bilbao le hizo madurar (como algunos de vosotros decís), este le hizo apreciar su vida y desarrollar su instinto aventurero, no hay duda.
Me he quedado sin palabras, mi más sincera admiración por el viaje y por la narración. Estamos expectantes. :)
Desde luego, ni que decir tengo que me ha encantado tu relato.
Además de arriesgado ,me he sentido bastante identificada contigo en la forma de vivir el amor.
Lo das todo , haces cualquier locura con tal de estar con la persona que amas.

Y , en relación a esta chica, ni palabras tengo. Lo mínimo, que te hubiera dedicado más tiempo, ¡Joder!, ¡un chico hace miles de kilómetros para verte a la aventura sin saber lo que se va a encontrar! , ¿y tienes cosas más importantes que hace?
desde luego....................para que después digan que no hay caballeros andantes , literalmente, pienso que eres uno de nuestro tiempo, antes era a caballo y tú, en moto ;)

Sencillamente el amor es así, uno no planea sentirlo, te atrapa , te hace pasar por encima de tus valores o prejuicios,te desmonta los esquemas que mantenían tu vida en orden, te sacude de tal forma, que harías locuras que ni en sueños imaginas que harías.
A veces hay mala suerte y crees en las mentiras de una persona que dice quererte, soñar contigo, aunque los hechos demuestran lo contrario, pero, aún así, merece la pena sentir esa fuerza que mueve montañas, que te da el coraje que siempre te faltó para otras cosas.

¿No me equivoco a que no?, estoy segura , que a pesar de todo, la aventura mereció la pena.

Saluditos a todoooooooooooos [bye]
Alvfer me ha encantado tu relato, me rindo ante ti. [tadoramo] [tadoramo] [tadoramo]

Sobre todo me ha gustado el poder reconocer todos esos parajes tan familiares a mi (Vivo en Bilbao y veraneo en Burgos).

De verdad, una historia grandiosa.

SALUDOS :p

PD : En tu historia has demostrado q aun queda gente q aunque no nos conoce es capaz de apoyarnos y mostrarnos su lado mas humano en los momentos dificiles.
Una vez más, gracias por tener la paciencia de leerlo, ya que breve lo que se dice breve... Pero sobre todo gracias por vuestras opiniones.

¿No me equivoco a que no?, estoy segura , que a pesar de todo, la aventura mereció la pena. [/QUOTE ]

Desde luego que mereció la pena, pero creeme, no lo volvería a hacer, solamente de pensar el dolor de espalda que tuve que soportar durante dos semanas... En fin, hay que sacar siempre el lado positivo de las cosas, aprender de todo lo que vemos y sentimos, quizás de esta forma nos sea mucho más sencillo superar esos momentos amargos. Desde entonces, para mi un viaje, es mucho más que un simple trayecto, es como una avalancha de conocimientos, de experiencias, de sensaciones, que quedan grabadas para siempre en forma de recuerdos.

En tu historia has demostrado q aun queda gente q aunque no nos conoce es capaz de apoyarnos y mostrarnos su lado mas humano en los momentos dificiles.


Cierto, por suerte aun queda mucha gente así. Pero no para el que viaja con los ojos cerrados con la única obsesión de llegar a su destino, sino para aquel que percibe lo que le rodea y se inmiscuye en el medio hasta que cree firmemente ser parte de él.

Saludos!! [bye]
JOER!!

Me ha encantado tu historia.
Como anécdota decirte que esta historia se la conté a mi novia y ahora te queire conocer :)

Espero con ganas la segunda parte.
Salu2.
Acabo de terminar de leer toda la historia, y es realmente asombrosa. Además, escribes muy bien, y he podido imaginarme muchos de esos paisajes. Yo he recorrido muchos de ellos en coche, y al mirarlos se siente algo especial. Sobre todo esa sensación cuando te adentras entre montañas, en la que uno se siente parte de la naturaleza.

La gente que encontraste en el camino es digna de mención, en especial los camioneros con los que estuviste hablando. Me alegra saber que aun queda gente amable.

Saludos
Me alegro de que os guste.
Me ha encantado esta frase de Necane:
Sobre todo esa sensación cuando te adentras entre montañas, en la que uno se siente parte de la naturaleza.


Veo que sabes lo que es sentirse parte de la naturaleza. En el ambiente en el que vivo es dificil encontrarse a alguien así. La mayoria de la gente viaja con los ojos fijos en el asfalto y no se dan cuenta de la "magia" que desprenden los lugares por lo que pasan.
Creo que cuanto más lento es el medio de transporte empleado, más se disfruta del paisaje. Lo ideal sería ir andando, así no dejaríamos ni un solo ápice de terreno sin divisar.
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