No voy a mentir

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Leo (y has leído) muchas veces textos y poemas donde alguien mira a su amada o amado mientras duerme. Es bonito. Incluso me gusta.

Pero no voy a mentir: yo no te miro. No. Yo me quedo dormido.

Me duermo casi al tumbarme en la cama, casi, pero no antes de alargar mis brazos y rodearte con ellos. Me duermo, sí (y lo sabes porque, aunque me das la espalda, oyes cómo ronco). Es cierto ¿para qué negarlo?

Pero lo que, creo, importa es que me duermo con una sonrisa. Me duermo tranquilo, confiado, seguro. Me duermo sintiéndome fuerte y protector: estás en mis brazos, te sientes segura, tranquila, relajada y querida. A veces te duermes antes que yo (a veces significa, en realidad y ya que estoy siendo sincero, casi nunca) y te miro, sí. O acaricio tu vientre y tu pecho muy suave hasta que el sueño me vence. O siento esos pequeños espasmos del sueño, en tus manos y tus pies (fríos).

Me duermo pero no sin antes besarte la frente, dejarte mi sonrisa en los ojos y llevarme la tuya a mis sueños.

No voy a mentir: no he pasado la noche en vela guardando tu sueño. Pero he pasado muchas veces la noche dormido porque estaba contigo, gracias a ti, con el ritmo de tu respiración marcando el paso de mis sueños y la ilusión de saber que por la mañana, a pesar de que esos rayos de sol que entran por la ventana en realidad me matan (y no son “dulces caricias” ni nada así, ya he dicho que no voy a mentir) y me hacen protestar y taparme con la almohada…

La ilusión, digo, de saber que si abro los ojos estás ahí. Que si me muevo sentiré tu cuerpo.

O no, pero entonces lo que sentiré será el olor del desayuno que preparas. Y el día ya empezará a valer la pena, esperando que termine para volver a esta cama, a ti, a dormirme contigo.
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