Una semana en la vida de Alfredo Montaner. Martes

Una semana en la vida de Alfredo Montaner. Lunes

Martes

Aquel martes empezó muy pronto, los excesivos nervios acumulados hicieron que Alfredo despertase a las 4:27 de la madrugada. Se levantó y fue al baño a orinar, más tarde, cuando se miro en el espejo, caviló sobre como iba a enfocar su vida ahora que estaba completamente solo, no es fácil pensar que no hay nadie más que uno mismo en, quien sabe si sobre toda la superficie terrestre.

También pensó que empezaba a hacerle falta un afeitado, ya que su cara estaba ya poblada por una barba de más de una semana. Acto seguido fue a buscar una maquinilla de afeitar, cogió la espuma, impregnó su cara, y lentamente, se pasó la maquinilla acabando con todo ese antiestético vello facial. Casualmente, aquel día no se produjo ni un solo corte durante el afeitado.

A las 5:13 se sentó en la mesa de su estudio y encendió un cigarro. Era una mesa pequeña, y el desorden contribuía aún mas a crear esa sensación de estrechez, un diminuto flexo proyectaba el único haz de luz que incidía sobre ella. La mesa se situaba frente a una ventana donde se podía divisar el ahora desierto parque situado frente a su casa. A Alfredo no se le ocurría mejor forma de matar el tiempo que dibujar, ya que con ello disfrutaba enormemente. Dibujar era mucho más que su trabajo, era una afición que había tenido desde aquel lluvioso día, impensables años atrás. Para él, sus personajes no se limitaban a vivir en el estrecho mundo del papel, sino que se rompían la fina barrera que les separaba del mundo real y cobraban vida. Vivían el tiempo que Alfredo quería, con muchos más sentimientos de las que ningún ser humano real pudiera albergar jamás en su corazón y con mucha más vitalidad que su propio creador. Así que aquella madrugada, Alfredo se dispuso a crear un personaje completamente nuevo. Su imaginación creó a la mujer más bella que nunca nadie se habría podido imaginar: su piel sería tan blanca como el papel que la contendría y sus labios tan cálidos como el sol. Sus cabellos olerían como las rosas del parque cercano a la casa, sus ojos serían del color del cielo y su cara sería tan hermosa que nunca nadie podría contemplarla sin enamorarse al instante de ella.

Cuando Alfredo retuvo perfectamente la imagen de aquella mujer en su mente, cogió una hoja del último bloc que había comprado, afiló sus mejores lápices y trazó en el papel la que sería la primera línea perteneciente a aquel cuerpo perfecto. Pronto, el lápiz comenzó a deslizarse de una forma tan vigorosa que el propio Alfredo apenas podía seguir sus movimientos. De repente, el lápiz se detuvo y Alfredo pudo contemplar su obra, había creado a la mujer más bella que hubiese podido imaginar. Satisfecho con su trabajo, arrancó cuidadosamente la hoja del bloc que la contenía, abrió una nueva carpeta, rotuló en su lomo con un rotulador grueso “dibujos concluidos”, y guardó en ella el dibujo de la mujer.

Cuando hubo terminado, miró la hora, había pasado la mañana dibujando y la tarde estaba ya bien entrada, así que Alfredo busco algo de comida en la despensa y sin detenerse demasiado y como si el tiempo le apremiase por algún motivo, comió.

El resto de la tarde se abrió paso entre el humo de cada cigarro. Alfredo la pasó contemplando el dibujo que aquella mañana había salido de su imaginación. Antes de meterse en la cama, lo guardó con cuidado en la carpeta titulada “dibujos concluidos”.

Una semana en la vida de Alfredo Montaner. Miércoles

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