Recopilatorio: Mis ojos (por favor no escribir)

Tenía que hacer un recopilatorio y aquí está ;)

Supongo que en todos los escritos que van a formar parte de este hilo les mueve, de algún modo, la denuncia social. Así ven mis ojos el mundo y así lo expreso.

A ver si me sale [decaio]


Espero que os guste :)


PD: gracias ningu y billy [ginyo]
Proyecciones

Sandra siempre había vivido bajo la sospecha de que había otra persona que se adueñaba de sus actos.
Desde pequeña había sido castigada por cosas que ella no había hecho, o, que al menos no recordaba.
Miraba atrás y se veía a ella con la cabeza gacha mientras su madre la castigaba por romper no sé que cosa, por haberse comportado mal o por haber pegado a otra niña.
Siempre anduvo buscando a la niña que se hacía pasar por ella, la buscaba bajo la cama, dentro del armario, pero sólo encontraba pequeñas pistas que le indicaban que había pasado por allí.
Pensaba que cuando creciera, la niña no la perseguiría, pero no fue así, la niña creció con ella y siguió atormentándola con su comportamiento.
Llego un momento en que no podía más, había perdido todo lo que tenía por culpa de esa sombra que la perseguía, así que decidió no volver a dormirse para poder descubrir a ese ser que desde niña había puesto su nombre y apellidos a lo que hacía.
Pasaron los meses y no encontró respuestas, sólo más preguntas, no sabía por qué su madre siempre la había odiado, o por qué su padre la quería tanto, tampoco entendía porqué había perdido la custodia de sus hijas, o por qué su marido la había abandonado.

Desde el momento en que nació se había precipitado al vacío, su cuerpo, cada vez más profundo, caía y caía sin que hubiese una pequeña repisa donde pudiera descansar.
Cuando creía que ya nunca podría descansar, su cuerpo paró, y como si de una película se tratase, empezaron a proyectarse en su mente secuencias de su vida que ni siquiera conocía.

Debía tener unos cinco años, llevaba su vestido preferido, el azul con pequeñas florecitas blancas, su madre había salido a comprar y ella jugaba con su padre.
Se reía mucho, sentía su corazón latir.
Su padre la cogía entre sus brazos y la balanceaba mientras ella no podía parar de reír. Luego la sentó en sus rodillas y la empezó a acariciar, su padre siempre la había querido mucho, la subió el vestido y siguió acariciándola, ella ya no se reía.

Tenía diecisiete años, era tarde y tenía que quedarse a estudiar, no había cenado, así que su padre la trajo un bocadillo de jamón. Mientras Sandra estudiaba, su padre la acariciaba la espalda, la desnudaba, la besaba, la hacía arrodillarse y la preguntaba la lección.

Ya había cumplido los dieciocho y su madre había tirado toda sus cosas a la calle. Mientras Sandra se marchaba, la madre la insultaba, decía que era el mismo diablo y que había hecho que su padre se volviera loco, que nunca encontraría un hombre que la amase porque no era pura.

Tenía treinta años, su niña pequeña jugaba con su marido.
Sandra se sentía muy mal, esa niña le estaba robando el amor de su marido, sin pensárselo dos veces se abalanzo sobre ella y la golpeo.


Sandra tenía treinta y cuatro años y después de pasarse más de treinta buscando a la niña que la odiaba, encontró que quién odiaba a esa niña era ella.



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En un tren cualquiera

Estoy en el tren de camino a la facultad.

Sólo hay rostros vacíos, caras sin alma. Me pregunto qué habrá pasado para que nos convirtamos en robots.

Todos compartimos un mismo espacio, pero no nos comunicamos.
Pasamos unos al lado de los otros, pero no nos paramos a mirar a nuestro alrededor, como mucho gruñimos, pero no nos comunicamos.

Veo subir a una niña, debe tener unos seis años. Sonríe a todos los que estamos aquí, baila, juega, habla, todavía no está corrompida.
Al mirarla me veo a mí, a todos los que aquí estamos y me pregunto cuando dejamos de sentir la vida para convertirnos en intereses, obligaciones, en gente gris.

¡Que triste es perder la ilusión!

Me gustaría preguntarles si les gusta el sitio al que van, pero me da miedo su respuesta.

Miro por la ventana y todo me parece gris, los seres humanos estamos perdiendo nuestra humanidad para convertirnos sólo en seres.
Mire donde mire sólo veo tristeza, soledad, egoísmo, GUERRA..

Yo todavía veo un rayo de luz entre tanta oscuridad, espero alcanzarlo antes de que sea tarde. No sé si ellos lo ven, espero que sí.

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¿Quién cuidará de Luna?

Son las seis, es hora de levantarse para ir a trabajar.
Me desperezo y busco en el suelo las zapatillas, me cuesta mucho encontrarlas.
Será mejor darme una ducha fría para ver si despierto a este cuerpo tembloroso.
Me miró en el espejo y ya no me reconozco, no me gusta lo que veo, debería quitar todos los espejos de casa para no encontrarme más con esa desconocida.

Ya a pasado otro día más, ahora toca enfrentarse a lo de siempre: unos jefes tiranos, unos clientes desagradecidos y una soledad latente.
Tengo treinta años, que parecen cincuenta. Vivo sola con mi perra Luna en una casa pequeña, pero acogedora.
Estoy sola y lo sé, me da miedo que me toquen, que me hablen. Cada día, cuando monto en el metro, intento que nadie me toque, tengo tanto miedo. Si un hombre está a mi lado y su brazo roza sin querer mi cuerpo, empiezo a temblar, la vista se me nubla y quiero salir corriendo.
No tengo amigos, sólo conocidos que me ven como un bicho raro, una especie de loca que no habla, que no sonríe, que no vive.
Mí familia no quiere saber nada de mí, y no les culpo, después de lo que les hice yo tampoco querría saber nada de mí.
Cuando me pregunto en que me he convertido y por qué soy así, a la cabeza me viene Juan; sé que todo empezó cuando le conocí, pero no le culpo, no le guardo rencor, en el fondo sigo amándole.

Yo tenía diecisiete años y acababa de empezar mis estudios de periodismo, desde pequeña quise ser corresponsal de guerra, ver lo que otros sufrían, relatar la miseria.
Estaba muy contenta, conocería gente nueva, iniciaría un nuevo viaje por el conocimiento, una vida nueva.

Siempre fui una niña muy mona y me gustaba explotar eso, ir con tops y pantalones ceñidos, que todos se fijarán en mí.

El primer día de clase fue alucinante, conocí a mucha gente interesante coma Sandra y Pablo. También le conocí a él.
Eran las 13:00 y quería irme a casa, pero decidí quedarme a conocer al profesor. Era una asignatura de libre elección de filosofía y me parecía que podía ser interesante.
Estaba sentada en la mesa hablando con los compañeros, cuando alguien me toco la espalda y dijo –bonita espalda, pero estarás mejor en la silla -. Cuando me di la vuelta y le vi hubo algo que me atrajo, no es que fuera atractivo, pero había algo en él.
Tenía unos cuarenta años, era un hombre alto y delgado, con un look muy hippy.
Desde ese día no falte nunca a su clase.

Él enseguida se aprendió mi nombre y siempre buscaba un rato para hablar conmigo. Yo notaba como me miraba los pechos, como se excitaba cuando yo le hablaba y eso me gustaba. Sentía que podía dominarle, que me pertenecía.
No llego más allá del simple coqueteo hasta que fui a su despacho para hablar sobre un examen.
Llamé a su puerta tímidamente, nunca había entrado allí y no sabía lo que me esperaba.
Cuando entré vi que tenía champan sobre la mesa y unos cuantos aperitivos, enseguida se levantó para cerrar la puerta.
Tenía un poco de miedo, estaba confundida, no sabía como reaccionar.
Juan me tomó la mano y me dijo que me sentara. Me sentía muy bien con él. Entonces se puso detrás de mí y empezó a acariciarme la espalda, yo no sabía que hacer.
Era virgen y supe desde el primer momento que él querría llegar más allá.
Siguió acariciándome y me besaba el cuello mientras me tocaba el pecho.
Estaba muy excitada, mi cuerpo se había convertido en un mundo de sensaciones, mis pezones erectos le llamaban, mientras mi sexo se humedecía.
Me dio la vuelta y me tiró contra la mesa, me quito la ropa mientras devoraba mi cuerpo. Yo estaba inmóvil, dejándole que me poseyera.
Cogió mi mano y la puso en su pene erecto, eso me excito aún más. Sentía que iba a estallar, quería que me penetrara, que me hiciera suya.
Cuando al fin lo hizo mi cuerpo estallo para convertirse luego en calma, en paz.

Desde ese día nuestros encuentros fueron continuos, cada vez más intensos.
Era muy feliz, le amaba y él me amaba.
Empecé a descuidar mis estudios, no iba a clase, sólo a la suya.

Pero pronto llegaron las complicaciones. Mi madre empezó a notar algo raro en mí. Era una mujer muy estricta y no iba a dejar que descuidará mis estudios y mucho menos que estuviera con Juan. Lo descubrió todo, le denuncio y a mí me encerró y no me dejo volver a pisar esa facultad.
Mi mundo se convirtió en oscuridad, no comía, ni dormía, sólo quería estar a su lado.
Quería cumplir dieciocho años, irme de casa, dejarlo todo por él, por mi caballero, mi compañero.
Mi padre no sabía nada, se lo habíamos ocultado porque era una persona muy nerviosa, en algunos casos violenta.
Pero no aguante más, me enfrenté a mi madre, le dije que si no me dejaba verle me mataría, me escaparía lejos y nunca volvería.
Con todo lo que montamos mi padre se entero y corriendo hacía mí me tiro contra el suelo y empezó a insultarme. Fue horrible, mi madre llorando, mi padre furioso, nunca le había visto así, y yo, yo pensando en él, no me importaban esos dos seres extraños.

Al fin cumplí dieciocho años y lleve a cabo mis planes. Por la noche, mientras mis padres dormían, hice las maletas y cogí dinero de la mesilla. Tenía que encontrarle, no sabía dónde estaba, ni que había pasado con él.
Iría a su casa, llamaría a la puerta, él la abriría y nos abrazaríamos. Me cogería entre sus brazos y me llevaría a la cama, me haría el amor. Todo volvería a ser como antes.
Pero no fue así. Fui a su casa y efectivamente seguía viviendo allí. Cuando abrió la puerta su rostro no era el que yo me esperaba, estaba furioso. Me golpeó una y otra vea mientras me decía que le había arruinado la vida. Al final acabamos haciendo el amor.
Volví a la facultad, Juan me ayudo a pagar la carrera. Todo era maravilloso, nos amábamos, él me mimaba, me cuidaba, era su pequeña muñequita, volvía a ser feliz, me había devuelto la vida.

Pasaron los mese y todo empezó a torcerse.
Me enteré de que mi padre había muerto; no pudo superar que me fuera.
Decidí ir a ver a mi madre, pero no me dejo entrar, dijo que era una mala hija, que no quería volver a verme.
Con Juan no iba todo tan bien como yo esperaba, no me dejaba hablar con nadie, no quería que saliese sin él.
Un día tuve que quedarme hasta tarde con un compañero para hacer un trabajo y cuando volví a casa encontré a un Juan que no veía desde hacía mucho.
Entre en casa, Juan me esperaba en le sillón. Me acerque a él para besarle pero me empujo, caí al suelo y empezó a darme patadas en el estomago y la cabeza, sentía que me estallaba la cabeza, mi cuerpo ya no me respondía. Cuando conseguí levantarme le pedí por favor que me dejase, pero no me oía, estaba cegado por el odio. Siguió golpeándome una y otra vez.
Estuve una semana ingresada en el hospital, Juan no vino a verme.
Cuando me dieron el alta me esperaba con un ramo de margaritas, mis preferidas.
Estaba muy arrepentido, ¡me amaba de verdad!. Pobrecito, le había hecho mucho daño.
Seguí con él, todo volvió a ser como antes. ¡Que feliz era! Tenía que estar agradecida de tener a una persona como él a mi lado.

La tranquilidad duro poco, volvieron las palizas, los insultos.
Estaba atrapada, no sabía que hacer. Yo le amaba, pero le estaba convirtiendo en un monstruo. Tenía que dejarle. Yo no había hecho más que perjudicarle, así que decidí irme lejos.

No he vuelto a saber nada de él.
Cuando pienso en todo lo que paso me doy cuenta que lo único que he hecho ha sido hacer daño a la gente que amaba: a mi padre, a mi madre, a Juan.

No quiero que nadie me toque, sigo siendo suya, siempre seré suya. Él es el único que puede tocarme, es mi amor.
Me gusta recordarle, recordar nuestras charlas, como hacíamos el amor.

Amigo anónimo tengo que despedirme, es hora de ir a trabajar.

Hoy el metro está más lleno que nunca, debo respirar hondo y no pensar en nada.
Noto algo en mi espalda, siento frío, tengo miedo. Vuelvo la cabeza- ¡JUAN!, Cuanto tiempo sin verte.
¿Quién cuidará de Luna?


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Estoy sola


Estoy sentada en esta minúscula silla, mirando por la ventana la oscura y solitaria calle.
Me encuentro aquí por una extraña razón.

Ocurrió hace unos dos años:

Me encontraba sola en una habitación de metro y medio. Sin muebles, sin ventanas, sin una pequeña bombilla que alumbrara mi soledad.
Estuve varios días, quizá meses, cuando millones de bichos invadieron la habitación, invadieron mi cuerpo. Los ruidos empezaron a ser abundantes y escalofriantes. Las sombras de figura que no existían empezaron a ser constantes.
¡Gritaba!, pero nadie me escuchó. Mi cuerpo no me pertenecía, los bichos, las sombras, se habían adueñado de él.
Las voces monstruosas no dejaban de repetirme: ¡ESTAS SOLA!
Cansada de gritar me quede sentada en una esquina, inmóvil, mientras los bichos devoraban mi cuerpo, mi alma ya casi inexistente.

Pasaron meses, quizá años, hasta que un joven abrió la puerta. Era bello, muy bello. Miraba mi cuerpo semidesnudo, mientras sonreía, ¡que sonrisa más bella!
Lo último que recuerdo es que estaba devorando su cuerpo, le destroce su hermoso cuerpo. Pare cuando dejo de gritar.
Tenía miedo, me separe de él, no podía dejar de reírme.
Al poco tiempo me callé y al acercarme a él comprobé que estaba muerto. Me tumbe a su lado.

Después de horas, quizá mese, quizá años, varios hombres irrumpieron mi descanso y me llevaron a esta habitación. Dijeron que aquí mi mente descansaría, que yo estaría mejor. Pero no estoy segura porque esta habitación oprime mi libertad.

Y ahora, después de contaros la historia, os contaré por qué estoy aquí. Es porque la gente que quería me dio la espalda, me dejaron sola y por eso tuve que volar.
En el mundo no había sitio para mí, sitio para gente como yo.

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UN ESPECTADOR CASUAL



Antonio es un hombre normal, con un nombre normal y una vida normal.
Todas las mañanas se levanta a las siete para ir a trabajar.
Tiene cincuenta años, veinticinco de ellos los ha pasado al lado de María.
Nunca tuvo grandes sueños y si los tuvo ya no se acuerda.

Día tras día se pregunta quién es ese al que algunos llaman papá, otros Antonio.
Nunca hizo grandes cosa y si las hizo ya no se acuerda.
Tiene cincuenta años, treinticinco de ellos los ha pasado trabajando.

Cada mañana mira a su mujer y busca en sus ojos rastros de su existencia
Tiene cincuenta años y no recuerda cuando los vivió.
Es un hombre normal, con una vida normal.


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FIN

Veo un largo pasillo, al final de él una puerta. Está todo oscuro, las paredes me oprimen, no me dejan llegar a mi destino.
Lucho por abrirme paso. Mi cuerpo llora, se desgarra, sangra.
Con cada paso voy dejando un trozo de vida, de mi ser.
Cuando por fin consigo llegar a la puerta veo un letrero que dice:
Tienes dos opciones: atravesarla dejando a un lado tus miedos o quedarte aquí hasta que tu vida se consuma.
TU ELIGES.


FIN 2

Hay un pozo, un pozo profundo y oscuro en medio de mi cuarto.
Todos los días paso a su lado con cuidado de no caerme.
Lo miro, me parece que alguien se esconde en él.
Día tras día busco a la persona que allí está y no la encuentro.
Hoy es un día distinto, el pozo parece distinto.
Me acerco a él buscando una respuesta.
Lo que veo me parece conocido. Conozco esos ojos, esa boca, ese rostro.
Busco en mi memoria para dar con la persona, no me hace falta buscar mucho, un espejo me da la respuesta.


FIN 3

Era domingo y no tenía nada que hacer.
Llevaba horas dando vueltas, de la cocina al salón, del salón al baño, de ....
Parecía como si nunca hubiese estado allí. Los cuadros habían cobrado vida y las paredes se retorcían.
Me estaba volviendo loca, tenía que hacer algo o la casa me iba a devorar.
Me fui a la terraza, necesitaba despejarme y fumarme un cigarro. Siempre fumaba en la terraza, no me gusta que el olor del tabaco sea el perfume de mi hogar.

El cielo estaba muy bello, miles de estrellas adornaban la Luna.
Me sentía muy bien, el aire acariciando mi cuerpo, el dulce tacto de un cigarro entre mis labios. Todo era perfecto.
Me sentía ligera, volátil.
Poco a poco fui despegando los pies del suelo para elevarme al infinito.
Mi cuerpo frágil se deslizaba donde el viento mandase.
Estaba más viva que nunca, había dejado lo terrenal para pasar a un plano superior, casi mágico.


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Mujer en el espejo



Ana era demasiado mayor para ser una niña y demasiado pequeña para ser una mujer, demasiado gorda ante sus ojos, demasiado delgada ante los míos.

Todos los días, nada más levantarse, se miraba en el espejo, desnuda se situaba enfrente de su verdugo buscando pequeñas incorrecciones que le dijeran que no era como esa mujer que aparecía en la portada de la revista.

Desde niña sabía que era diferente a las demás, su cuerpo redondeado no le permitía ir al mismo ritmo que sus compañeras.
Con catorce años descubrió en la comida su enemigo, enemigo al que una y otra vez derrotaba, enemigo que sus ojos eran incapaces de ver como amigo fiel y necesario.
Dos años duró la lucha entre Ana y su cuerpo, entre la niña-mujer que había en el espejo y la que se reflejaba en sus ojos.
Finalmente el alimento del que tanto había huido sé introducía en su cuerpo a través de un tubo. Sus venas sustituían su boca y su cuerpo, como siempre deseó, ya no era redondeado, simplemente ya no era

Si me preguntan cuando empezó Ana a matarse diré que fue cuando descubrió que su cuerpo era distinto, que ella no encajaba, su cuerpo era demasiado grande como para encajar en ese puzzle formado por piezas tan pequeñas.

El único recuerdo que tengo de ella es una caja minúscula, donde guardaba fotos de mujeres que rozaban la perfección, lo que nunca supo Ana es que la perfección no se encuentra en unas piernas, ni unos pechos, sino que simplemente no se encuentra, que no está escrita en libros o revistas. La perfección es un concepto demasiado subjetivo como para que alguien marque las pautas que debemos seguir para encontrarla.

Eso pasó ya hace dos años, pero sigo viendo a Ana, la veo en las paradas del autobus, la veo en portadas, la veo una y otra vez.


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Cuando salió el sol

María nació y creció en un mundo donde no se ponía el sol, su piel era casi trasparente, su pelo blanco y sus ojos color cielo, cielo que ella no conocía. Todos allí eran así, no había nada que los hiciera diferentes, menos María, había algo que la hacía distinta, no era su piel, ni su pelo, era algo que se encontraba muy oculto como para que alguien pudiera verlo, incluso para que ella pudiera encontrarlo.
Desde pequeña, María, había soñado con cielos azules, con grandes soles que alumbraban su camino, no sabía qué era aquello que cada noche(digo noche porque según avanzaban las horas se oscurecía aún más el cielo haciendo imposible que alguien no estuviese dormido), veía en sus sueños, pero sabía que le gustaba y también que no podía hablar de sus sueños a nadie.
Noche tras noche soñó con ese mundo hasta que cumplió diecisiete años, no pasó nada distinto ese día, todo fue igual que lo había sido durante diecisiete años, pero cuando calló dormida, en su sueño apreció una chica que se parecía muchísimo a ella, lo único que las hacía diferentes eran sus pieles distintas, sus ojos distintos y sus cabellos distintos.
La chica la cogió de la mano y la pidió que agudizase sus sentidos para ser capaz de oir el cantar de los pajaros, para poder oler las flores y sentir el sol en su piel, María así lo hizo descubriendo un mundo lleno de sensaciones que desconocía. Fué el mejor cumpleaños de su vida. Cuando llegó el momento de la despedida, la chica dijo que tenía otra sorpresa preparada para ella, María entusiasmada le pidió que se la diese ya, -la sorpresa no es algo que se pueda dar-, le explico la muchacha, -sino una elección que sólo tú puedes tomar- Lo que la chica le ofreció fue la posibilidad de quedarse en ese mundo para siempre, la posibilidad de ver amanecer, María sin pensarselo dos veces aceptó. En ese momento María sintió la vida como nunca antes la había sentido, oía el cantar de los parajos, disfrutaba de los aromas que se presentaban y sentía el sol cada vez más caliente, pero no pudo disfrutar mucho de ese paisaje, sus ojos no pudieron aguantar la luz y quedaron ciegos para siempre, podría oir el cantar de los pajaros, oler las flores, pero no ver el amanecer.

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“Un nadie”

Un nadie se levanta por la mañana y busca en el espejo a un ser, pero nunca encuentra a nadie. Desayuna ante la palpable soledad de no estar con nadie; una taza de café y quizás una tostada para acompañar. Mientras el café encuentra una compañera perfecta, a Un nadie nadie le acompaña.
El día pasa y pasa, la vida termina, sin que nadie reconozca la existencia de Un nadie.
Pasos solitarios, miradas que no ven, pisadas que no se sienten, día tras día, la vida termina.
La noche de Un nadie no es muy distinta al día; tumbado en la cama Un nadie se hunde en el colchón, se pierde en él, ya que ni el mismo colchón reconoce que hay alguien que descansa sobre su cuerpo. Nadie sabe lo que siente Un nadie porque nadie sabe que existe, quizás ni el mismo sepa que existe. Tanto tiempo condenado a la no-exitencia, al no-reconociemiento, a que nadie valore lo que Un nadie es, que ya ni él mismo se reconoce como algo que forma parte de un algo, algo que, por supuesto, no conoce porque nadie le ha dejado formar parte de algo.
Desde el mismo momento de su nacimiento un nadie pasa de haber nacido a ser un ser nonato, un ser que no existe, ya que de Un nadie a un ser que No existe hay un paso, paso que se da cuando el mismo Un nadie reconoce que no es nada para nadie, quizás eso es lo único que lleve la palabra reconocido en su vida, todo termina.

Tras años de que nadie saludará a Un nadie, que fácil es poner una cara amiga, de que nadie le diera un abrazo, nuestro personaje, que no amigo, murió, solo, nadie fue a su entierro porque nadie supo nunca que existió.


Nadie puede morir si nunca existió.
Nadie puede vivir sin nunca nació.
Nadie existe si nadie ve su existencia.
¿Quién eres? Un nadie.....

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