Mare Vitrum- Recopilatorio (no escribir)

Prólogo

El hombre miraba el encendedor con aire distraidos. Detrás Marie se paseaba por la habitación envuelta en sus tareas, ajustando tal candil, o tal otro. Bajaba las perisianas cuando encendía una luz, y apagaba las luces cuando abrían las ventanas. El silencio de fuera era casi espectral. Sobre la mesa el encendedor lamía el reflejo de la pequeña llama de la lámpara de la mesa y el hombre hacía girar las gafas por la patilla mientras ensimismaba sus pensamientos en acontecimientos lejanos sobre los que no podía intervenir, pero que podrían marcar el rumbo de su vida de forma inequívoca. Marie regresó de la cocina y sirvió sobre los platos las patatas fritas con aceite. El hombre las comió sin mirar a su esposa y apuró hasta la última miga que encontró. Después mientras su mujer recogía apagó de nuevo las luces y abrió la ventana. Encendió el último cigarrillo que le quedaba y fumó con la otra mano dentro del bolsillo, con el chaleco desabrochado. Veía pasar parejas de soldados, otras veces camionetas o el sordo ruido de los aviones sobrevolando las calles. Se volvió dentro y fue a la habitación. Se desvistió, dejó el encendedor sobre la mesilla y se deslizó bajo las pesadas sábanas hundiéndose en el viejo colchón. Así pasó esa noche, y la siguiente, y muchas más hasta que llegara el poema. Pero cuando llegara...cuando llegara sabría que todo habría empezado, y Francia podría de nuevo respirar bajo su propia libertad...
I


La música sonaba lenta y tranquila al fondo de la sala. Las mesas se encontraban alrededor de la zona donde apenas tres parejas bailaban llevadas por la música como el mar es mecido por la luna. La canción que tocaba ahora la banda era lenta, muy lenta, con un sabor al peor jazz americano. La iluminación era tenue y el humo llenaba toda la estancia. En las mesas grupos de hombres y mujeres conversaban y reían. A la izquierda del todo se encontraba la barra, de buena madera pero mal cuidada. Tras ella se encontraba el barman. Tenía cara de barman, vestía como un barman y hablaba con voz de barman. Paul Durand, se acercó a él.

-Hola Ol

-Buenas noches Paul.

-¿Hay algo para mí?

-Hoy sí hay algo- el barman bajó la mirada. Paul supo entonces que no iba a ser fácil. Ol prosiguió- Tienes a uno nuevo esperando en el baño. Ya tiene la herramienta. Se trata de un teniente de los nuestros que pasa información a los alemanes.

-¿Me dan a uno nuevo para un teniente?- Paul se mostró enfadado y en uno de sus aspavientos volcó el vaso.

-Es el hijo de Martín

Entonces ambos callaron y la música relleno el espacio que el silencio había dejado entre ellos. Al fin terminó Paul

-Solo espero que no sea tan loco como lo fue su padre- Y dicho esto se guardó el encendedor que siempre llevaba consigo y se encaminó hacia el baño. Al pasar cerca de la banda no pudo resistir caminar a ritmo de la música.

El baño era en verdad grande. Tenía las baldosas de mármol bastante sucias y a varias puertas de los retretes les faltaba una mano de pintura. El chico estaba sentado al fondo. Contaba apenas dieciocho años y fumaba nervioso. Paul se encendió un cigarro con el encendedor y se lo guardó enseñando la bandera francesa que en él había hacia el muchacho. Éste, cuando la vio y reconoció la señal se levantó y salió del baño. Paul le siguió y fueron al coche.

-Muchacho. Dame la pistola

El chico le dio un bulto de tela que Paul se guardó en el bolsillo. Condujo en silencio durante gran parte del camino.

-Escúchame...

-Andrés- dijo el muchacho

-Bien, escúchame Andrés. No quiero que hagas las mismas gilipolleces que hacía tu padre. Ni que hagas locuras que nos pongan en peligro. Lo de esta noche es difícil. Me asombra que me den a uno nuevo para lo de hoy

-No hace falta que te enfades conmigo. No he sido yo el que te ha mandado esto ni el que te ha emparejado con un crío. Así que tranquilo, haré lo que tengo que hacer y no te pondré en peligro

-¿Y qué es exactamente lo que vas a hacer?

-Matar a ese teniente

Paul frenó el coche de forma brusca a un lado de la calzada y miró fijamente a los ojos de Andrés.

-tu te quedarás en el coche. Yo mataré al teniente. ¿Entendido?

-Puedo hacerlo

-Vamos a ver muchacho. Matar no es fácil. No es como los soldados de la guerra que disparan a un bulto que se mueve lejos, tras las trincheras. Aquí disparas de cerca. Mirándole a los ojos. Hay que tener mucha sangre fría para hacerlo y no quedarte mirando como un pasmarote. Cuando suenen los disparos medio ejército alemán se nos echará encima. ¿Serás capaz de guardar el arma y salir corriendo mientras piensas en como escapar? No, no serás capaz, porque en el momento en que salgas corriendo solo pensarás en el pobre diablo al que acabas de matar. No necesitamos otro muchacho muerto. Yo lo haré y tu esperarás en el coche.

Andrés no dijo nada y calló el resto del trayecto. Cuando llegaron a la casa y comprobaron que todo estaba en orden Paul bajó del coche. Cerró la puerta tras de sí y cruzó la calle en dirección a la casa.

Cuando fue a entrar se giró y agarró a un chico que le seguía por la solapa. Era Andrés. Cuando iba a ordenarle que se volviera una pareja de alemanes se acercó al coche. Paul y Andrés se escondieron en las sombras del porche y miraron a los soldados.

Uno de ellos miraba el interior. Otro golpeaba con la mano en el capó. Al final se alejaron calle abajo. Paul miró a Andrés, pero no dijo nada. Entró en la casa y esperó a que el chico le siguiera para cerrar despacio. Subieron las escaleras sin hacer ruido hasta que el último escalón crujió bajo sus pies. Se quedaron quietos, pero no hubo respuesta de la habitación. Paul le susurró algo al chico y se deslizaron en el oscuro dormitorio. El muchacho encendió entonces la luz.
El teniente se incorporó en la cama con cara de desconcierto y vio a los pies de la misma a Paul con rostro severo. Llevaba un traje marrón. Tenía fuertes hombros y un oscuro cabello.

-¿Quién es usted?

Paul caminó por un lado de la cama hasta la altura del hombre. Se quitó el sombrero y del interior sacó una pequeña pistola que cabía en la palma de su mano. Ante los ojos de desconcierto del chico todo pasó demasiado deprisa. Paul colocó el arma tras el sombrero, lo acercó a la cara del teniente y disparó dos veces. Tras el segundo disparo una mancha de sangre se estrelló contra la pared donde estaba pegada la cabecera de la cama y el teniente calló hacia un lado con la cabeza apoyada en una almohada llenándola de sangre. Sus ojos estaban abiertos y la mirada parecía perderse en un vacío interminable.

Paul enganchó al chico por un brazo y bajaron corriendo las escaleras. Los disparos habían sonado condenadamente altos y pronto todo los soldados alemanes se les echarían encima. En la planta baja Paul empujó a Andrés hacia la cocina justo cuando la puerta principal se abrió de golpe y en el umbral se recortaron las siluetas de tres soldados alemanes. Antes de que dispararan Paul disparó otros dos disparos contra ellos. Uno de ellos alcanzó a un alemán en el pecho, el otro hizo saltar un trozo del umbral. Paul bajó entonces por las escaleras que daban al sótano. Le siguieron los alemanes. Cuando el segundo había entrado Paul salió de detrás de la puerta del sótano y disparó al soldado en la espalda. El primero que ya estaba en medio de la estancia se giró y recibió otros dos disparos de Paul. Uno en el estómago y otro en la cara.

El francés se apoyó contra la puerta y tomó aliento antes de subir. Cuando hubo descansado empezó a subir las escaleras pero a la mitad dejó de hacerlo. Un sargento alemán lo esperaba al final de la escalera. Descargó una ráfaga de su arma contra Paul que cayó escaleras abajo con tres balas en el cuerpo. Todavía pudo oír los pasos en el piso superior antes de morir.

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NOTA: La pistola en cuestión es una Browning de origen inglés. Debido a su pequeño tamaño despide un ruido sensiblemente más alto que otras armas de cañón más largo como los revólveres. Dispara un calibre algo más pequeño que la mayoría de las pistolas de la época y solían hacer falta varios disparos para matar a una persona (obviando las zonas mortales por naturaleza) N.A
Mare Vitrum-Capítulo 2

Andrés corrió a casa. Seguramente faltaran un par de horas para el amanecer y el cielo se presentaba denso como el humo. Cuando estró su madre aún trabajaba. Se sentó en la silla cerca del fuego y esperó mientras los gemidos de la habitación le interrumpían los pensamientos. Se acordaba de la casa, de la sangre que saltó de la nuca de aquel hombre, de los ojos de Paul clavados en la cara de aquel hombre.

Echó una ojeada a la casa. Todo como siempre, tres sillas, un silloncito, la chimenea, la puerta de la habitación, los marcos con las fotos de su padre y el horroroso papel marrón de las paredes. Nadie se había acordado de que era su cumpleaños.

Se acordó de su padre. Recordó como iba vestido el día que se apuntó a las milicias. Sus cartas desde el frente, las penosas semanas hacia el exilio. No tardó ni tres días en apuntarse a la Resistencia. Al principio a los españoles se les trató con indiferencia, pero el respeto vino de la mano de la experiencia. Los españoles habían estado ya en una guerra, y venían con la sangre del frente hirviéndo en sus venas. Luchaban con valor. Así luchó su padre, hasta que murió. Recordó el día en que se lo dijeron y como le había prometido que él también lucharía por la libertad.

La puerta de la habitación se abrió. Primero salió la madre, que como de costumbre saludó a su hijo y también como de costumbre no obtuvo respuesta alguna. Después salió el oficial alemán terminándo de abrocharse el uniforme. Saludó a Andrés. Ninguna respuesta

-¿Es que en tu país no os enseñan a tratar a los oficiales?

Andrés callaba.

-Maldita mierda de rojo español- Restalló el oficial, y le agarró por el pelo y por el cuello- Da gracias que tu madre es buena, sino tu muerto hace tiempo

Y le golpeó fuerte en el cuello con la mano, y sacó la pistola y le golpeó con la culata en la cara.

-Eres mierda de niño malnacido-Escupió- Vete infierno

Salió disparado mientras daba órdenes a una patrulla de alemanes que pasaba por la calle.

-Ese hombre nos da de comer.

-Ese, y otros muchos.

-El teniente Hüber viene casi todas las noches. Él paga esa cena.

-A padre le debe de sentir muy bien en su tumba saber que te follas al enemigo- La madre le dió una bofetada

-Nuestro enemigos se quedaron en España, él no es tu enemigo, ésta no es tu guerra

-Hoy he comenzado con los hombres del bar, hoy he tenido mi primer trabajo

-Pues acabarás como el hombre que hoy ha matado Hüber. Un partisano en casa de un teniente. El otro escapó por los pelos. Dime ¿quieres acabar así? ¿Quieres acabar así?

Cuando escuchó eso Andrés se acordó de Paul y odió más a aquel sucio alemán.

-Seguiré yendo allí

-Él seguirá viniendo aquí
Mare Vitrum-Capítulo 3

Tardó una semana en volver al bar, y por consiguiente, en volver a trabajar. Le llamaron durante la cena, mientras su madre servía el pollo. La verdad es que cenaban bien, bastante mejor que la mayoría de los vecinos de esa parte de parís, al menos que de los vecinos parisinos. Esto se debía a que, a parte de los numerosos clientes que la madre tenía, uno en especial era un oficial del cuerpo de infantería del Ejército del Oeste del Reich. Un oficial nazi que había "adoptado" a la madre de Andrés como, sobre todo últimamente, puta particular. Y siempre que podía desviaba fondos de los víveres, y así disfrutaban de chocolate, de carne, de pescado y de medicinas, mucho más que casi nadie. Pero era un terrible riesgo. Andrés sabía que en cualquier momento podrían llamar, y tendría que ir. Y llamarían. Y llamaron.

Lo cogió la madre, y tras mirar de forma interrogante a su hijo le pasó el auricular. El oficial agarró por la cintura a la madre y la trajo hasta sí para besarla y tocarla, y ella se dejó hacer. Mientras, una voz por el teléfono, una voz grave, increpaba a Andrés a coger las herramientas que le ordenaron guardar y presentarse en el bar. Se disculpó ante el oficial y se escusó con gran maestría, y pasó a su habitación. Bajo la cama esondía un saco. Lo cogió y lo tiró por la ventana encima de los arbustos. Después salió al comedor. Cuando se iba a ir sin decir nada la madre ahogó un gemido. Andrés recordó la paliza a ambos que el oficial propinó la semana anterior por la actitud del chico y saludó correctamente antes de abandonar la casa. El oficial tumbó a la madre en la mesa.

Andrés se encendió un pitillo con el encendor que servía de señal y se cargó a la espalda el saco que había tirado por la ventana. Caminó por las calles mojadas de París. Los últimos tres días había llovido casi sin parar y eso se notaba ahora en el aire. Era mucho más puro que otros días, con el reconfortante olor a tierra mojada, a asfalto húmedo. Sus botines hacían un ruido sordo sobre los adoquines. Llegó al bar. La cosa era difícil.

-Andrés, hoy estarás solo. Sabemos que no disparaste aquella noche y nos preguntamos si podrás hacerlo.

-Se disparar.

-No he dicho que dudes de si sabes o no sabes disparar, te he dicho que nos preguntamos si podrás

-Ya me explicó Paul las cosas malas. Podré, si es necesario podré.

-Eso espero porque estarás solo, y eres una piedra angular en todo esto. Te toca lo difícil, lo más dificil. Vas a tener que ir a un local, donde los colaboracionistas con los alemanes reciben información de la Guardial Civil, que busca importantes colaboradores republicanos de tu país. Ahí es donde se filtran todas las noticias de sus paraderos, y las que son ciertas son enviadas a España. Ese es uno de nuestro objetivos, y tu tienes que eliminarlo. Dentro habrá al menos seis personas, puede o no que estén todas armadas. El que más nos interesa es un coronel alemán que supervisa todo. Como eres el único que sabes español, eres el único que entraras. Están esperando a un español infiltrado en la resistencia que les va a llevar todos los informes. A las 23:05 se le dará muerte y a las 23:12 te daremos los informes para que te hagas pasar por él. Se llama Santiago Guzmán, y es madrileño, como tú. Te esperan a las 23:15. En ese momento seis oficianas parecidas serán objetivo de la resistencia, y todas lo serán a la misma hora para que no se avisen entre ellas. Tienes que ser rápido y eficaz. Sabemos lo difícil que es- Andrés sentía sus piernas temblar de miedo, y el estómago cerrarse- Pero sabemos que eres como tu padre, y tu padre lo habrían conseguido.

Le habían tocado el punto flaco. Lo haría, y lo conseguiría. Eso esperaba.

En esa parte del puente la farola no iluminaba, y allí esperaba, fumando, nervioso, imaginándo un centenar de horribles finales, hasta que, a la hora exacta se presentó el coche. Paró frente a él y tras darle los papeles sonó un "suerte".

Cruzó la calle, comprobó las armas y planeó la cosa. Él siempre planeaba, y eso le salvaba la vida. Tenían la imaginación suficiente para creer saber lo que podrían hacer los demás, y actuar en consecuencia. Llegó al lugar un par de minutos antes, dió la vuelta a la casa. Parecía normal. Cruzó la calle tiró a un cubo de basura la escopeta. Dos cañones, dos disparos. Demasiado inútil dentro, demasiado útil fuera. Cargó la amtrelladora. Un Sten inglés, con el cargador a un lateral para agarrala mejor. Muy buena y ligera. La apoyó fuera, a un lado de la puerta. Llamó. Un minuto antes.

-¿Quién es?

-Soy Santiago

-Te adelantas.

-¿Quieres los papeles o no?

-pasa- Se abrio la puerta. Dentro siente hombres, no seis. Primera cosa mala.

-Santiago García, ¿No?- El coronel alemán que supervisaba saludó. Andrés estuvo rápido

-Guzmán, Santiago Guzmán.

-Claro, espera ahí. Danos papeles- Andrés dió los papeles y esperó en la puerta. Se llevó la mano bajó el abrigo y cuatro de los siete hombres se alarmaron y le apuntaron.

-Solo voy a fumar- se abrió la chaqueta- solo eso. No voy armado- Cuatro armas, pensó.

El coronel se llevó a uno de los que estaban apuntándole dentro de la casa. Se oía música. Local clandestino. Dejaron de apuntarle. Ofreció tabaco. Solo aceptó el que le abrió la puerta. Cuando iba a coger el cigarrillo Andrés tiró de la muñeca y lo sacó al exterior. Cayó por las escaleras. Cogió el Sten y soltó el cargador de una lado a otro. Cayeron tres, uno saltó hacia atrás. Andrés le disparó una ráfaga al pecho. La música cesó. Detrás de la puerta por la que salió el coronel se escuchó el ruido de una pistola amartillándose. Andrés se acercó a uno de los muertos y recogió una ametralladora alemana. Soltó una ráfaga a la puerta. Muchas astillas, cinco agujeros. Detrás sonó el golpe de un cuerpo contra el suelo. Sangre bajo la puerta. Unas botas que salían corriendo.

Salió por la puerta y vació el cargador contra el hombre que había caído por las escaleras. Solo le alcanzaron las últimas balas. Cruzó la calle, corrió por la parte izquierda del parque y se internó en la oscuridad que los árboles ocultaban. Una figura abandó la casa por la parte de atrás, se internó en el parque y miró la casa tras unos arbustos. Andrés sacó la escopeta de la papelera. Se acercó cien metros hasta el coronel. Pisó una rama. Gran falló. Todo iba bien. Ahora iba mal. El coronel se giró y en momento en que levantaba los brazos para disparar Andrés apretó el gatillo, por dos veces y el oficial voló hacia atrás con el pecho abierto. Andrés se acercó para mirarle la cara. Los ojos abiertos, no tenía pistola. No iba a disparar, iba a rendirse. Andrés se sintió asesino, y se odió. Corrió a esconderse al piso franco.
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