El Guardián del Destino ( no escribir )

En un mundo de dioses, reyes, caballeros y espadas, un muchacho parece ser el centro de los acontecimientos que ocurren en la ciudad. Es entonces cuando aparece Bolgar, un extraño hombre quehará lo que sea por conseguir lo que quiere de Karibdys.

Esta es la segunda versión de la historia. Cambia bastante respecto a la primera en cuanto a ambientación y detalle. Intento ser más claro en las explicaciones y ser algo más realista en cuanto a eventos se refiere.
Espero que os gusten las modificaciones a los que ya lo habéis leido y a los que no, simplemente que os guste. El camino acaba de empezar.
¿Alguna vez termina?


"Ojalá no se conociesen héroes,
pues para que un héroe demuestre su valía,
primero ha de haber esxistido un monstruo."
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ÍNDICE:
MAPA YALAY OCCIDENTAL


Incisos
( I ) : El asalto al Castillo

CAMINOS

Capítulo 1: Las puertas del Torneo
Parte I --> Los sueños de unos niños

Próxima parte --> Historias en Ol
La noche llegaba a su fin aunque las nubes ocultasen los primeros rayos de sol. La lluvia parecía escaparse a todas las previsiones y había dejado de mojar los campos circundantes a la ciudad del Ol. El río Elo bajaba todavía furioso por la tormenta de la noche anterior, aunque con mucha menos fuerza.
Los campos estaban de un verde pálido bajo la tenue luz que empezaba a apreciarse tras el espeso manto de nubes. Parecía un pequeño valle muerto y desolado pues no se escuchaba ningún sonido de animales por las cercanías. Tan solo el ruido del río al bajar desde Ol hasta el mar Seyno, uno de los tres mares de Seya, lejos, muy al sur.
Sin embargo todo comenzó a cobrar vida a la vez que el sol conseguía disipar algunas nubes y podía apreciarse el azul del cielo. Había sido una tormenta de verano. E iba a devolverle todo el colorido a los prados de Tyria en el momento en el que las neblinas se hubiesen desecho totalmente. Algunos trinos de pájaros podían escucharse a lo lejos, acercándose poco a poco a la ciudad, todavía dormida en su mayoría.

Unos pocos kilómetros al sur de la ciudad apareció por el camino un hombre de aspecto mayor. Su pelo largo hasta los hombros estaba teñido por las canas y sus ojos verdosos reflejaban claramente el paso de los años. De tez pálida y cuerpo algo encorvado, vestía ropas algo sucias, aunque todavía podían considerarse en buen estado para su uso.
Parecía andar buscando algo en especial. Miraba por la orilla atentamente mientras andaba por el borde del camino. Pequeñas olas formadas por el viento y la corriente del Elo llegaban hasta el hombre que las observaba como si estuviesen intentando decirle algo. Tras unos minutos más así, se paró y miró río adentro. Apareció una leve sonrisa en su rostro y se sentó en la hierba mientras sacaba una pipa de su bolsillo y la encendía tranquilamente.
Parecía muy sosegado y tranquilo mientras parecía contemplar el río y el cielo a la vez. Pronto, el aire se llenó de vida y el sonido del valle de Ol se extendió por aquella inmensa llanura. De fondo podía contemplar los altos montes de Ol sobresalientes de las torres del castillo blanco de la capital de Tirya. Al sur, la bahía de Carrién, sonde se encontraba el primeo de los mares de Seya, el mar de Seino, se extendía con un azul inmaculado bajo un cielo prácticamente celeste.
Situado entre los árboles del bosque de Nelás, el hombre disfrutaba de aquellas vistas que eran características de las planicies de Tirya, pues era bien sabido por aquellos lugares que, hacia el este, la región de Lerianor, gobernadora del continente, era mucho más escarpada y extrema que aquel lugar que parecía sacado de un cuento de hadas.
No pasó mucho tiempo hasta que un carromato tirado por dos potentes bueyes y dirigido por un campesino apareció desde el sur camino a Ol. Al pasar por el lado de aquel hombre se detuvo para preguntar.
- Buenos días tenga usted, señor. ¿Va a alguna parte?
- Buenos días. No, muchas gracias. En estos momento estoy esperando a alguien. Si quiere detenerse y tomar un pequeño desayuno conmigo – dijo sacando un trozo de pan y queso de un trapo que guardaba en su cinto.
- Si no es mucha molestia – se apresuró a decir el campesino bajándose de su carro -. Esta mañana tuve que salir antes de que amaneciese, para poder llegar a la ciudad para el final de las fiestas. Traigo un cargamento de baratijas que espero poder vender allí.
- Pues llega a tiempo. Si mal no recuerdo hoy debe de ser la gran final de ese .... ¿como lo llaman? ¡Ah, sí! El campeonato de lucha.
- Así es, y esa es pues mi intención. Por cierto, mi nombre es Freor. Freor de Tara. Vengo del oeste. ¿Y usted?
- Mi nombre.... bueno, he recorrido ya tantos lugares... No tengo un nombre fijo, si te digo la verdad, pero por aquí se me conoce por el nombre de Galdian.
- Galdian – se detuvo a pensar Freor -. Ese nombre no es muy típico de aquí. Más bien parece de las lejanas tierras del este de Lerianor. Incluso me atrevería a decir que de las islas de Dámica.
- Hm, parece que conoces la geografía del continente, ¿no es asi?
- La verdad es que no me puedo quejar. Tuve una buena instrucción en mi infancia – dijo a la vez que comenzaba a comer un pedazo de queso -. Y también he tenido la suerte de viajar por lugares, aunque no tan lejanos, por supuesto, pero sí de las zonas más cercanas de Lerianor y Tiara.
- Hm, ya veo. Muy interesante. Por cierto....
Se llevaron hablando un buen rato antes de que el campesino, Freor, se despidiese de Galdian que, tras esto, volvió a sumirse en una especie de tranquilidad profunda. Tomó de nuevo su pipa y continuó mirando las aguas del Elo.
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El día continuó su avance mientras que aquel hombre de aspecto maduro continuaba sentado a la sombra de los árboles lindantes con el río. Pronto el calor comenzó a hacer acto de presencia y bajó alguna vez a mojarse la cara. Por fin, poco antes de que llegase la hora del almuerzo, Galdian se levantó de pronto y se dirigió al lago. Desde su orilla dirigió su mirada a su derecha y contempló, con una sonrisa en la cara, lo que parecía que había estado esperando.
Un joven muchacho se acercaba desde aquella dirección hacia donde se encontraba él. Tenía el pelo y las ropas totalmente mojadas, aunque no parecía molestarle, pues caminaba cabizbajo, sin prestar atención donde pisaba pues continuamente se tropezaba con las ramas o piedras que se encontraba por el camino. Llevaba una capa de color marrón que le colgaba malamente y sus vestiduras no estaban en mejor aspecto. Parecía, deprimido y caminaba, al parecer, sin más rumbo que seguir el río.
Poco a poco se fue acercando a Galdian del que parecía no haber notado la presencia, mientras éste tampoco parecía inmutarse lo más mínimo a pesar de que se encontraba en el camino del viajero. Por fin, este último chocó contra el hombre de pelo canoso y, sin otro gesto que uno que pretendería ser de desagrado, comenzó a rodearlo.
- Pareces cansado, ¿no quieres descansar? – preguntó Galdian al joven.
El joven no respondió.
- Es ya tarde para andar. Mejor siéntate aquí y tomemos algo de almuerzo. Traigo un poco de pan con queso. ¿Qué te parece? Bueno, tú verás. Sin embargo el calor no ha dejado de apretar en toda la mañana, y dudo que haga lo contrario antes de bien entrada la tarde. Siéntate aquí y descansa.
- ... Mire... – acabó por decir con voz quejumbrosa y deprimida.
- Bien, no se hable más – se apresuró a cortar Galdian tomando la capa marrón del joven – Siéntate, la hierba esta muy blandita. Después de todo ha caído un buen chaparrón, ¿verdad?
- Oiga yo no quiero comer con usted... Yo... tengo prisa – parecía querer decir algo más, sin embargo, las palabras no le salían de la boca.
- Quién lo diría. No parecía llevar un ritmo muy acelerado que digamos -rió
- Por favor, devuélvame mi capa y....
- Toma – ofreció un poco de pan -. Siéntate y sírvete un poco de queso. ¿A dónde te diriges pues? – había comenzado a comer mientras el atónito muchacho estaba todavía de pie con un trozo de pan en la mano. La verdad es que el aspecto que tenía era algo cómico. Los pelos y el cuerpo empapados, con un rostro totalmente cansado y extrañado ante la actitud de aquel personaje y con un brazo a la altura de la cintura que sostenía un pedazo de pan.
- Yo, eh... a...a al sur – por fin, medio harto de aquel hombre y medio hambriento decidió acomodarse y reponer las fueras que, era obvio, le faltaban.
- Al sur... Hay muchos lugares al sur de Tirya. Está Lutneo, el alcázar Dulain, Los montes de Ewel... ¿A dónde exactamente?
- ¿Por qué me hace tantas preguntas? No pienso contestarle –dijo con voz firme y algo arrogante, como si quisiese dar a entender que no estaba dispuesto a entablar conversación con aquel hombre.
- Ya. Bueno. Toma un poco de queso y charlemos tranquilamente. ¿Te parece?
- Yo, eh, le agradezco su hospitalidad, pero no me quedaré con usted. Comeré y...
- ¡Y descansarás! No voy a permitir que partas de nuevo con este lamentable aspecto, muchacho. Por cierto, cuál es tu nombre.
- Karib, bueno, en realidad es Karibdys, pero todo el mundo me llama así.
- Entiendo.
Durante un rato estuvieron comiendo sin decirse nada. Karib, por pura cabezonería, y Galdian parecía disfrutar demasiado de aquella humilde comida como para desperdiciar fuerzas y tiempo hablando con aquel muchacho.
Por fin terminaron de comer y recogieron las sobras. Karib intentó escabullirse, pero Galdian no le dejó. Al final, entre él y el magnífico paisaje que se podía contemplar desde aquella orilla del río, consiguieron retenerle a descansar.
Hacía una brisa refrescante, que se agradecía, pues la temperatura parecía no haber terminado de subir, como correspondía a un día de fon de verano en el oeste de Yalay. Todo lo que alcanzaba la vista desde el Elo hasta Ol eran verdes praderas surcadas por algunos caminos que partía de la ciudad. Al otro lado, un frondoso bosque les cortaba el paso hasta los montes de Ol.
Por fin, y tras pegar alguna que otra cabezada, pero siempre en silencio, Karib se levantó y comenzó a andar sin despedirse de Galdian.
- ¿A dónde te diriges, muchacho? Yo también voy al sur, así que podríamos ir juntos- preguntó Galdian antes de que diese dos pasos.
- No, gracias. Mi camino lo seguiré yo solo. Gracias por la comida.
- Oh, de acuerdo. Pero...
- ¡Mire! Le he dicho que no pienso ir con usted, ¿me ha entendido?
- Eh.... sí, pero yo me refería a tu capa. Te la dejabas – la cara de Karib se sonrojó levemente y habría sido difícil notarlo de no ser porque él mismo se delantó.
- Ya, bueno, sí claro. Lo sabía.
- Muchacho, no puedes ir por ahí de esa manera.
- ¿A qué se refiere?
- Vas perdiéndolo todo – en la cara del hombre apareció una sonrisa picaresca, que resultó extrañamente familiar para Karib- y necesitarás a alguien con la cabeza sentada hasta que tú seas capaz de hacer lo mismo.
- Eh – Karib intentó decir algo, sin embargo las palabras no le salían de la boca. Estaba intentando descubrir por qué le resultaba tan familiar aquel rostro.
- Bueno, ¿qué dices? ¿Vamos juntos a Aucus?
- Claro, sí, será lo mejor – respondió casi sin ganas. Entonces pareció darse cuenta de un pequeño detalle. Todavía no le había dicho a donde iba y ese hombre... – Un momento, cómo ha...
- No preguntes y camina. Hay un largo trayecto hasta tu ciudad.
- Pero...
Karib no pudo terminar la frase por segunda vez debido a que Galdian estaba cantando alegremente una canción en un idioma que él no conocía a la vez que comenzaba a caminar. Karib se apresuró a colocarse a su lado y juntos siguieron el camino hacia Aucus sin saber exactamente cómo le había convencido aquel hombre de que le dejase acompañar.

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gracias a todos
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El día continuó su avance mientras que aquel hombre de aspecto maduro continuaba sentado a la sombra de los árboles lindantes con el río. Pronto el calor comenzó a hacer acto de presencia y bajó alguna vez a mojarse la cara. Por fin, poco antes de que llegase la hora del almuerzo, Galdian se levantó de pronto y se dirigió al lago. Desde su orilla dirigió su mirada a su derecha y contempló, con una sonrisa en la cara, lo que parecía que había estado esperando.
Un joven muchacho se acercaba desde aquella dirección hacia donde se encontraba él. Tenía el pelo y las ropas totalmente mojadas, aunque no parecía molestarle, pues caminaba cabizbajo, sin prestar atención donde pisaba pues continuamente se tropezaba con las ramas o piedras que se encontraba por el camino. Llevaba una capa de color marrón que le colgaba malamente y sus vestiduras no estaban en mejor aspecto. Parecía, deprimido y caminaba, al parecer, sin más rumbo que seguir el río.
Poco a poco se fue acercando a Galdian del que parecía no haber notado la presencia, mientras éste tampoco parecía inmutarse lo más mínimo a pesar de que se encontraba en el camino del viajero. Por fin, este último chocó contra el hombre de pelo canoso y, sin otro gesto que uno que pretendería ser de desagrado, comenzó a rodearlo.
- Pareces cansado, ¿no quieres descansar? – preguntó Galdian al joven.
El joven no respondió.
- Es ya tarde para andar. Mejor siéntate aquí y tomemos algo de almuerzo. Traigo un poco de pan con queso. ¿Qué te parece? Bueno, tú verás. Sin embargo el calor no ha dejado de apretar en toda la mañana, y dudo que haga lo contrario antes de bien entrada la tarde. Siéntate aquí y descansa.
- ... Mire... – acabó por decir con voz quejumbrosa y deprimida.
- Bien, no se hable más – se apresuró a cortar Galdian tomando la capa marrón del joven – Siéntate, la hierba esta muy blandita. Después de todo ha caído un buen chaparrón, ¿verdad?
- Oiga yo no quiero comer con usted... Yo... tengo prisa – parecía querer decir algo más, sin embargo, las palabras no le salían de la boca.
- Quién lo diría. No parecía llevar un ritmo muy acelerado que digamos -rió
- Por favor, devuélvame mi capa y....
- Toma – ofreció un poco de pan -. Siéntate y sírvete un poco de queso. ¿A dónde te diriges pues? – había comenzado a comer mientras el atónito muchacho estaba todavía de pie con un trozo de pan en la mano. La verdad es que el aspecto que tenía era algo cómico. Los pelos y el cuerpo empapados, con un rostro totalmente cansado y extrañado ante la actitud de aquel personaje y con un brazo a la altura de la cintura que sostenía un pedazo de pan.
- Yo, eh... a...a al sur – por fin, medio harto de aquel hombre y medio hambriento decidió acomodarse y reponer las fueras que, era obvio, le faltaban.
- Al sur... Hay muchos lugares al sur de Tirya. Está Lutneo, el alcázar Dulain, Los montes de Ewel... ¿A dónde exactamente?
- ¿Por qué me hace tantas preguntas? No pienso contestarle –dijo con voz firme y algo arrogante, como si quisiese dar a entender que no estaba dispuesto a entablar conversación con aquel hombre.
- Ya. Bueno. Toma un poco de queso y charlemos tranquilamente. ¿Te parece?
- Yo, eh, le agradezco su hospitalidad, pero no me quedaré con usted. Comeré y...
- ¡Y descansarás! No voy a permitir que partas de nuevo con este lamentable aspecto, muchacho. Por cierto, cuál es tu nombre.
- Karib, bueno, en realidad es Karibdys, pero todo el mundo me llama así.
- Entiendo.
Durante un rato estuvieron comiendo sin decirse nada. Karib, por pura cabezonería, y Galdian parecía disfrutar demasiado de aquella humilde comida como para desperdiciar fuerzas y tiempo hablando con aquel muchacho.
Por fin terminaron de comer y recogieron las sobras. Karib intentó escabullirse, pero Galdian no le dejó. Al final, entre él y el magnífico paisaje que se podía contemplar desde aquella orilla del río, consiguieron retenerle a descansar.
Hacía una brisa refrescante, que se agradecía, pues la temperatura parecía no haber terminado de subir, como correspondía a un día de fon de verano en el oeste de Yalay. Todo lo que alcanzaba la vista desde el Elo hasta Ol eran verdes praderas surcadas por algunos caminos que partía de la ciudad. Al otro lado, un frondoso bosque les cortaba el paso hasta los montes de Ol.
Por fin, y tras pegar alguna que otra cabezada, pero siempre en silencio, Karib se levantó y comenzó a andar sin despedirse de Galdian.
- ¿A dónde te diriges, muchacho? Yo también voy al sur, así que podríamos ir juntos- preguntó Galdian antes de que diese dos pasos.
- No, gracias. Mi camino lo seguiré yo solo. Gracias por la comida.
- Oh, de acuerdo. Pero...
- ¡Mire! Le he dicho que no pienso ir con usted, ¿me ha entendido?
- Eh.... sí, pero yo me refería a tu capa. Te la dejabas – la cara de Karib se sonrojó levemente y habría sido difícil notarlo de no ser porque él mismo se delantó.
- Ya, bueno, sí claro. Lo sabía.
- Muchacho, no puedes ir por ahí de esa manera.
- ¿A qué se refiere?
- Vas perdiéndolo todo – en la cara del hombre apareció una sonrisa picaresca, que resultó extrañamente familiar para Karib- y necesitarás a alguien con la cabeza sentada hasta que tú seas capaz de hacer lo mismo.
- Eh – Karib intentó decir algo, sin embargo las palabras no le salían de la boca. Estaba intentando descubrir por qué le resultaba tan familiar aquel rostro.
- Bueno, ¿qué dices? ¿Vamos juntos a Aucus?
- Claro, sí, será lo mejor – respondió casi sin ganas. Entonces pareció darse cuenta de un pequeño detalle. Todavía no le había dicho a donde iba y ese hombre... – Un momento, cómo ha...
- No preguntes y camina. Hay un largo trayecto hasta tu ciudad.
- Pero...
Karib no pudo terminar la frase por segunda vez debido a que Galdian estaba cantando alegremente una canción en un idioma que él no conocía a la vez que comenzaba a caminar. Karib se apresuró a colocarse a su lado y juntos siguieron el camino hacia Aucus sin saber exactamente cómo le había convencido aquel hombre de que le dejase acompañar.

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Durante el camino siguieron siempre la ruta del río Elo hasta los lindes del bosque cuando empezó a atardecer. El trayecto había sido largo, pero no se encontraba cansado. Mientras andaban, Karib apenas habló, si bien estuvo inmerso en sus pensamientos.
Mucho le había ocurrido desde que llegasen a Ol, y su vida había cambiado totalmente. Ya no volvería a ver a sus seres más queridos, ni a su familia, ni a su mejor amigo, Allen. Sólo le quedaba regresar a Aucus e intentar vivir con sus tíos, ya mayores, hasta que él pudiese servirse por sí mismo. Sólo el pensar que se encontraba tan sólo en aquel inmenso lugar le hacía estremecerse, ante lo que Galdian respondía sacándolo de aquellas reflexiones.
En parte se lo agradecía, y en parte se lo reprochaba. En esos momentos no tenía ganas de pararse a pensar en cosas tristes, sino más bien en distraerse en el camino. Pero no lo conseguía.
Cuando podía volver a mirar a sus adentros, pensaba en Bolgar. Le había conocido muy rápido y no sabía quien era, ni qué quería de él. Durante algunos momentos pareció percibir atisbos de amistad en él, pero pronto se desvanecieron cuando descubrió que sus intenciones eran llevárselo lejos de su hogar, su único hogar. Pretendía llevarlo a Chro, qué locura. Y luego estaba aquel extraño encuentro en los callejones de Ol con los tres hombres misteriosos y aquel joven que les dirigía. Apenas podía pararse a pensar en qué fue exactamente lo que ocurrió pues él lo recordaba como un mero juego, pero aquel juego acabó con un inmenso incendio. Un incendio que terminó con la vida de su familia.
De nuevo Galdian interrumpía sus pensamientos para traerlo de vuelta al mundo real y librarlo por algunos minutos de esa cárcel que él mismo se construía. Pues así transcurrió el viaje.

La tarde comenzaba a decaer y algunas estrellas se podían ver al este. Estaban llegando al final del bosque y aún no parecía que Galdian quisiese detenerse. Todo lo contrario, seguí andando y lo hacía con más rapidez, como si quisiese escapar de algo.
- Estos árboles no son buena compañía esta noche, muchacho.
Eso era lo único que decía cada vez que Karib le preguntaba sobre parar hasta que él mismo se cansó. <<¿Es que a este hombre no se le acaba nunca la paciencia?>> pensaba para sus adentros. Por fin dejaron los árboles muy atrás, aunque a costa de que la noche hubiese caído casi por completo sobre ellos.
Todo volvía a estar tan silencioso por aquellas extensas praderas que comenzaban allí mismo y no acabarían hasta llegar al océano, muchos kilómetros al sur. Y es que eso era Tirya del sur, un bastísimo terreno de llanuras apenas interrumpido por un lago y algunos montes al este. Sin embargo, no era un paisaje desagradable ni monótono. Y menos aún en aquella época.
De pronto, y como si le gustase sacarle de sus pensamientos, Galdian se paró en secó dejando que Karib chocase contra él.
- Eh, ten cuidado –reprochaba Karib casi sin ganas.
- Eres tu el que se ha chocado conmigo
- Pero has sido tú el que ha parado así, de pronto.
- Yo no tengo la culpa de andar con un joven que más que andar se lleva el día emparanoiado.
- ¿Empaqué?
- Uy. Déjalo anda. Son... palabras extrajeras.
- De acuerdo –no parecía muy convencido de ello, pero conocía al viejo lo suficiente como para no llevarle la contraria. Era completamente inútil.
- Acamparemos aquí.
- Vale – aquel no parecía un mal lugar. No se había dado cuenta pero se habían alejado algunos metros del camino y se encontraban detrás de una serie de rocas y pequeños matorrales levantados a modo de muro natural -. Oye, nos hemos...
- No te preocupes.
- Eh... – este viejo comenzaba a sacarle de quicio -. Preferiría que no hicieses eso. Me hace sentir como si leyeses mis pensamientos – Pero en el mismo momento en el que lo dijo un terrible escalofrío le recorrió todo el cuerpo de sólo pensar que ese.... bueno, Galdian podía leerle los pensamientos.
- Lo sé. Me encanta – una sonrisa maliciosa se reflejó en su rostro-. Bueno, monta la tienda.
- ¿La qué?
- Estos jóvenes de hoy día parece que no saben lo que es vivir. Anda déjalo. Ya hago yo el campamento.
Cada vez le parecía más raro este hombre, sin embargo había algo en él que no dejaba de sonarle familiar y, en cierto modo, amigable. De todas maneras, mejor no fiarse de alguien, bueno, de alguien así.
Cuando se dio cuenta, Galdian había montado una especie de campamento militar en miniatura. Delante suya se extendían un par de lonas en el suelo que, suponía y esperaba, eran para dormir; un poco más allá se encontraba la “cocina”, con un fueguecito encendido bajo una marmita que parecía más bien un guisante gigante con alguna que otra abolladura; y a otro lado las demás cosas, como comida, utensilios de “cocina” y algo de ropa.
Comenzó a hacerse cábalas sobre cómo había conseguido sacar todo aquello con el poco equipaje que llevaban, pero decidió dejarlo cuando notó los primeros síntomas de dolor de cabeza. Y por supuesto ni se le pasó por la cabeza el preguntarle nada de nada.
La cena, para su sorpresa, fue bastante tranquila y apenas hablaron, pero después fue algo distinto de sus ilusiones más realistas.
-¿No te parecen bonitas las estrellas? –preguntó Galdian intentando propiciar una larga conversación.
- Eh. Bueno, nunca me he parado a mirarlas, la verdad.
- Ya veo. Pues me decepcionas chaval.
- Vaya –dijo Karib con una sonrisa sarcástica que le salió de todo corazón -. Era lo único que me faltaba oír.
- Bueno, bueno. No te lo tomes así. Era sólo que viviendo en Aucus, cerca del Alcázar Dulain, pues, me resulta raro que nunca hayas ido a ver las estrellas a sus orillas. Es una vista maravillosa.
- Bueno, si lo dices tú, me lo creeré.
- Eso ha sido un golpe bajo.
- ¿Por qué? – a Karib le costaba cada vez más contener la risa y consideró un verdadero milagro el no soltarle una carcajada a Galdian al decir esas palabras.
- Eres un chaval muy irónico, lo sabías.
- Pshé. Me lo suelen decir.
- Ya veo, ya. Bueno, entonces, ¿de verdad que nunca te has parado a mirar las estrellas?
- Pues no. ¿Por qué? ¿Qué tienen?
- Pues más de lo que dejan ver – tras esto, pareció sumirse como en un sueño, e iba contando como si estuviese leyendo un libro. Cada vez más raro, desde luego -. Algunos dicen que en ellas se puede leer el futuro; otros que ocultan el secreto del pasado; muchos afirman que son el camino a seguir en el presente.
- Pero tú no piensas eso, ¿verdad?
- En efecto. Yo pienso que, en realidad, son un gran mapa. Un mapa que cuenta tanto el pasado, como el presente, como el futuro. Un mapa cambiante.
- Pero, ¿qué es lo que contiene ese mapa?
- Pues, lo que los dioses han querido plasmar en ellos. Sus historias, sus planes y sus veredictos. Desde el principio de los tiempos se ha estado forjando ese cielo azul marino. Poco a poco, cuando no existía más vida que los dioses de Endor, las historias de sus hazañas por conseguir el mundo se fueron plasmando en las estrellas. Un monte, un río, una llanura, y luego, una región, un continente, y por último, Endor.
>> Más tarde vinieron los elfos, enanos, gnomos, gigantes y humanos. Ellos también tienen un lugar reservado en los astros. Y cuando todo parecía terminado, Eadhrôn se volvió contra toda la creación por pura avaricia, y comenzaron las guerras de los dioses.
>>Después, su encierro también pareció concluir el gran libro de las estrellas, pero Eadhrôn no se dio por vencido, y desde su cárcel se dedicó a intentar vencer a los demás dioses. Así pues, el cielo lleno de esas figuras y estrellas no son más que un inmenso libro que contiene las claves del pasado.
- Eso está muy bien, aunque no esté muy puesto en historia, pero, también mencionaste que es un camino del presente y un mapa del futuro. ¿A qué te referías?
- Grandes personajes han pasado por Endor. Desde Yalay hasta el lejano continente de Frosson, pasando por el antiguamente llamado continente de la fertilidad, Caedron, y sin olvidarnos de las tierras heladas de Iann y demás continentes más lejanos de lo que puedes imaginarte. Grandes personajes como Darian, que venció a las invasiones de orcos allá en Frosson, cuando Eadhrôn intentó apoderarse de aquellas tierras; el gran sabio de la ciudad blanca de Welv, en Tiara, o el gran y todavía reciente Eley, que derrotó con sus grandes poderes al rey oscuro y lo encerró junto a los dioses en Caedron.
- Pero, ¿qué tienen que ver ellos con todo esto?
- Muy sencillo. Todos ellos dejaron una huella en el su presente, una huella que fue forjada en las estrellas antes de que los mismos dioses escribiesen en el cielo. Antes, me atrevería a decir, de que siquiera ellos existiesen. En las estrellas hay escrito un mensaje, una clave, un camino a seguir. Me refiero al destino mi querido amigo. Al destino del que no te puedes escapar por más que quieras y que nunca podrás esquivar ni dar la espalda.
>> Son las profecías, Karib. Escritas por alguien antes de todos los tiempos. Por una persona o ser que maneja los hilos de todo este gran caos que nos rodea. Y en las estrellas se muestra su voluntad.
- A ver a ver a ver. Me estás diciendo que no soy libre de lo que hago, ¿no es así?
- Bueno, más o menos.
- Eso no te lo crees ni tú. ¿Te crees que estoy aquí porque alguien me ha conducido hasta esto?
- No, Karib. No todas las personas tienen un destino tan potente como el que tú dices. El destino es, cómo decirlo. El destino es una fuerza que te empuja a hacer algo que por naturaleza estás destinado a realizar. Algo que tienes que hacer antes de morir. Así con las profecías, pues ninguna de ellas ha fallado hasta el momento.
- ¿Y cuál es la que en estos momentos se supones que está haciendo funcionar este, cómo lo has llamado, gran caos?
- No creo que estés preparado para oírla, así que mejor dejo el tema. Después de todo, son algo, inexactas, pues no dan detalles, sino generalidades. Y nunca especifican a quien se refieren, cosa que odio, personalmente.
- Ya.
- Es una opinión, muchacho, y no espero que la compartas conmigo. Cada uno es libre de pensar lo que quiera hasta que vea por sus propios ojos lo que le hará creer.
- Ya veo, ya. Cada vez pienso más que estás loco.
- Lo sé, y no me importa.
- Eres una persona muy extraña, ¿lo sabías?
- ¿Hace falta que te repita que lo sé?
- No, déjalo.
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Tras la charla, se pasaron un rato mirando las estrellas, como intentando descubrir si, de verdad, había algún mensaje allí escrito. Pero allí no había más que puntos brillantes en un cielo negro. Cómo podía alguien decir que allí había algo escrito.
- No son letras, muchacho, son imágenes. No te esfuerces. No se suelen ver a la primera.
Realmente le entraron ganas de pegarle una patada a aquel viejo chiflado que no dejaba de darle vueltas a su cabeza. Como si no tuviese más cosas que hacer que investigar en los pensamientos de los demás. Sin embargo, se contuvo y se dedicó a seguir mirando las estrellas, aunque sin ningún fin en especial.
El sueño pronto empezó a hacer de las suyas, mientras que Galdian parecía tan despierto como de costumbre. Si por su parte fuese, estaría desde hace un rato dormido, pero después de descubrir lo que aquel hombre hacía con sus pensamientos no quería quedarse dormido para que le hurgase en sus suseños. Así que intentaba mantener los ojos bien abiertos, pero estando tumbado y llevando todo un día de camino a cuestas, no era objetivo fácil el suyo. Por último, y casi sin quererlo, comenzó a cerrar los ojos y a hundirse en un profundo sueño.

Pronto se vio rodeado de una luz mortecina que no le dejaba ver nada en absoluto. Poco a poco se fue disipando y se descubrió a él mismo en medio de un pueblo totalmente en ruinas. Había sido pasto de las llamas, pero no sabía donde se encontraba. Conteniendo la respiración se dirigió a inspeccionar la zona para tratar de averiguar qué lugar era aquel.
Le costó adaptarse a la luz, pues había poca después de que el resplandor pálido que antes rodeaba todo había desaparecido. Cuando por fin pudo ver con más o menos nitidez se encontró en plena plaza central de lo que tiempo atrás había sido un núcleo de vida humana. Un sentimiento de arrepentimiento le subió desde los pies hasta la garganta y allí se quedó, sin moverse un ápice. Se sentía extrañamente culpable de todo aquel terrible espectáculo, de todo aquello. Pero, por qué. Él no tenía nada que ver con ese pueblo. ¿o sí?
Decidió volver a moverse, y rodeó la plaza para llegar a uno de los callejones que partían de esta. De pronto, y una voz lúgubre y fantasmal sonó a sus espaldas. El miedo le recorrió todo el cuerpo hasta dejarlo totalmente paralizado. No quería mirar hacia atrás. No quería saber qué o quién lo estaba llamando. Él no tenía nada que ver con todo aquello. Él no era el responsable de la quema de aquel pueblo.
La voz se hizo cada vez más intensa y nítida. Podía distinguir algunas sílabas, pero nada concordaba. Su cuerpo continuaba completamente inmovilizado, y aquello daba la sensación de irse acercando. Con la mirada recorrió todo aquel lugar en busca de algo a lo que asirse, pero no encontró nada que le sirviese. Sin embargo algo llamó la atención de Karib.
A lo lejos de aquella calle se encontraba una especie de antiguo almacén o establo que le resultó terriblemente familiar. Con un gran esfuerzo consiguió dar un paso hacia delante. Pero justo en ese mismo instante un sonido estridente y mucho más fuerte que aquella voz de detrás sonó por toda la calle llegándole hasta el mismo corazón y helándoselo de tristeza. Era un grito ahogado y desesperado, un grito de agonía que no cesaba de repetir la misma sílaba, ahora nítida y comprensible: NO.
No a qué. Por qué no. Sin embargo se sentía atemorizado por todo aquello. Volvió a quedarse parado y la voz oscura y creciente sustituyó a aquel grito desesperado. Poco a poco se iba acercando a Karib y éste no sabía qué hacer. No se podía mover. Algo se lo impedía. Qué podía hacer.
-Karibdys.
Consiguió distinguir esas palabras procedentes de aquel ser detrás suya. Le estaba llamando. Cómo le podía conocer. Quién era. Qué quería. Volvió a intentar avanzar, pero nada más tocar su pie de nuevo el suelo aquel grito, esta vez más fuerte y desesperado que antes, sonó por todo el pueblo. Era un grito de agonía y terrible desesperación. NO. No vayas.
A dónde. Por qué. Dónde estaba. Qué pasaba. No sabía qué hacer. De pronto una mano le tocó el hombro. La sangre se le heló en las venas y cayó al suelo totalmente inconsciente.

-Uf muchacho – dijo una voz conocida -. Has tenido una verdadera pesadilla.
- ¿Do...dónde estoy? – preguntó a duras penas Karib.
- No te preocupes. Estás aquí conmigo. No pasa nada.
Era Galdian. Nunca había pensado que se alegraría tanto de verle. Tuvo un impulso que reprimió de echársele a los brazos y contarle todo lo que había visto, pero apenas conocía aquel hombre y no quería que le confundiese como un loco. Entonces se dio cuenta. Todavía era de noche.
- Todavía es de noche
- Sí. Apenas conseguí echar una cabezadita empezaste a moverte y a sudar como un condenado. ¿Qué estabas soñando?
- No me acuerdo –mintió.
- Es lo normal. Bueno, eso es una ventaja. Ya no le darás más vueltas – se acercó un momento al fuego que se encontraba encendido y en una especie de cuenco de madera mal hecho le sirvió algo que olía a rayos fritos -. Tómatelo. Te relajará.
- Yo, no te molestes. Estoy bien.
- Tómatelo, hazme caso –y así lo hizo.
Fue algo raro lo que sintió después de aquello. Su cuerpo comenzó como a flotar y su mente se liberó de todo pensamiento. Pronto se dio cuenta de que volvía a sumirse en un sueño, pero esta vez fue un sueño muy relajado y sin preocupaciones.
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Tras la charla, se pasaron un rato mirando las estrellas, como intentando descubrir si, de verdad, había algún mensaje allí escrito. Pero allí no había más que puntos brillantes en un cielo negro. Cómo podía alguien decir que allí había algo escrito.
- No son letras, muchacho, son imágenes. No te esfuerces. No se suelen ver a la primera.
Realmente le entraron ganas de pegarle una patada a aquel viejo chiflado que no dejaba de darle vueltas a su cabeza. Como si no tuviese más cosas que hacer que investigar en los pensamientos de los demás. Sin embargo, se contuvo y se dedicó a seguir mirando las estrellas, aunque sin ningún fin en especial.
El sueño pronto empezó a hacer de las suyas, mientras que Galdian parecía tan despierto como de costumbre. Si por su parte fuese, estaría desde hace un rato dormido, pero después de descubrir lo que aquel hombre hacía con sus pensamientos no quería quedarse dormido para que le hurgase en sus suseños. Así que intentaba mantener los ojos bien abiertos, pero estando tumbado y llevando todo un día de camino a cuestas, no era objetivo fácil el suyo. Por último, y casi sin quererlo, comenzó a cerrar los ojos y a hundirse en un profundo sueño.

Pronto se vio rodeado de una luz mortecina que no le dejaba ver nada en absoluto. Poco a poco se fue disipando y se descubrió a él mismo en medio de un pueblo totalmente en ruinas. Había sido pasto de las llamas, pero no sabía donde se encontraba. Conteniendo la respiración se dirigió a inspeccionar la zona para tratar de averiguar qué lugar era aquel.
Le costó adaptarse a la luz, pues había poca después de que el resplandor pálido que antes rodeaba todo había desaparecido. Cuando por fin pudo ver con más o menos nitidez se encontró en plena plaza central de lo que tiempo atrás había sido un núcleo de vida humana. Un sentimiento de arrepentimiento le subió desde los pies hasta la garganta y allí se quedó, sin moverse un ápice. Se sentía extrañamente culpable de todo aquel terrible espectáculo, de todo aquello. Pero, por qué. Él no tenía nada que ver con ese pueblo. ¿o sí?
Decidió volver a moverse, y rodeó la plaza para llegar a uno de los callejones que partían de esta. De pronto, y una voz lúgubre y fantasmal sonó a sus espaldas. El miedo le recorrió todo el cuerpo hasta dejarlo totalmente paralizado. No quería mirar hacia atrás. No quería saber qué o quién lo estaba llamando. Él no tenía nada que ver con todo aquello. Él no era el responsable de la quema de aquel pueblo.
La voz se hizo cada vez más intensa y nítida. Podía distinguir algunas sílabas, pero nada concordaba. Su cuerpo continuaba completamente inmovilizado, y aquello daba la sensación de irse acercando. Con la mirada recorrió todo aquel lugar en busca de algo a lo que asirse, pero no encontró nada que le sirviese. Sin embargo algo llamó la atención de Karib.
A lo lejos de aquella calle se encontraba una especie de antiguo almacén o establo que le resultó terriblemente familiar. Con un gran esfuerzo consiguió dar un paso hacia delante. Pero justo en ese mismo instante un sonido estridente y mucho más fuerte que aquella voz de detrás sonó por toda la calle llegándole hasta el mismo corazón y helándoselo de tristeza. Era un grito ahogado y desesperado, un grito de agonía que no cesaba de repetir la misma sílaba, ahora nítida y comprensible: NO.
No a qué. Por qué no. Sin embargo se sentía atemorizado por todo aquello. Volvió a quedarse parado y la voz oscura y creciente sustituyó a aquel grito desesperado. Poco a poco se iba acercando a Karib y éste no sabía qué hacer. No se podía mover. Algo se lo impedía. Qué podía hacer.
-Karibdys.
Consiguió distinguir esas palabras procedentes de aquel ser detrás suya. Le estaba llamando. Cómo le podía conocer. Quién era. Qué quería. Volvió a intentar avanzar, pero nada más tocar su pie de nuevo el suelo aquel grito, esta vez más fuerte y desesperado que antes, sonó por todo el pueblo. Era un grito de agonía y terrible desesperación. NO. No vayas.
A dónde. Por qué. Dónde estaba. Qué pasaba. No sabía qué hacer. De pronto una mano le tocó el hombro. La sangre se le heló en las venas y cayó al suelo totalmente inconsciente.

-Uf muchacho – dijo una voz conocida -. Has tenido una verdadera pesadilla.
- ¿Do...dónde estoy? – preguntó a duras penas Karib.
- No te preocupes. Estás aquí conmigo. No pasa nada.
Era Galdian. Nunca había pensado que se alegraría tanto de verle. Tuvo un impulso que reprimió de echársele a los brazos y contarle todo lo que había visto, pero apenas conocía aquel hombre y no quería que le confundiese como un loco. Entonces se dio cuenta. Todavía era de noche.
- Todavía es de noche
- Sí. Apenas conseguí echar una cabezadita empezaste a moverte y a sudar como un condenado. ¿Qué estabas soñando?
- No me acuerdo –mintió.
- Es lo normal. Bueno, eso es una ventaja. Ya no le darás más vueltas – se acercó un momento al fuego que se encontraba encendido y en una especie de cuenco de madera mal hecho le sirvió algo que olía a rayos fritos -. Tómatelo. Te relajará.
- Yo, no te molestes. Estoy bien.
- Tómatelo, hazme caso –y así lo hizo.
Fue algo raro lo que sintió después de aquello. Su cuerpo comenzó como a flotar y su mente se liberó de todo pensamiento. Pronto se dio cuenta de que volvía a sumirse en un sueño, pero esta vez fue un sueño muy relajado y sin preocupaciones.
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Era tarde cuando llegaron a lo que habían determinado como su destino. A lo lejos se podía ver el Alcázar Dulain, suspendido en una columna de agua clara del lago de las hadas. Allí había jugado mucho tiempo Karib, pero nunca habían sido capaces de ver ninguna de las hadas que, según cuentan las historias, habitan aquel maravilloso lugar.
Al ver aquel lugar, la alegría invadió el cuerpo de Karib. De pronto sintió que todas las fuerzas que había ido perdiendo a lo largo de aquella jornada volvían a él. Estaba dispuesto a seguir toda la noche el camino, pero Galdian no se lo permitió. Así pues, avanzaron un poco más hasta quedar alejados del camino y resguardados por los árboles y volvieron a montar aquel campamento. Para alegría del joven, aquella noche cenaron un poco de queso con pan, y dejaron para “otra noche” los extraños potingues que se encargaba de hacer Galdian.
- Estamos ya muy cerca de mi casa – dijo Karib sin darse cuenta; estaba pensando en voz alta.
- Mañana por la noche, o quizá pasado mañana al mediodía –respondió Galdian.
- Eh.. ¿tanto tardaremos?
- Me temo que sí. Aunque desde aquí puedas ver la torre que perteneció al gran mago Dulain, nos falta una buena jornada de camino.
- Bueno, supongo que no me queda más remedio que aguantar un poco más.
- Eso creo. Si es que quieres llegar.
- ¡Claro que quiero!
- Pues duérmete pronto para que podamos partir cuanto antes.
A Karib le tuvo que parecer una buena idea, pues acto seguido dejó de hablar con Galdian y se dejó llevar por el sueño. Pero esta vez no soñó nada, o no lo recordó. Quizá porque apenas tuvo tiempo para dormir.
Algo el despertó. Abrió los ojos con pesadez y conforme se despertaba escuchaba unas voces que hablaban en susurros. No podía distinguir qué decían así que se incorporó y se restregó los ojos con las manos hasta que pudo ver quienes estaban allí. Se trataba de una pareja de hombres vestidos de negros que, en ese momento le estaban dando la espalda y se encontraban en cuclillas mirando a donde habían preparado la cena. Uno era más alto que el otro y ambos tenían el pelo lacio y largo, recogido por coletas. Aguzó el oído, pero no pudo entender lo que decían.
Buscó a Galdian, pero no le encontró en su manta, así que, por precaución volvió a agazaparse y hacerse el dormido, pero sin perder de vista a los intrusos. Volvió a intentar escuchar lo que decían, pero nada. Entonces distinguió un sonido que le resultaba familiar. Se estaban comiendo su desayuno del día siguiente. No se lo podía creer. Eran bandidos que les iban a dejar sin comida. No lo podía permitir. Se levantó tan rápido como pudo y les gritó.
- ¡Alto!- hubo un silencio mientras los bandidos, con restos de queso y algo más en los alrededores de la boca. Se miraron el uno al otro y, sus aparentes caras de susto desaparecieron dejando paso a otras de alivio repentino.
- Y, ¿quién lo dice, si se puede saber?- dijo el más alto de los dos.
- Yo. Karibdys.
- Oh, entiendo – ironizó el segundo de ellos-. Perdone usted señor. Nos estábamos comiendo su comida. Cuánto lo siento – ambos se rieron. En aquel momento descubrió Karib que había cometido un tremendo error, de nuevo.
- Supongo, hermano – siguieron su sátira charla los bandidos ante la insensible mirada del joven -, que deberemos de devolverle lo que hemos robado, así es, su queso y su comida.
- Pero mucho me temo, querido hermano, que no podemos hacerlo.
- ¿Por qué?
- Pues porque no creo que le gusten tal y como se lo vamos a devolver – volvieron a reírse, esta vez con más fuerza. A Karib empezaba a mosquearle todo aquello. Simplemente, se sentía ridículo.
- Espero que nos perdonará, ¿no es así, señor?- hizo hincapié en la última palabra.
- Ehm...-intentó decir.
- Veo que no tiene palabras para agradecernos nuestra amabilidad, hermano.
- Tienes razón. Bueno, no hace falta. Nos llevaremos su dinero y no hay más que hablar –eso ya era el colmo. Pero qué se creían esos dos.
- ¡Basta ya! –acabó gritando. Los dos ladrones miraron a Karib con asombro -. ¿Pero es que sois tontos u os falta un tornillo? Que no soy un crío. Desde luego vaya par de ladrones de pacotilla –su cara estaba roja y, en cambio, la de los bandidos, blanca.
- Ehm.. ¿Perdona? ¿No deberías de estar asustado porque unos malvados ladrones intentan llevarse tu dinero y tu comida? – contestó el mas alto.
- Supongo, pero después del numerito que habéis montado habéis perdido toda la dignidad que teníais - las palabras que dijo Karib cayeron como molinos encima de aquellos bandidos, sin embargo pronto recuperaron la compostura para volver a la carga contra el joven-.
- Parece que este muchacho no nos conoce – respondió a la acusación el mayor de los dos -. Pues es nuestro deber presentarnos. Mi nombre es Derlander, y este es mi hermano Vernarder. Somos los conocidos ladrones del sur de Tirya como los hermanos del Sur – si a las ridículas palabras le añadimos los movimientos extravagantes que realizaron ala vez los dos hombres, a Karib le costó verdadero trabajo no descargar una carcajada en sus propias narices. Aquello parecía más un número de circo que un robo por la noche.
- Los.... ladrones del Sur, habéis dicho, ¿no? –esperó su asentimiento – Me parece que no os conozco.
- ¿Cómo que no? Si somos conocidos por todas las tierras de Tirya, desde el sur hasta el norte y desde el este al oeste.
- Hmmm –simuló pensar Karib-. No, lo siento.
- ¿Querréis callaros ya y atrapar al niño? – dijo una voz muy grave desde las sombras del bosque cercano.
La sonrisa de Karib se desdibujó de su rostro, pues éste parecía ser un personaje mucho más peligroso que los otros dos juntos. Sin embargo no podía verlo. Ahora que se fijaba podía ver una gruesa silueta humana de la que debía de salir aquella voz. Su mirada se detuvo junto a los dos patéticos bandidos y descubrió que ellos también estaban blancos de miedo. Miraban hacia Karib como intentando evitar al otro hombre que, por lo que pudo deducir, era el jefe de la banda.
Poco a poco la figura salió de su escondrijo y Karib pudo ver con algo más de miedo en el cuerpo que se trataba de un corpulento hombre vestido con ropas negras a las que se superponía una armadura de metal. Una espada bajaba de su cintura hasta tocar el suelo enfundada y agarrada al cinturón negro que portaba el hombre. Su mirada continuó examinando al grotesco personaje hasta llegar a su cara. El pelo le caía por los hombros recogido cobre una coleta y su barba, de varios días, estaba completamente enmarañada. Con una expresión mezcla de odio y asco se acercó a los dos bandidos y los cogió por la cabeza. Fue en ese momento cuando se fijó en que sus manos eran enormes, casi el doble o más que las suyas.
Los hermanos temblaban de miedo incapaces de pronunciar cualquier palabra, pues nada más que salían de su boca sonidos sin significado. Tras unos gritos del jefe, parecieron tranquilizarse un poco y se liberaron de las grandes manos del hombre. Se recompusieron un poco y se dispusieron a dar caza al joven muchacho tal y como les había dicho el cabecilla mientras Karib veía como la cosa empezaba a ponerse fea de verdad.
Pero, dónde estaba Galdian en esos momentos. Qué tendría que hacer a aquellas horas de la noche. No podían haberle cogido aquellos bandidos porque eran demasiado torpes para funcionar sin alguien que les dirigiese. No tenía tiempo para pensar en esas cosas pues los dos hermanos se disponían se abalanzaban sobre él para cogerle y tuvo que reaccionar rápidamente. Se deslizó en dirección al río sin mirar atrás y sin saber muy bien por qué hacía aquello, pues allí no tendría ningún lugar donde esconderse de sus perseguidores. Pero ya no había nada que hacer, había tomado esa decisión. Miró hacia atrás y se sorprendió al descubrir que, aunque pésimos ladrones, aquellos dos elementos eran mucho más veloces que él y le estaban dando alcance rápidamente. Intentó pensar en algo, pero no podía concentrarse en planear nada mientras corría de esa manera. Pronto llegaría a la orilla del río y no sabría qué hacer. Ya se tiró una vez y no quería volver a repetirlo, aunque cerca de su desembocadura en el lago, apenas había una corriente apreciable.
Miró a los lados, pero lo que encontró era exactamente lo mismo que se había encontrado mientras tomaban el camino hacia Aucus, extensas llanuras sin más perturbación que algunos árboles salteados. Lo único que se diferenciaba de aquel monótono paisaje era el bosque situado a sus espaldas, pero le resultaría imposible llegar hasta él antes de que le atrapasen, y es que tenía que pasar entre los dos ladrones. En ese momento llegó a la misma orilla del río. Frenó como pudo y apunto estuvo de caerse a las aguas oscuras del Elo, pero consiguió evitarlo. Se dio la vuelta. Allí venían corriendo. Qué podía hacer. “Uno, dos, tres...” comenzó a contar para sí. Los bandidos se acercaban peligrosamente. “Cuatro, cinco, seis...” continuó sin preocuparse, aparentemente, de que los hermanos estaban a unos metros de él.”Siete, ocho nueve y....”
- ¡Diez!
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- ¡Diez!
Dijo a la misma vez que echaba a correr en dirección contraria a los hombres de negro. Se aseguró de tener un buen impulso, pues sus perseguidores se encontraban a apenas unos pasos de su presa. La reacción del joven les pilló tan de sorpresa que apenas pudieron frenar para agarrar a Karib y el encontronazo de los tres tiró al más bajo de los dos al suelo. Karib había intentado pasar entre ambos y lo había logrado, pues el mayor de los ladrones intentaba frenar antes de caerse al río.
Sin preocuparse por lo que le pudiese ocurrir a sus realmente patéticos hombres siguió corriendo hacia el bosque. Allí se encontraba su salvación, pues podría esconderse sin mayores problemas entre la vegetación. En eso era bastante bueno. Pasó tan rápido como pudo ante las mantas donde había estado durmiendo hacía unos pocos minutos y volvió a mirar atrás. Los dos hermanos estaba definitivamente fuera de combate pues el mayor, al parecer, había caído al agua, mientras el menor intentaba ayudarle a secarse.
Volvió la vista hacia delante y vio los primeros árboles tan cerca que casi se choca con uno de ellos. Tras esquivar los primeros se internó un poco más en el bosque y empezó a buscar un lugar donde ocultarse y estar seguro durante un buen rato. Estuvo examinando rápidamente unos matorrales, pero prefirió subirse a alguna de las ramas de por allí cerca así que volvió a avanzar hacia el interior del bosque a la vez q buscaba un buen tronco donde subirse. Sin embargo un imprevisto se cruzó en su camino.
- ¿A dónde te crees que vas? – dijo una voz grave y conocida ya para Karib. Se trataba de el jefe de la banda. Cómo se le podía haber olvidado que él se encontraba en el bosque. Había sido un tremendo error -. ¿No pretenderás escapar?
- ¿Qué te hace pensar eso? – dijo Karib intentando tranquilizarse. Y es que estaba muy asustando teniendo en frente a esa mole con espada como era lo que tenía.
- No sé. Corres esquivando a mis hombres, y yo sólo he intentado acogerte en mi casa.
- Gracias, pero me temo que tendré que rechazar tu invitación.
- Como tú quieras – dijo desenvainando su inmensa espada -. Pero sólo te sigo que nadie rechaza una invitación del gran Satertel.
Dicho esto el corpulento hombre descargó con todas sus fuerzas un golpe tremendo con su espada que Karib pudo esquivar sin muchos problemas. Aquél hombre era fuerte, muy fuerte, había que reconocer, pero envuelto en todo ese arsenal, su velocidad estaba neutralizada, y eso le daba algo de ventaja. Desenvainó su arma y corrió de nuevo como pudo escapándose de su adversario mientras éste sacaba su espada de unas raíces y se disponía a perseguirle, pero su sorpresa no pudo ser mayor cuando se vio rodeado por los otros dos ladrones. Detrás de él se encontraba ese tal Satertel, y bloqueando posibles escapadas estaban los dos hermanos Vernarder y Derlander. Ahora sí que tenía un serio problema.
Se dio la vuelta y se resignó a lo que parecía que iba a ser inevitable. Un enfrentamiento cara a cara con Satertel, cosa que precisamente no le gustaba mucho, pero no se iba a entregar así de fácil.
Su oponente se adelantó hasta llegar a su altura y con una sonrisa en la boca volvió a descargar un fortísimo golpe contra Karib que lo volvió a esquivar e intentó clavarle su espada corta entre las costillas, pero cuando lo hizo su arma rebotó como una pelota de cuero contra la pared. La armadura que llevaba Satertel había repelido el golpe y éste, con una sonrisa en la boca, se incorporó de nuevo y descargó sus fuerzas contra Karib que no tuvo tiempo de apartarse, así que puso la espada entre los dos.
La espada se rompió. Karib cayó al suelo. Satertel rió. Y Karib no vio nada más.

Dónde estaba Galdian. Por qué no había ido en su ayuda. Él creía que era su amigo. Y le había abandonado a esos ladrones, a su suerte.
Una mano le cogió del hombro. Karib abrió los ojos y se vio en un lugar donde todo lo que podía ver era de un color blanco inmaculado. Era una habitación bastante grande y él se encontraba acostado en una cama. Al fondo, una puerta blanca le separaba de la siguiente sala. Unos muebles completaban la humilde decoración de aquel lugar, como un par de sillas alrededor de una pequeña mesa y un armario a su derecha.
Por las ventanas, abundantes, entraba una luz dorada que bañaba le cuarto y le daba un aspecto mucho más tranquilo, otoñal. Allí se sentía a gusto, y no deseaba irse de aquel lugar.
Entonces miró hacia donde estaba la mano de su hombro y pudo ver a una muchacha. Una muchacha de profundos y expresivos ojos azules y cabello del color de las hojas de otoño, dorado oscuro. Sus labios eran de un dulce color rosado que resaltaba en su piel pálida y serena y sus manos parecieron terciopelo al tocar la piel desnuda del muchacho que se estremeció con el contacto entre los dos.
Recogía su pelo en una cinta de color celeste y llevaba un vestido de color verde, sin apenas adornos; simple y ligero, que realzaba su belleza. Sus pies estaban desnudos y mostraban una piel igualmente pálida que la del resto del cuerpo, pero suave y preciosa.
Una sonrisa cálida y reconfortante se mostraba en su rostro. Quién sería aquella joven tan hermosa, se preguntaba Karib. Nunca había podido imaginarse que existiese persona alguna que albergase tanta belleza como poseía aquella muchacha que estaba sentada junto a él en aquella habitación. Solos, los dos.
Un sentimiento de tranquilidad embargo al muchacho y él también sonrió mientras ambos se miraban sin decirse una palabra, pero entendiéndolo todo.
Karib intentó incorporarse pero la joven no se lo permitió y el muchacho obedeció sin oponerse a ella y se tendió en la cama. Se dio cuenta entonces que su cuerpo estaba en perfectas condiciones. No le dolía nada. Era como si nunca hubiese recibido aquel tremendo golpe de Satertel.
Los ojos de muchacha se cruzaron con los suyos y así se quedaron durante unos instantes. Ninguno de los dos pronunció una sola palabra mientras duraron esos minutos.
- Espero que te encuentres mejor –dijo -. Todavía te queda un largo camino que recorrer y debes descansar.
- ¿Cómo te llamas?
- Mi nombre es Deyira.
- Un hermoso nombre. Me llamo...
- Karibdys Luarden. Lo sé.
- ¿Cómo sabes mi nombre?
- Todo el mundo aquí lo sabe Karibdys.
- Pero, ¿por qué?
- No es momento de responder preguntas. Y menos yo, que no soy la adecuada –se disculpó mientras volvía a sonreír al muchacho.
- Pero....
- Shhhh – le dijo al ponerle su dedo índice en la boca de Karib, que se sonrojó al contacto entre los dos-. Ahora descansa joven guerrero, que te hará falta para afrontar las pruebas que te aguardan. Pasará mucho tiempo antes de que podamos volver a vernos, así que disfrutemos de este momento en silencio.
- Pero, ¿cómo? ¿ya te vas?
- Yo no, pero tú deberás marcharte en cuanto te recuperes un poco más. Eres un joven fuerte y te has curado muy rápidamente. Más de lo normal. Así que ahora deberás marchar de nuevo a tu destino.
- ¿Qué destino?
- No es tiempo de respuestas. Recuérdalo –la cara de Deyira mostró un atisbo de tristeza, pero continuó sonriendo.
- Pero, no puedes dejarme así. ¿Dónde estoy? ¿Quién eres? Y, ¿qué es eso de mi destino?
- Debes marchar, joven guerrero. Te echaré de menos, pero seguro que nos volveremos a ver, algún día.
Karib intentó incorporarse de nuevo y agarrar a la joven, pues no se quería separar de ella, pero un repentino dolor de cabeza se lo impidió.
Quién era aquella joven que estaba delante de él, que le había curado las heridas. Y por qué lo había hecho. Muchos sucesos extraños le habían ocurrido desde hacía algún tiempo y, hasta el momento ninguno había obtenido respuesta. Empezando por el extraño encuentro con aquellos individuos, en el callejón de Ol, con su amigo Allen, y terminando por el encuentro con Galdian.
Nadie le había respondido a ninguna de sus preguntas, y eso empezaba a convertirse en una verdadera molestia. Había emprendido un viaje hacia Aucus en solitario, después de perder a toda su familia en aquella explosión que Dinás provocó, y cada vez se sentía más solo. Solo.
Los dos jóvenes continuaban en la habitación, con la cabeza baja. Karib se hundía más y más en sus pensamientos. Tristes pensamientos. Deyira cogió la mano de Karib y, de nuevo, ambos se quedaron mirándose. Era una sensación muy extraña. Poco a poco, el muchacho levantó la vista hasta alcanzar la mirada de Deyira. Ella tenía una débil sonrisa en sus labios rosados y Karib apenas fue capaz de devolvérsela ya que sabía que había llegado al final de su estancia en aquel dorado lugar.
Poco a poco comenzó a verlo todo borroso aunque nunca se soltó de la mano de Deyira. Intentó acercarla hacia él, pero entonces dejó de distinguirla. Toda su visión se nubló de blanco y pronto sintió sus párpados tan pesados como martillos y no tuvo más remedio q cerrar los ojos. Se sentía perdido y dejó de sentir la cama donde estaba apoyado. Notó como si se elevase poco a poco y luego volviese a descender hasta algo duro y sólido. Notó que todo volvía a la normalidad, pero ahora el cuerpo entero le dolía tanto que se sentía a punto de reventar. Era como si hubiese estado adormecido y hubiese despertado de golpe. Volvió a abrir los ojos y se encontró en un lugar oscuro. Una sala de paredes de piedra húmeda y negra. La única parte que no tenía pared estaba cubierta por unas rejas a modo de cárcel.
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Dónde estaba. Dónde había estado antes. Había sido un sueño o estaba soñando ahora. Estaba inmerso en sus cábalas cuando una voz de niña le despertó de ese letargo.
- Por fin despertaste – dijo asustando al muchacho que dio un brinco.
- ¿Quién eres tu? – Karib pensó por un momento que no había sido todo un sueño, que esa chica podría estar de nuevo ahí, con él.
- Vaya, creo que debería ser yo la que pregunte antes, ¿no? – definitivamente no era la misma joven que en su sueño o lo que hubiese sido. El muchacho se llevó las manos a la cabeza intentando aliviarse el dolor de ojos que todavía tenía e intentó descubrir quien le estaba hablando. La sala era amplia, pero no en exceso. Estaba casi vacía de no ser por un par de hamacas maltrechas en donde se encontraban él y la joven que le hablaba. El resto era prácticamente roca y no tenía ventanas. Realmente extraño. Después de examinar un poco el lugar donde se encontraba volvió a fijarse en la muchacha. Era joven, como él, y de pelo castaño, pero ya no podía distinguir nada más. Estaban separados y había poca luz – Bueno, ¿vas a contestarme?
- Eh, sí, perdona. Me llamo Karibdys, pero llámame Karib.
- Karibdys... Qué nombre más raro. Mi nombre es Edenma. Encantada, creo.
- Oh, gracias. Lo mismo digo – aquella situación resultaba bastante embarazosa pues acababa de conocer a aquella chica pero en unas condiciones raras. En primer lugar se encontraba en una especie de celda, y en segundo lugar, estaba aturdido, como si acabase de recibir una paliza. Bueno, de hecho acababa de recibir una paliza, o eso creía -. Me, ¿me puedes decir cómo he llegado hasta aquí?
- Ehm, supongo que sí. Te trajeron esos dos tiparracos que parecen payasos. Estabas inconsciente.
- ¿Llevo mucho tiempo así?
- La verdad es que no. Un ratito nada más.
- Gracias.
Estaba muy aturdido. Si llevaba allí todo el tiempo desde que cayó contra Satertel, todo lo que había ocurrido con Deyira no tenía más remedio que ser un sueño. Ese pensamiento le dejó bastante abatido porque por un momento se había sentido tan seguro y a gusto... Y ahora todo eso era un sueño. Se dejó caer de nuevo en la hamaca ante la mirada de Edenma que parecía algo extrañada con su nuevo compañero.
Era muy extraño, pero Karib estaba destrozado interiormente. Tenía ganas de llorar, sin embargo no iba a hacerlo delante de Edenma. Pero, por qué aquella sensación. Después de todo, no era más que un sueño, y una chica. Pero él había vuelto a la realidad. Y en la realidad se encontraba completamente solo, en un gran mundo y encerrado en un celda por culpa de unos ladrones mientras se dirigía a Aucus en busca de la única familia que le quedaba.
Intentó cambiar de pensamientos, pero cada vez que lo intentaba le resultaba más difícil. La verdad era que pocos pensamientos felices se le ocurrían en aquel momento.
- Eres muy poco amable, la verdad – habló Edenma sacando a Karibdys de sus pensamientos por segunda vez.
- ¿Cómo dices?
- Llegas aquí, ni te presentas, haces preguntas... y no te preocupas por los demás.
- Ehm, ¿perdona? – de qué estaba hablando aquella chica .
- Llevo aquí más tiempo que tú, y ni te interesa saber qué hago aquí.
- Lo siento –lo que le faltaba. Una niña mimada -. Es que estoy algo aturdido.
- No pasa nada – dijo volviéndole la cara y tumbándose en su cama- Buenas noches
- Buenas noches –no tenía ninguna gana de discutir con aquella muchacha. Mejor dejarla dormir y quedarse tranquilo. Durante unos minutos parecía que así había ocurrido, sin embargo unos sollozos irrumpieron el silencio de aquel lugar.
- He estado..... todo este tiempo en vilo cuidándote hasta que has abierto los ojos –volvió a hablar la chica con la voz entrecortada -. Y, sólo pretendía que me... que me tratases un poco mejor.
- ¿De... de verás? – la acababa de fastidiar-. Lo siento, yo no lo sabía.
- No... no te preocupes. Es que llevo aquí ya bastante tiempo.
- ¿Cuánto tiempo?
- Creo que tres o cuatro días. Me bajan comida desde entonces, pero no veo a nadie. Sólo a ti.
- ¿Y porqué estás aquí encerrada?
- Mi padre es un comerciante –se volvió a incorporar y se sentó al borde de su hamaca – y tiene una ruta de comercio entre los pueblos del río Elo. Pero hace unos días estos ladrones de poca monta nos sorprendieron. Éramos tres carros y un par de guardias, así que no hubo problema, pero apareció ese tal Satertel y lo fastidió todo. Cogió a mi padre y a los guardias y a mi y ya no he vuelto a saber más e ellos.
- Vaya –suspiró el joven. Esa muchacha no lo estaba pasando muy bien y él la había tratado de esa manera tan cruel. Iba a intentar solucionarlo, pero cómo -. Lo siento de veras. No sabía nada. Pero no te preocupes. Saldremos de aquí, te lo prometo.
- ¿De verdad? – la cara de Edenma cambió radicalmente y sonrió abiertamente. Quizá era la primera vez que lo hacía en muchos días -. Muchas gracias – y le besó en la mejilla. Karib se sonrojó y se apartó de ella como pudo en un intento de parecer lo más duro posible, pero no lo logró, pues ella le dedicó una tenue sonrisa.
- Bueno, lo intentaré, por lo menos.
- Gracias por todo.
Edenma se acercó al joven y fue entonces cuando pudo ver bien a la muchacha. Era castaña y de ojos oscuros y largas pestañas. Su piel estaba llena de pequeños arañazos y heridas y sus ropas igualmente deterioradas. Era un poco más baja que él, aunque parecía que debería de tener más o menos la misma edad que Karib. Su mirada, inconscientemente, se dirigió hacia sus senos, en este momento incipientes, y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo retiró la mirada a la vez que se sonrojaba. La verdad, le habían parecido muy bellos.
Edenma le miró extrañada pero Karib apartó la vista tan rápido como pudo porque volvía a ponerse colorado mientras la muchacha volvía a reírse entre dientes. Parte de la tristeza que embargó al muchacho minutos antes había desaparecido. No podía rendirse en aquel momento. Debía de ayudar a Edenma a salir de aquel lugar sin embargo, y a pesar de aquel extraño comienzo, ninguno de los dos sabía como salir de allí.
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enlace al post original --> capítulo 31
Edenma se sentó de nuevo y Karib se fue hacia la puerta para inspeccionarla, pero no encontró nada en ella de especial. Se incorporó y se apoyó en las rejas mirando a la chica con cara de resignación. Sin embargo, al dejarse caer sobre la puerta ésta cedió y Karib cayó al suelo sin darle tiempo a reaccionar. El golpe fue tremendo y toda la parte derecha de Karib estaba marcada con chinos y señales del suelo, además de verdaderamente roja. Edenma tuvo que hacer un gran esfuerzo por no reírse delante suya, pero aguantó bastante bien, pues sólo un par de risitas se le escaparon.
Realmente fue un espectáculo ver a Karib intentándose levantarse, cosa que no consiguió hasta que Edenma le ayudó. Estuvieron unos minutos parados mientras el guerrero se recomponía y se limpiaba las lágrimas incipientes de sus ojos y luego continuaron. A fin de cuentas, el golpe les había abierto la puerta.
Anduvieron por un pasillo largo y en penumbras que estaba iluminado sólo por un par de antorchas colgadas de la pared. Al final del camino había unas escaleras que subían. Karib iba el primero seguido de Edenma que iba pegada a él hasta el punto de que apenas le dejaba andar a gusto. Tomaron muchas precauciones y el camino lo hicieron lentamente para hacer el menor ruido posible. Tan lentamente que ese pequeño tramo se les hizo eterno. Por fin llegaron a las escaleras y subieron con mucho cuidado.
Salieron a otro pasillo húmedo y oscuro que se extendía más allá de donde podían ver con esa luz, así que repitieron el mismo proceso que antes, aunque Karib se aseguró de acelerar un poco el ritmo. Aquel lugar daba escalofríos. Era algo tenebroso andar por ese pasillo tan oscuro, sin saber qué era lo que se encontraría delante. Edenma estaba cada vez más asustada, y Karib lo notaba porque cada vez le clavaba un poco más aquellas uñas que tenía.
Sin darse cuenta habían recorrido un largo trayecto de aquel pasillo sin encontrarse con apenas nada cuando un sonido unos pasos más atrás suya rompió aquel silencio de ultratumba. Era un sonido quejumbroso y dolorido y a la vez fantasmagórico. Un grito ahogado salió de la boca de Edenma que se abrazó lo más fuerte que pudo a Karib, tanto, que el muchacho empezó a ahogarse. Éste por su parte había empezado a temblar e intentó parar para no asustar a la chica, pero apenas podía. Con un hilito de voz preguntó:
- ¿Hay... hay alguien ahí? – unos segundos de silencio. Cuando parecía que nadie iba a responder, un nuevo quejido irrumpió.
- ¿Quién eres? – dijo con el mismo tono fantasmagórico.
- Mi... mi nombre es Karibdys... Y ella se llama Edenma. Nosotros...
- ¿Edenma? – le interrumpió la voz. La muchacha se estremeció - ¿Eres Edenma, de verdad?
- S.. si – consiguió responder.
- Querida hija – la voz sonó mucho más fuerte y animada, dentro de lo que cabía -. Creí que no te volvería a ver más.
- ¿Padre? – dijo ella acercándose al lugar de donde provenía la voz.
- Hija mía – volvió a repetir. Entonces unos brazos llenos de herdidas y arañazos salieron desde una puerta que habían pasado sin verla. Edenma se cogió de ellos y empezó a llorar mientras besaba las manos del que parecía ser su padre. Pasaron así un rato, y por fin la emoción empezó a decaer mientras intentaban encontrar la manera de abrirle la verja al padre de Edenma cuyo nombre era Dalath. Parecía que esta celda estaba cerrada de una manera mucho más eficaz que la que ocuparon Karib y Edenma y tras intentos con golpes suaves, medios y fuertes, tras los que el joven muchacho se quejó de un fuerte dolor en el brazo que resultó ser un moratón por los golpes, desistieron.
La alegría que Edenma tenía después de haber encontrado a su padre se esfumó cuando descubrió que no podía liberarlo y pequeños sollozos se esparcieron por todo el lugar. Sin embargo, Karib le animó con palabras alegres y promesas que ni él mismo sabía si podría cumplir.
De pronto un sonido que procedía del tramo de pasillo que no habían explorado les sobresaltó. Eran pasos. Y debían de ser de uno de los tres ladrones. Los dos chicos retrocedieron sobre sus pasos huyendo del bandido. Poco a poco una tenue luz apareció por el fondo y una sombra que le acompañaba. Era la luz de una vela. El pasillo quedó parcialmente iluminado y pudieron ver que las paredes eran pura roca negra. Aquel lugar estaba plagado de vigas de madera que parecían soportar el techo de la caverna. Entonces cayó en la cuenta, estaban bajo tierra.
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enlace al post original --> capítulo 32
Los pasos llegaron a la celda de Dalath allí se detuvieron. La distancia y la escasa luz no dejaron que Karib pudiese distinguir al portador de la vela, pero estaba seguro de que no se trataba de Satertel, lo que le alivió bastante. Parecía que llevaba una bandeja, con comida. Quizá era ya la hora de comer. Ese pensamiento le dio de por sí hambre y sus tripas gimieron haciendo un extraño sonido. Edenma alcanzó a oírlo y esbozó una sonrisa y por suerte, el hombre no pareció escucharlo.
La puerta de Dalath se abrió con un suave chirrido y el hombre entró. Entonces los dos jóvenes se miraron a los ojos y asintieron como si se hubiesen leído el pensamiento. Se dirigieron a la celda del padre de Edenma y se asomaron con cuidado de que no les descubriesen antes de tiempo. Desde el pasillo de piedra pudieron ver quien portaba la bandeja. Se trataba de el menor de los dos hermanos, o, por lo menos, el más bajo. Había dejado la bandeja en el suelo y se disponía a salir. Los dos chicos se prepararon para saltar sobre él cuando el ladrón se detuvo y se volvió hacia Dalath.
- Ahora mismo es de día. Intentaré sacarte más tarde de aquí – dijo para sorpresa de todos -, cuando Satertel duerma.
- Mi hija... –respondió Dalath
- No te preocupes por ellos. Mi hermano y yo nos ocuparemos de tu hija.
- Muchas gracias, pero... ¿por qué haces esto?
- Verás – el rostro de aquel hombre se volvió pensativo, como si intentase medir las palabras que iba a pronunciar. En nada se parecía al torpe bandido que había corridos tras de él antes. Por fin, respondió -. Mi hermano y yo somos dos bandidos desde muy jóvenes. No es un trabajo honrado, pero peor es morir de hambre, ¿no crees? – Dalath asintió – Pues todo iba bien hasta que nos encontramos con Satertel, o mejor dicho, él nos encontró. Vino a nuestra guarida y nos obligó a trabajar para él. Eso fue hace unas semanas, pero han parecido meses trabajando en unas galeras.
- Entonces, ¿vosotros no estáis con él?
- Por supuesto que no. Nunca hemos hecho daño a nadie, pero él nos obliga a robar de esta manera. Ya por último se ha vuelto tan avaricioso que rapta a la gente para pedir rescates, claro está que nunca coge a nadie importante, pero esta vez ha capturado a un mercader. Y sospecho que no os dejará libres. Así que debes estar preparado para cuando vengamos a por ti. No nos enfrentaremos a Satertel. Es un tipo muy peligroso.
- Muchas gracias, no sé como agradecéroslo.
- Hay una manera...
- ¿Cuál? Os daré lo que queráis, siempre que pueda permitírmelo.
- Espero que sí. Lo que le pedimos es que nos deje acompañarlo en su caravana lo más lejos que pueda de este lugar. Queremos alejarnos de Satertel.
- Eso está hecho. Pero primero debemos de llegar a una ciudad o algún lugar seguro. Podríamos dirigirnos a Aucus.
- ¡No! No podemos ir allí.
- ¿Qué ocurre en Aucus?
- No lo sé exactamente, pero algo maligno se acerca desde el sur, y soldados oscuros rodean esa ciudad desde hace unos días. No nos dejarán pasar. Además, tengo un mal presentimiento sobre todo ello –A Karib se le volvió el estómago del revés. Aucus rodeada de unos guerreros oscuros. ¿A qué se refería aquel ladrón? De pronto, unas palabras se le vinieron a la mente “Ellos te buscarán allí”. Fueron palabras de Bolgar. ¿Se referiría a aquellos personajes? En sus cavilaciones se había distraído de la conversación y cuando se volvió a centrar en ella el bandido había iniciado la marcha hacia la puerta. Antes de que pudiese reaccionar, éste estuvo fuera y les descubrió a los dos -. ¿Qué hacéis los dos aquí?
- Ehm, este, verá, nosotros – comenzó a decir Karib.
- No os preocupéis. ¿Habéis escuchado toda la conversación? – los dos asintieron- Muy bien, entonces quedaos aquí con el mercader y os avisaremos en cuanto podamos sacaros de aquí.
Dicho esto, los dos jóvenes entraron en la celda y el bandido les cerró la puerta aunque no echó la llave. Se despidió de ellos y les pidió un poco de paciencia. Era una situación bastante rara, sus raptores iban a liberarlos. Intentó hablar con Edenma, pero esta se encontraba de nuevo agarrada a su padre y dándole besos a la vez que podía oír como lloraba. Un pensamiento se pasó por su mente “ ojalá no me haga nunca eso a mi”, y se sentó a esperar el aviso de su liberador.
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enlace al post original --> capítulo 33
La sala era bastante pequeña, apenas cabrían más de cuatro personas tumbadas en el suelo. Tenía una especie de hamaca que debería hacer las veces de cama y una vela que le había dejado el ladrón. A parte de ello, la estancia era igual que la que habían tenido con anterioridad.
El tiempo pasaba lento, o por lo menos eso les parecía, pues no tenían ninguna referencia que les guiase sobre el paso de las horas. Edenma se había cansado de asfixiar a su padre y estaban los tres sentados apoyados sobre la pared, sin dirigirse la palabra. Parecía que cada uno estaba sumido en sus pensamientos, pero cuando le fue a hablar a Edenma descubrió que los dos estaban profundamente dormidos. “ Están preparados, sí señor”.
Empezaba a aburrirse. La verdad no hay mucho que hacer encerrado en una celda abierta mientras se espera que los que han elaborado el plan de huída vengan a rescatarte. Se puso de pie y dio unas cuantas vueltas a la pequeña estancia. Estaba ya por volver a sentarse cuando escuchó una suave melodía que provenía del exterior. Una melodía suave pero insistente resonaba por toda la sala. Con sumo cuidado se acercó a la puerta y echó un vistazo. Fuera no había nadie, pero la música se percibía cercana. Parecía producida por algún tipo de piano. Pero, quién estaría tocando un piano en aquel lugar. No parecía que allí abajo pudiese haber nada ni nadie con la cultura como para tocar un piano. Volvió a sentarse junto a sus compañeros de celda mientras parecía que aquel sonido se esfumaba poco a poco en las sombras de aquel húmedo y tenebroso lugar.
Sin embargo, la música continuó sonando y, para Karib, cada vez tocaba un poquito más fuerte, hasta que empezó a percibir claramente todas y cada una de las notas que producía aquel piano. Era un sonido melodioso y completamente armónico y parecía llenar el vacío que albergaba Karib en su corazón.
Poco a poco se dejó llevar hacia la puerta de la celda intentando escuchar un poco mejor la melodía. Apoyado en las barras que se interponían entre él y el pasillo sus ojos se cerraron llenos de placer y escuchó apenas sin respirar. Verdaderamente era una obra maestra. Quién sería capaz de componer aquello que resultaba tan hermoso para los oídos como su hermoso sueño lo había sido para sus ojos y su corazón. Se sentía de nuevo seguro y contento.
De pronto un repentino contraste de ritmo e intensidad sobresaltó a Karib de sus pensamientos y volvió a abrir los ojos. La puerta se abrió con el movimiento y el joven miró en silencio al pasillo. Quería, no. Quería no. Deseaba oír mejor aquella melodía. Pero no podía dejar a sus amigos allí, dormidos, a merced de Satertel. Podría ocurrirles algo si él se iba. Con esos pensamientos cerró la puerta y se dirigió de nuevo al lado de Edenma y se dispuso a sentarse. Pero, tan pronto como surgió aquel cambio de ritmo, volvió a sonar otro fuerte, pero que resonó en la cabeza del joven mucho más que el primero.
Volvió su mirada hacia el pasillo. La puerta estaba completamente abierta y el pasillo se encontraba a su disposición. Despacio cruzó la celda hasta llegar a la salida de ésta y salió al pasillo. El sonido resonaba por todas las paredes y Karib sentía que le llamaba, que debía encontrar al que estuviese tocando aquella melodía. Entonces, la música volvió a su tranquilidad inicial y a su serenidad. El joven muchacho miró de nuevo a Edenma. Se encontraba sentada y apoyada en su padre, con lo pelo castaño cayéndole sobre la cara. Parecía muy frágil en esa postura. Cualquiera podría llegar y hacerle daño, y él había prometido sacarla de aquel lugar; pero cuanto más pensaba en volver a entrar de nuevo en la celda, más fuerte sonaba aquel piano.
Karib se tapó los oídos en un último intento por no dejar sola a Edenma, pero aquella melodía no había disminuido su volumen, y resonaba en su cabeza como si estuviesen tocando a su lado. Entonces la puerta de la celda se cerró de golpe y Karib sucumbió a la música.
- No tardaré en volver – dijo antes de emprender la marcha por aquel húmedo y oscuro pasillo en busca del origen de aquella melodía que lo tenía preso en sus redes.
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Estaba todo oscuro y húmedo. Pronto llegó al final de aquel pasillo y se topó con unas escaleras ascendentes. Con paso inseguro comenzó a subirlas. Estaba algo nervioso, aunque no sabía si por la emoción de descubrir qué era ese sonido o del miedo que tenía a encontrarse con Satertel o algo peor. Miles de imágenes de monstruos y horribles figuras pasaron por su mente pero cuando se dio cuenta de lo infantil que era aquello, volvió a centrarse en lo que le ocupaba.
Las escaleras subían en una pendiente más pronunciada que las primeras con las que se topó cuando iba con Edenma. Además, subían en espiral. Al final se podía ver un resplandor, pero muy lejano a lo que podría ser la luz del día o la noche. Era mortecino y poco brillante, por lo que se debía tratar de una antorcha o algo similar. Cuando empezó a llegar a la altura del suelo del nuevo piso, Karib empezó a ir un poco más lento y hacer menos ruido, por temor a que hubiese alguien en aquel lugar, cosa que pudo comprobar que estaba mal fundada. La sala, circular, era como sus celdas, pero mucho más grande y espaciosa, además de iluminada por varias antorchas ancladas a las paredes. En el centro se alzaba una especie de altar con un sillón en forma de trono. A parte de eso, la sala tenía apenas más mobiliario.
La música volvió a llegar a sus oídos y le recordó su primera intención. Había dos salidas a nuevos pasillos, pero cuál debía coger. De sus exploraciones por el bosque con Allen sabía que en una cueva no se podía fiar de sus oídos a causa del eco reinante en aquellos lugares, así que se acercó al centro de la sala e intentó descubrir de donde podía provenir. El resultado que obtuvo no fue mucho mejor. ¿Hacia donde debía tirar ahora?
Un golpe seco resonó en toda la sala. Karib, asustado, se colocó tras el trono de manera que si alguien salía de los dos pasillos de la gran sala, no le viese. El golpe volvió a producirse, pero esta vez lo hizo con mucha más fuerza. Una luz apareció por el pasillo que estaba a la derecha de Karib y con ella la figura de Satertel.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Karib al ver a aquel hombre andar tan cerca suya. ¿Se daría cuenta de su presencia en la sala? Y lo que era peor, ¿qué haría si eso ocurría? El muchacho se quitó todos esos pensamientos de la cabeza para centrarse en lo que allí le ocupaba, que era ni más ni menos que no le descubriese. El sudor frío le recorría por toda la cara dado el esfuerzo que tenía que hacer para no delatarse. Y es que para colmo, Satertel se dirigía al otro pasillo, el de la izquierda, y el camino rodeaba el sillón del trono, con lo que Karib también tenía que ir al compás del guerrero negro, y eso le costaba horrores si le añadíamos que no debía hacer ni el más mínimo ruido.
Poco a poco Satertel fue recorriendo el trayecto que le conducía al pasillo de la izquierda, y al mismo tiempo, Karib fue rodeando al trono para que no le viese. No sabía para qué estaba allí ese sillón, pero no dudaba en la utilidad que le había proporcionado. Por fin, el jefe de los bandidos desapareció de la sala y se internó en el oscuro pasillo. Karib salió despacio de su escondite y tras asegurarse que había seguido hacia delante decidió seguirle. A lo mejor le descubría le camino hacia la salida, o el que llevaba a aquella música misteriosa. Y en ese mismo momento se dio cuenta de que la melodía había cesado de escucharse. ¿Habría sido por la llegada de Satertel?
De nuevo se detuvo frente a la entrada del corredor. ¿Debía seguir a Satertel o era preferible alejarse de aquél individuo? Ya le había demostrado una vez que contra él no podía hacer nada, y ahora por simple curiosidad iba a meterse en la boca del lobo. Era algo absurdo, y más ahora que la música había dejado de sonar. Así no la podría encontrar. Quizá lo mejor era irse de nuevo a la celda con sus compañeros y esperar a que les fuesen a buscar.
Lo tenía casi decidido cuando volvió a escuchar unas notas musicales que provenían, sin ninguna duda, del corredor que tenía enfrente. ¿Estaba aquello jugando con él o qué era lo que pretendía? Empezaba a sentirse ridículo con aquella persecución, pero a la vez necesitaba descubrir qué era aquel sonido, así que volvió sobre sus pasos y entró en el pasillo por el que anteriormente había ido Satertel.
El camino estaba totalmente despejado, pues ni la tenue luz que portaba su enemigo se veía a lo lejos. Esto significaba que se encontraba lejos del peligro que entrañaba el bandido, pero a la vez le dejaba un camino lleno de sombras y sin un rastro de luz que le informase si frente suya había o no suelo o pared. De todas maneras decidió adentrarse y ver qué pasaba. Pronto estuvo inmerso en un mar de sombras de cuyo fin no tenía idea.
Iba palpando las paredes para asegurarse de que no había ninguna otra bifurcación del camino que le pudiese equivocarse de ruta mientras miraba, o eso creía, hacia el frente, aunque veía lo mismo que si estuviese con los ojos cerrados. Por su parte, la música no había dejado de resonar en el corredor, lo que animó al joven a seguir.
De pronto notó que una luz inundaba aquel lugar. Era muy tenue, pero lo suficientemente potente como para ver el corredor por primera vez en mucho tiempo. Esto alivió al joven, que intuía el final del corredor, sin embargo la alegría cesó cuando descubrió que la luz provenía desde su espalda. Alguien se acercaba por detrás suya. Esto era un gran problema, pues ya no tenía salida. Si algo ocurría allí delante suya, no podría retroceder hasta el salón donde se encontraba el trono.
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La luz se acercaba cada vez más a él, por lo que no tuvo más remedio que acelerar el paso. Era muy difícil avanzar deprisa mientras se intenta no hacer nada de ruido, y el resultado de aquello fue que Karib, más que un humano, pareciese un pato mareado corriendo. “¿Pero hasta donde llega este pasillo?” se preguntaba para sí Karib mientras seguía avanzando sin ver el final. Poco a poco fue dejando a su perseguidor más y más lejos, pero lo suficiente como para poder guiarse por aquel túnel de sombras.
De pronto notó como el pasillo empezaba a girar y dejaba la rectitud con la que se había mantenido hasta entonces. Karib se aseguró de que no había ningún otro camino que siguiese al frente y tras hacer esto continuó andando. El túnel hacía, según los cálculos del joven, un giro de ciento ochenta grados, por lo que comenzaba a desandar todo lo recorrido hasta entonces y, para su alegría, vio que, no mucho más lejos desde donde se encontraba, había una nueva sala que rompía la monotonía del corredor de piedra. Podía ser el final del camino, o simplemente una sala más de aquella especie de mazmorra subterránea. De cualquier manera, no tenía opción de volver atrás, así que siguió hacia delante.
Conforme se acercaba a aquella sala, fue más y más despacio con el fin de comprobar que no estaba allí Satertel, lo que sería algo embarazoso. Se detuvo justo a la entrada del lugar y se aseguró de que estaba vacío. Luego entró.
Era una sala mucho más pequeña que la del trono y ésta estaba llena de estanterías con cantidad de libros, pergaminos y botes, todo muy desordenado. Tenía una mesa justo en el medio y un mapa extendido en el centro con una espada sujetándolo. El mapa parecía que mostraba los túneles de aquél lugar, pero en lo que más se fijó Karib fue en la singular espada que estaba sobre él.
Se trataba de una espada corta, pero era algo distinta a las que había visto con anterioridad. La hoja tenía bordes rematados por un material de color negro, que era desconocido para él y que le daba un aspecto mucho más peligroso y misterioso a la vez. Y lo que la hacía más extraña era que, cercana a la base, se encontraba una esfera de color azulado a modo de engarce. Por su parte, la empuñadura era de un color dorado y rodeándola, y del mismo color, estaba la figura de un majestuoso dragón.
Sin pensárselo dos veces levantó el arma y se sorprendió al comprobar que encajaba perfectamente en su mano. Pero todo su entusiasmo desapareció cuando la luz que le perseguía apareció por el fondo del pasillo. Guardó el arma en la vaina que tenía en su cinturón y se escondió detrás de una estantería y unas cajas y aguantó la respiración mientras esperaba descubrir quién era su perseguidor.
El tiempo discurría muy lentamente y la luz se acercaba más y más, pero nunca llegaba a la sala donde se encontraba Karib. Se llevó la mano a la vaina y comprobó que estaba allí la espada, pero, dónde estaba su espada. Intentó hacer memoria. Dónde habría dejado su arma. Con ella combatió contra Satertel y acabó destrozada. Ahora entendía aquel pequeño misterio.
Volvió en sí en el mismo momento en el que entraba el portador de la luz en la habitación. Se trataba de uno de los bandidos. Esperó agazapado a que pasase, pero éste se quedó en la sala, como a la espera de algo. Entonces apareció Satertel por la entrada opuesta a la que ocupaba el ladrón. Aparentaba estar cansado pero tranquilo.
- He venido como me has pedido - dijo el bandido
- Ah, Vernarder. Así es. Necesito que hagas algo – respondió Satertel.
- Tú dirás, Satertel
- Quiero que prepares al muchacho y me lo traigas cuando caiga la noche, pero antes del ocaso.
- Sí. ¿Lo preparo como a los otros?
- En efecto, ya sabes el proceso. Ahora vete, debo de descansar. Ha sido una noche muy ajetreada.
- Como gustes. Me retiro.
Y de esta manera los dos hombres desaparecieron de la sala en direcciones diferentes sin percatarse de la presencia de Karib.
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Karib estaba, para variar, inmerso en sus pensamientos después de escuchar la extraña conversación. A qué muchacho se referían. Habían recorrido la zona baja del escondite y no habían visto a nadie más a parte de Edenma y Dalath. ¿Se referirían a él?
Sin embargo esta vez sus cavilaciones no duraron mucho pues, como si volviese a sonar tras un largo silencio, la música suave que había estado siguiendo surgió de nuevo. Como supuso, provenía del pasillo que había tomado Satertel.
Quería seguir adelante, pero todo el sentido común que le había faltado a la hora de salir de la celda, hizo su aparición en ese momento en la cabeza del muchacho. Era una completa locura seguir a ese loco en un lugar del que no sabía absolutamente nada. Qué debía hacer.
Mientras estaba intentando averiguar qué hacer, la música fue poco a poco aumentando su intensidad y volumen. El sonido retumbaba por las paredes de la sala y hacía bastante eco, lo que, sin embargo, no rompía la armonía de la música, si no todo lo contrario, la realzaba y daba un porte majestuoso. Cada nota resonaba en la cabeza del muchacho como si de un martillo se tratase. Suaves pero continuos golpes de sonido se revolvían en el interior de Karib que poco pudo hacer para volverse en contra de aquello. Se levanto y con sumo cuidad volvió a ponerse en marcha tras Satertel.
Aquel camino estaba en mejores condiciones que los anteriores. En las paredes había antorchas que iluminaban el camino y el suelo no estaba tan agrietado como los anteriores. Incluso parecía que estaba limpio de la típica suciedad que hay bajo tierra. También pudo descubrir que era muy corto, apenas de unas decenas de metros. Al final del corredor se encontraba una amplia sala que, al asomarse en silencio, descubrió que era la de Satertel.
Su sentido común venció esta vez y, mientras la música reducía el volumen, el muchacho se alejó poco a poco de la estancia hasta quedar a buen resguardo de ser visto. Aguardó un buen rato antes de volver a asomarse mientras intentaba poner orden en el caos que reinaba en su mente, aunque sin resultado alguno.
Qué era aquella música que tanto le atraía y que no había cesado de sonar desde que saliese de la celda. Había recorrido un buen camino y, sin embargo, la música seguía sonando igual que cuando estaba junto a Edenma.
Era muy extraño. Entonces llevó la mano instintivamente a su vaina y allí descubrió el arma que llevaba. Se había olvidad completamente de ella. La volvió a sacar mientras esperaba y contempló con admiración todos los detalles del dragón que recorrían la empuñadura. Era largo, casi como una serpiente, y del mismo color broncíneo que el que tenía toda la empuñadura en sí. Estaba tan bien hecho que podía llegarle a ver varias escamas del cuerpo y de la cola, y sus alas, retraídas contra el cuerpo, eran una verdadera obra maestra.
Pronto volvió a centrarse en lo que le ocupaba, pues se encontraba en un lugar que entrañaba gran peligro. Estaba al lado de la habitación de Satertel, ni más ni menos. Volvió a envainar su espada y se acercó a la entrada de la estancia. Primero, escuchó atentamente y, para su alegría, sólo percibió el sonido acompasado de la respiración del ladrón, conjuntamente con algún que otro ronquido. Lleno de valor, se decidió a asomarse a intentar descubrir si aquella melodía provenía del cuarto del hombre. Poco a poco fue asomando la cabeza hasta llegar a la nariz, y allí contempló estupefacto lo que había.
Era una sala realmente majestuosa, llena de adornos y detalles. Estanterías y cortinas recubrían todas las paredes de la sala menos una zona donde se encontraba una ventana. Una ventana. Eso era una noticia magnífica, pues significaba que se encontraba ya muy cerca de la salida, por lo menos en aquella “planta”. Por aquella ventana entraba un hilito de luz rojiza. Karib hizo memoria y recordó que el bandido que les avisó de la huida dijo que era por la mañana. Si su reloj biológico no funcionaba mal, había pasado suficiente tiempo como para que en ese mismo instante la tarde estuviese cayendo sobre Tirya.
Intentó calmarse un poco y continuó examinando la habitación. Cerca de la ventana se encontraba una cama enorme. En ella podrían caber perfectamente dos o tres personas, aunque la envergadura de Satertel le hacía ocupar más de la mitad. El resto de la habitación eran estanterías y cajones llenos de libros, pergaminos y botes de extraños colores que daban a habitación un colorido extraordinario y acogedor. Al lado del bandido, cerca de la cama, se encontraba su armadura, enorme y de duro material, y sus armas, varias espadas de dos manos, ballestas y un arco. Para qué querría todo aquello, se preguntó el muchacho.
Su mirada volvió a recorrer la sala una y otra vez mientras intentaba encontrar algo que pudiese estar originando la música, que no cesaba, pero no había absolutamente nada. Ni si quiera una nueva salida hacia otra habitación donde pudiese encontrarse aquel o aquello que hiciese sonar la música.
De pronto, la música cesó. Qué significaba aquello. ¿Habría llegado al final de la búsqueda? Pero allí no había nada que le resolviese aquel misterio. Estaba completamente confundido y no sabía qué hacer ahora. Había llegado muy lejos como para volverse de nuevo a la celda con los demás. Retrocedió unos pasos y, apoyado en la pared, se dejó caer en el suelo con las rodillas flexionadas junto a su cara mientras que las rodeaba con los brazos sujetándolas. Sin pensar en ninguna otra cosa, miró al suelo. Tierra, y nada más. Cuál sería el misterio de aquello. Dónde se encontraba
Habían pasado tantas cosas desde que salió de Aucus hacia Ol. Todavía se acordaba del momento en el que su padre le dijo que iban a ir a la capital de Tirya y que iban a poder ver el torneo. Por supuesto, Allen también estaba allí, pues su amigo pasaba más tiempo en casa de Karib que en la suya propia.
Sin padres, Allen había pasado muchos malos momentos hasta que, junto con sus abuelos llegó, de muy joven, a Aucus. Allí se instalaron hasta la muerte de los cuidadores del muchacho. Por suerte para él, había hecho una gran amistad con Karib y nunca estaba completamente solo. Los padres del muchacho querían a Allen casi como un hijo propio, y lo demostraban con cada acto que hacían hacia el muchacho.
Pero esa era la primera vez que podían ir a Ol. Su padre era comerciante de telas, y todas las fiestas de la Luna se dirigía a Ol acompañando a una pequeña caravana. Ese año, sin embargo, decidió no ir solo, sino acompañado por su familia.

¿Fue esa una buena decisión? ¿Debía Karib haber ido a Ol con sus padres? Apenas tres días después de la excitante llegada a las puertas de la majestuosa ciudad, un suceso había cambiado toda su vida en un abrir y cerrar de ojos. En una explosión provocada por Dinas, toda su familia y sus seres queridos habían desaparecido. Y él se encontraba solo. Nunca antes en su vida había tenido esa sensación, y menos desde que conoció a Allen.

Todavía recordaba sus largos paseos hasta el alcázar de Dulain y su impresionante palacio sobre una gran cascada que parecía ser una columna de agua, sus aventuras por el bosque y sus correrías en los montes cercanos. No habían salido de las inmediaciones del pueblo, pero para ellos era más que suficiente estando el uno con el otro.
Una enrome tristeza recorrió todo el cuerpo del muchacho que empezó a soltar unas solitarias lágrimas que caían lentamente por sus mejillas apretadas contra las rodillas. Intentó no sollozar ni hacer ruido, y contuvo las lágrimas como pudo.

Una larga caravana de por lo menos quince o dieciséis carromatos se extendía a lo largo de la entrada de Aucus. Todas eran prácticamente iguales, pero Karib podía distinguir perfectamente cuál era la suya. Blanca y con suelo de madera de color oscuro tenía una de las ruedas ligeramente doblada, y lo utilizaba como señal para no entrar en la de otro comerciante. Cerca de una veintena de hombres armados custodiarían la caravana en el trayecto hacia su destino para evitar posibles ataques sorpresa de bandidos o bestias salvajes. Por último, una larga fila de caballos eran colocados en los carros de los que tirarían durante día tras día hasta llegar a Ol.
La primera carreta se puso en marcha antes del amanecer. La aldea entera estaba ya despierta y preparada para el trabajo de cada día, sin embargo, aquella mañana sería distinta para él. Se disponía a marchar hacia Ol. Ni más ni menos que la capital de todo el reino, donde todo era posible y la gente llegaba a ser famosa. Estaba tan emocionado que aquella noche apenas había podido dormir. Iba con su amigo Allen y su familia; su madre Aadala y su padre, Karion.
El camino que les esperaba era muy largo. Casi dos semanas de viaje que culminarían a los pies de los montes de Ol, cuna del río Elo. Por suerte para ellos, todo el terreno hasta la mítica ciudad era una planicie sin apenas ningún relieve que hiciese la marcha más lenta. En su camino pasarían por pueblos como Darenie o Musso, conocidos por el tráfico de comercio que por allí hay.
Para mejor suerte, el día, conforme aparecía el sol en el horizonte, se veía más y más radiante, como si hubiese estado esperando a su salida para darles la despedida con todo su esplendor.
Pronto dejaron atrás las pequeñas casas de barro y los tejos de paja que caracterizaban Aucus y se internaron de lleno en la amarillenta pradera. El camino se hacía a veces monótono, y los jóvenes que viajaban en la caravana junto a ellos salían a jugar alrededor del sendero que seguían. Eran los hijos de los comerciantes que acompañaban a su padre en el viaje de comercio, y algunos no eran de Aucus. Muchos venían de pueblos cercanos o incluso de la propia Ol. Éstos contaban a sus nuevos amigos las aventuras y desventuras de sus vivencias en las calles de la ciudad sin olvidarse de algún que otro detalle inventado, como lo eran los inmensos dragones que custodiaban el castillo o los terribles encapuchados de ojos rojos y garras que acechaban a los niños a partir de la caída del sol. Por supuesto, todos los muchachos quedaban con la boca abierta al escuchar estas historietas y se impacientaban más y más con la llegada a los muros que guardaban la ciudad de Tirya.
Aquel día no pararon para comer, así que, al llegar la noche habían recorrido un largo tramo. Según su padre, iban muy adelantados a sus planes. Podrían llegar un día antes de lo previsto si la marcha continuaba así.
La noche era lo que más esperaban los más jóvenes del campamento, pues, a la luz de las hogueras contaban historias de miedo separados de los mayores. Éstos, por su parte, comían tranquilamente mientras los contratados para guardarles de posibles bándalos hacían la guardia nocturna. Poco después todos o casi todos dormían junto al fuego o en las carretas.
Esta rutina se repitió uno y otro día durante cerca de una semana, tiempo que tardaron en llegar al primero de los pueblos importantes, Darenie. Llegaron antes del atardecer del séptimo día de viaje y decidieron por casi unanimidad descansar en las posadas que ofrecía el pueblo pues las mujeres decidieron que era hora de bañar a los niños y de paso a los mayores también. Ese último apunte no recayó demasiado bien en los comerciantes, y menos aún en los hijos de éstos, pero no tuvieron más remedio que aceptar las órdenes de las mujeres.
Esa noche fue corta y tranquila para Karib y Allen que echaban de menos sus cómodas camas de paja y que empezaban a tener algunas rozaduras de dormir casi en el mismo suelo. El sueño fue profundo y reconfortante y la mañana siguiente partieron de nuevo un par de horas antes del amanecer. Esa segunda parte del viaje terminaría dos días después en Musso donde realizaron la misma parada que en Darenie, pero, para suerte de los hombres, sin obligación de ducha. Llevaban definitivamente un día de adelanto, lo que quería decir que en apenas cuatro días más llegarían a la ciudad del Ol.
Aquella noche Karib y Allen no estaban para nada cansados pues se habían llevado todo el día descansando en su carreta debido a una aparatosa y ridícula caída de un caballo cuando intentaron probar a ver que tal sabían montar. Por supuesto no duraron apenas un minuto ya que en cuanto el animal notó la presencia de algo afilado que se le clavaba en su costado se encabritó y tiró al suelo a sus jinetes. Ese objeto puntiagudo resultó ser la espada corta de Karib que sobresalía de su vaina enganchada en su cinturón. Por suerte para ellos nada les pasó, pero la regañina que obtuvieron por su “alocado acto sin conocimiento”, como fue calificado, resultó ser mucho más dura de la que ellos mismos se esperaban. El resultado final fue un tranquilo día en la carreta y sin historias de miedo por la noche.
Pero aquella noche no durmieron a la intemperie, sino que descansaron en una posada de Musso lo que trajo como consecuencia el fin de su castigo injustificado. Los dos amigos se dirigieron a las afueras del pueblo y allí se tumbaron tranquilamente a contemplar las estrellas una noche más, como solían hacer. Su charla fue larga y entretenida, y, en más de una ocasión, sacaron las espadas y hicieron alguna que otra pirueta. Por supuesto Karib era el que acababa mal parado.
La luna estaba casi en cuarto creciente, preparándose para las fiestas de la Luna, en Ol, que empezarían dentro de cinco días y su luz azulada bañaba toda la pradera que les rodeaba. A su lado, el río Elo, que habían estado siguiendo desde su partida, en Aucus, brillaba y reflejaba la luz. Parecía un río de plata.
Karib se sentía feliz. Era feliz. Estaba cumpliendo uno de sus mayores deseos, visitar Ol. Y no sólo iba a ir a la ciudad, sino que estaba viendo todo el reino de Tirya junto a sus seres queridos; su familia, y Allen. Éste último también era feliz. Feliz de estar con una nueva familia y de tener a su mejor amigo a su lado.
Realmente eran más que amigos. Eran como hermanos de sangre. No había secretos para ninguno de los dos, aunque la cabezonería de Allen a veces les llevaba a discutir, pero, qué clase de hermanos no discute. Para Karib, Allen era fuerte, pero ingenuo, valiente en exceso y demasiado impulsivo. Muchas veces se había metido en problemas, nunca serios, por obedecer a su primer pensamiento. Por el otro lado, Allen veía a Karib como un oponente fácil de vencer, un idealista sin remedio y un gran amigo. Sabía pensar y hallar la solución a los problemas en los que se metían, con demasiada facilidad, por lo que le tenía mucho respeto, aunque a veces no se lo mostrase. Es más, un guerrero como él no puede dejar ver que le tiene respeto a nadie pues eso podría traerle serios problemas.
Cada uno tan distinto pero siempre juntos.
Hasta que llegaron a Ol.
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enlace al post original --> capítulo 38
El cansancio empezaba a poder con él y dejó caer los brazos al suelo a la vez que estiraba las rodillas y se relajaba, cada vez, un poco más. Inconscientemente su mano llegó a la empuñadura de su espada. ¿Pero no había quedado destrozada cuando Satertel le venció? Volvió a incorporarse y sacó el arma de su vaina. Cuando la contempló apareció una leve sonrisa en la cara del muchacho húmeda por la contínua caída de las lágrimas. La luz que salía de la sala contigua era reflejado con un tono azulado por la esfera engarzada que tenía el arma. Aquella no era su arma, sino una espada corta con un engarce azulado y una empuñadura con un dragón aserpentado. La contempló detenidamente y se dejó llevar un momento por su imaginación.
Se vio a él mismo luchando contra Allen con aquella magnífica espada, y se veía como el ganador del combate pese al asombro de su amigo.
Se incorporó y se enjugó las lágrimas y pensó para sí mismo que su amigo no permitiría nunca que él estuviese así. No le habría gustado verle abatido y sin fuerzas, así que volvió a guardar su nueva espada en la vaina que colgaba de su cinturón y emprendió la marcha hacia la celda junto a sus nuevos compañeros de viaje. Sin embargo algo torció sus esquemas.
Una voz más potente y grave de lo que nunca pudo imaginar resonó por toda la sala y a juzgar por la fuerza con que lo hizo, también lo hizo en toda la guarida. Aquel sonido era realmente intimidante y a Karib le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Se pegó a la pared del corredor y allí se quedó inmovilizado. En un primer momento no pudo comprender lo que decía ni quién era el que hablaba, pero pocos segundos más tarde entendió a quien llamaba. A Satertel. Qué querría aquel personaje tan temible de Satertel. Con cuidado se acercó a la sala donde dormía éste y escuchó atentamente.
- ... en el segundo piso, señor – dijo el bandido.
- Pues ¿a qué esperas, mi estúpido siervo? – respondió la voz misteriosa.
- Lo.. lo lamento mi señor. Pensé que sería mejor el sacrificio al anochecer, así que...
- ¡ Así que decidiste dormir mientras el destino del mundo está en tus manos! – era un tono furioso, casi de ira. Realmente Karib no deseaba ver la cara del poseedor de aquella voz-. Eres un verdadero inepto.
- Lo lamento, mi señor, no volverá a ocurrir.
- Espero que no. Ahora baja a mis aposentos que debo de mostrarte una cosa.
- Si... mi señor.
Las voces cesaron y el ambiente tenso que había vivido hasta hacía un momento se calmó tan pronto como empezó. Sin embargo ahora era él el que estaba en peligro. Satertel iba a bajar hasta donde se encontraba aquel personaje y él se encontraba en su camino. Realmente no se paró a pensar cómo podía alguien hablar con una persona si ninguno de los dos estaban en el mismo lugar hasta mucho más tarde. Lo que únicamente le preocupaba era salir de allí, mas cuando se disponía a salir corriendo, un tremendo sonido, similar al que se produce cuando hay un desprendimiento importante, salió de la sala donde se encontraba Satertel.
Qué habría pasado allí. La curiosidad pudo rápidamente con el muchacho que se acercó a ver qué había ocurrido cuando, para su sorpresa, encontró un enorme portón de color rojo, con puertas de metal en el lugar donde antes había solo libros y estanterías. El resto de la estancia se encontraba exactamente igual que como la recordaba.
Aquella puerta no se le había podido pasar por alto al muchacho pues era llamativa y grande. Satertel pasó por ella con paso firme y acelerado.
Cómo habría aparecido esa puerta allí. Y quién se encontraba tras ella. Una parte de él le invitaba a descubrirlo, pero otra le advertía del peligro que corrí si se atrevía a seguir a Satertel. A qué parte haría caso. Cuál era la opción correcta. No sabía qué hacer. Pero, como de costumbre, su curiosidad venció a su sentido común y entró en el dormitorio. Estaba en perfectas condiciones de limpieza y orden, lo que extrañó ya a Karib en el primer momento, sin embargo, pasó por alto esos detalles esta vez y se centró en la aparecida puerta.
Se asomó despacio a intentar ver qué había delante de sus narices y descubrió unas escaleras donde no veía el final. Satertel habría bajado más allá de su vista porque no llegaba a verle.
De pronto sintió un fuerte tirón de su cuerpo que le arrojó al suelo. Rápidamente se intentó levantar pero alguien le cogió y le mantuvo en el suelo a la vez que le ponía una mano en la boca. La reacción de Karib fue la de pegarle un mordisco en la mano a aquel individuo que tras la presión, acabó soltándole.
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enlace al post original --> capítulo 39
Karibdys se incorporó y sacó su nueva espada que pareció desplegar una fuerte luz azul a partir de la esfera engarzada, pero fue el efecto de la luz que entraba al pasar por el prisma que era aquella joya. Se apresuró a asestarle un golpe pero con la misma rapidez con la q se levantó frenó el movimiento que inició tras descubrir que su agresor era Vernarder. Qué había pretendido con todo eso.
- ¿Qué pretendías? – dijo Karib como pudo después del susto y con una fuerte respiración por el cansancio.
- Impedir que bajases por ahí, pero como ya estabas encaminándote hacia allí – la respuesta no convencía del todo al muchacho, pero se relajó un poco.
- ¿Por qué no querías que bajase por ahí?
- Es muy peligroso. Sólo Satertel baja por ahí, y cada vez que sube llega con la cara pálida y descompuesta. Solo Kayn sabe los horrores que se esconden ahí dentro.
- No pretendía entrar – mintió-. Solo era curiosidad.
- Sea lo que sea, debemos irnos cuanto antes – el tono de Vernarder era acelerado y asustadizo, que acompañaba con un gesto en su cara aguileña que mostraba sus ganas de salir de allí-. Los demás nos están esperando fuera de la mina.
- ¿Una mina?
- Sí, esto es una mina, pero salgamos de aquí cuanto antes, por favor.
- No me creo lo que dices. Has intentado atacarme.
- Por favor, debes creerme, ha sido por tu bien. Satertel te quiere muerto por alguna razón que no me explico. Por favor – el ladrón tenía prisa por salir de allí, pero el joven no acababa de creerse lo que le estaba diciendo. Hacía unos momentos él le había saltado encima y le había inmovilizado. ¿Estaría diciendo la verdad o trabajaría de verdad para Satertel? Fuese cual fuese la respuesta estaba atrapado. Por un lado las escaleras tras la puerta roja, y por el otro Vernarder. Éste seguía insistiéndole al joven para que se fuesen, pero no le hacía caso. Qué debía hacer. Entonces Vernarder sacó su espada larga y se preparó a luchar -. Si no vienes por las buenas, tendré que hacerlo por las malas.
Esta reacción pilló por sorpresa a Karib que también se preparó para un combate contra Vernarder. No comprendía como podían cambiar las cosas tan de prisa. Primero, Vernarder les afirmó su intención de ayudarles a escapar y ahora se iba a enfrentar a él por segunda vez.
Vernarder se abalanzó contra el muchacho con un grito de guerra que el joven paró con agilidad. Una vez se desembarazó de éste, retrocedió unos pasos para tener más espacio. El ladrón volvió a atacar con tres sucesivos golpes que Karib esquivó a duras penas. El hombre era verdaderamente más rápido que él, cosa que pocas veces había visto.
El cansancio hacía acto de presencia en los brazos del joven que comenzaba a resentirse bastante de todo lo que había ocurrido. Poco a poco fue perdiendo el control del combate y se limitó a parar los golpes que Vernarder le lanzaba. ¿Cómo iba a salir ileso de allí? ¿Sería ese su último combate? No podía serlo. No iba a serlo.
Con las fuerzas que le quedaban agarró fuertemente su arma y se lanzó al ataque que cogió al bandido por sorpresa. En tan solo dos golpes, Karib derribó a Vernarder y lo dejó tendido en el suelo con cara de asombro. El muchacho le arrebató el arma y tras dirigirle una mirada de odio escapó por el pasillo que tomó para llegar a aquel lugar. Ahora debía encontrar a Dalath y Edenma, pero estarían a salvo fuera de aquella mina o todavía se encontrarían el la celda. Vernarder les había mentido, lo que significaba que la primera opción estaba totalmente descartada, así que se dirigió hacia su antigua prisión con ánimo de rescatarlos. Si había una manera de salir de allí, la iba a encontrar.
Recorrió el túnel que le había llevado a través de aquel lugar y pronto salió a la sala donde se encontraba aquella especie de trono que le había salvado de encontrarse con Satertel. Había dos salidas más, pero cuál era la que debía tomar. Ya no se acordaba del camino por el que subió. Sólo recordaba unas escaleras que bajaban. Con ese pensamiento se internó en la gran sala y se acercó a una de las puertas del lugar. La primera era un pasillo normal y por allí debía ser la salida al exterior de lamina. El camino que debía tomar era el otro. Cruzó rápidamente la estancia, pero algo se interpuso en su camino.
Chocó contra un cuerpo grande y fuerte, al que sólo llegaba a alcanzar un poco más de la cintura. Estaba revestido por una armadura de metal. Iba vestido con ropas oscuras y agarraba una espada de dos manos que tocaba el suelo. Con miedo subió su mirada hasta alcanzar el rostro y descubrió que era quien él se temía. El pelo largo y grasiento le caía por los hombros hasta acabar en una coleta mal cogida. Los ojos, profundos y oscuros miraban al joven con odio y furia, pero en su cara se podía apreciar una sonrisa malévola. La barba, mal afeitada, había desaparecido, pero era sin ninguna duda Satertel.
- ¿Dónde pretendías ir, muchacho? – dijo con voz burlona -. ¿No pretenderías escapar? Mi señor te desea muerto, así que esta vez no saldrás tan bien como en nuestro último encuentro.
No podía ser verdad aquello. Estaba agotado y apenas podía mantenerse en pie, y aquel individuo iba a tacarle de nuevo. Cómo iba a salir de ésta. Por experiencia propia sabía que no iba a vencerle, pues le había destrozado en tan solo un ataque en su último encuentro, así que su primera reacción fue escapar de él dirigiéndose hacia el camino que había identificado como salida. Pronto le dejó atrás. En fuerza no le podía ganar, pero en velocidad era muy superior a él, sobre todo porque enfundado en aquella armadura apenas podría moverse con soltura. Era lo único que le daba ventaja sobre Satertel.
Su carrera le llevó a través de un camino iluminado por antorchas a medio apagar. Estaba en mejores condiciones que los que había podido ver antes, lo que le llevaba a pensar que era la manera de salir de allí. Pero iba a salir él solo. Edenma y Dalath se encontraba allí dentro. Y Satertel se interponía en su camino. Cómo iba a rescatarlos ahora.
Sin darse cuenta había llegado a la salida y una luz azulada le cegó. Estaba acostumbrado a la oscuridad de la mina y ahora no era capaz de abrir bien los ojos, pero oyó como alguien le llamaba por su nombre. Era una voz de mujer, casi una niña. Intentó abrir los ojos, pero todavía la luz del sol poniente era demasiado potente para él. Se acercó a la voz que le llamaba y poco a poco pudo entreabrir los ojos. Una figura se acercaba corriendo hacia él con los brazos abiertos. Karib no pudo identificarla, así que se preparó para una nueva batalla que, esa vez no fue necesaria. Se trataba de Edenma. Qué hacía allí fuera y cómo había salido.
- Creíamos que no ibais a salir nunca de allí – dijo casi llorando mientras abrazaba al joven que se dejó caer en sus brazos.
- ¿Cómo... cómo conseguisteis escapar?
- ¿Cómo? Pues, ¿quién va a ser? Vernarder – aquella afirmación dejó helado a Karib. Vernarder realmente había intentado ayudarle. Pero él le había atacado -. ¿Dónde está Vernarder?
- Vernarder – dijo Karib con aire ausente – está dentro. Me intentó ayudar y yo le ataqué.
- ¿Qué hiciste qué? – el muchacho se separó de los brazos de la joven y se dio la vuelta.
- Tengo que entrar a por él.
- No puedes: Ha trabajado mucho para sacarnos de allí y ahora tú vas a entrar de nuevo. No te lo permitiré.
- Pero ¿no lo comprendes? Él intentó ayudarme y yo le ataqué, y ahora mismo está ahí dentro, con Satertel detrás mía. NO puedo dejarle solo. Tengo que ayudarle – entonces una figura de pequeña estatura salí de entre los árboles. Se trataba del otro bandido.
- Derlander - dijo la muchacha-, ¿lo has escuchado?
- Todo- dijo el ladrón -, peor no puedo permitir que entres ahí dentro Karibdys. Debes de comprenderlo. Pero yo no me iré sin mi hermano.
Sin embargo, el destino les tenía reservada más de una sorpresa para aquella noche entrante. Satertel salió de la mina tapándose los ojos y buscando a Karib. Cuando por fin le encontró le dedicó una sonrisa y, con paso tranquilo se acercó a él con la enorme espada en sus manos.
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enlace al post original --> capítulo 40
Karib y Derlander se colocaron delante de Edenma que retrocedió de nuevo hasta los árboles junto a su padre, o eso supuso el joven muchacho. Él y el ladrón se prepararon para enfrentarse a Satertel, pero fue Derlander el que se abalanzó sobre el guerrero intentando que Karib no lo hiciese.
Tras una breve pugna, el guerrero se deshizo de el pequeño hombre y se dirigió con paso firme hacia Karib. Éste estaba casi temblando. Ahora no podía huir. Tenía que proteger a Edenma y Dalath, y tenía que encontrar a Vernarder. Sin embargo no podía enfrentarse a semejante mastodonte él solo. Pero por suerte para él, no estaba solo. El mayor de los hermanos ladrones salió de la mina y se abalanzó contra Satertel por la espalda, subiéndose a él y tirándolo al suelo.
Sin embargo, Satertel se levantó rápidamente y cogió al ladrón por el cuello levantándolo. Acto seguido lo tiró de nuevo al suelo como si se tratase de basura mientras decía maldiciones, y volvió a dirigirse hacia Karib, pero éste no se quedó de brazos cruzados, y ante la aterrorizada mirada de Edenma se lanzó al ataque con su nueva arma mientras Satertel se burlaba de su incompetente valentía. Con un fuerte golpe, el guerrero se deshizo de Karib lanzándolo contra un árbol cercano. El muchacho se levantó de nuevo y con las fuerzas que le quedaban volvió a atacar al guerrero, pero el ataque de Satertel fue esta vez mucho más fuerte que el que le precedió y, además de devolver a Karibdys al suelo, lo desarmó dejándolo definitivamente indefenso ante él.
Qué iba a hacer ahora, su espada estaba lejos de él y había quedado bastante claro, en dos ocasiones, que no podía contra aquel hombre.
Sin embargo. la respuesta llegó del cielo tan rápido como habían llegado los sucesos de aquellos minutos. Una figura humana apareció entre él y Satertel y le plantó cara. Para Karib la figura le era familiar y tardó muy poco en descubrir de quién se trataba. Era Bolgar.

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enlace al hilo original --> capítulo 41
El cielo continuaba encapotado aunque la lluvia había cesado hacía rato. El olor a tierra húmeda llegaba a Bolgar como una bocanada de aire fresco. El verano había sido intenso en Tirya, y aquélla primera tormenta del otoño había representado un alivio para los campos y sus habitantes.
El río Elo bajaba ya bastante tranquilo y con mucha menos agua que la que caía hacía pocas horas, sin embargo, sus aguas seguían coloreadas de un marrón oscuro, señal de que todavía era peligroso a pesar de las apariencias. Largas praderas se extendían hasta donde alcanzaba su vista. Praderas amarillentas y apagadas tras la tormenta caída, y un camino de piedra que indicaba la dirección a los pueblos cercanos, como Musso, Darenie para terminar en Aucus.
El ambiente era bastante fresco, algo normal si se tiene en cuenta que en ese momento era finales de verano. En cuestión de uno o dos meses, el frío se haría mucho más intenso y las lluvias arreciarían. Sin embargo el que estaba completamente mojado era Bolgar.
Después de que Karib saltase al río Elo, él le siguió, pero su armadura y su espada le impidieron acercarse al agua. Cuando veía que el muchacho no salía del agua, se deshizo de todo lo que le impedía nadar y se lanzó al agua, mas no logró encontrarlo.
Desde entonces habían pasado varias horas y Bolgar no había cejado en su empeño por encontrar a Karib, pero el resultado había sido siempre el mismo. Nada. Cansado, decidió volver con Lenaus a la ciudad al ver aparecer los primeros rayos de sol por el horizonte, momento en el que las puertas de la gran ciudad quedaban abiertas hasta la caída de la noche.
Con paso lento y pesado regresó por el mismo camino que había tomado y, tras recoger su armadura mojada y su espada, entró por las puerta de Ol. Aquellas inmensas puertas que no habían podido impedir que Karib saliese de la ciudad. Entonces, ¿para qué servían? Retuvo un sentimiento de destrozar aquellas puertas inútiles de una patada y continuó su camino sin levantar la mirada del suelo hasta llegar a su casa. Allí, delante de su puerta, se detuvo y miró al cielo. Apenas sin haberse dado cuenta, las nubes habían desaparecido casi por completo, dejando un azul cada vez más y más celeste.
Las calles de Ol volvían a tener el mismo colorido que la caracterizaba. Puestos, mercadillos, carros llenos de mercancías o frutas, y otros. Pero esa era una mañana distinta a las anteriores. Era una mañana de despedidas pues las fiestas de la Luna acababan de terminar, y con ellas, todo el movimiento de comercio y personas empezaba a cesar. Desde muy tempranas horas de la madrugada, mercaderes y familias enteras preparaban su equipaje y a sus animales para emprender el camino hacia sus lugares de origen nada más abrirse la puerta de Ol.
El otoño se acercaba, y con él las lluvias y el frío, las nevadas y la siembra, y el periodo de pausa de los trabajos del campo. Cientos de familias dependían ahora de lo que había conseguido durante la primavera y el verano anterior, y lo que iban a conseguir en las dos o tres próxima semanas.
Bolgar miró de nuevo al suelo y entró en la casa. Dentro se encontraba Lenaus sentado frente al fuego de la chimenea, del que apenas quedaban unas pocas brasas y alguna que otra llama. El muchacho cubría su cabeza con un gorro de color verde que le recogía el pelo, rubio, que le caía por la espalda. Era más bien bajo, de menos de metro setenta y cinco de altura, y su cara tenía unas facciones ligeramente infantiles que ocultaban la edad que en realidad tenía. Sus brazos y sus piernas eran ágiles y estaban en perfecta armonía con el resto de su cuerpo, esbelto, pero a la vez en perfectas condiciones físicas. Era casi un elfo típico, físicamente hablando, porque en realidad era muy distinto a los de la especie por varios motivos.
Cuando Bolgar entró por la puerta, el elfo se levantó y le dirigió una mirada examinando al guerrero. Éste intentó apartar sus ojos de Lenaus, pero al final no tuvo más remedio que confesar lo que había sucedido resumiendo un poco las cosas. Tras una breve charla, el elfo le aconsejó que se cambiase de ropa y él mismo se ofreció para secar la armadura del guerrero antes de que se oxidase. No insistió mucho Bolgar, y al cabo del rato estaban los dos sentados frente a la chimenea secando y limpiando la armadura del humano.
Bolgar permanecía en silencio mirando las llamas con una mirada en la que se podía contemplar ira y a la vez que de compasión y algo de pena. Quizá sería por el efecto del fuego y las sombras, pero Lenaus incluso llegaría a jurar que algo cayó por la mejilla del hombre. El elfo hizo varios intentos de entablar una conversación, sin embargo Bolgar contestaba con gruñidos o monosílabos a sus preguntas. Realmente era un humano extraño.
Cuando acabó, se dirigió a la parte de atrás de la casa y allí encontró a su imponente caballo. Era un enorme jamelgo de color negro y crines oscuras, con fuertes y voluminosas patas y mirada penetrante. Cuando vio a Bolgar pareció alegrarse y galopó hasta él elegantemente, cosa que parecía imposible en un caballo de aspecto tan bruto. El guerrero le acarició la cabeza y se montó sobre la silla del animal para salir por la puerta trasera de la casa.
Jinete y bestia recorrieron las calles principales de la ciudad, aunque no se dirigieron hacia la puerta, sino que tomaron el camino hacia el lado este de Ol. Llegaron a su destino unos minutos más tarde. El edificio era bastante nuevo, incluso parecía recién construido y en su entrada había atados varios caballos. El guerrero entró dentro dejando al caballo atado en la entrada del edificio y habló con el dueño del lugar, luego, ambos se dirigieron a la salida y, montados en sus respectivos caballos, partieron hacia las afueras de los muros de la ciudad. Su destino resultó ser una gran finca a unos quince minutos de la población donde se podía contemplar gran cantidad y variedad de caballos y otros animales de cargas. Las intenciones de Bolgar eran la de tener un caballo que transportase a Karibdys una vez lo encontrase, y para ello había recurrido a un conocido que le dejaría a un buen precio el animal que eligiese.
Tras mucho pensárselo, el hombre decidió llevarse un animal joven, un potro que apenas llegaba a ser la mitad del poderoso corcel de Bolgar, pero estaba pensado para el muchacho de dieciséis años. Una relación entre un animal y su dueño debía empezar pronto, para que se estableciesen los lazos entre ambos. Eso lo sabía él por propia experiencia. Había tenido a su disposición muchos animales, pero el que mejores resultados le había dado era el actual. Lo llamaba simplemente Ion, u oscuro, nombre que aludía al pelaje del caballo. En cambio, el que había escogido para el muchacho era casi blanco, con algunas franjas de color marrón y, aunque era un pequeño potro, estaba convencido de que daría el resultado perfecto para el muchacho.
Tras la breve parada, el Bolgar salió de la cuadra montado en Iyun y con el joven potro a su lado. No quería ponerle todavía nombre. Era mejor que eso lo escogiese el mismo Karib.
El camino que se abría ante sus ojos era una basta llanura amarillenta bajo un cielo celeste imperturbado. Aquel día no hacía demasiado calor, señal de la llegada del final del verano Debería darse prisa si quería llegar a tierra de elfos antes de las primeras heladas, y todo pasaba por encontrar a Karibdys. Pero eso no era problema, pues encontraría al muchacho costase lo que costase, en caso de que estuviese vivo. Tan pronto como estos pensamientos llegaron a su mente, Bolgar paró su caballo y se dirigió al río donde se lavó la cara e intentó quitarse aquella pregunta de su cabeza.
Luego, Bolgar se levantó y se concentró en la realización del hechizo que tenía en mente. Con su mano derecha dibujó unos símbolos en el aire y terminó el conjuro con unas palabras imperativas. Tras esto, cada uno de los símbolos que había dibujado salieron disparados en todas direcciones en busca de Karib mientras Bolgar los seguía con la vista hasta que desaparecieron. Se volvió a lavar la cara y montó en su caballo para seguir galopando en dirección hacia Aucus hasta que cayó el anochecer.
La noche era cálida y se podía contemplar el cielo totalmente despejado. Era una típica noche de fines de verano. Sabía que en unas cuantas horas el frío aumentaría y por ello se había traído un par de mantas con las que taparse. El silencio reinaba en la zona, pudiéndose oír solamente el sonido de río al pasar junto a él y algunas aves nocturnas. Aquello era lo que a Bolgar siempre le gustaba oír, el sonido de la noche. No solía ser muy amigo de las ciudades, aunque reconocía su utilidad. Él era más bien un hombre de campo y de caminos, pues no le gustaba quedarse en un mismo lugar mucho tiempo. En Ol tan sólo había pasado una semana y media, el tiempo suficiente para encontrar al muchacho, y para perderlo. Ahora su deber era encontrar a Karib antes de que le pudiese ocurrir algo. Sin embargo, la noche era un mal momento para intentarlo, así pues encendió un pequeño fuego y preparó el suelo para poder dormir tranquilamente. Tras esto, Bolgar pronunció de nuevo un conjuro y una esfera casi invisible partió de sus manos empezó a agrandarse hasta que los dos caballos y el guerrero se encontraron dentro de ella. Era un hechizo de protección. Nadie podría entrar en la esfera sin el permiso del mismo Bolgar. Podía dormir tranquilo. Y así lo hizo.

enlace al post original --> capitulo 44
La noche pasó tranquila y sosegada y la temperatura fue agradable hasta momentos antes del amanecer, cuando Bolgar se despertó, más por la costumbre que por la luz de los primeros rayos de sol. La extensa llanura había adoptado un color rojizo-anaranajdo que, para el hombre, era muy bello, sobre todo en aquella época, y más en otoño entrado. El canto de los pájaros no se hizo esperar y pronto estuvo rodeado de un sinfín de melodías cuyos protagonistas eran las aves que volaban sobre su cabeza. Ion y el potrillo estaban también despiertos y pastaban tranquilamente en el recinto que les permitía el hechizo de Bolgar. Éste se desperezó y se tomó unos minutos de relajación antes de empezar un nuevo día cargado de trabajo.
El tiempo pasó y Bolgar se dirigió hacia el río Elo cuyas aguas estaban de un color azul intenso tras la rápida ascensión del sol que dejó una nueva tonalidad amarillenta en la pradera donde se encontraban. El agua, fría y limpia, terminó de despertar al hombre que se preparó pronto un desayuno con un poco del pan de la noche anterior y algo de queso. Los viajes eran muy entretenidos, y serían una verdadera maravilla de no ser porque la comida se repetía una y otra vez y se limitaba a pan duro, queso, carne seca y algo de pan dulce, como así lo llamaba. Era uno de los contras de viajar. Cuando hubo terminado se dirigió hacia los dos caballos y tras una breve charla con Ion, montó sobre éste y emprendió de nuevo el viaje hacia el sur de Tirya.
El camino era monótono y algo pesado lo que, de no ser porque tenía una ocupación en la que distraerse, hubiese sido aburrido, incluso irritante. Y de Karib ni rastro por ninguna parte. Los enviados la noche anterior en busca del muchacho no habían regresado todavía, lo que no era ni buena ni mala noticia. Tarde o temprano daría con él. Cabalgó lentamente hasta que llegó la hora del almuerzo, cuando paró debido al calor insoportable que estaba haciendo. A esas temperaturas no se podía viajar, así que tuvo que buscar algún lugar donde pudiesen albelgarse de sofocante sol del medio día, cosa bastante difícil, ya que se encontraba en medio de una basta extensión de terreno sin apenas árboles lo suficientemente grandes como para resguardar a las bestias y el humano, sin embargo, tuvo suerte y halló cerca del río unos árboles juntos que le permitirían descansar hasta que el calor comenzase a remitir. Pero cuando llegó allí se llevó una pequeña sorpresa, se le habían adelantado y ya había alguien en aquel magnífico lugar de descanso. Se trataba de un hombre de mediana edad lo que no se podía deducir de su pelo, completamente lleno de canas y algo despeinado, que le caía sobre los hombros. Sus ojos verdes expresaban todavía energía, pero una gran carga sobre sus hombros y su cuerpo era algo delgado, cercano a lo extremo. A pesar de encontrarse a finales de verano, aquel hombre parecía no haber recibido ninguno de los rayos del sol, pues su piel era pálida aunque no mostraba signos de ninguna enfermedad. En definitiva, aquel era un hombre peculiar. Vestía ropas malgastadas, seguramente por los viajes que realizaba, o debía realizar y recibió la llegada de Bolgar con una amplia sonrisa. Parecía una persona amistosa.
- Buenos días, amigo - saludó Bolgar.
- Buenos días. ¿Qué os trae por aquí? – respondió aquel hombre.
- Pues viajes. ¿Podemos descansar aquí mis caballos y yo?
- Por supuesto – dijo con tono amistoso a la vez que se apartaba un poco y dejaba sitio a Bolgar y a los caballos -. Hay suficiente para los cuatro. Mi nombre es Galdian, ¿y el vuestro es?
- Bolgar. Vengo de Ol y me dirijo hacia el sur. ¿Queréis compartir algo de carne seca conmigo?
- Muchas gracias por su amabilidad: Yo colaboraré con algo de fruta – respondió mientras sacaba unas manzanas de aspecto apetitoso -. Mi destino está también en el sur. Me dirijo al alcázar de Dulain, donde espero encontrar algo que llevo buscando durante algún tiempo.
- Veo que no tenéis caballo, ¿Venís a pies, por casualidad?
- Así es. Es mejor para las piernas.
- Pero hay un largo trayecto hasta Dulain. A pie serán por lo menos tres largas semanas.
- Hay pueblos por el camino donde pararse. Estoy acostumbrado a viajar.
Fue una conversación larga y entretenida donde los dos hombres aceptaron viajar juntos hasta Musso, donde Bolgar tomaría de nuevo el camino solitario que había llevado hasta el momento y, sin resultado aparente.

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enlace al post original--> capitulo 45
La tarde fue cayendo y los cuatro personajes se pusieron de nuevo en camino. La conversación que habían tenido durante el almuerzo continuó durante un buen rato hasta que empezaron a oírse ruido de caballos aproximándose. Por el camino que conectaba Ol con el sur de Tirya apareció un carruaje de color negro, tirado por dos imponentes jamelgos de color pardo. Encima del carro se podían distinguir dos personajes ataviados con túnicas claras y sombreros del mismo color. Quién podría emprender un viaje así sin escolta.
El carruaje siguió avanzando hasta que se aproximó a los dos hombres, cuando empezó a disminuir la velocidad y se paró delante de ellos. Uno de los dos jinetes, de aspecto sombrío y fuerte, debido a que sus músculos se marcaban en la ropa que llevaba puesta, se dirigió a Bolgar con voz ronca y algo intimidante.
- Perdone, buen hombre. ¿Vamos bien por este camino si queremos llegar al puerto este?
- Sí. Deben seguir este camino hasta llegar a Musso, allí pregunten de nuevo y les informarán.
- Muchas gracias.
Algo fallaba en todo aquello. No llevaban escolta, ni ninguno de los dos hombres sobre el carruaje llevaba armas, o eso parecía. Se fijó en el otro personaje. Era prácticamente igual que el que había hablado con él. Rostro surcado por una gran cicatriz y ojos penetrantes. Estaba en forma y se podía afirmar con toda seguridad. Aquellos no eran dos cocheros normales. Además, tenía una sensación extraña de todo aquello.
Por fin, se apartó del camino y dejó paso a los dos imponentes caballos y sus guias y al carro en sí. No tenía nada que certificase que aquellos hombres tramaban algo, sin embargo cuando pasó por su lado la ventana, pudo ver en su interior algo que le hizo reaccionar de forma violenta.
Dentro del carruaje se encontraba una persona a la que odiaba y temía al mismo tiempo, a la que se había enfrentado numerosas veces, y la última había sido en Ol, hacía apenas unos días. Su rostro juvenil y su estatura reducida lo delataban a pesar de vestir ropajes negros. El pelo, de color ceniza, le caía imperturbable por la espalda y en sus ojos se podía reconocer el odio que le dirigía a Bolgar en el mismo momento en el que descubrió que le observaba. Era Obitah, el elfo oscuro que había intentado matar a Karibdys en la gran ciudad poco antes de la explosión de la posada. Qué hacía allí. ¿Podría estar buscando al muchacho? O lo que era peor, ¿lo habría encontrado ya? Una rápida mirada hacia el interior del carruaje le confirmó que no era así, pero llevaba a otra prisionera maniatada y con los ojos vendados. Vestía ropas muy elegantes y llevaba el pelo, de un intenso dorado, recogido con un lazo de seda. En resumen, su prisionera era alguien muy influyente.
Aquel encuentro resultó ser bastante extraño, y el mismo Bolgar dudó unos instantes en decidir qué hacer con todo aquello. Por fin, optó por hacer como si no hubiese visto a Obitah, o como si no lo hubiese reconocido y se dirigió hacia los conductores para que hiciesen un nuevo alto en el camino. Pero tan pronto pronunció Bolgar esas palabras, desde el interior del carromato sonó una voz juvenil y delicada que ordenaba tajantemente a los dos hombres de blanco y sombrero que escapasen del guerrero.
Fue dicho y hecho. Los caballos respondieron rápidamente a las órdenes de sus conductores y empezaron a cabalgar lo más rápido que les permitían sus patas y el lastre que tenían que cargar por el camino de tierra que marcaba la ruta hacia Aucus a travésde las llanura del sur de Tirya. La reacción pilló por sorpresa a Bolgar que espoleó a Ion para perseguirlos cuando Obitah y compañía había tomado algo de ventaja.
Se emprendió así una persecución insólita en aquellos lugares. Como era de esperar, el caballo de Bolgar, al ir menos cargado, empezó a dar alcanza a los raptores, pero cuando parecía que los tenía al alcance de la mano, la cabeza de Obitah apareció por la ventana del carruaje y, con un arco negro y una flecha, apuntó a Bolgar. Éste sabía muy bien que el elfo era un verdadero especialista en el manejo de aquel arma, y pronto hizo que Ion variase el rumbo intentando esquivar el proyectil. Por suerte lo consiguió desplazándose hacia la derecha del camino, pero esto le hizo aumentar la distancia entre él y sus perseguidos.
Rápidamente pudo Obitah recargó su arma y se dispuso a disparar. Esta vez no le daría tiempo a esquivarlo, pero en un acto reflejo, Bolgar obligó a Ion a echarse a la izquierda del camino. Pero lo hizo demasiado tarde. Obitah lanzó la flecha hacia el humano, pero justo en el momento en el que el carruaje brincaba en el aire por el impacto en las ruedas de alguna piedra. El proyectil silbó cerca, muy cerca de la cabeza de Bolgar.
La única posibilidad que le cabía al guerrero era la de invocar algún hechizo que le protegiese de las flechas que lanzaba el elfo desde el carro, pero eso requería un mínimo de concentración que no podría conseguir sobre su caballo en medio de una persecución. Nuevamente había perdido terreno con respecto al elfo oscuro, y éste preparaba una nueva flecha en su arco negro, pero esta vez no cogería al guerrero desprevenido. Se deshizo de ella con un golpe certero de espada que la partió en dos. Incluso en la distancia pudo escuchar y comprender alguna de las maldiciones que pronunció su enemigo.
Para la sorpresa de los perseguidores, Obitah se retiró al interior del carromato sin disparar un solo proyectil más. Era la oportunidad que esperaba Bolgar. De nuevo insistió a Ion para que acelerase en dirección a sus perseguidos. Poco a poco fue adquiriendo metros y metros hasta que se colocó al lado de las ruedas traseras del transporte. Desde esa posición pudo ver a los conductores y la ventana donde se hallaba Obitah. Estaban a su alcance, pero no se esperaba el golpe de su adversario.
Era de esperar, pues estaba en desventaja con el carromato. Cuando menos se lo esperaba, Obitah volvió a aparecer por la ventanilla, pero esta vez con una cimitarra en sus manos, con la que propinó un golpe a Bolgar que apenas pudo bloquear. Sin embargo Ion siguió imperturbable a todo y continuó a la misma velocidad, con lo que la ventanilla pronto quedó a la altura del guerrero. Una nueva abatida del elfo se cernió sobre Bolgar, pero esta vez pudo deshacerse del ataque sin problemas. Los elfos no se caracterizaban ni por le manejo de las armas de cuerpo ni por su fuerza. Ahora era Bolgar el que tenía ventaja sobre los demás. Consciente de ello se dispuso a abordar el carruaje.
Por su parte, Galdian había tomado posesión del joven potro y seguía la escena desde lejos. Su intención era alcanzar a Bolgar, pero viendo que no podía, hurgó en uno de sus bolsillos y sacó de él una especie de tirachinas y tres o cuatro piedras. Detuvo a su montura y apuntó a Ion, pues sabía perfectamente que no conseguiría nada disparando a Bolgar. Cuando estuvo seguro, soltó la cuerda elástica que contenía la piedra y observó su trayectoria hasta impactar en el cuerpo del animal. Éste se encabritó en el mismo instante en el que Bolgar intentaba abrir la puerta del carro y, obviamente, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Rodó durante unos metros, pero por suerte no le atropellaron las ruedas del carruaje ni Ion le cayó encima. Sin embargo tuvo que contemplar como Obitah se le escapaba nuevamente de sus manos con un prisionero en dirección al puerto este de Tirya.

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Intentó ponerse de nuevo en pie y montar a Ion, pero la caída le había hecho daño en la pierna y apenas pudo sostenerse de pie. Con una furia contenida, Bolgar observó como su enemigo se alejaba más y más hasta que lo perdió de vista. Para entonces, Galdian había llegado donde el guerrero estaba tendido en el suelo. Hizo un amago de ayudarle, pero Bolgar se negó a recibir ninguna ayuda, así que, como pudo, se levantó y montó en el caballo. No tenía ninguna herida, simplemente era el mismo golpe el que le había dejado la pierna dolorida. Seguramente esa misma noche estaría perfecta. Y así hubiese sido de no ser por las continuas arremetidas de Ion contra Galdian que, para Bolgar, no tenían ninguna explicación.
Todo aquello hizo que el poco humor que había demostrado Bolgar desapareciese, y Galdian no tuvo una buena tarde. La conversación era prácticamente nula y, cuando existía, las respuestas por parte del guerrero no eran más que gruñidos o algún que otro sonido extraño que era mejor no averiguar de donde provenía.
Para Bolgar, aquello había sido una terrible desgracia. Obitah iba detrás de Karib, aunque en esos momentos no parecía muy interesado en él, sino en la extraña acompañante del carro en el que viajaba. Por lo menos sabía que se dirigía al puerto este, aunque no sabía sus intenciones. Y es que aquel elfo oscuro era su peor enemigo. Más de una vez se habían enfrentado y nunca había podido acabar con él. Por suerte, el elfo podía decir lo mismo de Bolgar.
- ¿Por qué tienes tanto interés en capturar a ese carro? – Galdian interrumpió los pensamientos de Bolgar, lo que éste dejó demostrar que no le había sentado nada bien.
- No me interesaba el carro, sino su ocupante.
- Ah. ¿Y quién es esa persona?
- No es una persona – respondió el guerrero sin dejar de mirar al frente y de intentar que Ion no atrapase a Galdian -. No tiene sentimientos.
- Vaya. Te ha tenido que hacer algo muy grave para que digas eso de él.
- No te importa lo que me haya hecho.
- No, desde luego que no – dijo tras unos segundos -, pero, parecía que él tampoco te tenía mucho aprecio. ¿Me equivoco?
- Eres una persona muy perspicaz – dijo irónicamente -.Y te repito que no es de tu incumbencia lo que quiera yo con ese elfo o él conmigo.
- ¡Un elfo¡ - ante esa exclamación Bolgar se tapó la cara y comprendió que aquel hombre no le iba a dejar en paz hasta que no consiguiese lo que quería saber-. Tenía entendido que los elfos eran amantes de la naturaleza y no les agrada mucho al guerra.
- Este no es un elfo común – suspiró -. Es un drow. Y como tal, no le importa nada más que sí mismo.
- ¿Un drow? ¿Qué es un drow?
- Un elfo oscuro. Están corrompidos por la codicia. Lo poco que se sabe de ellos, aparte de lo obvio, se encuentra en la Gran Biblioteca de Chro.
- ¿Y qué es lo que dice sobre ellos?
- Si te he dicho donde encontrar información es para que vayas tú mismo hacia allí y lo compruebes – tras este comentario, la conversación parecía cerrada, que era lo que Bolgar deseaba, pero algo debió salir mal, quizá su tono de voz, su poca insistencia o que no había sido demasiado directo. La cuestión fue que, pese a lo previsto, Galdian volvió a contestarle.
- Hm... No creo que tenga tiempo de ir. ¿Te importaría resumirme lo que sabes de ellos?
- A ver como te lo digo... ¿¡Quieres dejar de hablar del tema!?- la paciencia del guerrero se había agotado, lo que se tradujo en un potente grito que resonó por las llanas tierras por las que andaban.
- Ehm, lo siento – respondió Galdian cabizbajo-. Yo solo quería animarte. Pero... espera. Tengo una idea. ¿Qué te parece si cocino esta noche?
- ¿Lo harías? – los ojos de Bolgar se abrieron como platos y su rostro cambió totalmente al dejar ver una sonrisa en la cara. Galdian comprendió que había dado en el clavo y adoptó una postura que él suponía le daba importancia.
- Claro que sí. Además, haré mi sopa especial. Una sopa de hierbas y semillas que todo el que la prueba no la olvida nunca.
- ¿Qué ingredientes lleva?
- Eso es un secreto. No te lo puedo decir. Los llevo encima, siempre los llevo encima, la verdad. Pues eso. Sólo necesito unas semillas que crecen un poco más adelante y esta noche cenarás sopa de semillas a las fines herbes.
- ¿A las fines qué?
- Es una forma de hablar. Un idioma culto y refinado que no creo que conozcas. Es un idioma muy antiguo. No creo que lo conozcas.
- Así es. Pero bueno, dejaré en tus manos el tema de la comida. Estoy deseando probarla.
El resto de la tarde fue muy agradable. Sobre todo porque Bolgar iba a cenar a costa de otro, que además era cocinero. Era un buen final para un día pésimo. Si había algo que fuese capaz de calmar al guerrero, eso era la comida. Si era bueno como luchador, e incluso como hechicero, todavía lo era más de degustador, como se hacía llamar.
Así pues, el camino lo hicieron con varias paradas cerca del río para que Galdian recogiese las semillas e hierbas que le quedaban para hacer su sopa lo que, por supuesto, no era ninguna molestia para Bolgar que, además, ayudaba gustosamente a su cocinero. Y por fin llegó el anochecer. Antes de que le sol desapareciese por el brillante y rojo horizonte, se encargaron de montar un pequeño campamento donde pasar la noche cerca del río.

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El cielo era un gran surtido de colores. Su azul estaba entremezclado con el rojizo del atardecer dejando ver una gran gama de tonalidades intermedias y dándole un aspecto mágico y sereno a las grandes praderas. Y allá, a lo lejos, en el horizonte opuesto a la puesta de sol, empezaba a emerger majestuosamente Luna, con su color plateado, dejando caer el velo de la noche sobre los habitantes de Endor.
La hierba lucía un agradable tono amarillento que daba sensación de tranquilidad al terreno por el que cruzaban y, poco a poco, se iba apagando hasta volver a obtener su colorido característico, verdoso pálido.
La tarde era un buen momento. En realidad, era el momento del día que prefería Bolgar. El final de un duro día de trabajo y la llegada del descanso, del tiempo para la reflexión. Un momento para terminar, para pensar y para preparar.
Las estrellas comenzaba a asomar cercanas a Luna conforme el cielo se iba oscureciendo y cayendo bajo la influencia de la diosa. Luna era la señora de la noche, de las estrellas y las constelaciones. Era una diosa menor y representaba, para muchos, la sabiduría, pero para otros era el miedo encarnado. Bolgar optaba por la primera, y era la diosa a la que veneraba. Decían que Luna era hermosa ya que descendía de elfos. Pero eran muchas las leyendas que explicaban su origen, y nadie sabía cuál era la verdadera. Pero al guerrero no le importaba su origen, sino el presente de la divinidad. Solía decir que el pasado de alguien no era motivo ninguno para juzgarle, y menos a un ser divino.
Decidió detener sus pensamientos hasta más tarde, pues la oscuridad avanzaba con rapidez, así que, junto a Galdian preparó fuego para la cena y extendió de nuevo el hechizo que les protegería durante toda la noche, asegurándose de que Galdian no lo descubriese. Luego, le dejó haciendo la comida y se separó del campamento para ir al río.
Junto al Elo, ya oscuro y tranquilo, se tumbó y miró al cielo. Hacía tiempo que no lo hacía, así que esa noche, que no tenía que preocuparse en hacer la cena, decidió contemplar las constelaciones tranquilamente.
El firmamento estaba repleto de estrellas y constelaciones y todas y cada una se las conocía Bolgar. Firmanter, el dios que manejaba al astro rey, el sol, se encontraba justo al lado de Luna, representando el equilibrio entre el día y la noche. Las estaciones, como Madine, el cisne, diosa del otoño y la siembra; Frevo, el halcón, dios del invierno y el sueño eterno; Ianas, el zorro, señor de la primavera y la naturaleza; y Onn, el león, regidor del verano.
Pasaron algunos minutos mientras Bolgar contemplaba absorto el firmamento, tumbado en el césped fresco y húmedo que lindaba con el río Elo. Estaba realmente a gusto allí. Con el sonido del agua correr y la oscuridad parcial de la noche de Tirya, el guerrero se había olvidado de lo que le llevaba a apartarse de Galdian. Se puso de pie y rompió todo el ambiente que había creado hacía pocos minutos, pero, decidido, invocó de nuevo a las criaturas que buscaban al joven Karibdys. Nueve sombras sin rostro aparecieron delante suyo pero sin ninguna información que le sirviese. Karib seguía desaparecido.
La cosa no era para preocuparse: Sólo llevaba dos días buscándolo. Le quedaba todo el viaje hasta Aucus para encontrarlo. Karib aparecería, tarde o temprano. O eso esperaba. No era momento de sulfurarse con eso, así que se dejó caer de nuevo en la hierba fresca y contempló silencioso el firmamento hablando sólo para sí mismo, y su diosa.
Había pasado un buen rato desde entonces, cuando una voz familiar le llamó a comer. Era Galdian. La comida debía estar lista. Rápidamente se levantó y estuvo a punto de caerse al suelo al pisar la hierba mojada, pero con una maniobra algo ridícula acabó poniéndose de pie. Tras el breve incidente, se dirigió junto al fuego, Galdian y la cena, y se sentó a esperar el momento de probarlo. Pronto le llegó el aroma de la sopa. Era un olor inexplicable pero seductor y atrayente. Era una amplia gama de hierbas aromáticas juntas, pero seleccionadas de tal manera que producían una fragancia embriagadora.
Galdian no se hizo esperar. Tomó un pequeño cuenco de madera y le sirvió a Bolgar, y luego a él mismo. Cuando ambos se hubieron sentado en el suelo, empezó el festín y Bolgar se tragó sin pensárselo dos veces el primer sorbo de la sopa.
Nada más hacerlo se le cambió totalmente el rostro a Bolgar. Una expresión de desconcierto apareció en su cara. Pronto gotas enormes de sudor surcaron su frente a la vez que sus ojos iban adquiriendo un tono rojizo. Conforme la sopa bajaba por su garganta se podía ver perfectamente cómo sus venas empezaban a hincharse peligrosamente a la vez que la piel adquiría un colorido amarillento pálido.
Poco a poco, Bolgar notó como sus brazos se quedaban sin fuerza, por lo que comenzó a bajar el recipiente que contenía aquella horrible sustancia de olor tan confuso. Con qué tipo de sustancias estaría hecho eso. Miró como pudo a Galdian y lo vio bebiendo tranquilamente aquel potingue revientaórganos.
Un súbito dolor le avisó de que la sopa de las narices había alcanzado su pobre estómago, que empezaba a quejarse de la sustancia ingerida. Inconscientemente se llevó las manos a la barriga mientras por su cara caían goterones de sudor que le habían dejado la barba y el pelo totalmente empapados.
Pero aquello no terminó ahí. Cuando parecía que no podía ocurrirle nada más, pues el estado de Bolgar era visiblemente insuperable, un sabor picante le invadió su boca. Primero fue muy ligero, pero en cuestión de segundos se volvió insoportable. Parecía que de un momento a otro fuese a echar fuego por la boca. Qué tipo de estómago tenía Galdian que iba a repetir la cena. Pero no pudo llegar a pensar más porque la picazón de la boca empezó a alcanzar la garganta y a bajar hasta el estómago, y ese fue el momento en el que Bolgar se levantó a duras penas, manos en el estómago y cabeza chorreando, para ir al río a beber cuanta agua aguantase su cuerpo para mitigar aquel terrible escozor que le estaba atacando.
No había recorrido la mitad del camino cuando una terrible sensación le recorrió todo el cuerpo. Trató de evitar que escapara y aguantó todo lo que pudo, y su marcha se vio disminuida a la mitad. Pero el dolor se hacía inaguantable, así que tuvo que relajarse y dejar que todo lo que se acumulaba en sus cuartos traseros saliese sin remedio ninguno.
Un grito ahogado salió de su garganta y volvió a aumentar la velocidad, aunque era muy difícil correr con el pantalón lleno de excrementos. Y tal y como llegó al río se lanzó de boca sobre él.
Había sido una cena inolvidable.

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La mañana despertó tranquila y reluciente. El valle estaba lleno de vida, luz y color y el río Elo bramaba a su paso por las llanuras. Pero no todo era como un sueño de hadas en aquel lugar.
Bolgar apenas había podido pegar ojo en toda la noche, pues los dolores de barriga no habían cesado hasta bien entrada la madrugada, y cuando esto ocurrió, no tuvo más remedio que ponerse a limpiar sus ropas ya que no disponía de otras. Y, por si fuera poco, el sabor de la maldita sopa seguía presente en su boca, y eso era realmente repugnante.
El otro lado de la tragedia era Galdian. Él se había levantado con la sonrisa en la boca y, según parecía, ningún tipo de problemas. Se veía que la cena le había sentado de maravilla.
La mañana pasó rápida y Bolgar pudo descansar un poco y calmar los rugidos de su estómago con un poco de queso y poco más, porque no quería comer demasiado no fuese a tener de nuevo otra diarrea como la de la noche anterior. Por lo demás, todo fue tranquilo. Aquel iba a ser un largo día de viaje y a la noche, si llevaban buen ritmo, podrían llegar a Musso en pocos días, lo que era su principal objetivo, así pues se pusieron en marcha muy temprano y no pararían a comer, tomarían algo cabalgando.
El camino se les hizo algo largo y pesado, sobre todo a Bolgar, al que, en su estado, le costaba trabajo aguantar las acometidas de Ion para atacar a Galdian, al que no parecía importarle demasiado. Era muy extraño que el caballo tuviese ese comportamiento, cuando nunca antes lo había tenido, pero el pobre guerrero tenía otras cosas en la cabeza para preocuparse y que no había hecho en la noche anterior, como el encuentro de Obitah. No dejaba de preguntarse quién sériala acompañante del drow ni para qué quería dirigirse hacia el puerto Este. Eso sólo podía significar una cosa, y era que Obitah tenía asuntos en Tiara. Pero, cuáles.
- ¿En qué piensas que estás tan callado? – interrumpió Galdian.
- En mis cosas. No te interesan – el tono era frío y cortante.
- Bueno, sólo trataba de amenizar el viaje. Estoy algo aburrido.
- Lo siento, pero ahora estoy ocupado.
- Supongo que sí, por cierto, ¿qué le pasa a tu caballo conmigo que no me deja en paz?
- Eso lo deberás de saber tú. Algo le habrás hecho.
- Yo no le he hecho nada.
- Pero bueno, ¿no hay manera humana de que te calles la boca por un rato?
- Vaya, ¿estás enfadado conmigo por algo?
- Ehm – en ese mismo momento Bolgar pensó en la sopa de las semillas raras -. No, no es eso. Solo intento pensar.
- Bueno, en ese caso....
Pero no pudo terminar la frase pues una visión dejó atónitos a los dos viajeros. Era tan sólo media mañana y apenas habían cabalgado durante unas horas cuando frente a ellos vieron aparecer el pueblo de Musso. Era un pueblo importante del sur de Tirya, y junto a Darenie, formaban la ruta comercial más importante del reino. Pero lo que realmente le preocupaba a Bolgar era el cómo habían conseguido llegar hasta Musso en apenas dos días de viaje.
Mientras el guerrero se extrañaba, Galdian avanzó decididamente junto al potro blanco hacia el pueblo. Éste, aunque era grande para llamarlo aldea, no era, ni mucho menos, del tamaño de Ol. Desde donde se encontraban podía verse las pequeñas casas separadas, al principio, y alineadas en calles, más al centro de la población. Seguramente por la zona más cercana al río estarían las granjas y demás edificios, como molinos, que usaban la fuerza del Elo como principal fuente de energía.
La gente, visible tan sólo como pequeñas motas a lo lejos, paseaban por las calles de Musso que se decía, tenía mucha más vida que Ol.
Tras unos segundos, Bolgar alcanzó a Galdian dejando el pequeño misterio de su rápida llegada a Musso para otro momento. La persecución de Obitah pudo acercarles a Musso y acortar la distancia que les separaba, pero, ¿tanto? Era mejor no pensar en ello demasiado. Estaban en el pueblo y aprovecharían para tomar un merecido descanso en una posada. Y una buena comida en condiciones en un lugar que apreciaba mucho. Al haber llegado varios días antes a su destino de lo previsto, decidieron por mutuo acuerdo pasar el día en el lugar, y cada uno por su lado, así Bolgar, Ion y el potro tomaron un camino y Galdian otro, quedando para almorzar en una posada conocida como Las Crines del Viento.
El pueblo, como se afirmaba, estaba lleno de vida. Los mercaderes y las caravanas provenientes del sur y del reino vecino, Tiara, llenaban de vendedores el lugar. Aquello parecía un continuo ir y venir de gente de un sitio a otro. Compraventas y mercancías cambiaban de mano con la misma facilidad con la que el viento sopla o las olas se alzan contra los acantilados. Así empezaba la pequeña ciudad.


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Dirigió a las dos bestias hacia la puerta de la posada y se encargó de atar las riendas a una de las columnas que sobresalían de la pared y se dispuso a entrar en el local. Nada más abrir la puerta de madera quejumbrosa y gastada por el tiempo, una bofetada de aire cargado le impacto en su rostro. Como cada vez que venía a Musso, y a Las Crines del Viento, el lugar estaba plagado de borrachos y jugadores que dejaban huella de su estancia en el lugar. Pero aquel aroma, en contra de lo que pudiese parecer normal, era agradable para Bolgar, pues significaba un reencuentro con lo más parecido a un hogar que había tenido nunca.
Aquellos eran pensamientos tristes que no debían de estorbarle en su regreso a Musso. Al final tendría que agradecerle a Karib su escapada de Ol. Rió para sí durante un momento y aspiró una fuerte bocanada del aire de la posada antes de entrar.
Aquello no había cambiado con el paso de los años. Un viejo suelo de madera, arreglado chapuceramente con tablones de madera mal seccionados soportaba las constantes pisadas de hombres, en su gran mayoría humanos y algunos enanos, y el peso de las mesas del mismo material, pero que se conservaban algo mejor. Al fondo de la estancia se encontraban la barra y las escaleras hacia las habitaciones. La barra era una simple mesa alargada que separaba la zona de mesas de la de bebidas y trabajo de los posaderos.
Hacia un lado de la barra se podía apreciar una pequeña puerta. Muchos recuerdos le vinieron a la mente al guerrero sobre la bodega que tenía el viejo Halan Denor tras esa puerta. Pero antes de que pudiese seguir recordando momento felices, una voz inconfundible se alzó por el alboroto formado allí dentro. Una voz de mujer, suave pero grave y muy dulce para los oídos de Bolgar.
- ¡Bolgar! Has vuelto.
Delante del guerrero apareció la figura voluminosa de una mujer de cara risueña con el pelo rizado y de color dorado. De ojos pequeños y nariz a juego, se podía ver que aquella mujer hubo de ser muy bella en su juventud, pero ahora, entrada en años, podía apreciarse en ella las marcas del tiempo. Para algunos esas marcas le hacían aún más hermosa, pero la realidad era todo lo contrario. El cuerpo era amplio y rechoncho, que le daba un aspecto más simpático y abierto. Se trataba de Berna. Berna Glag, la que fuese su tía predilecta.
- ¡Tía Berna! Te he echado de menos – contesto Bolgar abrazando a la mujer.
- Yo también. Ay mi Bolgar. Mi niño – decía a la vez que por sus mejillas corrían lágrimas de alegría y besaba sin parar al pobre Bolgar -. Hacía tanto tiempo que no te veía. Creí que no volverías a casa.
- Siempre igual. Sabes que nunca me olvidaré de vosotros.
- Lo sé, hijo mío, lo sé – se separó de Bolgar un momento y lo miró de arriba abajo. Luego, exclamó hacia la barra -¡Halan! ¡Mira quién ha venido a visitarnos! – y al momento, un nuevo personaje, fortachón, como la mujer, apareció entre la muchedumbre vestido con un delantal y un frondoso bigote que le tapaba casi toda la cara. De ojos igual de pequeños que Berta, Halan era amplio de espaldas y fuerte de brazos, seguramente de cargar todo el día con barriles y otros útiles pesados. Muchas veces Bolgar mismo había tenido que ayudarle a transportarlos. Ahora tendría a algún contratado que lo hiciese por él.
- ¡Bolgar! Has vuelto. ¿Cómo estás? – dijo Halan a la vez que lo abrazaba fuertemente.
- ¿No le ves? Está hecho un adefesio – dijo Berta. Berta y Halan eran marido y mujer, y no habían tenido nunca hijos, por ello por lo que querían tanto a Bolgar -. Debes tomarte un baño y comer algo. Estás en los huesos.
- No hace falta tía, yo... – intentó decir Bolgar, pero sabía que contra ella no había quien pudiese, así que se dejó llevar al baño donde tomó un plácido y caliente baño de agua y jabón. Todo un lujo a su alcance.
Mientras, por la ventana, Galdian miraba con una amplia sonrisa de satisfacción la escena, aunque guardándose de los mordiscos que le lanzaba Ion


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La bañera estaba preparada para él. A la temperatura exacta. Ni un grado más y ni uno menos. Un desnudo Bolgar se introdujo poco a poco en la bañera llena de la espuma provocada por el jabón vertido cuidadosamente sobre la superficie del agua. En eso, su tía era una experta. Conforme se iba introduciendo en el agua tibia, Bolgar cerraba los ojos y se sumía en sus pensamientos. Primero, en sus recuerdos, y luego, en lo que le había llevado verdaderamente a pasar por Musso.
Poco a poco, se fue sumiendo en un profundo sueño y comenzó a soñar con Karib, Dinas, y Obitah. Con Galdian, Ion y la extraña persona que acompañaba a su enemigo en el carruaje. Pero en quien más soñó fue en una muchacha de pelo dorado como los rayos del sol. En una joven de labios rojos cual carmín. En una diosa de ojos verdes como el mar. En su amada. Fue entonces cuando su corazón volvió a dolerle. Todavía estaba abierta la herida que le causó hacía ya años, pero que no había podido superar. Aún dormido, una lágrima surcó la piel áspera por la barba y los viajes de su cara hasta llegar a la barbilla. Allí se detuvo un momento, como intentando evitar el separarse de su hogar, de Bolgar, pero al final cayó y se mezcló con el agua enfriada del baño. Un pedazo más del corazón de Bolgar se había hecho añicos. Una vez más. Otra vez más.
Entonces alguien tomó su mano, y Bolgar despertó. El baño estaba lleno de vapor producido por el agua caliente y no podía ver quién estaba junto a él. Por el tacto pudo deducir que era una mujer. ¿Tía Berna? -Pensó. Pero no podía ser ella. Aquellas manos eran mucho más delgadas que las de su protectora. Por algún motivo que desconocía, se negaba a separarse de aquel contacto suave y cálido. Se sentía seguro con él. Pronto pudo ver algo más de su acompañante. En efecto era una mujer. Y una mujer hermosa.
Pero aquello no podía ser. Ella estaba.... lejos, muy lejos de allí. Cómo era posible aquello. Cuando Bolgar lo descubrió, aferró la mano de la mujer con sus dos brazos para evitar que se fuese y volvió a ponerse de pie, frente a frente.
La muchacha era realmente hermosa. Su pelo, ondulado, caía libremente hasta la cintura. En él, tan sólo llevaba una cinta blanca, como el vestido que llevaba puesto. Un cinturón dorado le realzaba su figura femenina, ya de por sí casi perfecta.
Entonces, cuando menos se lo esperaba, la mujer se acercó a Bolgar y le abrazó. Éste se quedó atónito y con la mirada perdida en el horizonte, mas lágrimas de dolor caían por sus mejillas, incontrolables. Bolgar cerró los ojos lentamente y abrazó a la mujer con tanta fuerza que temió hacerle daño, pero ella no se quejó para nada. La escena quedó congelada durante unos minutos y después, ambos cuerpos, como si estuviesen fundidos en uno, fueron acercándose al suelo hasta quedar sentados sobre él, el uno al lado del otro, sin pronunciar ninguna palabra. Sin emitir un solo sonido. Sin dirigirse una sola mirada.

Cuando tía Berta llegó a buscar a Bolgar, lo encontró tirado en el suelo fuera de la bañera. Otra vez. Una vez más.

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Bolgar se despertó pronto, y se encontró tumbado en la cama de su habitación totalmente vestido. Durante unos instantes le costó recordar qué había pasado, pero su memoria no alcanzaba más allá de la ducha. Se levó la mano a la cabeza y descubrió en ella un enorme chichón. ¿Cuándo se había caído? No lo recordaba. Se incorporó y se dirigió a la ventana. El cielo estaba teñido de rojo, y eso extrañó al hombre.
Abrió la ventana y un aire templado le acarició la cara. Era un aire amasado por el día, por el sol. Era por la tarde. ¿Cuánto tiempo había estado en cama? Quizá toda la tarde. Pero así no iba a descubrirlo, así que se calzó las botas y bajó a la posada para encontrarse con tía Berna. Ella le podría decir qué le había ocurrido, o eso esperaba.
Conforme bajaba por las escaleras, un olor a comida le llegó hasta su nariz. Aquello parecía sabroso. Era algo con pollo, seguro. Bolgar aceleró la bajada y cuando llegó al piso inferior descubrió qué era o que emanaba aquel olor embriagador. La cena estaba servida.
Cenaron todos juntos sin más incidentes, pues Bolgar acabó olvidándose de las preguntas que necesitaba hacerle a su tía, pero ésta le dirigía continuas miradas inquietas.
Sin embargo, la alegría se terminó bruscamente. Un sonido agudo le indicó a Bolgar la proximidad de uno de los seres que creó para buscar a Karib. ¿Lo habría encontrado? Ahora que empezaba a sentirse bien. Pero no podía permitirse ese lujo en aquel momento… no podía. Sin mediar palabra se levantó de la mesa y se dirigió de nuevo hacia su cuarto a la espera de la llegada de la sombra ante la atenta y triste mirada de tía Berna que suponía que llegaba el final de la estancia de Bolgar.
No tuvo que esperar mucho en la oscuridad del cuarto. Pronto una figura humanoide, y oscura, aunque sin piernas, apareció flotando frente al guerrero. En lo que parecía ser la cabeza se podían ver brillar dos ojos azules. Durante unos instantes, los dos seres se miraron fijamente. Bolgar a la espera de una respuesta. La sombra, a la espera de una orden.
El ambiente se volvió tenso y Bolgar notó que el aire que corría por la habitación se hizo cada vez más frío hasta que se atrevió a preguntar
-¿Has encontrado a Karibdys?
La sombra asintió. Pero, lejos de aliviarse, Bolgar aún sintió más las garras del miedo. Estaría vivo, o muerto. Con gran lentitud volvió a abrir la boca para preguntarle a su siervo su nueva duda.
-¿Está vivo?
La respuesta tardó en llegar, pero no fue en absoluto negativa. Un nuevo asentimiento hizo a Bolgar caer al suelo de alegría. La cabeza le dolía a causa del mal momento que había pasado. Pero ahora que sabía que el muchacho se encontraba en perfecto estado, respiró aliviado.
Sin embargo, la sombra no desapareció de la habitación. Teóricamente había cumplido su misión y ahora debería desaparecer, pero no sucedió nada. ¿Tendría algo más que contarle? Bolgar se acercó de nuevo a la sombra y le preguntó, esta vez, sobre el paradero del muchacho, pero en vez de hablando, el ser le contestó mostrándole imágenes. En ellas Bolgar contempló la captura de Karib a manos de Satertel y sus secuaces y cómo era conducido a una mina abandonada... ¡Al sur de Darenie! Pero, ¿cómo había podido ir tan rápido el muchacho? Si el pueblo se encontraba casi a una semana de camino de Musso.
Pero no había tiempo para lamentaciones ni preguntas. El muchacho estaba en peligro y él debía rescatarlo. Tan rápido como pudo, Bolgar se hizo con una pequeña bolsa de viaje donde guardó provisiones para llegar a Darenie sin parar demasiado. Pero justo cuando se disponía a bajar las escaleras vio como su tía, de pie enfrente de él, le miraba con los ojos humedecidos, ahora por la tristeza.
Bolgar no pudo pronunciar ninguna palabra, pero sabía que debía irse. Su misión estaba en peligro, pero no podía soportar ver a tía Berna así de triste. Apenas acababa de llegar y ya se tenía que ir. No era justo, pero él había elegido esa vida.

-Ya… te vas, ¿no? – pregunto la mujer mirando al suelo.
-Si.
- No… puedes quedarte hasta mañana, ¿verdad?
- Lo… siento tía. Sabes que .. no puedo.
- Yo quiero que sepas que te quiero, ¿vale? – la mujer levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de Bolgar -. Estés donde estés. ¿Entendido?
- Si – respondió Bolgar a la que fuese su yaya con una sonrisa en la cara.

Sin decirse una sola palabra más, se abrazaron y se dijeron adiós con la mirada. Después, Bolgar bajó a por los caballos. Antes del amanecer se encontraba ya lejos de Musso y de su casa.


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Allí se encontraba. Delante de él, defendiéndole y enfrentándose a Satertel. Desde no sabía dónde, Bolgar había llegado justo en el momento preciso para evitar que aquel hombre le matase.
Justo cuando Satertel iba a darle el golpe de gracia a Karib, una figura humana apareció de la nada y evitó que la espada bastarda llegase a su objetivo. Había sido Bolgar. Pero, ¿por qué hacía todo aquello por él? Era una pregunta que no tenía respuesta, pero Karib sabía que ahora era Bolgar el que necesitaba su ayuda, pues el combate estaba muy igualado. Sin embargo, debería aguantar un poco más solo, pues Derlander y Vernarder estaban todavía tirados en el suelo después de que Satertel les derribase.
Edenma, Dalath y él mismo fueron a atender a los dos bandidos que les habían ayudado a escapar de las manos de Satertel. Ambos se encontraban tendidos en el suelo cerca de la entrada de la mina, que no era más que un boquete mal hecho en la ladera de un pequeño precipicio que lindaba con un poco extenso pero frondoso bosquecillo a las orillas del río Elo. El menor de los hermanos se encontraba bastante peor que el otro. Parecía tener algo roto, pero no sabían decir exactamente el qué. Vernarder, en cambio, se levantó por su propio pie y ayudó a trasladar a su hermano lejos del campo de batalla, donde Bolgar era claramente más rápido que su oponente, sin embargo, la armadura de Satertel parecía invulnerable a los ataques de su amigo. Pero por el momento, podía defenderse de él bastante bien, así que siguió atendiendo a Derlander. Para su desgracia, parecía que el bandido estaba malherido. Una herida en la pierna que no dejaba de sangrar y los continuos gritos de agonía del hombre lo confirmaban.
- ¿Qué hacemos? – preguntó Karib con angustia.
- No lo sé. No sé qué hacer – titubeó nervioso Vernarder.
- Dejaos de nervios y escuchadme atentamente – concluyó Dalath fríamente-. Lo primero es cortar la hemorragia. Traedme mis cosas. Están entre los árboles. ¡Vamos ¡
Inmediatamente tanto Karib como Vernarder corrieron hacia donde les había indicado el padre de Edenma y comenzaron a buscar las pertenencias de éste. Sin embargo, no les resultó tarea fácil, pues el amanecer todavía no estaba avanzado, y la luz era escasa. Además, el bosque, aunque pequeño, era bastante frondoso, lo que disminuía aún más la visibilidad. Rastrearon la zona sin ningún éxito por su parte, lo que no hizo sino más que aumentar el nerviosismo de los dos hombres.
Aquella ineptitud podía costarle la vida a un ser humano. No podía permitirlo, pero, ¿qué podía hacer? Estaba todavía en sus cavilaciones cuando un brillo procedente del interior del bosque llamó la atención del muchacho. ¿Habría encontrado lo que estaba buscando? Un nuevo rayo de esperanza surcó al muchacho que, decidido, se dirigió hacia el lugar de donde partió la señal. Sin embargo, y para su desgracia, lo que había producido el destello era el arma de Karib.
Ya no se acordaba. En su enfrentamiento con Satertel había perdido aquella espada con la empuñadura de dragón. Se quedó mirándola un instante y volvió a guardársela en su vaina. Se dispuso a proseguir la búsqueda de las pertenencias de Dalath cuando un grito desgarrador llamó su atención. Era de Bolgar. Tan pronto como pudo dirigió su mirada hacia la escena del combate y descubrió al guerrero herido en el brazo izquierdo. La herida sangraba bastante y parecía que el dolor también era importante, pues la cara de Bolgar estaba muy contraída.
Deseaba poder ayudarle, pero sabía que, contra Satertel, él no podría hacer nada. ¿Qué podía hacer? Debía pensar rápido. No tenía tiempo de dudar. Pero no sabía que hacer. Cerró los ojos en un intento de concentrarse, pero la llamada de Vernarder pidiéndole ayuda para transportar lo que acababa de encontrar le impidió seguir pensando.
Insultándose a sí mismo, fue en ayuda del bandido, pero al girarse sobre sus talones la entrada de la mina quedó en el punto de mira del muchacho y una idea surcó su cabeza. Se quedó mirándola unos segundos y cuando lo tuvo todo pensado, fue en busca de Vernarder, pero no para ayudarle.



Enlace al Post original --> Capítulo 53
- Vernarder, necesito tu ayuda- dijo Karib cuando llegó al lado de su compañero.
- Y yo la tuya. Ten, coge esas bolsas y vamos...
- La necesito ahora – le cortó el muchacho.
- Pero, ¿de qué hablas? ¿ y mi hermano?
- Tu hermano está en buenas manos. Ahora es Bolgar el que necesita nuestra ayuda.
- Pero si no le llevamos esto a Dalath mi hermano puede morir y ...
- Vernarder, ¡mírame! – le gritó Karib a la vez que le cogía por los hombros y le obligaba a mirarle a la cara -. Si Bolgar cae vencido, no tendremos posibilidad de salvarle. ¿Me entiendes? – el bandido asintió tembloroso. Karib sintió lástima por el hombre, pues no quería perder a la única familia que tenía. Y él le comprendía, pero ahora debía ser frío y, lo más importante, mantenerse lúcido -. Bien – continuó -, entonces haremos esto: vamos a tenderle una trampa a Satertel.
- ¿Qué es lo que pretendes hacer?
- Verás. Vamos a encerrar a Satertel en la mina.
- ¿Pero, cómo?
- No hay tiempo de explicaciones, sígueme y haz lo que te digo.
- S..sí. De acuerdo.
Parecía que había convencido a Vernarder de que le ayudase, y eso ya era algo. Ahora tenían que prepararlo todo y lo más difícil. Hacer que Bolgar les ayudase. Así pues, ambos se dirigieron hacia la entrada de la mina rodeando el lugar donde estaban luchando los dos guerreros. El lugar estaba en muy malas condiciones. En un pequeño barranco se había hecho una entrada a la mina que bajaba. La entrada no era más que un agujero sostenido por tres vigas de madera medio podridas. Esto lo haría todo más fácil.
Karib cogió su cinturón, que era poco más que un trozo de cuero y le indicó a Vernarder que hiciese lo mismo. Acto seguido, rodeó la viga de madera con él y se preparó para derribar la entrada de la cueva. Por su parte, el bandido hizo lo mismo.
- Sólo espero que funcione – se dijo a sí mismo.


El arma de Bolgar brilló entre sus manos reflejando las primeras luces del alba. Con ella asestó varios golpes seguidos contra Satertel, pero a pesar de la rapidez de ellos, el hombre de hierro conseguía desviarlos todos. Los ágiles movimientos de Bolgar eran contrarrestados con aparente facilidad por su oponente, enfundado en una enorme armadura que, lejos de ser un estorbo, resultó ser la gran ventaja de él.
Con un potente contragolpe, Satertel desestabilizó a Bolgar y tomó las riendas del ataque. Sus golpes eran lentos y pesados, pero muy fuertes como para permitirle a Bolgar opción de contraatacar, aunque por el momento era capaz de desviarlos.
Tres golpes seguidos propinó Satertel a su oponente que acabó medio arrodillado para evitar un impacto directo, desviándolo hacia el suelo, pero tan pronto lo hizo la pierna del guerrero se cernió sobre el arma de Bolgar arrebatándosela de las manos. El rostro de Satertel se iluminó y viéndose vencedor del combate asestó un nuevo golpe hacia su oponente. Bolgar, tan rápido como pudo, rodó por el suelo hacia su derecha, haciendo que el golpe de Satertel se clavase en la tierra.
Tras varias vueltas por la tierra se incorporó. La sangre de su hombro le chorreaba por el brazo izquierdo, casi inutilizado. En su mano derecha, la ausencia de la espada lo hacía vulnerable a los ataques de Satertel, situado a varios metros de él, pero no debía darse por vencido. Fue entonces cuando vio a Karib y a Vernarder colocados enfrente de la mina amarrando algo a las vigas medio podridas de la entrada y comprendió su plan. Ahora debía asegurarse de que estaban preparados y recuperar su espada. Espada que estaba en las manos de Satertel.
Debía conseguirla como fuese. No podía permitir que quedase sepultada en la mina junto a su enemigo.
Nuevamente se preparó para el combate adoptando una posición defensiva. Ahora tenía una ventaja sobre Satertel. Éste no iba a poder manejar ambas espadas a la vez, pues para la que había luchado hasta el momento había necesitado ambas manos, y con otra espada en su poder sus movimientos iban a ser mucho más torpes.
El guerrero enfundado tenía ahora la iniciativa al tener ambas armas y se acercaba lentamente a su víctima mientras Karib y Vernarder acababan los preparativos para el entierro de Satertel. Éste lanzó nuevos ataques con ambas espadas, pero dejando mucho margen a Bolgar para esquivarlos con facilidad. Pero seguía luchando con ambas armas. Bolgar sabía que un ataque corporal no le iba a hacer efecto, pues ni si quiera su espada había hecho más que una rayadura, así que se vio obligado a usar su magia.
Mientras Satertel continuaba con sus torpes movimientos convencido de su victoria, Bolgar preparó un simple hechizo y se acercó deliberadamente hacia al bosque, donde simuló estar atrapado entre su oponente y los árboles. Espero pacientemente al momento justo y cuando Satertel asestó un fuerte golpe contra él lo esquivó y descargó el hechizo haciendo que su espada se hundiese en el tronco de uno de los árboles.
Con una asombrosa agilidad, Bolgar se colocó tras la armadura de su oponente y le sujetó el brazo con el que mantenía agarrada la espada de dos manos obligándole a soltarla usando el peso del arma y el suyo propio. Poco le costó conseguirlo. El arma del guerrero cayó al suelo. Rápidamente Bolgar aprovechó ese momento para deshacer el hechizo que mantenía presa su espada larga en el árbol y recuperarla. Nuevamente estaban en igualdad de condiciones, pues Satertel tenía sostenía, esta vez con ambas manos, el filo oscuro de su espada.
En ese momento un grito proveniente de la entrada de la mina llamándolo le hizo saber que los dos ayudantes improvisados estaban listos para el definitivo final de aquella mole de hierro. Bolgar aprovechó el descuido de su oponente, al que pilló por sorpresa aquello y realizó un nuevo sortilegio sencillo pero efectivo.
- ¡Et ohn! – gritó juntando ambas manos. Y como si un huracán le empujase, el gran hombre salió despedido por una fuerza invisible hacia la entrada de la mina.

Tan rápido como su asombro les dejó actuar, Vernarder y Karib tiraron de sus cinturones para tumbar las vigas y bloquear la entrada, pero las vigas aguantaron fijas en su posición inicial. Una nueva intentona obtuvo los mismos resultados.
Todo aquel esfuerzo no había funcionado. Pero no se iba a dar por vencido- Presas de los nervios, los dos humanos tiraron sin control de las vigas aunque éstas no se movieron. Entonces un ruido extraño les hizo levantar la vista hacia Bolgar que tenía un aspecto tenebroso. El guerrero estaba rodeado por un aura rojiza que brotaba de las manos. Estaba conjurando un nuevo hechizo.
-¡Apartaos! – gritó al tiempo que pudieron ver como una esfera rojiza envuelta en llamas del tamaño de una cabeza tomaba forma en las manos de Bolgar. Luego, la lanzó contra las vigas.
Con el tiempo justo para obedecer al guerrero, Karib y Vernarder corrieron cuanto pudieron para alejarse del lugar de impacto que saltó por los aires cuando la bola de fuego hizo blanco. Una inmensa humareda y una lluvia de piedras inundó la zona y la confusión creció.
Durante unos instantes Karib no supo ni donde estaba ni qué hacía allí. La explosión le había tirado al suelo y le había dejado semiinconsciente. Sin embargo podía notar el golpeteo constante de los fragmentos de piedra y madera de la mina.


Enlace al Post original --> Capítulo 54
Poco a poco abrió los ojos, pero no consiguió ver más allá de sus narices. El polvo y la arena se lo impedían. Se incorporó e intentó orientarse, pero no encontró nada sobre lo que guiarse. Ni tan siquiera se podían oír los sonidos del bosque ni el correr del río Elo. Una sensación extraña invadió al muchacho.
La niebla formada por la destrucción de la entrada de la mina empezó a disiparse. Karib se sintió aliviado tras esto, sobre todo porque le daba pánico estar perdido en esas condiciones, sin caminos, sin señales. Al mar le aterrorizaba. Estaba sumido en esos pensamientos cuando empezó a vislumbrar algo frente a él, pero no era nada de lo que esperaba encontrarse. Era un edificio. ¿De dónde había salido aquello? Se frotó los ojos para cerciorarse de que no estaba distorsionando la realidad, pero cuando volvió a mirar, el edificio seguía allí. Inmóvil. Como si siempre hubiese estado allí.
La arena terminó de asentarse ante la aterrorizada mirada de Karib que contemplaba como se encontraba en la plaza de una ciudad. Pero de una ciudad destruida y pasto de las llamas. ¿Quién había hecho eso? Su mirada recorrió aquel lugar. Hogares, tiendas, pequeños puestecillos en la misma plaza... todo estaba destruido.
Un sentimiento de culpa le invadió, pero ¿por qué? Él no había sido el causante de aquello. Entonces miró hacia el frente. Un almacén o algo parecido se encontraba delante de él. Estaba muy deteriorado, y la madera que lo constituía estaba ennegrecida por el fuego. El techo se había derrumbado, pero las grandes puertas semicaídas delataban su antigua función. Fue en aquel momento cuando Karibdys lo recordó todo.
Ya había estado allí. Él ya había visto todo aquello, pero, había sido un mal sueño. ¿Por qué estaba de nuevo allí? Deseó salir de aquel lugar horrible, pero nada sucedió. Seguía en medio de la plaza, sin moverse. Sin hablar.
Un movimiento lo sacó de su abatimiento. Algo se había movido en el almacén. ¿Podría ser alguien que le ayudase a descubrir qué hacía allí? ¿O sería un ladrón o un asesino esperando para matarle? Poco le importaba ya, así que se dirigió hacia aquel lugar. Pero al dar el primer paso, una voz tenebrosa y fría lo llamó a susurros.
- Karibdys...
¿Quién le estaba llamando? Se giró y miró a sus espaldas. Nada. Extrañado, inspeccionó todo aquel lugar, pero no encontró a nadie ni nada que pudiese haberlo llamado. Todo estaba en silencio; un silencio sepulcral.
Vacilante, volvió a dirigirse hacia el edificio del almacén, pero una voz nuevamente lo llamó desde sus espaldas. Y esta vez lo hizo más fuerte que antes.
- Karibdys...
Rápidamente giró sobre sus talones e intentó descubrir quien lo llamaba, pero, nuevamente, lo que encontró fue el paisaje desolado de un pueblo devastado por las llamas. Quería salir de allí. Sentía miedo, frío y algo le decía que estaba en peligro. Pero, ¿por qué él? Un sonido proveniente del cobertizo le alertó de que su vista no le había jugado una mala pasada. Había algo en aquel lugar. Y estaba jugando con él.
Decidido, se encaminó hacia el almacén, ignorando completamente la voz lúgubre que lo llamaba a cada paso que daba. Y a cada paso que daba se hacía más imperativa y más temible. Pero cuando el muchacho llegó a apenas unos metros de las puertas del edificio, aquella voz cesó.
Karib se detuvo como si el silencio de aquel ser fuese más poderoso que su voz. Tembloroso dirigió un vistazo hacia sus espaldas, pero volvió a encontrarse con la plaza calcinada. Respiró hondo y volvió a andar, aunque, inconscientemente, más despacio que antes. Sus pasos eran indecisos y un sudor frío, muy repetido estos últimos días, le recordó que sentía miedo hacia algo irracional. ¿Qué le estaba dando tanto miedo?
En ello estaba cuando llegó a la misma entrada del granero, donde se detuvo. El interior estaba muy oscuro y silencioso. Apenas podía distinguir nada allí dentro. Tomó aire y se dispuso a entrar pero entonces una figura fantasmagórica apareció de la nada y con un chillido lleno de pena y miedo atravesó el cuerpo de Karib y lo dejó inconsciente.
Unas palabras retumbaron en su mente “No...debes....pasar”

Cuando volvió a abrir los ojos lo primero que vio fue a Edenma con la cara llena de lágrimas. Parecía triste por algo muy grave. Intentó incorporarse, pero el dolor se lo impidió. Al moverse, la muchacha dejó de llorar y, como si hubiese visto un fantasma, palideció mirando a Karib. Después, le dio un abrazo que casi le rompe una o dos costillas, a la vez que volvía a llorar.
- ¡Tonto! ¿Por qué me has hecho pasar este mal trago? – dijo con la voz entrecortada -. Creí...creí que habías muerto. ¡No lo vuelvas a hacer!
- Yo... lo siento Edenma – contestó el muchacho ruborizado por el gesto la joven, que seguía llorando.
- No lo ... no lo vuelvas a hacer – respondió por fin secándose las lágrimas delos ojos -.
- Te lo prometo.
Ambos chicos se quedaron mirando el uno al otro.. Una sonrisa se dibujó en su rostro, y ella se la devolvió. Y volvieron a abrazarse. Y así estuvieron hasta que Bolgar apareció entre la polvareda, mirando a Karibdys con un aspecto sombrío.



Enlace al Post Original --> Capítulo 55
La noche cayó pronto. Bolgar había decidido acampar a la salida de aquel bosque ya que Derlander había empeorado. Durante toda la tarde había intentando aliviarle el dolor y por fin se había quedado dormido.
- Será mejor que le dejemos descansar – dijo Bolgar a Dalath -. Ha sido un día muy duro para él.
- ¿Podrá resistir hasta que lleguemos a Dulain? – le respondió el padre de Edenma.
- Eso espero – suspiró -. Mañana deberemos de cruzar el Elo y dirigirnos hacia el lago por el norte. Acortaremos unas horas de viaje.
- ¿No será demasiado para él? Creo que está bastante mal – ambos miraron el cuerpo yaciente de Derlander. La tranquilidad de ese momento no les dejaba apreciar la gravedad de sus heridas.
- Deberá aguantar si quiere vivir – pero en ese momento volvió Vernarder. EL ladrón había ido a por leña. Con una simple mirada los dos hombres decidieron no seguir con el tema delante del bandido.
Un largo silencio se hizo mientras Vernarder se acercaba a su hermano. Se arrodilló delante de él y le tomó la mano, queriendo tranquilizarle, pero no obtuvo ninguna respuesta por su parte. Permaneció junto a él un buen rato, y por fin se decidió a sentarse junto al fuego para cenar.

- Bolgar – dijo rompiendo el silencio Dalath -. ¿Por qué le haces esto al joven?
- No te importa – gruñó cortante el guerrero dejando ver que no le gustaba el nuevo tema de conversación.
- Sí que me importa – continuó con la voz temblorosa el padre de Edenma -. Él… ha salvado a mi hija allí dentro, y lo menos que le debo es intentar hacerte cambiar de opinión…
- No lo conseguirás – respondió Bolgar sin mirarle, mientras se entretenía con un palo que afilaba. Dalath suspiró.
- ¿Qué pinta un chaval como él en Chro?
- Esta conversación se ha acabado –respondió Bolgar elevando el tono. Alzó su cara hasta situar sus ojos a la misma altura que los de Dalath-. Tu sangre fría ha permitido que Derlander esté vivo, y por eso vienes con nosotros. No dudes en que si no fuese por ello no estarías aquí.
La conversación terminó ahí. Tal y como empezó, súbitamente, pero con un Dalath dolido en su orgullo y sintiendo no haber podido ayudar a Karib.

Karib había montado un buen rato a Odra. Prácticamente hasta el anochecer, cuando el potrillo comenzó a sentirse cansado. No lo quería forzar mucho, así que se bajó de él y volvieron junto a los demás a paso lento y los dos andando, aunque Karib tenía un dolor en la entrepierna que seguro el caballo no sentía.
Antes de llegar, el muchacho llevó al animal a beber agua aguas abajo, donde no había pendientes pronunciadas ni escalones para llegar al río.
La misma brisa que había comenzado a soplar a media tarde lo hacía ahora con un poco de más fuerza, y más refrescante, cosa que hizo Karib con su cara y el agua. Desde lejos se podía escuchar el movimiento de los árboles, y al muchacho le dio la sensación de que era como pasos que daban en busca del Elo. Con una sonrisa se quitó la idea de la cabeza por lo estúpida que parecía.
Mientras Odra bebía tranquilamente, Karib se quitó las sandalias de piel que llevaba y metió los pies en el agua perdiendo su mirada en el río. Después de todo un día caminando, corriendo luchando y montando a caballo aquello le dejó como nuevo. De no ser por el hambre que tenía, se hubiese quedado allí a dormir, sin importarle nada más, pero se tuvo que conformar con contemplar las estrellas que brillaban en el firmamento. Allí estaban todas, tal y como recordaba desde que las contempló con Galdián… ¡Galdián! Dónde estaría. ¿Le habría pasado algo? Desde que se encontró con los bandidos, no lo había vuelto a ver.
Estaba metido en esos pensamientos cuando un ruido detrás suya silenció el canto de los grillos y le sobresaltó. Rápidamente se giró y reconoció con alivio al intruso, que se trataba de Edenma. Le miraba con ojos de extrañeza, pero aún así le sonrió y se sentó a su lado. No dijo nada, tan sólo miró con Karib las estrellas hasta que Odra volvió con su dueño.
- Es muy bonito, ¿verdad? – dijo la muchacha, refiriéndose al animal.
- Sí, y además es muy listo… o lo parece. ¿Sabes? – dijo volviéndose a mirar a Edenma - Me da la impresión de que somos capaces de entendernos… de forma especial
- ¿Cómo? – la chica le miró con curiosidad, como se miraría a un animal extraño, pero tras ver la cara de vergüenza que puso Karib al comprobar su reacción continuó-. A veces ocurre, ¿sabes? Amo y bestia, acaban entendiéndose tarde o temprano. Y parece que lo habéis hecho muy pronto – terminó acariciando al caballo que respondió con un suave relincho de aprobación.
- Puede ser – dijo a la vez que suspiraba de alivio y volvía a tenderse en el suelo mirando al cielo-. Ya le he puesto un nombre que parece que le gusta. Desde hace poco se llama Odra.
- Hm, es apropiado… teniendo en cuenta lo que me has dicho. Hola Odra – se dirigió al caballo y ambos rieron. Tras un breve silencio la muchacha continuó mirando hacia el cielo.
- Son bonitas, ¿verdad?
- Sí. Galdian … un amigo – rectificó pensando nuevamente en el extraño personaje – me dijo que eran un plano o algo así. Que eran capaces de indicarnos el pasado, el presente y el futuro.
- ¿A, si? ¿Y cómo se lee ese plano?
- Pues si te digo la verdad, me lo explicó, pero no fui capaz de entender nada de nada – rió abiertamente, contagiándole la risa a la muchacha-. Dijo que alguien lo había escrito antes de todos los tiempos.
- ¿Quién pudo hacer algo así? ¿Un dios?
- Algo parecido.
- Entonces debió ser Kayn. Es el dios más poderoso de todos.
- No. Dijo que era alguien aún más poderoso.
- ¿Más poderoso que Kayn? No me lo creo.
- Es cuestión de opiniones. Mi familia me enseñó a adorar a Luna. Es más justa y sabia que Kayn, y es la protectora de Tirya.
- Los tiryanos sois muy raros.
- Jajaja, no digas eso. Los raros sois el resto del mundo.
- Y… ¿dónde está ahora ese amigo tuyo?
- No lo sé. Desapareció cuando me capturó Satertel y no lo volví a ver. Me pregunto si le habrá pasado algo. Espero que no.
El silencio se rehizo en aquel apartado lugar. Tan solo el fluir del Elo y el sonido de los grillos ambientaba la noche, aún joven.
- Todavía… no te he dado las gracias por salvarme – dijo Edenma tras unos minutos de silencio. Karib se incorporó y la miró sorprendido.
- ¿A qué te refieres?
- A que me sacaste de la mina.
- Yo… bueno… - carraspeó sonrojado -, no ha sido nada… de verdad…
- No seas tonto – susurró, como si no quisiese que el muchacho se enterase. Luego se volvió para mirarle de frente. Karib se dio cuenta entonces de que la muchacha se había lavado por completo, hasta el pelo, que lo tenía mojado, en cambio él, estaba lleno del barro y el polvo que había cogido con la explosión de la mina. Se sintió incómodo por ello-. Si no fuese por ti, aún estaría allí dentro, en esa oscura celda. Además, también ayudaste a ese maleducado a encerrar a aquel hombre enlatado – ambos rieron soltando un poco la tensión que tenían los dos.
La brisa corría y movía suavemente el pelo de Edenma mientras Karib la miraba fijamente. Intentó decir algo, pero no fue capaz y se sintió estúpido, muy estúpido. Bajó la mirada lentamente para escapar de la de la chica. Se sentía incómodo sin poder responderle, sin poder hablar, pero era ella misma la que le ponía nervioso, incluso sin saber porqué.
Ella también bajó la mirada, sin atreverse a decir nada y suspiró.
- No quiero… que digas nada – respondió a los temores silenciosos de Karib-. Tan sólo quería darte las gracias…y…
La muchacha se arrodilló delante del joven y le tomó suavemente la barbilla hasta que la puso a la altura de sus ojos. Le dedicó una sonrisa y le besó en la mejilla. Después se puso de pie y se marchó hacia el campamento dejando a Karib aún más confundido, y ruborizado, que antes.


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