Tras una esquina cualquiera - Capítulo 3º

La caja pesaba bastante, la curiosidad me hacía sentirme como si tuviera un mundo entre mis manos, la agité un poco, por el sonido deduje que contenía algo metálico entre otras cosas, la manoseé durante varios momentos, viendo la forma de abrirla, intenté aflojar los tornillos que sujetaban las pequeñas bisagras de la parte trasera, pero mi destornillador era demasiado grande – “Maldición!!!” – exclamé, sólo podía intentar reventarla, pensé en tirarla contra el suelo, y me di cuenta que esa no era una buena solución, podría romper algo importante que contuviera. Finalmente fui al armario para ver si encontraba alguna herramienta útil, algo como un martillo, necesitaba algún objeto contundente. Encontré un martillo viejo con el mango de madera y un hacha pequeña, recuerdo que compré aquellos objetos hace un par de meses, en un supermercado en el que estaban de oferta, y los guardé en el armario al darme cuenta de la absurda compra que acababa de hacer, nunca pensé que los fuera a utilizar en una situación semejante. Coloqué la caja en el suelo, justo en el centro de la habitación, mis manos temblaban, las gotas de sudor resbalaban por mi frente hasta la punta de mi nariz, y desde allí se precipitaban sobre la tapa de la caja roja…..la caja roja que debía abrir. Intenté probar primero con el hacha, golpeando justo en la pequeña ranura que había entre la tapa y el resto de la caja, debería asestarle un golpe muy certero, levanté mi brazo, aparté la otra mano que la sujetaba y sin pensármelo lancé el primer golpe, pero fallé, pequeños trozos de pintura salieron volando, el sonido del metal al ser golpeado me estalló en los oídos, la caja se tambaleó durante un segundo, pude oír cómo el contenido se agitaba por el fuerte impacto. El segundo golpe fue más certero, esta vez arremetí contra las bisagras, consiguiendo romper una, y tras varios intentos más, la segunda también cedió. Allí estaba yo, arrodillado frente a la caja, mis movimientos eran lentos, estaba saboreando el momento de despejar qué contenía aquel objeto. Con mucho cuidado levanté la tapa, la deposité detrás de mí, era el momento de examinar el contenido. Había un estuche de piel marrón bastante arrugado con un juego de llaves, una piedra con el símbolo de la runa “PERTH”, un teléfono móvil bastante pesado, varias cartas aún por abrir y un fajo de billetes, al menos dos de los grandes calculé a ojo. Esparcidas por toda la caja había varias balas pequeñas, no sé de qué calibre eran, yo no entendía nada de munición, pero por el tamaño supuse que debían servir para un revolver de bajo calibre. Pasé unos minutos abriendo las cartas que encontré, el papel del sobre, así como el de los escritos era de buena calidad y desprendía un rancio olor a viejo, pero lo que había escrito me fue imposible de descifrar, era un dialecto que yo no había visto en mi vida. Todos los sobres eran negros, cada uno estaba sellado con cera roja, y cada sello tenía la forma de una runa…ninguno se repetía, así hasta un total de veintidós. Acudí de nuevo al libro que estuve consultando ayer, comprobando cada runa, y llegando a la conclusión de que faltaba un sobre, el de la runa de “ODIN”. ¿Por qué aquel hombre estaba en posesión de aquellos sobres? ¿Por qué faltaba un sobre? En el libro explicaba muy bien el significado de la runa de “ODIN”, “lo desconocido – lo divino”, la famosa runa en blanco. La cabeza me iba a estallar, todo aquello no tenía ningún sentido. Pensé en estudiar un poco más lo de las runas cuando aclarara algunas ideas, además, debía resolver el enigma de aquel extraño dialecto en el que estaban escritas las cartas, para ello había pensado en llevársela a uno de mis profesores de la Facultad de Periodismo, el Profesor Hallenbeck, un gran entendido en lenguas, y uno de los mejores profesores que había tenido. Tomé el estuche de cuero marrón, lo abrí, y desplegué las llaves, una pequeña tarjeta cayó zigzagueando hasta el suelo. Me agaché y la recogí. Ponía “ Bill Mulcahy – Cervecería Irlandesa – Rúa de Montreal 91”. Era la dirección de la cervecería en la que estuve ayer, supuse que el tal Mulcahy era el camarero barbudo y dueño del local. Por detrás de la tarjeta había algo escrito “ Duggan, aquí te dejo un juego de llaves de mi local para las reuniones”. ¿Sería Duggan el hombre que murió ayer asesinado? Parecía que algo se iba aclarando, al menos ya tenía algún nombre. Pensé en ir a la cervecería, pero aún era de día, lo mejor sería entrar allí por la noche, después de que hubieran cerrado, podría investigar el local en busca de alguna pista que me pusiera en el buen camino. No sabía que hacer mientras, de modo que me puse a escribir el artículo semanal para el periódico, algo relacionado con las apuestas ilegales en los partidos de la Superbowl, la liga de fútbol profesional del Estado. La verdad es que todo fluyó con más claridad, el hecho de involucrarme en algo desconocido como era todo aquello de las runas producía un efecto estimulante en mis ganas de escribir. Terminé el artículo en dos horas, era casi la hora de comer, así que pedí comida china por teléfono, pagué con el dinero que había en la caja, y cuando terminé de saciar mi apetito decidí tomarme un descanso, ¿qué mejor manera de hacer tiempo hasta que fuera de noche para ir a la cervecería?.
Desperté sobre las once de la noche con un dolor de cabeza espantoso, era como tener una jauría de murciélagos dentro chillando afanosamente, preparé un café y fumé un cigarro para despejarme. Pensé en pasar por la redacción del periódico antes de ir a la cervecería, así entregaría mi artículo, y el dictador de mi jefe me dejaría en paz al menos por una semana más. Salí de casa a eso de las once y media de la noche, aún tenía tiempo antes del cierre en el periódico. Tomé el autobús de la línea 23, que me dejaría en la misma puerta del trabajo. El edificio del periódico era de dos plantas, una construcción robusta llena de enormes ventanas en forma de arco, en la primera planta se encontraban las redacciones de los distintos apartados del periódico, y en la segunda estaban los despachos de los directivos. Yo me movía por todas las redacciones, tan pronto tenía que escribir un artículo sobre deporte, como uno de política a la semana siguiente, aunque no se diferenciaban tanto el uno del otro, ambos giraban en torno a la mentira y el dinero, la corrupción y los intereses de los más poderosos. Entré a través de la puerta giratoria, y me fui directo al despacho del jefe, quedaban pocos empleados a esas horas, los últimos retoques antes del cierre. Atravesé la larga sala repleta de mesas llenas de papeles, ordenadores y cafés a medio terminar. No saludé a nadie, yo no era muy popular por allí aún, y la rivalidad entre periodistas se palpaba en el ambiente, y cualquier competencia se convertía en un enemigo a batir. Llegué hasta la oficina del jefe, no había nadie dentro, se podía ver a través del cristal de la puerta. Pensé “ genial, no hay nadie, así no tendré que soportar las voces de ese energúmeno”, deposité un sobre grande con el artículo dentro en una bandeja, y dejé una nota con mi nombre para que no lo extraviara, y salí de allí como alma que lleva el diablo. Casi estaba fuera del edificio cuando oí la grave y desproporcionadamente elevada voz de mi redactor jefe chillando al fondo del pasillo:
- ¡Hill! – gritó - ¡dónde te habías, metido maldito holgazán! – me reprochó. La verdad es que no recuerdo una conversación con aquel tipo en la que no me hubiera insultado ni una sola vez. El personaje en cuestión se llamaba Thomas Abramovich, un judío bajito y calvo con muy mal carácter, que tomaba café como si fuera agua y leía libros sobre autoconocimiento y refuerzo mental.
- Verá jefe – contesté – he tenido unos días muy complicados – si él supiera lo que me ha pasado, pensé. Pero con aquel tipo no se podía razonar.
- ¡Maldita sea chico, el día menos pensado te echo a la calle de una patada en el culo! – volvió a gritar. No entendía por qué me seguía chillando, si ya estábamos el uno frente al otro.
- Lo siento jefe, lo sé, me he retrasado más de la cuenta – me defendí – no volverá a pasar. - Verá, me ha pasado algo increíble….. – no me dejó terminar.
- ¡No me interesa tu mierda de vida, maldito crío! – insistía en chillarme - ¡Espero ver tu artículo encima de mi mesa cuando llegue a mi despacho! – continuó chillándome, a la vez que me llenaba la cara de pequeños escupitajos que venían seguidos de su apestoso aliento.
- Allí lo tiene, recién escrito – no sé ni por qué me molestaba en hablarle, era como lanzar palabras al cubo de la basura, se tragaba todo lo que le decían y nada más te devolvía su apestoso aliento con unos cuantos improperios mal enlazados.
- ¡Chico! – de nuevo gritando - ¡Estás en la cuerda floja, no lo olvides! – me amenazó, eso era lo que mejor se le daba.
- Lo siento mucho – dije, tratando de suavizar la cosa, y preparando mi cara para una nueva oleada de pequeños salivazos – soy un vago y me odio a mi mismo – añadí, pensando que debería haberme mordido la lengua en ese último comentario, pero me estaba empezando a enfadar aquel tipo tan desagradable.
Su cara se empezó a poner roja como la vieja corbata que llevaba al cuello, se acercó y con su menudo dedo índice en posición amenazadora contestó:
- ¡En algo estamos de acuerdo! – ladró de nuevo, ante mi ingenuo asombro. Mi rostro debió ser todo un poema ante semejante respuesta, aunque no las tenía todas conmigo, algo le quedaba por decir.
- ¿De verdad? – pregunté realmente asombrado – ¿en qué jefe? – la curiosidad me embargaba.
- ¡YO TAMBIEN TE ODIO! – gritó poniéndose de puntillas, y dando media vuelta se alejó a paso rápido murmurando toda clase de palabrotas en mi honor. Aquel hombre moriría de un infarto antes de llegar a la jubilación, siempre alterado y cabreado con el mundo.
En fin, traté de olvidar aquella discusión lo antes posible, era ya casi la una de la noche, y mi siguiente parada era la cervecería irlandesa del tal Bill Mulcahy. Salí del periódico y caminé en dirección al bar durante media hora para hacer tiempo hasta que cerraran. Finalmente monté en un taxi, que en un cuarto de hora me dejó justo en la puerta del local, pagué de nuevo con el dinero que encontré en la caja y salí del coche. La calle estaba mojada, un camión del ayuntamiento acababa de pasar por allí empapando el asfalto, el aire refrescaba mis sienes, que palpitaban aceleradamente por la excitación que me causaba aquella situación. El local estaba ya cerrado, y pensé en probar primero si alguna de las llaves servía para entrar por la parte de atrás, para no llamar la atención, aunque no pasaba nadie por allí a esas horas. Encontré la puerta en el callejón donde había muerto aquel tipo llamado Duggan ayer por la noche. Probé con una llave y acerté a la primera. La puerta se abrió, entré y la cerré tras de mí. Todo estaba oscuro, encendí mi mechero para ver donde pisaba. Había una puerta azul al final del pasillo en el que me encontraba, el silencio era interrumpido únicamente por el crujir del suelo de madera a cada paso que daba, mi corazón se disparó, empecé a sentir miedo en aquella estancia estrecha, me faltaba el aire, pero no podía darme la vuelta ahora. Llegué hasta la puerta azul, la abrí y entré, era un cuarto cerrado llenos de cajas. Encendí la luz y me dispuse a cotillear en el interior de una de ellas, cuando de pronto sentí una mano que me tocaba el hombro. Sobresaltado me di la vuelta rápidamente y pude ver a un hombre alto y rubio, muy corpulento, antes de que me golpeara en la cabeza con una tabla de madera. El golpe fue terrible, caí al suelo y perdí el conocimiento.

CONTINUARÁ…
he tenido algunos problemas con los diálogos esta noche,no se me dan muy bien, pero empiezan a ser necesarios. El protagonista ya se empieza a meter en problemas bastante más serios [toctoc] :-p
Que bueno tio!, problemas con los diálogos?... ein?.. para mi que no.

Me encanta tu relato, es demasiado bueno y estoy demasiado enganchado.
no se, le di mil vueltas, pero los diálogos no me acaban de convencer, pero si te gusta me alegro...la verdad es que estoy disfrutando mucho escribiendo este relato, y con vosotros da gusto compartir estas cosillas( [boing] toooma peloteo...[poraki] )
Saludos :Ð
3 respuestas