Recopilatorio: Tras una esquina cualquiera

Capitulo 1º


Era un día cualquiera, el calor golpeaba mi nuca en aquella calle, y buscaba la sombra como un perro abandonado busca una mano que lo acaricie. Mi garganta se secaba por momentos, y en mi mente solo existía la imagen de una bebida que la refrescara, llevaba todo el día caminando con el sol azotando mi espalda, aquella ciudad era como una sartén gigante, podía sentir cómo poco a poco me iba fundiendo con el asfalto....su olor me revolvía el estómago, esa peste a goma quemada estaba acabando conmigo. Decidí entrar en algún bar para aliviar mi sed, no me importaba que clase de antro fuera, me conformaba con un taburete al final de la barra, un ventilador en el techo, una cerveza fría en la mano y un camarero sin dotes para la psicología. Encontré una pequeña taberna irlandesa, por el aspecto que ofrecía al exterior se diría que el negocio no pasaba por su mejor momento, pero yo tampoco buscaba la cafetería de un hotel de cinco estrellas. Opté por entrar allí mismo, empujé la puerta y las bisagras oxidadas se encargaron de anunciar mi llegada, parecía un coro de gatos clamando por una raspa de pescado, las cinco personas que conté en una primera pasada se giraron para mirarme, me observaron de la cabeza a los pies durante escasos segundos y siguieron con lo que fuera que estuviesen haciendo. Yo permanecí parado en la entrada durante esos segundos, mientras era observado, esperando a que se cerrara la puerta, que tenía una resistencia arriba para evitar los portazos...se diría que el día que falle esa resistencia y la puerta cierre de golpe el local se vendría abajo. El panorama era desolador, más o menos lo que andaba buscando, al fondo de la barra había una pequeña televisión a la que le habían quitado el sonido....estaban retransmitiendo una película en la que un tipo trataba de evitar que su propia mano le diera una paliza. Casi debajo de la tele había un taburete vacío, tapizado con cuero negro, pero lleno de agujeros. Allí me senté, esperando a que el camarero, un tipo pelirrojo, con barba que fumaba un puro apestoso, me atendiera. Mientras llegaba ese momento (parecía que la cosa iba para largo), miré de nuevo la televisión, y el tipo que peleaba con su mano había solucionado su problema cortando por lo sano el miembro que tanto le molestaba....me sonaba mucho aquella película, creo que ya la había visto antes. El tipo de la barba parecía que no se había percatado de que tenía un nuevo cliente, de modo que saqué un billete de 50, y lo puse encima de la barra a modo de reclamo, y vaya que si surtió efecto, acudió a mí como acude una beata al cura en el momento de comulgar. Pedí una pinta de cerveza tostada y pagué. Aquel billete de 50 era lo último que me quedaba, no había vuelto a publicar nada en el periódico de tres al cuarto en el que trabajaba desde hacía semanas, y la reserva que tenía después de vender mi viejo coche, un escarabajo, se había agotado. Pero me daba igual, ya saldría algo mejor que me sacara del bache. Cuando llegó lo que había pedido me recreé durante unos segundos en el color rojizo de la cerveza, el tono amarillento de la espuma que flotaba, la forma del vaso, largo y más ancho en la parte superior que en la base, y las gotas de agua que se producían por el frío del líquido en contraste con el calor del ambiente que resbalaban hasta el posavasos y eran absorbidas por el mismo. Alguien había dibujado algo en aquel posavasos, pero la figura estaba bastante desteñida y parecía difícil averiguar qué era, se diría que era una especie de runa, yo había visto algunas en los libros sobre mitología vikinga que leía cuando era pequeño. Cogí una servilleta y traté de reconstruir el dibujo…..era como una “E”, pero sin la raya central. No le di mayor importancia, pero guardé la servilleta para comprobar más tarde en algún libro si realmente era una runa. Continué mirando el posavasos, y decidí que por un posavasos menos, el barbudo pelirrojo no se iba a molestar, así que me lo guardé también en el bolsillo del pantalón, junto con la servilleta, di un trago largo a mi cerveza y encendí un cigarrillo. Me empecé a sentir bien, relajado, el local era cutre pero acogedor, la gente hablaba sin tener que chillarse, yo había dejado de sudar e incluso al tipo de la tele le iba mejor, ahora repartía leña con una motosierra y una recortada a unos zombis bastante molestos. El cigarrillo me estaba sabiendo a gloria, había intentado dejar de fumar cientos de veces, pero todas sin éxito…..el humo bajaba por mi garganta, suave, e inundaba mis pulmones, mientras que la química del pitillo llegaba pura a través de la sangre hasta mi cerebro, provocando una sensación de relax en mis agarrotados músculos, que hacía que por un momento me olvidara de los problemas, pagar a mi casero, aguantar la bronca del redactor jefe, incluso me olvidaba de pensar en cómo llenar mi nevera, que desde hace días tenía como único inquilino un tomate un tanto mohoso. Pasé en aquel bar casi una hora, sólo, al fondo de la barra, pero olvidándome de todo por un momento. Rodeado de la misma gente, nadie había entrado después de que yo lo hiciera, salvo un tipo con una gorra de las clásicas, oscura y un tanto desgastada. Era un tipo corpulento, de mediana estatura, con las mejillas rosadas, signo de haber estado empinando el codo durante gran parte del día, que entabló conversación con el camarero desde que llegó, se diría que se conocían de antes. A parte de esto, no ocurrió nada más. Tras casi una hora allí sentado, sentí que mi vejiga necesitaba ser vaciada, de modo que pregunté al camarero por los servicios, y con un gesto de su cabeza, me indicó el camino. Me dirigí a la parte de atrás del antro, entré en el baño, alargado y oscuro, apestaba a ambientador barato y a orina seca de al menos 2 semanas, y me dispuse a evacuar. Justo en ese momento entró el hombre de la gorra, se colocó a mi lado, y mientras silbaba comenzó a mear. Cuando acabé, me di la vuelta y fui a lavarme las manos en el lavabo, me las enjaboné bien porque las tenía pegajosas por el sudor, y cuando terminé utilicé unas toallitas de papel que había en un expendedor de la pared. Mientras me secaba las manos, el otro tipo ya había terminado, y se estaba lavando, entonces me miró y me saludó, yo hice lo propio, no quería parecer maleducado, y entonces me fijé en un tatuaje que tenía en su mano izquierda, cerca de los nudillos, aquel dibujo era prácticamente igual al que había visto en el posavasos. Fue entonces cuando deduje que aquel tipo pintó lo que yo pensaba que era una runa vikinga, casi le pregunto por el significado de aquel tatuaje, pero no me atreví, pensé “ya lo miraré cuando llegue a casa”. Salí del W.C. y volví a mi taburete, pensé que podría tomarme la última cerveza antes de ir a casa. El otro tipo apareció al poco rato, y se despidió del camarero, salió del bar, y pude ver que ya había anochecido. Estuve casi media hora más allí sentado antes de marcharme, pagué al camarero, al que creo que no le sentó muy bien que no le dejara propina, pero seguro que a mí me hacía más falta que a él, y salí de allí. La noche había caído totalmente sobre la ciudad, el aire era más fresco, se podía respirar. Me dispuse a coger el autobús para ir a mi casa, pero pensé que podría ir dando un paseo, así que doblé la esquina del bar y me metí en una calle oscura, había humedad y bolsas de basura. Otro día quizás no me hubiera atrevido a pasar por allí, pero me sentía bien, con fuerzas suficientes para hacerlo. Nada más había dado unos cuantos pasos cuando tropecé con algo y caí al suelo, justo encima de una caja de cartón que olía a orina. Me levanté tan rápido como pude, y al girarme para ver con qué había tropezado me encontré con el tipo corpulento del bar, el de la gorra. Estaba tirado en el suelo, me agaché para ver si se encontraba bien, pero parecía inconsciente, quizás demasiado borracho. Pensé que no podía dejarlo allí, y fui a meter la mano en su chaqueta para ver si tenía documentación, entonces me di cuenta de que no estaba inconsciente, estaba muerto!!, tenía una navaja clavada a la altura del corazón. Encendí mi mechero para ver mejor, y pude ver como la sangre había impregnado toda su ropa alrededor de la navaja, además, el asesino tuvo el detalle de dejar una nota, en la que se podía distinguir una palabra extraña, “PERTH”, y un dibujo, curiosamente el mismo dibujo que el del tatuaje de aquel tipo. Arranqué la nota, que estaba atravesada entre la navaja y el pecho del cadáver, y también me llevé su cartera. Salí corriendo de allí y llamé a la policía desde una cabina apartada del lugar del crimen para dar parte de lo sucedido. Tenía que llegar a casa para averiguar el significado de aquel símbolo, detrás de todo aquello debía haber algo gordo, estaba seguro….quizás algo interesante para un artículo……
Capitulo 2º

Cuando llegué a casa ya era media noche, estaba sudoroso y las plantas de los pies me ardían, había venido corriendo todo el camino, y me sentía como si hubiera caminado por una tabla llena de clavos afilados. El correo se amontonaba en mi papelera, facturas, publicidad y alguna suscripción caducada a revistas de fotografía se mezclaban con papeles arrugados de algún intento por escribir un artículo interesante. Me senté frente a mi escritorio y encendí el mugriento flexo que me acompañaba cada noche en mi continua frustración por escribir algo para ganar dinero, montones de papeles viejos se esparcían por la polvorienta superficie, y un cenicero lleno de colillas ambientaba la atmósfera…el olor era bastante rancio. Saqué la servilleta, el posavasos y la nota ensangrentada, las puse en línea para compararlas, el dibujo de la nota y el del posavasos eran idénticos, como el del tatuaje del ahora cadáver. Me quedé largo rato mirando los dibujos, la palabra “PERTH” no me decía absolutamente nada, y lo que yo pensaba que podría ser una runa era algo que no se sostenía como una posible teoría. De todas formas insistí en rebuscar entre mis antiguos libros en busca de algo que al menos saciara mi curiosidad. Pasé un par de horas releyendo aquellos libros viejos hasta que encontré la runa que había visto dibujada, y curiosamente el nombre de aquella piedra era “PERTH”.

Imagen

La leyenda decía lo siguiente:

“Iniciación - algo oculto, algo secreto
Perth simboliza lo que está más allá de nuestros frágiles poderes de manipulación. Esta runa que representa el cielo, lo que no se sabe, está asociada al Ave Fénix, quien se consume en fuego y renace de sus propias cenizas. Es una runa secreta y oculta.
Aquí están trabajando fuerzas profundas de transformación interna, y sin embargo lo que se logra no es fácil, ni se puede compartir instantáneamente. Algo relacionado con esta situación esta oculto, disfrazado, permanece secreto. De hecho, la mecánica de cómo volverse uno con el todo es un profundo secreto.
Del lado de lo mundano, esta runa anuncia sorpresas, logros, reconocimientos y recompensas que no habías anticipado. Esta runa está simbolizada por el vuelo del águila. Un vuelo vertiginoso, libre de toda atadura, alzándote por encima de la continua red de la vida ordinaria para darte una visión más amplia. Todo esto esta indicado por Perth.
Otra de las runas del ciclo de la Iniciación, Perth simboliza un aspecto intenso de ésta. Nada externo importa aquí, sólo importa el reflejo interno que te está mostrando. Esta runa está vinculada al profundo estado de tu ser, la fundación de tu destino. Para algunos Perth simboliza experimentar una muerte. Si es necesario, deja todo, sin excepciones. Se trata de la renovación de tu Espíritu.”


No acaba de entender nada de todo aquello, las ideas flotaban en mi cerebro como pequeñas bolitas de mercurio, esperando a que unas absorbieran a las otras hasta formar una bola homogénea que diera algo de sentido a toda aquella historia. Cerré el libro, estaba cansado…en la pasta había una pegatina con mi nombre: Sam Hill. Ese era yo, un joven periodista con aspiraciones detectivescas que vivía en un pequeño apartamento alquilado, había pasado la mayor parte de mi infancia en aquella ciudad, pero a los quince años mi familia se trasladó, por razones de trabajo de mi padre, y el hecho de separarme de todos mis amigos fue un duro golpe para mí. Los años siguientes estuve arrastrando conmigo la melancolía que me producía estar tan lejos de la ciudad que me vio nacer, de modo que en cuanto llegué a la universidad regresé al que había sido mi hogar. Tras los años de estudio en la Facultad de Periodismo me gradué y comencé a trabajar, y allí estaba, rodeado de recuerdos y esperando que la vida me sonriera.
Con tanto recuerdo de tiempos mejores no recordaba en qué momento me había quedado dormido, desperté con el cuello rígido como un tablón, la cabeza sobre los papeles de la mesa y los brazos dormidos por la incómoda postura, antes de dormirme había puesto un cd en la cadena, seguía girando, era un recopilatorio de los grandes éxitos de Hall and Oates, sonaba el tema “She’s a maneater”, la comehombres, una imagen de Eva vino a mi mente, pero la aparté rápido, tenía mejores cosas en qué pensar que en la mujer que me había exprimido hasta la última gota de sangre….algo me oprimía en el bolsillo del pantalón, busqué y encontré la cartera de aquel tipo, recordé que se la había sacado de su chaqueta, pero con el lío que tenía en mi cabeza lo olvidé por completo. Rebusqué entre los compartimentos esperando encontrar algo interesante, algo que me diera una pista a seguir. Me llamó la atención una pequeña llave dorada que se perdía entre la calderilla, tenía una etiqueta atada que decía “estación de Saint Louis – apartado 13”. Conocía aquella estación de tren, y pensé en ir, pero antes debía asearme un poco y comer algo, era casi de día, los rayos de sol empezaban a acariciar las persianas de mi apartamento, era el único momento del día en el que aquel cuchitril parecía algo acogedor. Mientras estaba en la ducha sonó el teléfono, “seguro que es mi redactor”, pensé, llevaba esperando mi artículo semanal desde hace varios días, pero yo estaba seco de ideas como nunca lo había estado, no era mi mejor momento, lo sabía, pero tenía el presentimiento de estar detrás de algo, aunque aún no sabía de qué, y no me quitaba de la cabeza aquel dibujo tan raro y el asesinato del hombre de la cervecería. Una vez listo, me puse en marcha, bajé a la cafetería en la que desayunaba siempre, un local estrecho y alargado que siempre olía a bollos frescos. Pedí un café, un bollo y un trozo de tarta, y mientras desayunaba busqué en la prensa de la mañana algo relacionado con el crimen de anoche, pero no hubo nada, ni una mínima referencia, hecho que me extrañó, porque era el diario de mayor tirada de la ciudad, y era raro que no se hicieran eco de un suceso tan notable, aunque se cometían docenas de asesinatos al día y eso puede que no dejara hueco para la muerte de una persona anónima más. Pagué y me fui, pensando en pasar primero por el callejón donde murió aquel tipo. Monté en un taxi, y en veinte minutos estaba allí, paró justo en frente del bar en el que estuve ayer, el cual estaba cerrado, quizás fuera muy pronto para que una cervecería estuviera abierta. Me encaminé hacia el callejón que estaba detrás del local, y me detuve justo donde tropecé con el cadáver, pero lógicamente allí no había nada, y lo más extraño es que ni siquiera había manchas de sangre, ni señas de que la policía hubiera estado por la zona. Estaba totalmente desorientado, sentía que aquello me desbordaba, y recordé la llave que encontré en la cartera esta mañana. La estación de Saint Louis no estaba lejos del lugar en el que me encontraba, así que decidí ir a pie. En pocos minutos llegué a la estación, era un edificio antiguo, con una fachada enorme y unas puertas automáticas que se abrían por sensores al acercarse, como en la mayoría de las estaciones. Una vez dentro pregunté por las taquillas a un empleado de limpieza, estaban en la zona norte. No fue difícil encontrar el sitio, había poca gente a esas horas, no era el ritmo frenético de las franjas horarias de mayor afluencia de visitantes. Allí estaba yo, enfrente de aquellas taquillas plateadas, repletas de graffitis, pensando si hacía lo correcto, dudando entre abrir la número 13 u olvidarme del tema, volver a casa y escribir mi artículo semanal. Un escalofrío recorrió mi espalda, dudaba como nunca lo había hecho, la llave ardía en mi mano cerrada, no sabía lo que me esperaba allí dentro….”¡qué demonios!”, me dije a mi mismo alentándome, di un paso al frente y metí la llave en la taquilla número 13 – “Vaya número me ha tocado” – susurré para mi mismo, giré el metal, los nervios pinchaban mi estómago, parecía que había desayunado una taza llena de chinchetas, pero ahora no me podía detener. Abrí la taquilla, dentro había una caja roja de metal, la saqué, no había nada más, cerré rápido la pequeña puerta y salí corriendo de la estación, mientras me iba de allí cada vez me sentía mejor, más tranquilo. Monté en otro taxi y me fui a casa. Tenía que abrir la caja, la curiosidad me estaba perforando la úlcera, le pedí al conductor que fuera más rápido. Cuando llegué al apartamento me fui directo a mi mesa, pasé el brazo por encima tirando todo lo que había directamente al suelo, y deposité allí la caja roja. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no podría abrirla sin su correspondiente llave, busqué otra vez en la cartera que le había sustraído al tipo de anoche, pero no encontré nada, así que me dispuse a forzarla, era la única forma de saber qué había dentro, necesitaba saberlo, estaba dispuesto a llegar hasta el fondo de aquel asunto.
Capitulo 3º

La caja pesaba bastante, la curiosidad me hacía sentirme como si tuviera un mundo entre mis manos, la agité un poco, por el sonido deduje que contenía algo metálico entre otras cosas, la manoseé durante varios momentos, viendo la forma de abrirla, intenté aflojar los tornillos que sujetaban las pequeñas bisagras de la parte trasera, pero mi destornillador era demasiado grande – “Maldición!!!” – exclamé, sólo podía intentar reventarla, pensé en tirarla contra el suelo, y me di cuenta que esa no era una buena solución, podría romper algo importante que contuviera. Finalmente fui al armario para ver si encontraba alguna herramienta útil, algo como un martillo, necesitaba algún objeto contundente. Encontré un martillo viejo con el mango de madera y un hacha pequeña, recuerdo que compré aquellos objetos hace un par de meses, en un supermercado en el que estaban de oferta, y los guardé en el armario al darme cuenta de la absurda compra que acababa de hacer, nunca pensé que los fuera a utilizar en una situación semejante. Coloqué la caja en el suelo, justo en el centro de la habitación, mis manos temblaban, las gotas de sudor resbalaban por mi frente hasta la punta de mi nariz, y desde allí se precipitaban sobre la tapa de la caja roja…..la caja roja que debía abrir. Intenté probar primero con el hacha, golpeando justo en la pequeña ranura que había entre la tapa y el resto de la caja, debería asestarle un golpe muy certero, levanté mi brazo, aparté la otra mano que la sujetaba y sin pensármelo lancé el primer golpe, pero fallé, pequeños trozos de pintura salieron volando, el sonido del metal al ser golpeado me estalló en los oídos, la caja se tambaleó durante un segundo, pude oír cómo el contenido se agitaba por el fuerte impacto. El segundo golpe fue más certero, esta vez arremetí contra las bisagras, consiguiendo romper una, y tras varios intentos más, la segunda también cedió. Allí estaba yo, arrodillado frente a la caja, mis movimientos eran lentos, estaba saboreando el momento de despejar qué contenía aquel objeto. Con mucho cuidado levanté la tapa, la deposité detrás de mí, era el momento de examinar el contenido. Había un estuche de piel marrón bastante arrugado con un juego de llaves, una piedra con el símbolo de la runa “PERTH”, un teléfono móvil bastante pesado, varias cartas aún por abrir y un fajo de billetes, al menos dos de los grandes calculé a ojo. Esparcidas por toda la caja había varias balas pequeñas, no sé de qué calibre eran, yo no entendía nada de munición, pero por el tamaño supuse que debían servir para un revolver de bajo calibre. Pasé unos minutos abriendo las cartas que encontré, el papel del sobre, así como el de los escritos era de buena calidad y desprendía un rancio olor a viejo, pero lo que había escrito me fue imposible de descifrar, era un dialecto que yo no había visto en mi vida. Todos los sobres eran negros, cada uno estaba sellado con cera roja, y cada sello tenía la forma de una runa…ninguno se repetía, así hasta un total de veintidós. Acudí de nuevo al libro que estuve consultando ayer, comprobando cada runa, y llegando a la conclusión de que faltaba un sobre, el de la runa de “ODIN”. ¿Por qué aquel hombre estaba en posesión de aquellos sobres? ¿Por qué faltaba un sobre? En el libro explicaba muy bien el significado de la runa de “ODIN”, “lo desconocido – lo divino”, la famosa runa en blanco. La cabeza me iba a estallar, todo aquello no tenía ningún sentido. Pensé en estudiar un poco más lo de las runas cuando aclarara algunas ideas, además, debía resolver el enigma de aquel extraño dialecto en el que estaban escritas las cartas, para ello había pensado en llevársela a uno de mis profesores de la Facultad de Periodismo, el Profesor Hallenbeck, un gran entendido en lenguas, y uno de los mejores profesores que había tenido. Tomé el estuche de cuero marrón, lo abrí, y desplegué las llaves, una pequeña tarjeta cayó zigzagueando hasta el suelo. Me agaché y la recogí. Ponía “ Bill Mulcahy – Cervecería Irlandesa – Rúa de Montreal 91”. Era la dirección de la cervecería en la que estuve ayer, supuse que el tal Mulcahy era el camarero barbudo y dueño del local. Por detrás de la tarjeta había algo escrito “ Duggan, aquí te dejo un juego de llaves de mi local para las reuniones”. ¿Sería Duggan el hombre que murió ayer asesinado? Parecía que algo se iba aclarando, al menos ya tenía algún nombre. Pensé en ir a la cervecería, pero aún era de día, lo mejor sería entrar allí por la noche, después de que hubieran cerrado, podría investigar el local en busca de alguna pista que me pusiera en el buen camino. No sabía que hacer mientras, de modo que me puse a escribir el artículo semanal para el periódico, algo relacionado con las apuestas ilegales en los partidos de la Superbowl, la liga de fútbol profesional del Estado. La verdad es que todo fluyó con más claridad, el hecho de involucrarme en algo desconocido como era todo aquello de las runas producía un efecto estimulante en mis ganas de escribir. Terminé el artículo en dos horas, era casi la hora de comer, así que pedí comida china por teléfono, pagué con el dinero que había en la caja, y cuando terminé de saciar mi apetito decidí tomarme un descanso, ¿qué mejor manera de hacer tiempo hasta que fuera de noche para ir a la cervecería?.
Desperté sobre las once de la noche con un dolor de cabeza espantoso, era como tener una jauría de murciélagos dentro chillando afanosamente, preparé un café y fumé un cigarro para despejarme. Pensé en pasar por la redacción del periódico antes de ir a la cervecería, así entregaría mi artículo, y el dictador de mi jefe me dejaría en paz al menos por una semana más. Salí de casa a eso de las once y media de la noche, aún tenía tiempo antes del cierre en el periódico. Tomé el autobús de la línea 23, que me dejaría en la misma puerta del trabajo. El edificio del periódico era de dos plantas, una construcción robusta llena de enormes ventanas en forma de arco, en la primera planta se encontraban las redacciones de los distintos apartados del periódico, y en la segunda estaban los despachos de los directivos. Yo me movía por todas las redacciones, tan pronto tenía que escribir un artículo sobre deporte, como uno de política a la semana siguiente, aunque no se diferenciaban tanto el uno del otro, ambos giraban en torno a la mentira y el dinero, la corrupción y los intereses de los más poderosos. Entré a través de la puerta giratoria, y me fui directo al despacho del jefe, quedaban pocos empleados a esas horas, los últimos retoques antes del cierre. Atravesé la larga sala repleta de mesas llenas de papeles, ordenadores y cafés a medio terminar. No saludé a nadie, yo no era muy popular por allí aún, y la rivalidad entre periodistas se palpaba en el ambiente, y cualquier competencia se convertía en un enemigo a batir. Llegué hasta la oficina del jefe, no había nadie dentro, se podía ver a través del cristal de la puerta. Pensé “ genial, no hay nadie, así no tendré que soportar las voces de ese energúmeno”, deposité un sobre grande con el artículo dentro en una bandeja, y dejé una nota con mi nombre para que no lo extraviara, y salí de allí como alma que lleva el diablo. Casi estaba fuera del edificio cuando oí la grave y desproporcionadamente elevada voz de mi redactor jefe chillando al fondo del pasillo:
- ¡Hill! – gritó - ¡dónde te habías, metido maldito holgazán! – me reprochó. La verdad es que no recuerdo una conversación con aquel tipo en la que no me hubiera insultado ni una sola vez. El personaje en cuestión se llamaba Thomas Abramovich, un judío bajito y calvo con muy mal carácter, que tomaba café como si fuera agua y leía libros sobre autoconocimiento y refuerzo mental.
- Verá jefe – contesté – he tenido unos días muy complicados – si él supiera lo que me ha pasado, pensé. Pero con aquel tipo no se podía razonar.
- ¡Maldita sea chico, el día menos pensado te echo a la calle de una patada en el culo! – volvió a gritar. No entendía por qué me seguía chillando, si ya estábamos el uno frente al otro.
- Lo siento jefe, lo sé, me he retrasado más de la cuenta – me defendí – no volverá a pasar. - Verá, me ha pasado algo increíble….. – no me dejó terminar.
- ¡No me interesa tu mierda de vida, maldito crío! – insistía en chillarme - ¡Espero ver tu artículo encima de mi mesa cuando llegue a mi despacho! – continuó chillándome, a la vez que me llenaba la cara de pequeños escupitajos que venían seguidos de su apestoso aliento.
- Allí lo tiene, recién escrito – no sé ni por qué me molestaba en hablarle, era como lanzar palabras al cubo de la basura, se tragaba todo lo que le decían y nada más te devolvía su apestoso aliento con unos cuantos improperios mal enlazados.
- ¡Chico! – de nuevo gritando - ¡Estás en la cuerda floja, no lo olvides! – me amenazó, eso era lo que mejor se le daba.
- Lo siento mucho – dije, tratando de suavizar la cosa, y preparando mi cara para una nueva oleada de pequeños salivazos – soy un vago y me odio a mi mismo – añadí, pensando que debería haberme mordido la lengua en ese último comentario, pero me estaba empezando a enfadar aquel tipo tan desagradable.
Su cara se empezó a poner roja como la vieja corbata que llevaba al cuello, se acercó y con su menudo dedo índice en posición amenazadora contestó:
- ¡En algo estamos de acuerdo! – ladró de nuevo, ante mi ingenuo asombro. Mi rostro debió ser todo un poema ante semejante respuesta, aunque no las tenía todas conmigo, algo le quedaba por decir.
- ¿De verdad? – pregunté realmente asombrado – ¿en qué jefe? – la curiosidad me embargaba.
- ¡YO TAMBIEN TE ODIO! – gritó poniéndose de puntillas, y dando media vuelta se alejó a paso rápido murmurando toda clase de palabrotas en mi honor. Aquel hombre moriría de un infarto antes de llegar a la jubilación, siempre alterado y cabreado con el mundo.
En fin, traté de olvidar aquella discusión lo antes posible, era ya casi la una de la noche, y mi siguiente parada era la cervecería irlandesa del tal Bill Mulcahy. Salí del periódico y caminé en dirección al bar durante media hora para hacer tiempo hasta que cerraran. Finalmente monté en un taxi, que en un cuarto de hora me dejó justo en la puerta del local, pagué de nuevo con el dinero que encontré en la caja y salí del coche. La calle estaba mojada, un camión del ayuntamiento acababa de pasar por allí empapando el asfalto, el aire refrescaba mis sienes, que palpitaban aceleradamente por la excitación que me causaba aquella situación. El local estaba ya cerrado, y pensé en probar primero si alguna de las llaves servía para entrar por la parte de atrás, para no llamar la atención, aunque no pasaba nadie por allí a esas horas. Encontré la puerta en el callejón donde había muerto aquel tipo llamado Duggan ayer por la noche. Probé con una llave y acerté a la primera. La puerta se abrió, entré y la cerré tras de mí. Todo estaba oscuro, encendí mi mechero para ver donde pisaba. Había una puerta azul al final del pasillo en el que me encontraba, el silencio era interrumpido únicamente por el crujir del suelo de madera a cada paso que daba, mi corazón se disparó, empecé a sentir miedo en aquella estancia estrecha, me faltaba el aire, pero no podía darme la vuelta ahora. Llegué hasta la puerta azul, la abrí y entré, era un cuarto cerrado llenos de cajas. Encendí la luz y me dispuse a cotillear en el interior de una de ellas, cuando de pronto sentí una mano que me tocaba el hombro. Sobresaltado me di la vuelta rápidamente y pude ver a un hombre alto y rubio, muy corpulento, antes de que me golpeara en la cabeza con una tabla de madera. El golpe fue terrible, caí al suelo y perdí el conocimiento.

CONTINUARÁ…
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