Crónica: Alma del Destino (Por favor no escribir)

Capítulo 1


Estaba frente al espejo del cuarto de baño, contemplándose. Las ojeras marcaban su rostro con la señal del insomnio.
- Vamos Gabriel, tienes que espabilar. Si no te volverás loco -se dijo a si mismo- Necesitas salir y distraerte. Llamaré a alguien y me iré de marcha por ahí. Sí, ya está bien de estar aquí encerrado.
Después de una ducha rápida cogió el teléfono. Llamó a su mejor amigo, Daniel. Sabía que podía contar con él a la hora de despejarse y pasarlo bien.
- ¿Si?
- Hola Dani, soy yo.
- ¡Hombre! ¿Que tal tío? Estaba a punto de llamarte.
- Si, siempre te pasa igual.
- Eh, jejeje. Venga, es en serio. Esta noche hemos quedado, y te iba a decir que si te venías.
- Pues yo te llamaba para lo mismo. Casualidades de la vida.
- Ya ves. Entonces cuento contigo. Quedamos donde siempre tú y yo, a las once. ¿Te va bien?
- Claro. Estaré a las once y media para no esperar mucho.
- Vaaaaale, seré puntual. Pero verás cuando conozcas a la chica nueva que se viene con nosotros. Mmm, madre de Dios. Seguro que a ella no te importaría esperarla.
- Jajajaja, tú como siempre. La verdad es que me hace falta salir y distraerme un rato.
-¿Por qué crees que te iba a llamar? Se que te hace falta. Además, para eso estamos los amigos.
- Te lo agradezco. Bueno, entonces a las once, ¿verdad?
- Siiii, seré puntual. O por lo menos intentaré serlo.
- Más te vale. Hasta luego.
- Nos vemos.

Gabriel salió de su casa a las once menos diez. Le daría tiempo a llegar donde había quedado, y tenía la certeza de que tendría que esperar. Sin embargo, poco antes de llegar al bar donde siempre se reunía con sus amigos, se encontró con Daniel.
- Hola campeón –fue el saludo de Daniel.
- Hola. ¿Dónde vamos?
- En dirección contraria, nos llegaremos a Qabina. Tenemos que recoger a Marta y a Mariló. También se viene Ana, la que te dije por teléfono. Es amiga de Mariló, así que a lo mejor la conoces.
- ¿Ana? No se. ¿Cómo es? –dijo Gabriel.
- Es una pelirroja. Pelo largo, ojos verdes. Un par de ya sabes… bien puestas. Resumiendo: está tremenda –comentó Daniel
- Ah sí, creo que hace tiempo Mariló me la presentó.
- Luego nos esperan Pablo y Manolo en Qabina, y allí habrá más gente.
Unos minutos andando y llegaron a casa de Marta. Después del ritual de saludos y presentaciones, el pequeño grupo se encaminó hacia Qabina, discoteca de moda y lugar de reunión para muchos jóvenes y otros no tan jóvenes.
Después de encontrarse con sus amigos y pasar unos momentos con ellos, Gabriel se acercó a la barra a saludar a su camarera favorita y amiga desde antes de que le salieran los dientes. Ella le dio un tierno beso en la mejilla al tiempo que le recordaba al oído el tiempo que llevaban sin verse. Gabriel se disculpó torpemente, prometiendo pasar más tiempo con ella en cuanto hubiese resuelto sus problemas.
- ¿Por qué no me cuentas todo lo que te pasa? –insistió ella.
- Mary, somos como hermanos. Ya te he dicho que no hay nada más aparte de lo que ya sabes. De verdad.
- No sé, no sé. No terminas de convencerme.
- Anda, ponme algo a ver si me animo.
- Bueno, porque eres tú, que si no… -bromeó ella.
Se dio media vuelta sobre el taburete para contemplar la diversión de sus amigos. Mientras observaba los movimientos casi hipnóticos de la masa de gente al bailar entremezclados con las luces parpadeantes, su mente comenzó a divagar. Daba vueltas a las mismas cosas una y otra vez, siguiendo el ritmo de la música y las luces en su cabeza. Sus pensamientos empezaron a perder el sentido, hasta que una voz femenina, con un acento extraño, le sacó de su ensueño.


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Capítulo 2

- ¿Te encuentras bien? –preguntó la extraña con una cierta preocupación en su rostro.
- ¿Qué? Ah, sí, sí, estoy bien –contestó Gabriel sin terminar de despertar.
- Tienes mala cara. Necesitas que te de un poco el aire. Vamos fuera, te acompaño.
- Claro –fue la respuesta de Gabriel. Sentía que aquella mujer lo arrastraba sólo con la fuerza de sus palabras.
Ella tomó su mano para guiarlo. Un escalofrío recorrió el brazo de Gabriel al sentir el tacto frío de ella, disolviendo por completo los restos del ensueño. Avanzando entre el bullicio de la gente como si un pasillo se abriera ante ellos, llegaron al exterior.
Sus tímpanos aún vibraban con fuerza. Parpadeó un par de veces hasta adaptar sus ojos a la tenue luz del exterior. Terminó por levantar la cabeza y contemplar a quién tenía enfrente. Su pulso se aceleraba por momentos, y un leve sonrojo asomó a su cara. Estaba frente a la mujer más bella que había visto en su vida. Calculó que tendría más o menos su edad, unos 25 años. El pelo le alcanzaba la mitad de la espalda, con un color castaño claro. Los ojos, del color de la miel, desvelaban una experiencia como sólo se ve en los ojos de los viejos. Su cara no tenía nada llamativo, ni ninguna imperfección, así que por ello era perfecta. La luz presente le confería un aspecto pálido y delicado.
- ¿Estás mejor? –preguntó ella.
- Sí, ya estoy bien. Gracias por sacarme, creo que me estaba mareando.
- Eso me pareció. Bueno, eso y que estaba preguntándote tu nombre y no me escuchabas.
- Gabriel. Me llamo Gabriel.
- Yo soy Helena. Encantada.
Él se acercó a darle los dos besos de costumbre con cierto nerviosismo. Al momento, notó una sonrisa nerviosa y un rubor en el rostro de ella que se hizo más evidente debido a su palidez.
Hablaron durante horas, cada vez más entusiasmados con su conversación, siendo interrumpidos únicamente por Daniel, que se acercó un momento para ver como estaba su amigo. Sobre las cuatro y media de la madrugada, Helena se despidió con prisas, dejándole a Gabriel su número de teléfono y agitando la mano.
Gabriel se quedó apoyado sobre la pared, reflexionando, aclarando sus pensamientos con frialdad.
Pensaba en lo que había supuesto el conocer a Helena. Se sentía atraído por ella, y no sólo por su físico. Tenía algo imperceptible a simple vista que lo hacía sentirse fascinado. Con calma intentó racionalizar la situación, sin dejarse arrastrar por emociones que en un primer momento le pudieran llevar por el camino equivocado. Él no conocía de nada a Helena, pero sí que estaba dispuesto a conocerla. Se preguntaba si ella estaría dispuesta, si sentiría algo por él. La sonrisa nerviosa y la subida de colores que observó le decían que sí.
Entró a buscar a sus amigos para despedirse, justo para encontrárselos en la puerta.
- Ya nos vamos –le dijo Daniel.
- Yo también me iba. Me voy con vosotros. –contestó Gabriel.
- Claro –mientras decía esto, Daniel cogió a su amigo por el hombro, poniéndose al final del grupo.- Oye, ¿qué tal con la chica esa? Porque está que parte y reparte tío. Si has triunfado, te pongo en un altar, jajajaja.
- Pues ya puedes ir bajándome. Solo hemos estado hablando.
- Joooder, casi cuatro horas hablando. Por lo menos le habrás pedido el número de teléfono, ¿no?
- No, no me ha hecho falta. Me lo ha dado ella.
- Que bien tío. A ver si así te entonas.
- Mmm, creo que mañana la llamaré.
- ¡Eso es! ¡A ver si te la…!
- Shhh, son las cinco de la mañana, y ya sabes quién va ahí delante. No empieces a dar voces –le dijo Gabriel en voz baja.
- Vale, vale, perdona.
El resto del camino hacia su casa se le hizo corto. Se despidió de sus amigos, y todos se mostraron muy afectuosos con él, como siempre. Al llegar le esperaba la soledad de su hogar, fracturado hace ahora año y medio. Sus padres y su hermana murieron en un accidente de coche.
Cuando estaba abriendo la puerta, recordó el momento en que tuvo que identificar los objetos personales de su familia. No pudo ver sus restos, el accidente había sido tan brutal que lo único que quedó era un amasijo de carne, sangre y metal irreconocible.
Tanto Antonio, su hermano mayor, como su amiga Maria fueron un apoyo imprescindible en esos momentos, evitando que cayera en una profunda depresión. Aunque su hermano le ofreció su casa, Gabriel prefirió quedarse en su hogar. Principalmente porque no quería irse al extranjero, eso significaba dejar muchas cosas importantes atrás; y en segundo lugar, porque quería acostumbrarse pronto a vivir solo. Con estos pensamientos dando vueltas en su cabeza, se metió en la cama. Los pensamientos se mezclaron unos con otros en la antesala del sueño, y algo le dijo que la chica que había conocido esa noche, Helena, sería muy importante en su vida.



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