Los Campos Tristes

Bueno, aquí está una de mis últimas historias. Es algo más larga que las otras pero espero que la aguantéis bien. Ya me diréis qué os parece:




LOS CAMPOS TRISTES


De noche, cuando era pequeño, podía ver el mundo a través de la ventana de mi habitación, un mundo de inabarcable profundidad cuyo mestizaje de formas parecía arropar en silencio mi esperanza. Sin embargo, es cierto que el tiempo estrangula la tierra; casi con incredulidad comprobé cómo los años iban bebiendo de aquel mar oscuro hasta reducir su nocturna mirada a un punto que sólo encerraba dolor. Cuando era pequeño buscaba héroes de metal; soñaba con alcanzar la estrella que se reflejaba sobre mi puerta, con arrojar la bota de mis pies a un cielo que podía acariciar con la nariz. Ahora, el firmamento ha cambiado; se ha perdido aquella estrella en un viaje que nunca pude comprender. Por eso, en cierto modo, me dispongo a contar la historia de un hombre al que el niño hubiese despreciado. Este es el relato de otra vida, de otro ser que ha dejado de buscar héroes bajo los frutos de cada árbol; otra sombra más que ha vinculado a su sangre la enfermedad más contagiosa del mundo: la pobreza.

I


Aquella hoja se balanceaba en las manos del nuevo con el mismo peligro de una daga afilada en la más alta cuchillería. Un gancho, a pesar de no ser instrumento de riesgo, puede causar dolores musculares si no se aprende a encajarlo bien entre los dedos, dolores que repercuten hasta la cadera en los casos más afectados; asímismo, un filo como aquél, procurado para cortar con suavidad el ramaje de las parras, bien podría herir la carne humana si es manejado por malas manos. Aquel sujeto no mostraba destreza alguna; realizaba exagerados aspavientos con un descuido propio de alguien que no ha terminado de comprender dónde está. Al final todos acaban por acostumbrarse; el padecimiento se convierte en una droga para los huesos, en una prisión invisible que encierra la seguridad de un mendrugo de pan para el humilde. Pero aquel hombre no tenía por qué saberlo, su continua risa delataba la inocencia de su imaginación. Los primerizos siempre sonríen, creen que han finalizado los años de mendigar alma y ron entre las calles nevadas de la capital. Son, incluso, felices, hasta que descubren el trágico cambio que han introducido en sus vidas: la libertad de la miseria, por la miseria del esclavo.
-Tienes que asegurar el mango con el pulgar-dije mostrándole la manera correcta de hacerlo. Su fila era la más retrasada y decidí tirar un poco de sus fuerzas. Era costumbre ayudar al pobre desgraciado que no es capaz de seguir el ritmo de los viejos. Nuestro patrón tendía a deshacerse de tres o cuatro trabajadores cada semana, y si no mostrabas más que una vacía sonrisa el primer día, era posible que al siguiente tus manos no encontrasen campo en el que obrar.
-¡Qué importa, diablos!-exclamó risueño-. Esta noche, mi hijo tendrá sobre la mesa un pedazo de pan.
Consideré una pérdida de tiempo responderle. La tierra es la mejor maestra imaginable, y tras dos semanas sobre la intensa soledad de sus vientos mudos, caería en la misma estupefacción que todos nosotros. Quizás los años de aspirar la rudeza del centeno y de la uva mantuvieron mi boca cerrada.
Al caer la tarde nos convertíamos en un ejército de marionetas silenciosas que guardaba entre sus filas al más ingrato de los prisioneros: el campo. Día tras día, los monótonos desfiles iban despedazando nuestras almas, y en medio de aquella tumba abierta, las palabras siempre se ocultaban tras los rugidos, inevitables, de dolor. De forma extraordinaria habíamos desarrollado una habilidad que nos permitía identificar los gruñidos de nuestros compañeros. Así, de forma inequívoca podíamos saber si Juan estaba agotado, o si Gerardo acabaría dos minutos antes que la jornada anterior. Aún era pronto para interpretar los suspiros del nuevo, pero el grito que arrancó de sus entrañas cuando se mutiló la mano con el gancho quedaría grabado en nuestras mentes con la misma precisión de un dibujo incrustado en el cielo de octubre. Todos sentimos su colorido en nuestra piel, algo tangible que iluminó el barrizal hasta la llanura y que transformó en presagio la amplitud de su dolor. Un mal terrible se avecinaba, una presencia oscura y vengativa que reclamaba a su paso la sangre agitada del indigente.
-No servirá de nada que vayas-le aconsejé cuando descubrí su resolución de ir a hablar con el jefe. Se había vendado la mano con un retal de camisa y estaba empeñado en rogar al patrón un par de días libres para sanar la herida-. Lo único que vas a conseguir es su desprecio, siempre y cuando no te despida por la torpeza de tu trabajo.
-¡Pero no puedo continuar así, me he destrozado los dedos!. Sólo sería un estorbo para los demás.
-¿Te refieres a ese raguño?-miré aquel vendaje improvisado incapaz de absorber el continuo flujo de sangre. Cielos santo, realmente era un corte horroroso-. No pretenderás impresionar al jefe con esa herida, ¿verdad?. Observa a Luis, aquel anciano que lleva el cesto al camión; hace quince años perdió su ojo derecho en una disputa con un joven novato e insolente. El chico fue a quejarse al patrón por una rotura en la muñeca y se le echó al instante de la viña; Luis continuó trabajando. Dos días después, la herida se infectó causándole dolores tan monstruosos que casi le llevan a la tumba; una desgracia que arrastró consigo parte de la visión de su ojo izquierdo, y que no habría padecido si el día de la tragedia hubiera decidido dejar de trabajar. Luis se ha convertido en el empleado predilecto del jefe; a sus años aún continúa siendo el más rápido de todo nosotros, y cada día da gracias a Dios por haber conservado su trabajo aquella mañana.

El nuevo me miró con expresión ceñuda, sin comprender la finalidad que mi historia perseguía. Ni siquiera yo estaba seguro de conocer la razón que me había impulsado a sermonear al chico. El desgraciado estaba allí, tieso como una estatua, intentando asimilar mis palabras mientras los nervios le pinzaban cada centimetro de su brazo; y yo, por primera vez en ocho años, había encontrado la inspiración necesaria para emitir más de tres gruñidos durante la faena. Supongo que me dejé llevar por ese repentino deseo de explicar el mundo; por un instante la estrella de mi infancia brilló de nuevo sobre mi puerta. Quería ayudar al chico a padecer, a resistir los empujes de una vida que nos expulsa lentamente de su regazo.
-No querrás desperdiciar ese pan reciente para tu familia-continué, sabiendo que atacaba a sus fibras más sensibles.

El joven pareció dudar un instante; seguramente, en aquel momento su cabeza era un auténtico campo de batalla donde luchaban necesidad y lógica. Finalmente se decidió a seguir mi consejo con resignación, pero un nuevo aullido asoló el aire cuando dobló su maltrecha mano con intención de agarrar las parras. El falso auxilio que le habían provocado mis ánimos era incapaz de adormecer su dolor, su frustración ante el destino, siempre insalvable para el que no tiene dinero para comprarlo. Era otra criatura salvaje nacida de los escombros, creada para recibir la ira de la naturaleza.
-Es inútil-se quejó, dolorido-. Tengo que hablar con él.
Pasados diez minutos estaba de vuelta con la columna doblada, como todos nosotros; guardando, no sé en dónde, los gritos portentosos de su herida. Tuvo suerte en aquella ocasión, pues el jefe se había contentado con amedrentarle con toda clase de amenazas. La comida para su hijo estaba asegurada, al menos, por una noche más.

Al día siguiente el mismo sol infernal volvía a reinar sobre los cielos, y los mismos infelices se disponían a padecer bajo él. Sólo dos cosas habían cambiado: el vendaje del nuevo era mucho más abundante, y su callada, terrorífica, sonrisa había desaparecido.


II

-¿Cómo ha ido, Tomás?- mi mujer siempre me recibía con la misma pregunta cuando volvía del campo, quizás con la oculta esperanza de que mi respuesta fuera distinta.
-Como siempre, aguantando un día más.
-¿Y ese chico nuevo?. Se llama Santiago, ¿no?. El pueblo entero piensa que lo que le hicieron fue una crueldad. No había visto una herida tan espantosa desde lo de Luis.
-El chico parece adaptarse bien. Dentro de poco no necesitará ayuda de nadie.
-Nunca te había visto tan protector con ninguno de tus compañeros. Debe ser cierto que tiene algo especial.
-Bah...es tan sólo un crío, un buen chaval que necesita un par de empujones.
-Me alegra que seas capaz de sentir ese paternalismo; resultará más fácil darte la noticia.
-¿La noticia?.
-Será mejor que cenes antes. Debes de estar agotado.-me sirvió con celeridad un plato de lentejas, evitando mirarme al rostro.
-Maldita sea, Leonor. Me conoces; sabes que no puedo comer cuando me ronda algo por la cabeza. ¿Qué noticia es esa a la que te refieres?.
Mi mujer se frotaba las manos constantemente, símbolo de su ansiedad. Aún no me miraba a los ojos, por lo que supuse que aquello tan importante tenía que ver conmigo. No sabía hasta que punto estaba en los cierto.
-Estoy embarazada- dijo de pronto, atravesándome con su mirada. Supongo que prefirió disparar el anuncio a rodearlo de preámbulos, sabía que de esa forma me dejaría sin aliento.
Reconozco que en aquel momento el mundo cayó sobre mis hombros. Pensé en Santiago, en su angustia por conseguir llevar a su hijo unas tiras de carne seca con nuestros sueldos de esclavos.Ya era todo un misterio cómo aguantábamos mi mujer y yo durante el mes con un plato diario sobre la mesa, y ahora se presentaba un nuevo inquilino de la miseria, una vida nueva a la que había que desengañar. Creí seriamente que aquello era el fin para nosotros.
-Pero,... ¿cómo es posible?-acerté a decir.
-Estas cosas pasan,...no sé. Ya sabes que esto era lo último que deseaba- aunque pretendía parecer serena, pude ver que luchaba contra la lágrimas. Mi reacción ante la noticia no ayudó a tranquilizarla; me sentí un poco avergonzado, después de todo iba a tener un hijo, alguien que podía enseñarme el camino por el que había desaparecido mi estrella.
-Bueno, tranquilizate- dije cogiéndole la mano-. Por muy mal que estén las cosas la llegada de un niño siempre debe ser motivo de alegría. Además, creo que aún nos queda algo en la vieja hucha para momentos difíciles- sonreí al recordar aquel símbolo de nuestro noviazgo; por aquella época pensábamos que nunca necesitaríamos abrir la cubierta de ese barquito mohoso que nos regaló el padre de Leonor.
-En realidad no importa cuánto dinero tengamos ahorrado, ¿verdad?-murmuró cabizbaja-. No importa si le sonreímos al nacer o si le mostramos el poco amor que nos queda.
-Leonor...
-¿Es que no lo entiendes!- exclamó llorando-.¡No quiero engendrar a otro maldito condenado!. ¡No quiero dar a este mundo de crueldad otro siervo de la tierra!.

Unas horas más tarde al fin logré calmarla. Aquella noche dormimos abrazados como en los primeros días de matrimonio, aunque me desvelaron las palabras de Leonor: “otro condenado”; sin duda tenía razón, el futuro reservado para la criatura no podía ser distinto al de nosotros. Pero yo haría algo para cambiarlo, no podría resistir verme reflejado en mi hijo, ver en sus ojos el mismo dolor que ha tensado mi corazón.

III


El día siguiente era día de cobro, lo cual suavizaba mucho nuestra faena. Sin embargo, en aquella ocasión algunas voces anónimas habían anunciado un recorte considerable en la paga y, aunque no teníamos mucha fe en las habladurías, el temor había acabado por incrustarse en nuestra piel. El más ingenuo y confiado de todos era yo; no podía creer en un Dios capaz de lanzar un castigo tan arbitrario cuando mi mujer se encontraba encinta; pensaba que, de alguna forma, las cosas sólo podrían mejorar, que el abismo se había estancado sobre nuestras cabezas destruyendo la posibilidad de caer más por él. Seguí confundido toda la tarde hasta que, al finalizar la jornada, avisté el rostro de Pedro cuando dejaba atrás el tenderete del patrón; su palidez sólo era comparable al vacío aterrador de sus ojos. Nunca había visto a un hombre tan abatido, de modo que, cuando tuve al jefe frente a mis pétreas facciones, ninguna de sus palabras logró impresionarme tanto como la visión de aquel espectro terrenal.
-No...puede ser- murmuré con inocencia al descubrir la descomunal rebaja del salario-. Tiene que haber un error.
-No hay ningún error, Tomás-dijo mirándome con altiveza-. Di al siguiente que pase; no puedo perder el tiempo contigo.
-Pero si esto es casi la mitad de lo acostumbrado-sostenía los billetes con incredulidad, resistiendo el impulso de arrojárselos a la cara.
El patrón suspiró, torciendo el rostro en señal de impaciencia.
-¿Y qué diablos quieres que haga yo?. Las previsiones de venta para este año no son muy alentadoras, y los terratenientes no están satisfechos con vuestro trabajo. La solución más justa que han pensado es ésta, y así me lo han hecho saber hace dos días. “Un pequeño castigo” fueron las palabras exactas que utilizaron.
-¿Su solución, jefe?, ¿no será la tuya?-aquello fue una estupidez, pero no pude contenerme. Los años de sufrimiento se adueñaron de mis labios.
-Dos décadas, Tomás. Llevas trabajando para mí veinte años, ¿y te arriesgas ahora a perder tu empleo por ua estupidez semejante?. Si vuelvo a oír otra palabra acusadora, será mejor que no te molestes en volver.
-Lo siento, patrón-la experiencia me había enseñado que siempre era mejor tragarse el orgullo.
-Está bien, ahora que pase Gerardo.
Me marché de allí con la oculta certeza de que Dios nos había abandonado, de que sólo el diablo prestaba atención a los asuntos que asolaban la vida de los hombres. Tal vez habría que girar la cabeza hacia la oscuridad, desatar ese alma de penumbra que todos llevamos dentro.

Dos días después comprobé que algo extraño ocurría en el trabajo. Los gruñidos rutinarios de mis compañeros se habían convertido en continuos susurros que el aire transportaba de un lado a otro del majuelo. A media mañana, Gabriel se situó a mi lado y aquellos rumores llegaron al fin hasta mis oídos.
-Esta noche hay reunión en casa de Juan-murmuró sin levantar la vista de la parra-. A las diez; no llegues tarde.
Aquel mensaje resultó ser una nueva de muerte y esperanza. Avivó el ánimo de los trabajadores aún sin saber cuál era su propósito, y al tiempo desenmascaró el agudo rostro del desastre, pues todos conocíamos la palabra que se ocultaba bajo su inocencia: venganza.

IV


La casa de Juan estaba repleta de rostros conocidos; allí estaba Luis, Gerardo, Gabriel, Pedro, Jorge...todos los que nos partíamos la espalda cada día incluido Santiago, que estaba mostrando su herida a los compañeros como si se tratara de una cicatriz de guerra. Cuando llegué, Juan me invitó a tomar asiento mientras me explicaba que había sido suya la idea de convocar esta reunión. Me dijo que era necesario discutir cierto asunto, aunque la verdad era que todo estaba ya decidido; nos hallábamos juntos para regocijarnos del crimen que íbamos a cometer. Por eso no me sorprendí cuando Santiago me anunció con su terrible sonrisa que habían decidido acabar con la vida del patrón.
-Sí, Tomás,-corroboró Pedro-. Tenemos que hacer algo para que cese esta pobreza.
-¡Nos ha robado miserablemente!-exclamó Luis desde el fondo-. ¿Acaso no es de justicia que reciba un escarmiento?.
Me sorprendió ver a Luis tan motivado. No importó en su momento el descomunal sacrifició que realizó con un solo ojo por miedo a perder su trabajo; había hecho falta la amenaza del sueldo para tomar la decisión de actuar.Y no es que yo estuviera en contra; desde el momento en que atravesé aquella puerta me mostré de acuerdo con su particular solución al problema. Ese “algo” que buscaba y que cambiaría el futuro de mi hijo no podía encontrarse muy lejos de aquel radicalismo, pues no hay nada en este mundo que lave mejor los pecados que la sangre.
-¿Y cuándo habíais pensado hacerlo?-pregunté.
-Mañana- respondió Juan-. Actuaremos cuando termine la jornada. Sería una estupidez dejarlo para más adelante.
-Hablas como si estuviera todo decidido-protestó Lorenzo- Todavía no veo razón alguna para este asesinato. ¿Es que van a mejorar las cosas cuando el patrón no esté?. Nos mandarán a otro tal vez peor, eso sin contar que nos harán un montón de preguntas.
-No te preocupes, esconderemos bien el cuerpo.-aclaró Gabriel- Esta tierra no deja rastro en su superficie; nadie podrá notar que ha sido removida más de lo habitual. Diremos que salió de aquí con intención de ir al pueblo y que ya no le volvimos a ver desde entonces. Respecto a tu otra preocupación, no es posible que nos envíen a un patrón peor , ya que no hay mayor maldad que la del diablo.
-Ha dicho la verdad, Lorenzo-continuó Juan-. Se ha terminado el tiempo de espera. Ha llegado el momento de provocar el milagro que estábamos esperando.
Los gritos de rabia y satisfacción inundaron la sala. El campo se había pronunciado a través de sus esclavos y quería golpear al mundo. Nuestros alaridos se entrelazaron en un huracán de odio que arrasaría la miseria de todos los caminos.

Yo fui el primero en marcharme; mi mujer se preocuparía si me retrasaba más. El camino más corto hacia mi hogar pasaba por un bosquecillo cercano donde tenía su cabaña nuestro patrón. Su fanatismo por el trabajo llegaba hasta el punto de no abandonar las tierras en ningún momento durante los días laborables; sólo se movía de allí para ir al pueblo a comprar tabaco o a tomar un vaso de alcohol. Podría haber seguido mi camino, atravesar el sendero de siempre y olvidarme de lo que dejaba atrás, pero un extraño salvajismo se había apoderado de mí y quería reservarme una parte de nuestra victoria. Me acerqué a la cabaña como si aquello fuera un adelanto del premio que íbamos a conseguir, una sádica burla del destino. Me sorprendió escuchar voces en el interior, así que decidí acercarme a una ventana con la esperanza de atisbar a nuestra víctima. Había dos personas, una de ellas el patrón, que no dejaba de girar entre sus dedos una moneda de cobre; al otro no le conocía, pero era de aspecto aburguesado. Pude oír su conversación gracias a una rotura del cristal que revelaba las voces de interior.
-Algo grave está ocurriendo-dijo el jefe, continuando con sus juegos malabares- Presiento que mis empleados están a punto de estallar.
-Es la ley del comercio, José. Siempre ha sido de la misma forma: los trabajadores están para enriquecer a los propietarios. A estas alturas no deberían sorprenderse por estas cosas.
-La moneda que sostengo es lo único que me reservado; quizás debería haberla repartido entre ellos. Pero cómo, cómo repartir un pedazo de metal entre tantas bocas hambrientas. ¿Estás seguro de que no hay otra solución?. Siempre he acatado vuestras reglas respecto al rendiniento de los hombres, pero esto es demasiado.
-Vamos, José, no puedo creer que te remuerda la conciencia . Como has dicho, tu trabajo ha sido espléndido hasta el día de hoy, pero ya sabes que no tendríamos ningún problema en sustituirte.
-Tal vez fuera lo mejor-la moneda no cesaba de moverse en su mano-. Así podrían ver al fin el verdadero rostro que se oculta tras sus desgracias.
El desconocido rió.
-Se trata de un sistema, nada que tú o yo podamos destruir. Tú problema es que te crees con algún poder sobre ellos, cuando en realidad nada está a tu alcance.
-No, el problema es que vosotros presumís de ese poder. Manejáis las vidas de todos aquellos a quienes podéis aniquilar sin comprender los derechos con los que estáis jugando. Ese es un privilegio que yo no quiero; es la más atroz de las cobardías, y mis empleados saben que siempre doy la cara.
-Nunca conseguirás salir de la pobredumbre si continuas con esa actitud. Yo no dicto las normas, sólo me limito a aceptarlas; aunque siempre podemos decidir si queremos participar. ¿Quieres abandonar el juego?; no encontrarás ninguna dificultad por mi parte.
-Me horroriza el modo en que trivializas esta situación-resopló, dejando caer la moneda- Pero sabes que no puedo permitirme perder el sueldo. Mi mujer está débil del corazón y no soportaría una noticia semejante.

Me aparté bruscamente de la ventana, mareado; con un amargo sabor en la boca que me recordaba la realidad de todo aquello. Ahora nosotros éramos los injustos; tantos años de tormento finalmente habían estallado sobre la víctima equivocada. Eché a correr, de nuevo hacia la casa de Juan, sin poder distraer mi mente de aquella charla que había descubierto mi culpabilidad; tenía la certeza de que debía detener toda la planificación . Matar al patrón era matar a un compañero.
La casa estaba aún repleta, nadie la había abandonado detrás de mí. Entré sofocado, incapaz de encontrar aliento en mis pulmones; lo único que logré emitir fue un gorgojeo inarticulado que hizo girarse a todos mis compañeros. Una vez recuperada las fuerzas, y con toda la sala pendiente de mí, busqué una forma acertada de iniciar mi exposición, pero en aquel momento me quedé mudo. Sentí todos sus rostros expectantes, el extraño brillo de esperanza que despedían sus ojos y que yo me proponía arrebatarles. Se agolparon en mi mente imágenes del pasado; recordé al desdichado Luis, cuyo tumor de odio había ido creciendo desde el día del accidente, agriando su carácter y su alma; en Santiago, que en su primera jornada de trabajo ya se había mezclado en nuestra antigua espiral de rabia; en todos aquellos que pasaron como sonámbulos por las viñas, incapaces de resistir la crudeza de nuestros deberes. Aquel crimen era algo nesario para eliminar los fantasmas del pasado, para racionalizar definitivamente los tormentos que habíamos padecido; se trataba de la señal que marcaría el final de una búsqueda,un símbolo que nos definiría frente a los demás. Luis, Gabriel, Santiago...todos necesitaban desprenderse de su amargura, y yo no podía quitarles eso.
-Creí que había perdido aquí una moneda-me excusé tontamente-. Se me debió caer por el camino.
-A partir de mañana puede que no tengas que preocuparte más por una moneda-murmuró Juan.
Me limité a sonreirle mientras un escalorfrío de horror sacudía mi cuerpo.

Esa noche no pude dormir. En la frialdad de mi habitación me convencí de que había actuado como un estúpido; tenía que parar toda aquella locura sin dudar, de modo que, a la mañana siguiente, me levanté resuelto a realizar mi propósito. El campo resultó ser inmenso y sobrecogedor aquella madrugada.

V


Pasé las primeras horas esperando el momento adecuado para hablar; no estaba dispuesto a montar un escándalo, ni a ir de uno en uno difundiendo mi noticia. Aguardaría hasta la hora de comer al menos, cuando todos nos juntábamos tras la colina de arena. Una vez llegado el momento, el silencio acostumbrado se tornó el alegres risotadas que aplacaron mi sangre fría. La tensión de sus rostros había desaparecido milagrosamente, como si hubiesen hallado la medicina precisa para su dolencia.
-Por primera vez en catorce años he dormido sin ninguna preocupación-se jactaba Pedro-. Esta noche tendremos mucho que celebrar.
-¡Por supuesto que lo celebraremos!-exclamó Juan- ¡Hoy, el bar no cerrará hasta la madrugada!.
-¡Yo invitaré a dos rondas!-añadió Santiago.
-¡Y yo a tres!- gritó Gabriel, que se frotaba las manos como si viviera ya la escena.
-Escuchad-interrumpí bruscamente, cambiando por completo el tono alegre de la conversación. En mis labios, aquella palabra sonó como una oración de difunto-. Tengo que contaros algo.
Me giré, dando la espalda a mis compañeros; no quería ver sus rostros cuando aplastará sus ilusiones. Entonces vi algo que me selló la boca de nuevo: a pocos metros se había prendido un pequeño fuego, tan diminuto que no era motivo de peligro. Sin embargo no existía indicio alguno que delatara la causa de su formación, era como una marca divina que me advertía del error que estaba a punto de cometer. Tenía la certeza de que si pronunciaba una sola palabra acerca de lo que había visto, aquella hoguera se reforzaría con el fuego más terrible para aniquilarme. Rememorando el episodio, ahora sé que aquello era lo que yo deseaba creer; una luz inventada que apagaba y encendía mi conciencia. Pero en aquel instante se aprovechó de la debilidad que sentía y provocó mi silencio durante toda la jornada.

La noche cayó con un manto mucho más oscuro que el habitual. Era costumbre del patrón repasar el nivel de recogida al finalizar el trabajo, pues tenía que calcular los beneficios para los terratenientes, así como la fecha aproximada en que acabaríamos cada majuelo. Mis compañeros esperaban aprovecharse de esa rutina, ya que nunca había ningún visitante en el tenderete, y su mujer no volvería de la capital hasta el sábado. La imagen de aquella hoguera aún ataba mis pensamientos, pero no dejaba de sentir el puño del remordimiento en mi estómago, abrasándome con una culpa de procedencia desconocida.
-Aguardaremos hasta que apague el candil-ordenó Gerardo-. Entonces caeremos sobre él.
-Yo ya estoy listo-susurró Pedro, pegándose a la descolorida tela del tenderete. En su mano sostenía una navaja.
En un último intento de lavar mi interior agarré el hombro de Juan, que era el que se encontraba más retrasado, pero en seguida comprendí que ya había volado mi oprtunidad. Sus ojos eran ópalos ardientes que sólo esperaban el cumplimiento de su justicia, ninguna de mis palabras hubiera tenido efecto sobre su ceguera.
-Ya no hay luz en la caseta-me limité a decirle, casi sin encontrar aire en los pulmones.
Debo confesar que no pude resistir la tentación de asistir al asesinato. Presencié impasible el asalto de Juan, que fue el primero en decidirse; vi perfectamente cómo su cuchillo se hundía en la espalda del patrón con una suavidad sorprendente, cómo se escapaba el alma en gritos de sorpresa y de dolor. Creo poder asegurar que murió en un par de minutos, aunque las cuchilladas se sucedieron durante mucho más. Mis manos jamás se mancharon con su sangre, pero sabía que yo era el mayor culpable de todos los que estaban allí, de todos los que habían dado la espalda al cielo en aquella noche amarga.

La tarea de enterrar el cadáver fue más costosa de lo que habíamos imaginado, ya que fue preciso levantar una gran cantidad de tierra para disimular un cuerpo tan voluminoso. Finalmente, Gabriel tuvo la brillante idea de hacerle reposar junto a la viña, como si nunca se hubiera separado de sus entrañas. Sobre su tumba invisible dejamos caer un único símbolo que delataba su presencia, algo inocente que nos permitiría reconocer el lugar: una moneda de cobre.

Pasada la medianoche me excusé ante mis compañeros por no poder acompañarles a la taberna. Me encontraba tan decaído que no creí poder llegar casa. Caminaba tembaleándome, como si estuviera ebrio, sin poder distinguir las formas que se cruzaban a mi paso. Por suerte, Leonor pensó que había estado de borrachera con mis amigos y nunca tuve que dar ninguna explicación por aquella noche. No era posible explicar mi cobardía, la locura, las huellas imborrables que transforman nuestros recuerdos en errores.


VI


-Me han despedido, cariño-murmuré a mi mujer al día siguiente. Durante la noche se habían aclarado mis ideas, y todas señalaban hacia un punto lejano que aún estaba sin descubrir.
Leonor me miró, incrédula, sin saber cómo reaccionar ante un anuncio así. Al final rompió a llorar, maldiciendo la suerte de todos los seres pobres de esta tierra. Yo le dije que no había por qué preocuparse, que al norte de la capital se necesitaban muchos hombres dispuestos a trabajar duro. Logré convencerla de que era necesario partir de aquel lugar en decadencia cuanto antes.
Deseché la posibilidad de anunciar mi fuga a los compañeros; no podría levantar los ojos mientras de mi boca emergían palabras de traición. Por ese motivo, cuando nos encontramos en el bar aquella mañana, decidí mantener un silencio que desconcertó a todos.
-¿Estás bien, Tomás?- se interesó Gerardo-. Un día como este, un día libre de nuestra dictadura debe ser motivo de dicha. Vamos, bebe un trago conmigo y olvida todo aquello que te ronda la cabeza.
Estaba a punto de aceptar su proposición cuando una mano de hierro hizo que me girase. Tuve que aferrarme a la barra de la taberna cuando contemplé el mismo rostro que había visto en la cabaña del patrón. El mismo odioso terrateniente de aquella noche se encontraba frente a mí, con su misma odiosa sonrisa de superioridad, luciendo los mismos odiosos trajes que definían su posición social. Mi primera reacción fue levantar el puño , pero me contuve al descubrir que le acompañaban seis soldados.
-¿Sois vosotros la cuadrilla de José Celimar?-interrogó el burgués, claramente molesto por tener que rebajarse a hablar con nuestra clase.
-Sí señor-respondió Juan dócilmente.
-¿No deberíais estar trabajando?.
-No ha venido el patrón esta mañana-explicó Pedro.
-Entiendo. ¿No le habéis vuelto a ver desde la jornada de ayer?.
-No, señor. Se fue a la hora acostumbrada.
-En ese caso debéis saber que su esposa ha denunciado su desaparición.
Juan me miró extrañado, preguntándome con sus ojos: ¿la mujer?, ¿pero no estaba en la capital?.
-Después de una inútil visita al doctor, Clara regresó anoche-dijo el terrateniente, leyendo el pensamiento de todos nosotros-. Podéis imaginaros su disgusto al no encontrar a José en casa.
-Es una lástima, señor.
-En fin...mañana las cosas volverán a la normalidad; he contratado a un nuevo patrón para esta zona de mis propiedades. De todas formas, estos soldados se quedarán un tiempo por aquí para investigar. Llegué a tener cierta simpatía por ese hombre y no me gustaría que su acreedor quedase impune.

A la tarde, las pocas pertenencias que teníamos estaban empaquetadas a la puerta de nuestra casa. Leonor se afanaba en sacar los últimos objetos de entre las viejas paredes, sin comprender el motivo de aquella prisa repentina. Lo que había sucedido en el bar resultó ser la señal que necesitaba para liberar el deseo de mi corazón, no aguardaría el fin en una tierra podrida y condenada como aquella. Lo único que buscaba era un nuevo mundo en el que poder sufrir mi desdicha, un sendero interminable que fuera capaz de paliar mi remordimiento.

La noche se encargó de arropar nuestra huída, dibujando en silencio lágrimas de plata entre las nubes. Mis últimos pensamientos, antes de entrar en las viñas, estuvieron dedicados a mis amigos; hombres mucho más fuertes que yo, capaces de romperse el cuerpo un día más conociendo el peligro que los envolvía.
A la mañana siguiente aún atravesábamos un lejano majuelo.Todo lo que había dejado atrás comenzaba a formar parte de una pesadilla que tardaba en disiparse; podía sentir una nueva brisa que relajaba por primera vez nuestros rostros de cartón. Incluso me creí en un sueño cuando un pelotón de fusiles atronó la madrugada en la lejanía; cuando comprendí que en aquellos campos de sangre, que en aquellos campos tristes, sólo yo conocía el número de almas que se habían entregado en busca de la justicia y la venganza.
Puf, tremendamente interesante. Me encanta la primera parte de tu relato, muy claustrofóbica. La segunda es fantástica, más lineal y menos claustrofóbica, pero perfectamente narrada. Me ha encantado.
Saludos!:)
Ufffffffffffffffffffffffffffffffff. Qué puedo decir de algo así?. Tan fantástica como todo a lo que nos tienes acostumbrados, la narrativa de lujo, la historia engancha desde el principio y no te deja parar de leer hasta el final y cómo siempre el vocabulario que usas está más que trabajado.
Muy... pero que muy bueno XD

Tengo que decir a todos, que a pesar del tamaño merece la pena, y es que no es tan larga como parece (se me ha hecho cortísima..... aunque anoche no tenía moral para leer algo que a primera vista parece bastante largo, he de decir que ahora me arrepiento de no haberlo leido entonces ;))....

Muy buena (siiiii.... otra vez)
Muy bueno, si señor The Fallen, Felicidades, ayer a la tarde no podia leermelo, pero me lo imprimi para leerlo al acostarme, (eres mi escritor de cabecera ;) :-| ) es muy bueno, a mi por lo menos me ha gustao mucho, y es muy muy real y autentico. Sigue asi y k sigamos pudiendo leerte mucho como esto.
Muy bueno. Me encantan este tipo de historias tristes, melancolicas. La ilusión asesinada a manos de la inevitable realidad. Hay reconocer la gran riqueza léxica del fallen y su capacidad para transmitir sensaciones.
P.D: Porque no hacemos un club de fans de The fallen? XD XD XD
Un saludo
Acabo de leerla ahora mismo, está muy bien, y sobretodo perfectamente narrada.
Hablando de cosas tristes, solo faltaría que te gustase la musica melancólica al estilo my dying bride o tiamat...?¿X-D
Aunque pienso que para tu manera de escribir se ha quedado corta, hay algunos fragmentos muy importantes que los sueltas muy rápidos, algo inusual en ti.

Saluditos y un aplauso, eres muy bueno.
7 respuestas