Polaroids -por favor, no escribir-

"Polaroids" pretende ser una colección de relatos, instantáneos, surgidos de la memoria más inmediata. Al principio, pensé en escribir poemas de dos o tres líneas, directos y personales. Al final la idea ha derivado en esto. Espero que os gusten.




LA MEMORIA

-"¿Me querrás siempre?"
-"No"

Entonces él cerró los ojos. Y abrió los sentidos. Los olores se colaban, y llegaban a la mente. Así olías la primera vez que te besé. Así olía la cama después de deshacerla.
Así era tu piel, tan fascinante que nunca dejaría de tocarla. Tus caderas, tus muslos, tu boca.

Él recordó unas palabras que una vez asaltaron su memoria:
"En el día en que me dejes; ese día, será grande". Ese día ha llegado, y aún no sabe si eso es bueno o malo.

Los ojos cerrados, y la memoria funciona. El pasado ataca al presente, el presente, triste, será igual que el futuro inmediato.

En la cima de la montaña, con el sol espiándoles, le dijo:
-"¿Me querrás para siempre?"
-"No"




**
Siempre me ha gustado el sonido de los trenes. Y dar un paso al frente cuando surcan la vía, y despeinan mi pelo, y afinan mis sentidos.
Siempre me ha gustado el ruído de los trenes. Con el tiempo se ha convertido en la banda sonora de mi existencia, en el ritmo que mantiene mi pulso, que sostiene mis días, que ruge en la memoria mientras duermo, que me protege en el despertar súbito y repentino.
Los trenes, el verano, tú y yo. Y los días, los días, los días, los días.




FLORES

"¿Para qué sirve un verano? Para regresar a aquellos sitios donde dejaste un trozo de memoria, y desde la memoria, recuerdos en sus gentes."

Aquella tarde él se dio cuenta de algo importante. Debía compartir su presencia, su voz, sus ojos, y su sonrisa con los cuerpos que le añoraron durante un largo año. Debía volver a un sitio al que perteneció, aunque el regreso le trajera problemas, recuerdos imborrables ansiosos por florecer.

Los recuerdos imborrables. Cuando brotan, nunca mueren. Recuerdos perennes, eternos, que cuando se marchitan son bañados por la ciudad, por la ciudad a la que perteneciste durante un largo año.

El agua, y la nieve. La nieve, y sus copos, tan densos y amantes que se incrustan en la almohada para proteger la cabeza, y la memoria, y los recuerdos (con sus gentes y sus cuerpos y...)



LA FUENTE DE LA SABIDURÍA.

Esperé al anochecer, pero no ocurrió nada.

Durante la mañana siguiente jugué a ser el estratega que se esfuma del mundo real para aproximarse a tu memoria inmediata, a tus reflejos más directos y verdaderos. Sabía que estarías allí, donde los libros absorben el polvo que ni tú ni yo respiramos, donde siempre me veo saqueando un diccionario de sinónimos para alimentar esa fuente inagotable de pensamientos lo más simples posible que me hacen sentir vivo.

En ese diccionario no puedo encontrar tu nombre. Pero entre las páginas hallo las nuevas sensaciones que me traen

el olor de tu ropa,
el brillo de tus zapatos,
tus blusas estampadas,
tus pantalones ceñidos,
esos ojos rigurosos
que flotan en mi áurea,
tus dedos, perfectos,
como las novelas de Paul Auster,
tu carpeta, repleta de fotos
de todo lo que pudo ser y no ha sido,
tu móvil, tus llaves,
esos objetos personales
que deseo hacer míos
sólo durante un instante,
el que tarde en darme cuenta
de que nunca podrás leer esto,
-aunque sigo siendo fuerte-
y aunque nunca hemos hablado
sé lo que me dirías si me acercara
a tu mejilla,
y sé lo que harías
si te cogiera de la mano,
llevándote al pasillo,
para no volver hasta el cierre de
ese lugar que día tras día transitamos,
juntos,
pero mudos,
aunque quizás esto
no es lo más importante,
quién sabe,
(quién sabe).

Tu cuerpo en la fuente de la sabiduría. Tu cuerpo en mi mente.

MI CIELO GRIS

Por el cielo en bicicleta se anda mejor. Es un placer pasar por debajo de esos árboles sacados de mil películas de dibujos animados. El camino es amplio y recto, por eso puedo liberar mis brazos del incómodo manillar. Ahora respiro profundamente, con mi torso derecho, estirado, y cierro los ojos durante un instante para imaginar cómo seguirá la vida por el país de los mortales. Pienso en todos los puentes que no llegué a ver terminados, en los discos de jazz que nunca escuché. Juego a pronosticar quién ganará la liga este año, quién ganará la Copa de Europa. Y qué nueva colección llegará este otoño al museo para robaros el corazón.

Desde aquí arriba diviso tu barrio, tu calle, tu casa y tu cuarto. Veo el armario que tanto te gustaba abrir para sorprenderme día sí y día también. Ahora ha desaparecido el color de tus prendas, tú verás, yo siempre he creído que cuanto más lavas una camisa, más perderá su encanto; pierde el tacto que la hizo especial, y es mejor tirarla, porque incluso la fragancia que permanece en su cuello y en los puños se esfuma. Ahora tus camisas se han vuelto grises, viejas y grises, de un gris espantoso, martirizadas por la cal del agua, el cloro y el paso del tiempo.

¿Cuándo piensas rehacer tu vida?

Yo jamás te seré leal en el cielo.

(Aunque cuando te acercas a mí, al recorrer el mundo en los aviones, me siento seriamente tentado)



SPEEDO

El mundo es como una piscina climatizada a la que acudo a diario. Cada mañana llego puntual a la cita con la hilera de taquillas que adorna el pasillo de acceso al Gran Vaso, y ahí estás, instruyendo a un ejército de nadadoras tan voraces como ancianas. Me gusta fijar la vista en tu abdomen, oculto casi siempre bajo una camiseta naranja con grandes letras a la espalda: S.O.S.
Eres morena. Eres alta, esbelta y vivaracha. Tienes unos pies preciosos, masajeados dulcemente por tus chancletas Speedo. Me gustaría estar colgado de los grandes aros que adornan tus orejas y balancearme y formar parte de tu paisaje enternecedor. Eres morena y llevas siempre el pelo atado. Una coleta anárquica, como la anarquía de mis besos. Eres morena. Eres morena, morena, morena y vivaracha.
Me gusta cuando ríes. Veo que disfrutas tanto como yo gozo mirándote, lo cual te hará vivir una vida larga y plena. Al menos cien años. Cien años de largos y anchos rastreos del fondo de la piscina con mis gafas Speedo. Largo por ancho (por alto). Ese es el volúmen del mundo y equivale a una millonésima parte del amor que siento por ti.
La hora mágica llega a su fin cuando pongo rumbo a las duchas. Su agua con cloro elimina el cloroformo que anestesia mi sexo. El champú desentumece mi pelo, aprisionado hasta hace poco por mi gorro Speedo. Salgo a la calle y te observo detrás de la gran cristalera que separa tu mundo del mio. Hasta mañana.
Libre de pensamiento, palabra, obra y omisión

Un hombre encara la recta del pasillo hacia el cuarto de baño. Enciende la luz y se sitúa frente al espejo. Coge el peine con aire distraído mientras piensa en sus cosas, quizás en una mujer. Cuando empieza a ordenar su cabello descubre que pierde pelo de forma irremediable. Horrorizado, deja el peine y opta por tirar de forma desesperada. Cada tirón representa un mechón de pelo menos.
Tras el último mechón comienza lo peor. Una gran brecha sangrante asoma bajo su cuero cabelludo. Es tan grande que su mano desaparece en el interior de la cabeza. Extasiado, alza el brazo y empuja hacia dentro. Empuja tan fuerte que, cuando se da cuenta, su cuerpo ha seguido la trayectoria de los brazos insertándose entre el magma de su masa encefálica.
La oscuridad lo envuelve todo menos una sala tenuemente iluminada situada al final de su conciencia. Un letrero preside la sala: pensamiento.
A lo lejos, entre las sombras, aparece la silueta de una mujer. A pesar de la distancia descubre que es ella. Ella, tan bella, tan esbelta, aunque jamás fue capaz de dirigirle unas palabras. Tan sólo miradas. Hoy, sin embargo, están en el lugar adecuado:

“¿Quieres estar conmigo?”
“Sí”
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