Otro pequeño relato

He aquí uno de mis primeros cuentos, el único de terror psicológico que tengo hasta ahora. Espero que os guste:

TRAS LA PUERTA


De nuevo, un grito explosionó tras la puerta de madera.
Juan paseaba intranquilo, como inspeccionando cada rincón de su casa en busca de un intruso. Se detuvo en la salita principal, abriendo hasta lo impensable sus ojos oscuros y saltones. Observó pasmado la mesa de mármol negro en el rincón más alejado e la habitación, y se encaminó hacia ella. A cada paso, veía apróximarse la mirada de plástico de las figuras que yacían sobre la mesita; decenas de peluches que representaban a los gatos de algún triste cuento, que Juan había olvidado en su infancia. Aferró un muñeco entre sus manos, y sollozó sobre él.
-Tú también me has traicionado, ¿verdad?-gimió entre hipos.
A continuación arrojó el peluche al suelo y lo pisoteó con fiereza.
-¡No puedo, no puedo, estúpido gato!. ¿por qué me torturas de esta manera?. Fuera hay diablos, ¿entiendes?-ahora estrellaba la figura, sin descanso, contra la pared-; aberraciones del infierno que pretenden devorarme. ¡No puedo salir, no puedo tocar ese pomo corrupto!. ¡Déjame en paz!. ¡Deja de mirarme, dejad todos de mirarme!.
Con el muñeco que tenía en sus manos derribó bruscamente el resto de los gatos que, incapaces de borrar la ironía de sus labios, se habían convertido en terroríficas abominaciones.

-Mi dulce...-susurró una voz femenina-. Mi querido amor.
Juan alzó la vista, apoyándose con esfuerzo en una pared fría y sis adornos que parecía de metal. Una mujer, envuelta en un largo sudario blanco, le observaba desde el marco de la puerta que daba a su dormitorio. Sus ojos permanecían inmóviles, como un complemento ideal a sus acartonados labios y a su pétreo rostro, tan lívido como descarnado. En ocasiones mostraba una espantosa sonrisa desdentada que no iba acompañada de sonido alguno.
-Gracias por demostrarme tu amor, querido-dijo la mujer con voz estridente, al tiempo que alzaba la cabeza para dejar a la vista una profunda cicatriz que abarcaba todo su cuello.
-¡Tú me traicionaste!-exclamó Juan, incapaz de mirar directamente al espectro-. ¡Vete de aquí, maldito diablo!. ¡Tú tienes la culpa!. ¡No debiste hacerlo, no debiste hacerlo!- se llevó las manos a la cara y comenzó a sollozar de nuevo.
-Sh........shhhhhh...., tranquilo, mi amor-dijo la mujer, acercándose a pasos pequeños y bruscos-. Sabes que te perdono, cielo. Estoy aquí para acompañarte fuera, donde podemos hablar con más sosiego.
Juan retrocedió instintivamente, con la vista clavada en sus pies, apartando todos los muebles que encontraba en su camino.
-¡No, ahí fuera sólo hay monstruos que quieren comerme el corazón.!. ¡Fuera de mi casa, zorra!. ¡No puedes estar aquí!.
La mujer rió con amplias carcajadas insonoras.
-¿Qué te pasa, cariño?, ¡Sólo quiero que veas el lugar a donde me has mandado!. ¿No quieres venir cariño?. ¿Acaso ya no te parezco hermosa?.
-No...no...no-sollozaba Juan, escondiendo el rostro entre sus manos-. Hice lo que debía. ¡Yo no tengo la culpa de nada, estúpido monstruo!.
La mujer se detuvo repentinamente, y exhaló un chillido tan pavoroso que parecía un último grito por aferrarse a esta vida. A continuación su aliento se aceleró y se hizo pesado, hasta que, finalmente, se tornó en un débil susurro que acabó desapareciendo.

Juan descubrió su cara, y con leves movimientos que parecían convulsiones, fue levantando la cabeza. No alcanzó a ver más que las figuras de peluche esparcidas por el suelo, y la mesita negra arrinconada al fondo. El silencio era agobiante, y el único sonido audible era el continuo traqueteo mecánico del ascensor. Suspiró aliviado, y decidió con lucidez cuál debía ser el siguiente paso. Se dirigió hacia la mesita y abrió el pequeño cajón sin cerradura. Ante sus ojos surjió un anticuado revólver; un regalo de su padre que nunca había usado. Lo asió entre las manos y lo observó con los ojos perdidos, como si mirara algo que le resultaba totalmente ajeno. Apretó el puño y colocó el cañón del arma sobre su sien, girándolo con breves movimientos. Con esfuerzo asentó el dedo en el gatillo, pero la fría realidad el metal le condujo de nuevo a la razón, y sus ojos relampaguearon entre la oscuridad de las sombras crepusculares.
-¿Por qué desperdiciar una bala de esta manera?-susurró-. Tengo seis en la recámara, suficientes para dar una lección a esos demonios que me aguardan tras la puerta. Oh, sí, correrá su sangre, ¡ya lo creo!-exclamó poniéndose en pie y alzando los brazos-. Sólo espero que esa sucia traidora se encuentre entre ellos.
A partir de entonces, Juan entró en un estado de nerviosismo y agitación. Comenzó a pasear por la casa; primero en pequeños círculos, sin salir de la sala de estar; y luego recorriendo, a paso veloz, todas las habitaciones y pasillos de su vivienda. Finalmente se detuvo frente a la ventana de su dormitorio, y descubrió que la calle estaba desierta, desacostumbradamente silenciosa para ser un día laborable y hora de cerrar los comercios. Para Juan, esto fue una prueba más de que sus temores eran ciertos; la gente huía de los monstruos, se escondían en sus casas creyéndose a salvo de todo mal. Golpeó el cristal repetidas veces, hasta agrietarlo y adornarlo con gotas de sangre. Maldecía e insultaba al tiempo que, casi con distracción. se aproximaba a la puerta principal, a aquel pomo insano. Pero algo frenó en seco su avance: un gélido chorro de aire que caló en su espalda, como un aliento polar expulsado sobre la nuca.

-Papi...papi-dijo la voz de un niño que provenía a su espalda-. Juega conmigo, papi.
-¿Hijo?-murmuró Juan, girándose. Sus piernas temblaban, y casi provocan su caída-. ¿Tú también estás aquí?.
Frente a él se hallaba el pálido cuerpo de un niño denudo, que no alcanzaba en altura ni a la hebilla de su cinturón.. Su torso mostraba un aspecto casi famélico, dibujado con estremecedora perfección por sus costillas. Miraba a Juan con indiferencia, sin distorsionar en ningún momento el rictus cadavérico de su rostro, firme y aterrador. Sin embargo, sus ojos estaban llenos de vida; su pupila investigaba a su alrededor con la misma viveza y entusiasmo de años atrás.
Ante aquella imagen, Juan se vio transportado por el recuerdo, y observó mentalmente un instante de su vida que atravesó su memoria como un doloroso relámpago: el momento en que le distinguieron con la medalla al valor, en la guerra. Allí había contemplado los mismos ojos, ahora podía verlos claramente. Decenas de ojos cargados de inocencia y de vida, que poco a poco se tornaban pétreos; y el fue el encargado de apagarlos, el que tuvo el valor de apagarlos.
Sin apenas percibirlo, Juan alzó el revólver, apuntando al pecho de su hijo. Tenía el rostro gacho, y aún parecía sumido en las profundidades de su pensamiento.
-Todos tenéis que pagar por vuestra traición-dijo aguando su voz con el llanto.
-¡Jo, papi, ya conozco ese juego!-protestó el niño, sacándose violentamente un puñal de las entrañas.
Juan aulló de angustia. Estaba seguro de que la contemplación de una imagen tan pavorosa conduciría a la condenación, hasta al más beato cristiano. Y tal vez fuera eso lo que pretendía aquel demonio.
-¡Tú no eres mi hijo!-bramó con el atemorizante arma siempre en sus manos-. No creas, diablo, que me puedes engañar tan fácilmente.
-Eres muy malo conmigo-gimoteó el crío-. ¡Te odio y no te volveré a hablar nunca, nunca, nunca más!.
Dicho esto, el niño salió corriendo, frotándose los ojos hasta esfumarse en una cristalina nube que se disipó en segundos.

Juan suspiró y cayó rendido, preguntándose si su corazón sería capaz de soportar todo aquello. Durante varios minutos permaneció así; escrutando el vacío de las paredes, pintadas de un blanco mortecino; y los muebles que le rodeaban, todos ellos mesitas y sillones de diversos tamaños y formas, pero todos negros, todos movidos de sitio como si un travieso duende hubiera estado haciendo de las suyas. Recordó lo feliz que había sido en aquella casa hasta que se vio obligado a actuar, y se sintió muy apenado. Se levantó pausadamente y se dirigió al cuarto de baño, por supuesto, construído en cerámica negra. Se secó el sudor con la toalla y se lavó la cara para despejarse, pero cuando contempló su rostro en el espejo descubrió que no estaba solo en el cuarto, su acompañante era alguien que Juan nunca hubiera esperado en aquella macabra reunión familiar. Se trataba de un hombre de rasgos muy marcados y gesto duro. Apenas enía pelo en la cabeza, aunque se compensaba con la enorme espesura que cubría su cara, y que le otorgaba una presencia que imponía seriedad. Al contrario que los otros dos espectros, todo él tenía buen color, pero Juan observó algo que por poco le detiene la respiración: no tenía ojos; el único huésped de sus cuencas era la sangre coagulada.

-¡Mal hijo!-exclamó el fantasma con enfado-. ¿Es que ya no quieres complacer a tu padre?.
Juan controló sus emociones y permaneció con entereza. No estaba dispuesto a dejarse derrotar por este espíritu; ante los otros, tal vez, pero por éste nunca.
-Puerco miserable-le espetó a través del espejo-. Te mereces todos los males del infierno. ¡Tú deberías pagar por mis pecados!.
-Venga, hijo-dijo con una horrible sonrisa sin labios-. Haz feliz a tu papi y ven a sentarte en mis rodillas, que te voy a enseñar algo.
-¡Déjame o tendrás que volver a rendir cuentas ante Belcebú!.
-Pero si te va a gustar, ya lo verás. Es muy divertido.
Juan, con plena tranquilidad, se envolvió la toalla del baño en su puño derecho.
-Espero que sientas esto, maldito-murmuró entre dientes.
Con un potente y veloz puñetazo destrozó el cristal del espejo, convirtiéndolo en añicos; pedazos de su padre que pisoteó hasta casi hacerlos invisibles.


Como había supuesto, cuando se giró el espectro se había evaporado. Se sentía estúpidamente avergonzado por sensaciones que creía desaperecidas en el tiempo, y comenzó a correr tapándose los ojos con las manos, queriendo desaparecer, soñando que nunca había existido. La fría pared frenó sus ilusiones al chocar violentamente contra ella, aún así esperó hallar lo que buscaba con la pérdida de la consciencia, pero seguía despierto; tumbado y jadeante, sintiendo cómo un reguero espeso de sangre recorría en procesión el camino que conectaba su nariz con el suelo. Todavía notaba el palpitante revólver en su mano desfallecida, puede que clamando en su lengua por una venganza. Esto fue suficiente para Juan, quien, haciendo gala de una gran resistencia, se puso en pie. Aferró la pistola con seguridad y, tambaleándose, dio el primer paso hacia la puerta principal, Todo le daba vueltas en la cabeza, y las nauseas comenzaban a contraer su estómago, como si fueran pellizcos de una manos sobrenatural; pero estaba resuelto, lentamente se acercaba arrastrando los pies. Había convertido sus quejas en oración silenciosa, y ahora rezaba buscando la fe de la que había carecido toda su vida. Una vez frente a la puerta se arrodilló, pidiendo perdón por todos sus pecados, y rogando a Dios que le permitiera ser su ejecutor en los infiernos. Puso una mano sobre el pomo, pero inmediatamente la apartó como si estuviera ardiendo. Trataba de replantearse la situación, si realmente convenía salir ahí fuera; sin embargo el golpe no le dejaba razonar con claridad, y era incapaz de vislumbrar más que destrucción es su destino. Por segunda vez agarró el pomo, alejando la multitud de voces contradictorias que se agolpaban en su cerebro, intentando aconsejarle en vano. Comenzaba a girar el pomo, cuando de pronto sonó el timbre. Juan apartó de nuevo la mano, procurando apaciguar la oleada de escalorfríos que ascendía desde sus pies. Su respiración se aceleró desmesuradamente.
-De manera que estáis ahí-susurró juan a la puerta-. Así es como debe ser, todos juntitos de nuevo.
Por última vez, acercó los dedos al tentador metal.
-Yo os daré paz, no os preocupéis.
Agarró el pomo.
-¿Quién teme al lobo feroz, chicos?.
Giró su muñeca.
-Padre, mujer e hijo...fantástico. Aún me sobrarán tres balas.
Preparó el revólver, situándolo a la altura de los hombros, y con la mano izquierda se puso a punto para abrir.
-Dos balas-dijo pensándoselo mejor-. Dos balas.
Abrió la puerta.
Lo que pasa es que yo soy como una ovejita, y los finales tan abiertos me dejan como vacio. :)

Saludos.
ummmmmmmmmmmmmmm, ha estado muuuuuuu bien en mi opinión. Se te dá de miedo hacer relatos cortos y este me ha parecido fantástico por la forma en que has sabido transmitir la tensión de la historia. Y en cuanto al final, pues la verdad es que a mi tampoco me gustan en absoluto que los finales que me lo dejan to en el aire, pero creo que este no es el caso. O eso o yo no he entendido bien lo de "dos balas".
Es que tiene que venir cragor para abrirme los ojos ;)

Quieres decir que le sobran sólo dos balas, no?.

Ahhhhhhhhhhhhhhhh
yo no me he enterao mu bien de la historia apañero, por lo q he leido, uno q segun parece estuvo en la guerra, esta loco perdido, parece ser q asesinó a su familia, y q en la calle, (por lo de q no habia nadie cuando se asomo a la ventana), le esta esperando la poli, lo de las balas, me figuro q serian, una para la mujer, otra para el padre, y otra para el hijo, como el revolver tiene seis, y dice q le sobran solo dos, la q hace 4 seria para el...:-?
en fin, q no me he enterado muy bien amigu, pero esto es normal, soy un negaillo ;)

taluego y salu2:P

P.D. sobre el estilo, solo te dire, q la miel no se hizo para la boca del asno. (el asno soy yo, jijijijiji)
A mí me parece que habéis entendido bien la historia;-) . Y sí, esas "dos balas" significan lo que todos pensáis, que el final no es tan abierto como parece.;-)
Queremos más relatos de The fallen!!
Para cuando la primera novela?
;)
Un saludo
Acabo de leer tu historia, The Fallen, y sinceramente, parece transcrita de algún libro. Increible tu capacidad de narrar este relato con tantos adjetivos y diversidad de palabras. Muy currada.
Respecto al final, es verdad que queda en la imaginación de cada uno, aunque es evidente que si lo analizas, sabes por donde van LOS TIROS, y nunca mejor dicho[carcajad] [carcajad]
Un saludo.
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