Mio Mia Nuestro Nuestra

Él intentaba, en una mueca de horror dibujada en su rostro, sujertarse como podía. Su boca se desencajaba por cada aspiración. Ésta ya no respiraba, simplemente era un silbido de aire que pasaba a través de sus dientes encrespados. Sus ojos desorbitados estaban subrayados por ojeras malva, las pupilas se contraían atemorizadas, las cejas se alzaban como arcos ruinosos y temblorosos, su frente sudaba y parecía que temblase, con todos sus capilares resaltando sobre su piel clara. Su pelo se agitaba y se esparcía desordenado y mojado por todo su rostro. En aquellos momentos, él tenía la expresión del horror tatuada en la frente.

Se estaba hundiendo en un mar sin nombre. Notaba que algo tiraba de él hacia abajo, hacia las más oscuras profundidades del azul. Notaba unas garras que oprimían sus tobillos y le arrastraban, de forma inevitable, hacia el más frío y recóndito de los lugares. Su mano seguía siendo sostenida con fuerza por ellos, aquellos amigos que siempre habían estado ahí, e incluso en aquellos momentos, cuando estaban a punto de perderlo para siempre, luchaban con todas sus fuerzas contra las siniestras garras del fondo del mar. Armados simplemente con sus manos, subidos en aquella vieja barca de pescador, tiraban con fuerza, pero él tan sólo se agitaba en un vaivén de contradicciones. El agua escurría por su cara y ondeaba por su cuello. De vez en cuando, alcanzaba sus labios y le hacía atragantarse; él nunca supo nadar. Por eso estaba seguro de que si las garras ganaban la batalla, permanecería el resto de su vida inmerso en la oscuridad eterna del fondo del mar, pues nunca podría ascender a la superficie.

Hasta ahora, él tan sólo había sido un pelele que se dejaba llevar por las dos corrientes que portaban su cuerpo. De pronto comprendió que aquella batalla jamás se ganaría de ese modo, y que era él quien debía decidir qué hacer. Pensó en Hamlet, recordó largas horas de ensayos y actuaciones en ciudades desconocidas. Él tuvo que aprender aquel papel y recordaba con cariño aquel famoso monólogo. "Ser o no ser: esta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas." Por aquel entonces no alcanzaba a entender del todo bien el significado de aquellas palabras, quizá por el hecho de haber sido un pelele toda su vida, pero en aquel preciso instante, cobraron vida como una flor germinando vigorosa.

Giró la cabeza decidido, con violencia, mirando fijamente a las tinieblas del fondo del mar. Los amigos, aquellos inseparables, que tantos años portaban a sus espaladas, se temieron el triste desenlace, al ver que las manos de su amigo empezaban a perder fuerza. De pronto, éste se hundió rápidamente en el mar, los amigos se avalanzaron sobre él, pero acabó escurriéndose de entre sus dedos como la arena. Miraron desolados al azul intenso, la desilusión comenzó a surcar su rostro en líneas brillantes. Sin embargo, en un instante, como un rápido depredador, ascendió a la superficie como pudo. Penosamente, sus brazos se agitaban chapoteando en el agua, su boca se abría en pequeñas bocanadas, escupiendo a la vez el agua que se le metía dentro. Los amigos, en un impulso rápido de felicidad y nerviosismo, tomaron sus brazos y lo subieron a la embarcación. Respiró aliviado entonces. Le temblaba todo el cuerpo. Entre risas nerviosas, abrazos y miradas fugaces, comenzaron a calmarse todos.

- ¿Qué hiciste para librarte de las garras?- preguntó uno de ellos.
- Le dije que ya había decidido, que no esforzase más en consumir su energía, porque no iba a dejar que me arrastrase más-. Sonrió levemente. Sus ojos brillaron por un instante, cuando el sol se filtró enre las nubes. Se sentía satisfecho; se había enfrentado por primera vez a su propio mar de agitaciones, y había conseguido acabarlas. Por primera vez, valoraba realmente la presencia de sus amigos, después de tantos años percibiéndola, pero sin sentirla. De pronto se sintió más fuerte, con más ganas de hacer cosas, más seguro de sí mismo, con esa seguridad que hasta ahora siempre le había faltado.

Entre las risas y las bromas de siempre, una barca comenzó a perderse en la lejanía del azul del mar, para dar fin a su viaje en cualquier pueblecito de costa con sus casas azules y blancas
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