Relatos de Navidad

Pues nada señores, como lo prometido es deuda, escriban escriban y ya determinaré los jueces por provados, pa q nadie lo sepa ^^

Comantalos por acá ;)


Nos e ves y Feliz Navidad
- ¡Abuelita, abuelita! ¡Cuéntame otra historia de las tuyas! - dijo la joven Ana, una pequeña mujercita de apenas 4 años, con unos ojos azules intensos y un cabello castaño liso que le caía en capas sobre su cara.
- Ay, de acuerdo, de acuerdo - respondió su abuela indicándole que se sentase en su regazo -. Pero hoy te contaré una historia distinta a las demás.
- ¿De verdad? - dijo la niña con los ojos abiertos de emoción?
- Sí. Verás. Esta historia ocurrió hace muuuchos años - continuó explicándole a su nietra mientras contemplaba como absorta el fuego de la chimenea -. Cuando Europa se encontraba en guerra contra los alemanes....
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Miguel se llamaba. Sí, así es. Miguel.
Miguel era un chico de unos 15 años que vivía en un pueblecito al norte de España. Tenía muchos amigos porque era un joven muy amable y servicial. Todos allí le conocían por el mote de Mik y él era muy feliz. Cuando llegaba la navidad y nevaba, Mik se sentaba en una silla del salón de su casa y, junto a su abuela, contemplaba caer la nieve sin aburrirse. Le encantaba la Navidad. Para él era su época favorita, y para su abuela también.
Mik llamaba a su abuela Yaya y tenían una gran relación. Quizá porque su abuela no era como todas las abuelas. Ella era alegre, simpática, y le escuchaba cuando él lo necesitaba. Y él, a cambio, hacía lo mismo. Y fue su abuela la que le condujo al centro de nuestra historia.
En aquel pueblecito había una gran iglesia. Era una catedral muy hermosa y Mik se quedaba embobado mientras la contemplaba. Era alta como un castillo y llena de estatuas y figuras religiosas que indicaban la manera de entrar en el santuario. Pero lo que más asombraba a Mik era el campanario, situado en lo más alto del edificio. Cada hora en punto aquellas inmensas estructuras de hierro sonaban tocando una melodía de indescriptible belleza. Eran como copas de cristal resonando en todo el pueblo.¿Quién tocaría aquellas hermosas melodías que indicaban las horas? Esa era una pregunta que se hacía a menudo, pero nunca la respondía.

Pasaban los días y la nochebuena se acercaba. Mik y su abuela contaban los días en el calendario y preparaban la cena en su casa para toda la familia como todos los años. Pero algo sucedió ésas navidades que cambiaría para siempre su vida.
Mik había salido a la calle a jugar con sus amigos cuando al pasar por la iglesia y contemplar de nuevo el campanario vio como algo brillaba allá arriba. Extrañado estuvo observándolo hasta que descubrió que se trataba da algo que caía desde la torre. Cayó junto a él. Se trataba de una pulsera de hilos de colores. ¿De quien sería? ¿De aquella persona que hacía sonar las campanas?
Sin estar completamente convencido, Mik se dirigió al interior de la catedral. Por dentro era mucho más impresionante que por fuera. Con mucho cuidado buscó el camino que le llevase al campanario.
Cuando llegó se encontró con una impresionante colección de enormes campanas de todo tipo. Conforme avanzaba hacia el otro extremo de la sala podía ver cómo eran decenas de instrumentos los que creaban aquella dulce melodía que a todas horas escuchaba. Y entonces vio algo moverse.¿Qué era aquello?
- ¿Hola? - dijo nervioso - ¿Hay alguien? - pero nadie contestó -. Es que se ha caído esta pulsera de aquí y pensé que sería de quien estuviese aquí y...
- ¿Es una pulsera verde? - dijo por fin una voz femenina.
- Sí - respondió Mik - ¿Quién eres?
- Mi nombre es Lucía.... - dijo una joven muchacha de su edad mientras salía de detrás de una de las inmensas campanas -. Gracias... por venir.
- Oh, no es nada, sólo que se calló esto y pensé que sería tuyo... - se detuvo un momento y luego continuó - ¿eres tú la que toca las campanas?
- Sí, porqué, ¿No te gusta?
- Oh, no no no, al contrario. Me encanta cómo lo haces. ¿Vives aquí?
- Sí, con los monjes. Pero me gusta este lugar. Tú... ¿tienes padres?
- Ehm, sí, como todo el mundo, ¿no? - hubo un silencio doloroso para Lucía.
- No. Mis padres murieron en la guerra. Desde entonces vivo aquí, con los monjes. Ellos me dejan tocar estas campanas.
- ¿Y no tienes amigos ni nada? - un gesto negativo le respondió silenciosamente -. Bueno.... yo, lo siento. Este... ¿quieres que seamos amigos?
La muchacha miró primero extrañada a Mik, pero cuando comprendió el significado de aquellas palabras, se le echó al cuello y lloró de alegría. Desde entonces Mik iba a visitar a Lucía todos los días al menos 3 veces. Y le llevaba comida y jugaban en el campanario, pero ella nunca quería salir de allí. A Mik no le importaba demasiado, así que siguió subiendo hasta allá arriba.
pero la Navidad se acercaba y el frío era intenso. Y Mik enfermó. Su abuela no le dejaba salir, aunque él se lo protestó varias veces. pero, por supuesto, nadie puede con una abuela. Pasaron los días y Mik no mejoraba y empezó a echar de menos a Lucía. Su abuela no sabía nada de su nueva amiga, cosa inédita en su relación yaya-nieto, y así continuó todas las navidades.
Mientras Lucía tb echaba de menos a Mik. Tanto representó para ella los tres o cuatro días que Mik no fue a verla que entristeció mucho. Creía que Mik se había olvidado de ella o que había encontrado otros amigos. Y empezó a dejar de tocar las campanas.
Era el día de nochebuena. Mik escuchaba a todas horas la triste melodía que sonaba ahora en el campanario de la catedral, pero aquella mañana no hubo repiqueo. ¿Le habrá pasado algo a Lucía? Se preguntaba Mik.Era muy durto para él estar en la cama mientras sabía que a su amiga podía ocurrirle algo, así que decidió contárselo a su abuela y pedirle consejo. Cuando ella comprendió la angustia de su nieto sonrió con todo su corazón y, con esa sonrisa, le dijo a su nieto:
- Haz lo que te diga tu corazón, hijo mío.
Sus miradas se cruzaron y Mik no tuvo que preguntarse dos veces lo que iba a hacer. Cogió su abrigo y, mientras su yaya entretenía a sus padres, salió por la puerta en dirección a la catedral.
Era ya muy tarde y el sol se había puesto, pero ni el frío ni su estado le impidieron correr hasta llegar a la casa de su amiga. Pero cuando llegó se encontró con las puertas cerradas. Lleno de furia llamó a la puerta pidiendo que le abriesen, pero nadie le abrió. El frío aumentaba, pero él no cedía y empezó a llamar a Lucía. Por supuesto, no le oía, pero alguien sí le escuchó. Era un joven monje que le abrió la puerta y le preguntó que qué quería. Cuando Mik le dijo su destino, el monje le dejó pasar gustoso y le guió hasta el campanario.
Cuando llegó arriba lo vio todo casi congelado.Allí hacía casi más frío que en la calle. Nervisoso buscó a Lucía. la encontró acurruicada en un rincón tapada con apenas una manta muy fina. Estaba tiritando.
- Lucía, qué haces aquí, hace mucho frío - dijo Mik casi llorando al ver a su amiga como estaba
- Creí que te habías olvidado de mí,- dijo con una voz muy débil.
- Tranquila, te pondrás bien.
Pero la noche continuaba su avance y Lucía no mejoraba, a la vez que Mik empeoraba. Entonces sucedió el milagro. De pronto un tañido les indicó que una delas campanas había sonado, pero quién...? No les dio tiempo a pensar en ello cuando otra campana sonó. Luego otra y otra, creando poco a poco una preciosa melodía. Lucía sonrió y le dio un beso a Mik en la cara y cerró los ojos. Mik sintió un confortante calor en su interior y poco a poco se durmió también acurrucado junto a su amiga.

...
...

- ¿entonces murieron, abuelita?
- ¿qué? oh, no no.
- Entonces, qué les pasó,
- Aquello fue un milagro, mi niña. El monje de la entrada era en realidad un ángel que bajó para ayudarles.
- Y... cómo termina la historia, abuelita?
- Pues que yaya fue a buscarles a los dos pq el ángel les dijo que mik y lucía tenían problemas. Luego los llevaron a su casa y allí ls cuidaron hasta que se curaron y...
- Anaaaaa! Deja a la abuela Lucía en paz y ven a tomarte el jarabe para la tos - dijo una voz desde la cocina
- Voy mamá. Adiós abuelita.
- Adios cariño...
- Uy, abuelita... que fue de los dos chicos?
- Que vivieron felices y comieron perdices. ¿Verdad abuelo? - le dijo a su marido que estaba sentado en la silla de enfrente a ella con una sonrisa pícara y un recuerdo imborrable de aquellas navidades.

FIN
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