Dos visiones de un asesinato.

Bueno, otro trabajillo que tengo que presentar para clase :( en fin, trataba de contar un fragmento de la novela "crimen y castigo" de Fiodor M. Dostoievski desde el punto de vista del asesino y de la vieja asesinada.

Espero que os guste... ^^



Raskolnikov

Empujé la puerta, dejando que esta dejara entrar un poco de luz en la habitación. En la oscuridad, mis ojos percibieron los suyos, que, como dos antorchas, iluminaban a los míos.
Su mirada se clavaba en la mía como una espada de hielo, erizándome los pelos. No la podía aguantar.
Encajé mi cabeza por el hueco de la puerta, y adivine el rostro deforme de la vieja, su cuerpo encorvado que envolvía el aire tétrico y oscuro de la habitación. La vieja frunció el ceño. Y dejó que un suspiro, entre tristeza y resignación se escapara de su boca arrugada.

-Perdone, Aliona Ivannova... soy un conocido suyo... Raskolnikov... Le traigo una prenda que le prometí hace unos días... – Mostré el paquete que llevaba conmigo por la rendija.

Ella miró el paquete, yo lo acerqué un poco más, pero ella en seguida me volvió a mirar, con una expresión aterradora, temor mezclado con el conocimiento de su futuro no tan lejano. Un brillo rencoroso tiritaba en sus ojos. Mi alma poco a poco se dejaba ocupar por el miedo, y juro que si esa mirada hubiera durado un solo segundo mas, habría salido de allí corriendo... Pero enseguida intenté romper la daga fría que cortaba el ambiente.

-Pero, ¿porqué me mira de ese modo, como si no me hubiese reconocido? – exclamé, como devolviéndole el rencor que me lanzaba- Si lo quiere, tómelo; si no, lo llevaré a otro sitio, no tengo tiempo que perder.

-¿Qué me traes? – Se acercó a mi, mientras miraba el paquete y abriendo la puerta, dejando ver su deformado cuerpo, envuelto en un camisón andrajoso.

-Una pitillera de plata, ya le hablé de ella la última vez.

Mirándome de nuevo, y dibujando una leve sonrisa en su rostro arrugado, me arrebató la prenda de las manos.

-¿Qué es esto? – La vieja cogió el objeto, sopesándolo con una mano. Mi pulso se aceleró de nuevo, viendo que mi objetivo estaba a punto de realizarse. El hacha bailaba bajo mi abrigo.

-Este objeto es... – Tragué saliva- Una pitillera de plata... mírela.

-No me parece de plata... ¡Vaya modo de atarla!

La vieja se apartó de mi, acercándose poco a poco a una ventana que emitía unos rayos de luz tenues. Desabroché el nudo que sujetaba el hacha, pero no me atreví a sacarla y asestarle el golpe a la vieja... No...algo me lo impedía, haciendo que mi mano hiciera temblarla bajo mi abrigo. Mis manos sudaban como nunca lo habían hecho, y empecé a temer que el hacha se me resbalase entre mis dedos como un jabón húmedo.

-¡Vaya lío que me he armado con esto! – La vieja masticó unos sonidos malhumorados, y en ese momento, decidí que era el momento de acabarlo todo.

Saqué el hacha, la alcé en el aire, preparándola para dar el golpe, pero algo me impidió ejercer fuerza sobre esta, y tan solo pude dejarla caer. El hacha calló de lomo en la cabeza de la vieja. Ésta lanzó un grito ahogado, mientras caía de bruces contra el suelo. Levanté de nuevo el hacha, y esta vez sabía que no podía fallar.

Golpe tras golpe, la sangre se dejaba ver entre las hendiduras que el hacha producía en el cráneo de la vieja, que se deformaba poco a poco. No quise parar, hasta saber que estaba muerta del todo.

A los pocos segundos, la vieja no respondía a mis golpes. Me agaché a verle el rostro, y sus ojos agrietados, a punto de estallar de sus órbitas, me dijeron el resto...
Ella había muerto.



Vieja


La oscuridad lo llenaba todo.

Mi anciano cuerpo permanecía de pié, alertado al oír los pasos que se acercaban a mi puerta por el pasillo, y el silencio que se formó después. Poco tiempo después, una línea de luz se formó en el borde de la puerta... Oí unas tímidas palabras a lo lejos.

- Perdone, Aliona Ivannova... soy un conocido suyo... Raskolnikov... Le traigo unas prendas que le prometí hace unos días.

La desconfianza se apoderó de mi. Esa voz me sonaba... a la de aquel hombre... e intenté enfocar la vista hacia una mancha oscura que se adivinaba en aquella línea de luz, de repente, otro objeto atravesó aquella línea de luz. Era un paquete, mal atado. Le miré de nuevo, extrañada por aquella visita inesperada. Pronto, aquella voz volvió a regurgitar unas palabras.

- Pero... ¿Porqué me mira de ese modo, como si no me hubiese reconocido? Si lo quiere, tómelo; si no, lo llevaré a otro sitio, no tengo tiempo que perder.

Pues no, no le conocía. Pero tampoco quería rechazar aquel regalo, así que, un poco insegura de mis actos, me acerqué a el hombre, le quité el regalo y me apresuré a preguntarle.

- ¿Qué me traes?

-Es... una pitillera... de plata... Ya le hablé de ella la ultima vez.

-No parece de plata, ¡Vaya un modo de atarlo!

Me giré hacia una ventana, que apenas dejaba atravesar unos rayos de sol. Mis cansados dedos comenzaron a desatar nudos, pero eran ya demasiado torpes. Estiraba, estiraba, pero no cedía. Rápidamente me di la vuelta hacia él.

-¡vaya lío que ha armado con esto! – Dije, mientras un silbido zumbó al lado de mi oreja, para entonces rajar mi cabeza con un golpe seco en mi sien.

Caí aturdida, hubo unos segundos de silencio, roto por mis gritos desesperados de dolor y auxilio, que enseguida serian contestados por otra ráfaga mas de golpes en mi cabeza.
Uno tras otro, los golpes cada vez perforaban mas mi cabeza, yo apenas sentía ya lo que me rodeaba, todo se nublaba a mi alrededor.
Los golpes pararon, la sangre se extendía por el suelo de la habitación.

El rostro de mi asesino se acercó a los míos, la sangre cubría todo cuanto yo podía ver.
Y entonces, llegó el vacío.
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