Las plumas de un ángel "recopilatorio"

Cerrad los ojos, extended las manos, y dejaos llevar, por un vuelo muy cerca de la tierra...
- .... silencio... siempre silencio.... tan atronador como las rugientes olas. Quietud en una oscuridad muda que no se atreve ni a respirar... sólo el llanto de un niño se oye a lo lejos...

- Desde el cielo, todos observaban atentos los pasos que tomaría el destino, de aquel pequeño ángel que nació sin alas para cambiar el mundo....

Asi comenzó mi abuelo un día la historia que hoy te contaré a ti. En tu mano está creerla o no, pero de todas formas cambiará tu vida, como lo hizo con la mia....


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Elena llevaba ya cinco de sus 12 años en el orfanato. Sus padres la abandonaron cuando era un bebé a en la puerta de una casa, en la que no la aceptaron, y fué de familia en familia (por ser rara), hasta que finalmente, se acabó entre esos muros de piedra, última en las listas de adopción, con sus lágrimas por familia...

Era justo su momento; cuando la noche dormía, salía por la ventana a sentarse en su árbol. Le encantaba la oscuridad, decía que tenía luz propia, de la que no se veía, pero se podía sentir...
Entre molesta y curiosa, escuchó el llanto de aquel niño, abajo, a muchas hojas de distancia. Bajó por las ramas con precaución, pero con la agilidad y la seguridad, y segundos después estaba en el patio, observando atónita aquél bebé, envuelto en una sábana, y rodeado de palomas blancas...

Se armó un gran revuelo con todo aquello. Las monjas, desconcertadas, no encontraban el modo de saltar la valla con un niño en brazos y dejarlo allí, pasada la media noche. Una vez calmadas, Elena fué castigada por su "evasión nocturna".

- Pero si he salvado a un niño de morir congelado.- Decía entre llantos Elena.

- Y Dios te lo agradece sin duda, pero tu rebeldía merece un castigo. ¿Y si te hubieses caído del árbol?- Le replicaba Madre Carmen.

- (Si estuviese tan gorda y torpe como tu, si me hubiese caído seguro).- Decía Ele para sus adentros.

Pasada la noche, las monjas acordaron llamar al bebé, ÁNGEL.

--- Bueno, eso no se muy bien si fué cosa de Dios, una casualidad, o que le falló la memoria a mi abuelo y usó el recurso fácil, pero ese fue el nombre que le pusieron...

Al día siguiente, cuando Elena amaneció (con unos azotes más que con los que vio caer el sol), supo que su encuentro con Angel, no había sido casual, y una sonrisa, iluminó su rostro, por primera vez, en mucho tiempo...

Si tuvieses que mandar a alguien a la tierra, a hacer pequeños milagros, un orfanato es un buen sitio para empezar no?.

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Madre Lourdes, digiría el orfanato hacía ya veinte años. Una mujer enérgica pero justa, que amaba como nadie a "los hijos que se van", como solía llamar a los niños que pasaron por su tutela. Más por cariño que por obligación, calculaba el cumpleaños de todos aquellos que no tenían uno, como era el caso de Ángel. Con un rápido vistazo, restó dos semanas y un día a la fecha actual, y con letra firme escribió en sus papeles: Ángel, nacido el 26 de Julio de 1980, acogido en los castillos el 10 de agosto del presente año.

Se decició que el aquél joven no se daría en adopción, hasta pasados los 5 años, y así se cumplió. En ese tiempo, Elena no se separó nunca de él. Para ella, era un hermano pequeño, en una familia de padres perdidos... Madre Lourdes, como dije, era severa pero justa, y Elena tuvo que corregir mucho su rebeldía para poder compartir el día con Ángel y la noche con las estrellas, pues esa costumbre nunca le abandonó.

- Menudo cambio ha dado esa chica - Decían algunas.

- Es una pena que sea ahora; nunca la adoptarán siendo tan
mayor - Se lamentaban todas.

Y así fue, Elena estuvo allí, hasta que, cumplidos los 17 años y tan sólo dos días después de "la despedida", se marchó con lo puesto, en busca, de una vida.

El día en que los papás de Ángel le vinieron a recoger, el orfanato entero contuvo las lágrimas (bueno, casi todos).
Elena esperaba en el Pabellón dormitorio, y allí fué él, a encontrarse con su hermana... Sentada en la ventana, con la mirada en el suelo, más pensativa que triste, alzó la cabeza para encontrarse con un niño pequeño, de pelo rubio (revuelto) y ojos azules, que le observaba con tranquilidad.

- Tengo algo para ti, pequeño.- Le dijo arrodillándose a su lado. Extendió su mano vacía y le susurró al oido: - Es un hilo invisible, muy resistente y largo, éste es tu extremo, yo me quedo con el otro, y asi nunca estaremos separados-.

Ángel cerró su pequeña mano con fuerza, y cuando Ele fué a abrazarle, éste la detuvo, y sacó una pequeña caja de galletas, que escondía en su espalda.

- Quería hacerte un regalo de despedida - comenzó a decir - pero no tengo dinero, asi que, te he guardado un trocito de noche en esta caja. Pero no la abras, o se escapará!.-

Elena, sin palabras, no pudo sino romper en llanto y abrazar, a aquél niño que con 5 años, había podido leer en su corazón como nunca nadie, pudo o quiso hacerlo.

Ángel se separó, le secó las lágrimas, y con una sonrisa en la cara le dijo: - Algún día te buscaré, al otro lado de este hilo...- y caminando despacio se alejó por el pasillo, con su mano fuertemente cerrada...


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- Ya no tengo corazón - decía Elena en un suspiro... Sus palabras se entrecortaban, se le escapaba la vida...
- Por qué; por qué vuelves a irte, ahora que te he encontrado... - Un ruego demasiado triste, para una voz de seis años.
- Está roto Ángel, me han roto el corazón en mil pedazos, y sin él, no podré caminar...-.
Miró tras sus ojos, y sólo vió soledad... Elena, había perdido su alma a los 2años, pero eso nadie lo supo, hasta hoy...

Octubre de 1970

Levaba ya 3 meses con ellos. Enrique (papa), Eva (mama), y el pequeño Alejandro (hemanito) de tan sólo un mes de edad. Era feliz con ellos, mucho. Por fin tenía una camita, un conejo de peluche y un beso al dormir, y ahora, un hermanito!. Si, "era" muy feliz, hasta aquella triste noche...
Elena ya se había puesto su pijama (de felpa abrigadito), y esperaba ansiosa la hora de meterse en la cama, mientras Eva, acunaba en sus brazos al pequeño Alejandro. De pronto, un silencio, y golpe y un grito; llantos... Elena corrió hacia ellos y vió al niño, en el suelo, con un brazo como no debía de estar, y a Eva, histérica, recogiéndolo del suelo sin saber qué hacer. Vino papá.
- ¿Qué ha pasado?- Preguntó asustado.
- La niña! - Gritó Eva - La niña ha tirado el bebé al suelo!-.
- De las pocas palabras que Elena pronunciaba, ninguna quiso salir, únicamente un triste y ahogado... NO.-
- Cómo has podido hacerlo, eres una desagradecida!.- Le gritó Enrique.
- Celos,- decía Eva - eso seguro que han sido Celos, maldita Celosa!-.
No podía entender lo que estaba pasando, ella no había hecho nada!. Celos?,que es eso?,yo soy feliz!...
Cuando volvieron del hospital, Enrique cogió a Elena y la llevó a una pequeña habitación, donde guardaban trastos. Cerró la puerta, se sacó el cinturón, y le sacudió hasta quedar exhausto...
Con elena medio inconsciente en un rincón, salió del cuarto, y cerró con llave tras de sí, dejándola a solas en la oscuridad...
Sin luz ya no pegaba, sin luz ya no le odiaba, sin luz... todo mejora... y allí quedó, acurrucada y abrazada a un su conejito de peluche, empapado de lágrimas...

1986

Ángel lo comprendió todo. Cuando algo es bello, es frágil, y si no se trata con cuidado, se acaba rompiendo. La belleza y fragilidad de su corazón, le condenaron a un prematuro fin.
- Qué te han hecho Elena?, dímelo por favor!. Quién ha roto tu alma perdida?.-
Sin contestación, sin ni siquiera un último aliento, murió, con su mano inerte aferrada por los pequeños dedos...
Ángel sufrió como nunca nadie lo hizo en la tierra, pero no pudo derramar una sola lágrima, porque los ángeles, no pueden llorar...


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Sudoroso y angustiado, se sento en aquella cama en la que llevaba un año durmiendo. No había sido un sueño, sino un aviso. Dejó resbalar los pies hasta el suelo, y con mucho sigilo, se vistió, hizo su cama, escribió una pequeña nota que ponía "papa y mama", y se escapó por la ventana, como una antigua amiga le había enseñado a hacer.

Ángel sabía exactamente hacia dónde iba. Elena, trabajaba en una vieja fábrica, como costurera, a 24km de allí. 14 horas diarias, y un mísero sueldo. El patrón, tenía una casa, donde las empleadas eran acogidas, con una reducción "mínima" en su salario. Cuando Ángel levantó el cristal de la ventana, Elena acababa de llegar a su habitación, donde una pequeña ¿cama? y escaso mobiliario más, le esperaba solitario.

El pequeño comenzó a andar en la noche, guiado por la luna, y hablando con el viento que le contaba secretos. Anduvo hasta ver despuntar el día; anduvo hasta que el empedrado del pequeño pueblo, estuvo bajo sus pies.

En su camino tropezó con un mendigo, que según su cartel, cambiaba piedad, por una moneda. Se sentó a su lado y le dijo:
- Perdona, ¿te importa si descanso aqui contigo?.- El mendigo le miró añadió:
- Será un placer, hace mucho que no tengo compañía, la gente suele huir de mi pequeño.
- Tu también huíste, y deberías probar a volver...
- Pero, pero.. ¿cómo?...
- Tu hija te echa de menos a su padre Mateo. Cada día, mira por su ventana por si volvieses. No te odiaba, nunca lo hizo, y lamenta mucho las cosas que te dijo...
- ¿Quién eres criatura?.
El sol brilló en los ojos de Ángel, que con calma le dijo:
- Soy la moneda, que Dios te cambia por piedad. Ve camino de tu casa Mateo, que allí te esperan, con los brazos abiertos.

Se levantó, y siguió su camino, girándose al final de la calle, y despidiéndose con la mano, de aquél hombre nuevo, que lloraba de felicidad, sobre unas pocas monedas...
Mientras Ángel se sentaba junto a Mateo, Elena, se zafaba una vez más, de los acosos de su jefe. Día tras día, era sometida a toda clase de insinuaciones y amenazas, tras la negativa. Nunca cedió, y pasó días sin comer, y noches en la calle, porque en la residencia, no había nadie para abrir cuando ella legaba... El señor cantero, era el tipo de persona, que el demonio devía enviar para que siguiese existiendo el odio. Obeso, sudoroso y prepotente, estaba por encima de todos y de todo, incluído aquello que llamaban "higiene personal". Su avaricia y soberbia se reflejaban en un semblante oscuro y cínico, esculpido por treinta años de malicia. Siempre, siempre, consiguió lo que quiso, y aquella jovencita, no sería la excepción. Y así, bajo el yugo de un miserable, Elena cosía y cosía, dejando escapar su mente (siempre que podía) a cualquier lugar, lejos de allí...

En su camino, Ángel se cruzó con un hombre que caminaba cabizbajo, pensativo. Vestido con un elegante traje, negaba con la cabeza y hablaba consigo mismo, cuando al pasar junto a un banco, su chaqueta se le enganchó en un tornillo suelto, y se desgarró. Juan se detuvo al instante esperando no haber oído lo que acababa de oir, pero solo pudo mirar pasivo el jirón hecho en su americana.

- Venga conmigo; conozco a alguien que le ayudará.- Dijo Ángel con voz amable y una pequeña sonrisa.
- Perdona muchacho, ¿hablas conmigo?.
- Claro. Allí donde voy, pueden coserle eso y dejarselo bien otra vez.
- Te lo agradezco de veras, pero yo no necesito ayuda, y ésto tampoco tiene ahora mucha importancia...
- No está bien decir mentiras, y Vd. acaba de decir dos. Todos necesitamos que nos ayuden, porque no nos podemos ayudar a nosotros mimos, y tampoco sabremos la importancia de ese roto, hasta que el viejo tiempo nos la quiera decir.
Juan se sonrió ante las inocentes y maduras palabras del muchacho.
- Bien pequeño, pues llévame a donde tu vas. Ya no queda nada de lo que vine a hacer aqui, asi que en tus manos estoy.
Y girando en redondo, de mano del un niño de 6 años, Juan desandó el camino que le llevó hasta allí, sin saber, que se dirigía exactamente al punto del que partió...

Cuando Ángel empujó la vieja puerta de madera, Juan le tiró de la pequeña mano. - No puedo entrar ahí.- Le dijo.
- No se preocupe, todo será distinto esta vez.
Niño, hombre y chaqueta rota, pasaron por el humbral de la puerta, y se dirigieron a la primera de las mesas de costura, donde una señora de mediana edad, se afanaba en sus labores, ajena a todo lo demás. - Perdone.- Le interrumpió Ángel. - Mi amigo necesita ayuda, porque él no se puede ayudar sólo, y tiene la chaqueta rota.-
Clara, como se llamaba la mujer, tardó unos segundos en reaccionar, y finalmente dijo:
- ¿Y tu quién eres?.
- Soy un amigo de Elena; he venido a buscarla. Ahora por favor, ayude a este señor, que es muy amable y se lo agradecerá.- y sin más, se encaminó hacia el final de la Nave, dónde su hermana soñaba, donde recordaba, donde le estaba añorando...
Cuando estuvo junto a ella, le susurró al oído:
- Las estrellas me han dicho que te echan de menos.-
Los recuerdos y sueños de Elena se rompieron en pedazos, esparcidos por la brisa que traen las palabras de un niño. Se giró hacia él, y sin poder decir nada, rompió a llorar, y le abrazó, como lo hizo tiempo atrás, cuando él era su vida...
- Elena, debes venir conmigo. Tenemos que ir a buscarte un alma, porque se que la tuya la has perdido.-
Nunca oiría una razón mejor, para partir en un viaje sin destino, así que cogió su mano, se puso en pie y dijo:
- Guíame hermano mío, porque allí donde vayas iré yo.
Y juntos caminaron hacia la salida de la fábrica, con la atenta mirada de todas las hilanderas, que no llegaban a entender lo que estaba ocurriendo.
Cuando llegaron a la mesa de Clara, Juan y ésta les miraban curiosos.
- ¿Al final no le has cosido la chaqueta Clara?. Bueno, ya habrá tiempo para eso, nosotros debemos irnos.- Dijo Ángel, pero antes de que acabara la frase, se empezaron a oír unos gritos desde lejos.
- ¿¡A dónde te crees que vas!?. ¡Vuelve aquí ahora mismo, tienes mucho trabajo que hacer!. - El señor Cantero, ido de ira, ni siquiera se fijó en el joven que la acompañaba.
- ¡Detente ahí mismo y no des un paso más!.- Sentenció.
El niño se giró y le dijo:
- Sólo se detiene, aquello que no se usa....-
Con la última palabra resonando en el pabellón, la vista del Sr. Cantero se perdió en el vacío, se llevó la mano al pecho y comenzó a sudar. Las piernas cedieron al peso y calló de rodillas, con las manos cruzadas ante sí, como pidiendo una inútil clemencia. Finalmente, ante la incrédula mirada de todos, cayó al suelo, y nunca más se levantó.
Sin soltar la mano de Elena, y con el mundo paralizado ante lo ocurrido, Ángel se encaminó a la salida, despidiendose con la mano de Juan y de Clara, salió de la fábrica. Ya afuera, se detuvo un momento, y con una mano, sujetó un extremo del hilo imaginario, y con la otra, lo estiró hasta lo que sus brazos le dieron de sí; lo cortó con los dedos y le dió el nuevo extremo a su hermana. - Así está mejor.- Le dijo. Y se fueron los dos, hasta perderse por el horizonte...

La muerte del Sr. Cantero, se certificó una hora después, con la causa de paráda cardiáca. Juan, al parecer, había acordado la compra de la fábrica al difunto, y aquél día había venido a firmar los papeles del traspaso. Pero el Sr. Cantero, en su avaricia, una vez allí, le pidió una suma deshorbitada de dinero, que no podía pagar. Al morir el propietario, y sin herederos, el Estado, dió por válidos los papeles de pre-acuerdo que ambos tenían, y realizó la venta de la fábrica por el precio acordado. Juan, pasó a ser el nuevo propietario, realizando grandes cambios en las condiciones de trabajo, y de alojamiento. Con el tiempo, Clara se casó con él, y el día de la boda, cuando camino del altar, se le enganchó la chaqueta en un banco y se le rasgó, recordó a un pequeño joven, misterioso y dulce como nadie, que le dijo que sólo el viejo tiempo, puede darle la verdadera importancia, a los jirones, de nuestra vida....
Caminaron hasta el anochecer, sin otro rumbo que aquél que marcaba el sol. Al final del camino que ellos marcaron, encontraron un pequeño hostal, apartado y acogedor a los ojos de Ángel, económico y suficiente para el raído bolsillo de Elena.
Llamaron a la oscura puerta y aguardaron unos segundos. Tras la entornada madera, una rechoncha y, aparentemente, ocupada mujer les daba la bienvenida:
- Adelante por favor, adelante.
- Quisiéramos una habitación por favor.- Dijo Elena, con voz tímida.
- La habitación cuesta seiscientas pesetas la noche, sólo tiene una cama, y si queréis cenar, serán otras cien pesetas por persona.- Explicó la casera.
Elena echó mano a las pocas monedas de su bolsillo, y se preguntó por la cena.
- No hace falta que yo cene Elena, estoy bien.- Dijo ángel, como leyéndole el pensamiento.
Le miró con sonrisa compasiva y pensó, que si ella estaba desfallecida de hambre, cómo estaría el pequeño.
- No te preocupes cielo; esta noche, cenaremos los dos, y mañana ... ya veremos.
La dueña del hostal, les dió la llave de la habitación, para que pudiesen asearse y dejar sus cosas.
- En la planta de arriba está el comedor, os tendré preparado algo caliente para dentro de media hora.- Comentó con una una pequeña sonrisa.
Una vez en la habitación, Elena se sentó en la cama mientras Ángel se lavaba, y allí, en ese preciso momento, viendo al niño subido en una caja para llegar al lavabo, le preguntó:
- Ángel, ¿a dónde vamos?; ¿qué vamos a hacer?. Yo no puedo... no podemos... no...- y todo acabó, con un suspiro desesperado.
De un salto, bajó de la caja, y con pasos menudos se sentó junto a ella, le miró, y cerrándole los ojos con la mano le dijo:
- De momento hemos ido hasta un lujoso hotel. Abajo el servicio nos prepara una cena caliente para nosotros. En la cena, tendremos alguien con quien hablar, y más tarde, cuando el mundo duerma, iremos juntos hasta el marco de la ventana del viejo horfanato, y hablaremos juntos a la noche, en el idioma que ella habla, ése que no se oye. Ella nos dirá dónde iremos mañana...-
Una leve sonrisa corrió por la boca de Elena. La pequeña mano se apartó de sus ojos, y aún sin abrirlos, le abrazó, y le dió las gracias con un entrecortado susurro en el oído.
Cuando estuvieron listos se encaminaron hacia el salón. No había mucha gente, y a la que había, la presencia de dos figuras más en la sala.
Su mesa estaba en un rincón, a la izquierda de la habitación. Junto a ella, tres caballeros, parecían debatir entre una nube de humo y unos cafés.Un bohemio y romántico antiguo, de pelo largo y barba descuidada, se ocultaba tras sus gafas, mientras escuchaba atento. A su derecha, un joven, de perilla moderna, se lamentaba de la pérdida de viejos amigos por culpa de la bebida. El tercer hombre, tenía barba de dos días, y escuchaba atento la conversación, sin duda, esperando el momento de realizar su intervención. En su cuello, una cadena sostenía un anillo, símbolo de algo que fué, y que parece no abandonarle...
Ángel y Elena, cenaron tranquila y copiosamente. Durante la cena, él le contó como había sido el año, con "papa" y "mamá", mientras con un brillo en los ojos, ella guardaba silencio, sin ninguna intención de relatarle por lo que había pasado. Acabada la cena, se levantaron de la mesa, y Ángel, se despidió y deseó las buenas noches a aquellos tres señores, que seguían tras su cortina de reflexiones. Los tres, aunque extrañados, se despidieron cortésmente del pequeño y de su bella acompañante, deseando una feliz velada a ambos.
Ya en la ventana, hablando con la noche, el pequeño le comentó:
- Seguro que siguen en el mismo sitio.-
- ¿Quién? - pregunto Elena, totalmente absorta en las estrellas.
- Los observadores; los observadores de la vida.-
Ele pensó unos segundos, y dedujo quíenes eran.
- Los hombres que había sentados junto a nostros, ¿verdad?. No has parado de escuchar sus conversaciones en toda la cena.
- Estaba aprendiendo. La mayoría de la gente, se limita a vivir, pero ellos se detienen, y observan la vida pasar, y hablan sobre ella, y sobre ella discuten, aprendiendo siempre de todo lo ocurrido...
- ¿Y qué has aprendido pequeño?.
- Que La Vida, no existe. Sólo existe tu vida, y es diferente a todas.
El silencio se hizo protagonista durante unos minutos, hasta que se rompió, con un lamento:
- ¿Y dónde está mi vida Ángel, dónde la encontraré yo?.
- Al final de nuestro camino hermana... al final de nuestro camino...
Salido el sol se pusieron en camino, con fuerzas renovadas y los bolsillos llenos... de ilusión. El día no pasa deprisa para el que camina, y mucho menos, para aquél que lo hace sin comida; pero todo dia tiene un final, y caída la noche decidieron buscar abrigo. Llamaron a muchas puertas del pueblo al que llegaron; exactamente cinco más de las que no se abrieron. Esas cinco más se abrieron tan sólo, para confirmar a los visitantes que no querían visitantes. Con la luna brillando en lo alto y el frío helando la respiración, se fueron a cobijar en la vieja parada de autobús. El cemento no era muy cálido y mucho menos confortable, pero era mejor que nada. Allí, acurrucados los dos, pasaron como pudieron, una noche, tan larga como lo fue su día...

A la mañana siguiente, Elena, despertó sobresaltada. Ángel no estaba bajo su brazo, y se oía a alguien, haciendo ruidos extraños. Cuando sus ojos se acostumbraron al deslumbrante sol, pudo ver al niño, sentado frente a un hombre, rechoncho y bajito, que gesticulaba y emitía aquellos extraños ruidos. Parecía que... hablaban.

- Buenos días Elena.- dijo el muchacho.
- mmmpff, atg, bmf.- dijo su nuevo amigo.
- Bu, buenos días... Ángel, ¿va todo bien?.- preguntó Ele.
- Perfectamente. Deja que te presente. Éste es Andrés, es sordomudo.
Andrés, extendió nervioso la mano en dirección a la chica, y asintió con la cabeza.
- Mucho gusto.- Dijo Elena cerrando el apretón de manos.
- Andrés no conoce el idioma de los signos, y habla a su manera.- comento Ángel con una sonrisa. - Llevamos un rato hablando, esperando a que despiertes dormilona. Vamos, que es hora de desayunar.-
Andrés asintió de nuevo, ayudó a Elena a levantarse, y los tres se encaminaron hacia casa de aquél extraño personaje.

En la mesa había de todo. Pan recien hecho, bizcochos,mantequilla, miel, piezas de fruta. Un banquete de reyes sobre la vieja madera. Comieron, bebieron y rieron de felicidad, mientras Ángel y Andrés, conversaban como si no hubiese barreras. El niño hacía de intérprete para las cosas importantes y los chistes, y los tres reían a carcajadas, cada uno a su manera...

Quizá aquel hombre, nunca sabría cuán agradecidos le estaban, aunque en su cara no reflejase otra cosa sino gratitud. A la hora de partir, Andrés les dió unos víveres para su viaje, un abrazo y un adiós, y otro amigo en el camino...

Más tarde, caminando, Ángel le contaría a Elena, la verdadera historia de quien se quedaba ese día atrás. Andrés había nadico sordomudo en el pueblo. El padre, se marchó, dejando a su esposa y a su hijo retrasado, abandonados a su suerte... Había crecido sin amigos, sin poder ir a la escuela. Marginado por su invalidez. Juzgado como retrasado nadie intentaba hablar con él. Cuando su madre cayó enferma la cuidó hasta el último suspiro, hasta que quedó muda como él, muerta en su vieja cama, bajo las lágrimas de su hijo, que nunca pudo gritar... Andrés creció, pero poco cambió. Los mayores no le querían en sus partidas de cartas; los niños le temían porque hacía ruidos raros. "El monstruo" le llamaban, y así pasaba sus días, como un monstruo, sólo... Cada mañana, iba hasta la parada del autobús, a intentar hablar con la gente que lo esperaba. La mayoría bajaba la vista, le ignoraba, o directamente le gritaba para que les dejasen en paz.

Una semana después de aquél desayuno, una joven escritora de la ciudad, se instaló en la casa contigua a la de Andrés. Verónica, como se llamaba la joven, enseñó a su nuevo vecino el lenguaje de los signos, como su madre, que murió sin haber oído una palabra, le había enseñado a ella. Y Andrés, tuvo siempre alguien con quien hablar, hasta que decidió cerrar los ojos para siempre, porque ver, ya había visto suficiente...
Un mes más de viaje, les llevaron hasta la fuente de un lejano pueblo, donde se sentaron a descansar. Muchas personas habían quedado en el camino; muchas noches acompañando al frío, muchos días caminando junto al hambre. Risas y muchas más lágrimas pesaban ahora sobre sus pies, y cada paso, era más duro que el anterior.

El día había amanecido claro, y el sol, brillando con orgullo sobre sus cabezas, iluminaba sus cansados rostros al descansar. Allí sentados, bebieron agua y se asearon; Elena, aprovechó para lavar un poco las ropas, que sus fugaces amigos, les habían dado, parecía siglos atrás.

Cuando caía el minuto quince de su descanso, una joven anciana se acercó a la fuente, con un enorme cántaro a cuestas. Quizá suene raro, pero era una joven anciana. La mujer, tendría realmente unos 50 años, pero el duro trabajo y la soledad, habían robado la belleza de su rostro. Las arrugas de su rostro, parecían riachuelos de eternas lágrimas, que sin duda mil veces cayeron...

- Buenos días.- Dijo la anciana dejando el pesado cántaro en el suelo.
- Buenos días.- Saludaron educadamente los dos.
- Parecéis hambrientos y cansados, ¿sois viajeros?.
- Podría decirse que sí.- Dijo Elena con una lastimera sonrisa.
- ¿Y hacia dónde os dirigís?, si no es mucho preguntar.
- A ésta fuente venimos.- Dijo Ángel con sorprendente seguridad.
Elena le miró extrañada, y supuso que sería una manera de decir que no tenían destino. Nada más lejos de la intención del niño....
- Yo me llamo Ángel, y ésta es Elena.
- Mucho gusto, joven amigo. Yo me llamo María, vivo en aquella pequeña casa de allí, a la que los dos, me acompañaréis ahora a tomar un buen desayuno, y no acepto un no por respuesta.
La sonrisa invadió la cara de los tres. Elena y Ángel, llevaban un día sin comer, y María, no solía tener muchas visitas, ni gente con la que conversar, así que todos ganaban.

Sentados a la mesa, conversaron durante más de tres horas, sobre su viaje. Sus aventuras y desventuras; la fábrica, Andrés... El desayuno se hizo comida, la comida, cena, y cuando María apagó las luces y les deseó buenas noches, Elena no cabía en sí de felicidad. Había reído comido y descansado, y ahora, tumbada en la cama más cómoda de su vida, una extraña sensación de paz ya olvidada recorría cada rincón de su cuerpo.
- Ángel.-
- Dime Ele.-
- ¿Dónde iremos mañana?.-
Ángel, sabiendo que Elena no deseaba partir, le dijo: - A por agua a la fuente Elena, a por agua a la fuente....- Y eso, fue lo último que Elena escuchó, antes de caer en un profundo sueño sin recuerdos ni temores, un sueño, cómo solo cuando eres niño, puedes tener....

Vivieron con María durante 3 semanas más. La anciana, era costurera, y las jóvenes pero experimentadas manos de Elena, le vinieron muy bien para aceptar más trabajos, y poder pagar los gastos de sus nuevos huéspedes. Todo era... perfecto, hasta que un día, María cayó enferma, y quedó postrada en la cama, necesitando continuos cuidados. El médico les visitaba tan a menudo como se le podía pagar. Elena, trabajaba muy duro para sacar todo el trabajo sola adelante, y el niño, cuidaba con cariño de María. Otras dos semanas pasaron así, hasta que una noche, Ángel levantó a Elena de la silla de coser, y la llevó de la mano hasta la habitación de la joven anciana.

Los tres sabían que había llegado el momento. Elena se sentó en la cama, y Ángel, en un pequeño taburete, junto a la misma. La joven, con mano temblorosa, recorrió los surcos del rostro de la anciana, y recogió con cuidado su arrugada mano. Las palabras ya sobraban, pero el niño, con gesto serio, se acercó a la cama, y le dio un tirón del camisón a María. Ésta, giró la cabeza para mirarle, y manteniendo una mirada fija entre ambos, sintió un escalofrío; Ángel, asintió con la cabeza, y María, girando de nuevo la cabeza hasta Elena, esbozó la más bella sonrisa jamás vista. De sus ojos brotaron las lágrimas, brillantes de felicidad, y se cerraron un instante, para no volver a abrirse, jamás...

Y así, entre una cortina de llanto y con el alma partida, Elena vio ,sin saberlo, como su verdadera madre moría bajo la triste mirada, de su única hija, hace tiempo perdida.....


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