LitEOL ´07: Relato corto.

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Plazo:
  • dos semanas desde el día de hoy. Fecha límite, 04-08-07.

Requisitos:
  • los participantes postearán sus textos en este hilo. No habrá comentarios de ningún tipo en este hilo, sólo textos participantes.
  • Los textos deberán superar las 50 palabras y sería recomendable que no se extendieran más de dos hojas de un documento de word para facilitar su lectura y valoración. Este límite no será condicionante para la valoración del texto.

Participantes:
  • Angaia
  • dant3
  • Aruma
  • Carmatrix
  • Yui_K
  • Tanisero
  • srkarakol
  • Jhiive
  • Auriok
  • eraser
  • IrA_
  • Tantoril
  • Sun tzu
  • Elvis
  • EDIN
  • Kefalegereta
Jhiive está baneado por "Clon de usuaria baneada"
LA BESTIA

Sentado en una roca me encuentro, a la orilla del río tras haber cometido mi primer crimen… tras haber manchado no sólo mis manos de sangre.

Aún no se como ha ocurrido, aún me encuentro perturbado y mis manos tiemblan mientras escribo esta carta de confesión sin saber que soy. No se si me gustaría descubrirlo, porque tal vez al averiguarlo me asustaría de mi mismo… no se si he de saber quien soy realmente o dejarlo. Pero algo en mi dice que he de seguir matando, que he de seguir bebiendo y alimentando aquello que llevo dentro, aquello a lo que yo llamo la bestia.

Con la llegada de la noche mi rostro cambia, se hace más abrupto y con él mis colmillos se alargan. En mis manos crecen las uñas como por arte de magia y una leve capa de cabello en forma de pico aparece en mi frente. Mi corazón deja de palpitar, o al menos yo así lo siento, pero entonces ella comienza a dominar mi alma… si aún la tengo…

Esta noche, en la que la luna llena me acompañaba como único testigo presencial de mi banquete, he acabado con la vida de una inocente.

Después de sufrir la metamorfosis de hombre a bestia me he escondido en la oscuridad, asustado por mi propio rostro al verme reflejado en un charco. Pero tras breves instantes de rechazo hacia mi mismo he visto como una joven dama vagaba sola en busca de algo, tal vez en busca de una muerte segura, de una muerte en mis manos.
Sin pensármelo dos veces y tras la llamada del salvajismo que hay en mi interior me lancé sobre ella. Sus gritos y lamentos no hacían mella en aquel seco corazón que había muerto en mi interior. No es que no los escuchase, simplemente los evadía pensando en que cuanto más gritase más sangre chuparía.

Se resistió mucho, para que mentir, pero no pudo con mi fuerza y hundí mi boca en su cuello, saboreando hasta la última gota. Cuando acabé, lamí su herida igual que un animal. Entonces cogí su cuerpo para tirarlo a este río.

La tengo al lado, muerta, desangrada. Y la miro a los ojos. He de rematar mi trabajo, pero antes quiero comprender lo que soy y busco mi respuesta en sus pupilas ya sin vida.

He oído leyendas sobre otros como yo, les llaman vampiros. Pero yo no creo ser uno de ellos y prefiero seguir siendo la bestia…



NOTA : no es un relato acabado al 100% digamos que más bien un boceto, pero por falta de tiempo es lo que puedo ofrecer.
PRÓLOGO-EL CABALLERO 99

Cada paso crujía en el suelo de arena y piedra. Pequeños guijarros del duro suelo bailaban a cada golpe de espada y a cada pisada. La danza del combate levantaba pequeñas nubes de polvo, y el aire, caliente y áspero, empezaba a cargar sus pulmones. Necesitaba agua urgentemente.

El sol se alzaba alto, debía de ser mediodía. Apenas había empezado el combate y ya necesitaba descansar, él, que toda la vida había estado entrenándose para aquél momento de gloria, para reconocer ante el mundo el poder de un solo hombre. Para demostrar que los mejores nunca perduran en su trono.

Estaba delante, a pocos pasos, retándole, instigándole a que su afilada espada le estocase, pero no se dejaría provocar. Intentó humedecer sus labios con su lengua pastosa, pero era una simple distracción de la mente. Respiró hondo, sabía que era un rival duro, fuerte y ágil. Nunca había combatido con alguien así ni nunca lo haría. Procuraría que fuera lo último.

El coliseo estalló de júbilo al ver como su enemigo empezaba a correr hacia él. Venía con la espada alzada, dispuesto a probar la resistencia de su brazo. Alzó su escudo y detuvo el golpe, entre los ensordecedores gritos de la multitud, ya no había vuelta atrás.
El escudo a pesar de ser muy resistente no pudo evitar que la espada lo abollase ligeramente, pero aguantó. Su enemigo caminaba en círculos a su alrededor, pero de un lado a otro, impaciente y, sobretodo, desafiante. Le debía de odiar tanto como él. La oscura piel del hombre brillaba al sol, y sus músculos se marcaban con elegancia. Observó como la dorada armadura y el cuero negro le deslumbraban. Su espada era larga, ligera y afilada; su escudo, circular y ornamentado con dibujos salvajes y tribales; no llevaba yelmo, solo una cola que recogía su rizado cabello azabache. La armadura no era más que un peto, una falda corta, guardabrazos y grebas, todas doradas.

Después de esperar unos segundos volvió a arremeter, con más fiereza. Pudo detener el golpe, pero pronto le siguió otro y así sucesivamente, mientras los espectadores gritaban a cada bloqueo, asombrados y nerviosos. Al fin, entre el continuó flujo de golpes sintió un pequeño lapso de tiempo en el que su enemigo retiraba la espada para generar un movimiento nuevo. Esa pequeña fracción de segundo era su salvación o una pospuesta de lo inevitable.
Así ocurrió. Golpeó y con rapidez retiró la espada para volver a arremeter, entonces él, caracterizado por ser imprevisible, le golpeó con el escudo, tumbándole al suelo.

Al fin unos segundos. Sin pensar demasiado fue tras él y acuchilló el suelo pues su enemigo rodó hacia la izquierda y se incorporó de un salto. La presión del plexo y su estómago se tranquilizaban al ver que no todo estaba aún perdido. La lengua y su boca parecían volver a la normalidad, aunque la sequedad persistía, y sus músculos empezaban a activarse. Sus primeras dudas y temores empezaban a disiparse, ya no tenía miedo.
- Pagarás por lo que hiciste- le dijo.

Una furia descontrolada creció en su interior al imaginarse lo que ocurrió. No merecía el perdón por lo que hizo, no lo merecía. Pero ahora, lo único que importaba era matar a ese hombre.
Su estocada fue esquivada con facilidad, pero necesitó el dorado escudo para parar el corte horizontal de la espada. Su enemigo empezaba a dudar de su capacidad y empezó a ser cauteloso. Pero en esos momentos tu mente solo puede pensar locuras, y deben de ser locuras rápidas. El indígena corrió unos pasos, saltando en un último movimiento circular, como un torbellino. Aquella técnica era la misma que utilizaba el maestro Lujun. ¿Como sabía aquel hombre aquella técnica? ¿Acaso su maestro no le había comentado nada? Un aprendiz más, dijo para sí.

De nuevo su escudo le salvó la vida, pero la cantidad de golpes que presentaba era tal, que lo lanzó a un lado. Ya no servía de nada.

Vamos, pensó, vamos.

Su pulso era firme, su corazón fuerte, sus músculos perfectos. El amparo del escudo ya no estaba, solo su habilidad y su instinto podían salvarle.

El indígena avanzó a grandes saltos, como si con cada uno pudiese golpear más fuerte, ayudándose del peso de su cuerpo en la caída para estocarle. Pero sin el escudo él era más rápido, y esquivaba todos los golpes. Hizo una finta por la derecha y golpeó por su izquierda. Aquello sorprendió al indígena, que recibió un tajo en el costado. Su dorado peto empezaba a teñirse de rojo oscuro. Sorprendido el hombre tocó la herida, manchándose las manos con su propia sangre, observando, atónito, que un hombre había profanado su cuerpo divino. Su cólera aumento, y rugió. Un rugido más fuerte que un grito normal, un rugido de rabia, reclamando venganza.

Lanzó el escudo, que con gracia fue esquivado con un bloqueo de espada. Pero no era lo único que iba hacia él. El indígena le rodeó por la derecha, y salto con fuerza con su pierna izquierda. Parecía que el golpe era claro, y que ya no había otra estrategia que la de matar a cualquier precio. Se equivocaba.
El hombre volvió ha hacer el torbellino, sorprendiéndole, cortándole levemente el pecho, rasgando sus negras ropas, sin daños importantes, pero suficientes para ponerle en guardia. En un acto reflejo golpeó la cara del indígena con el puño izquierdo, tumbándole al suelo, aturdiéndole unos instantes. Demasiado fácil, pensó.

Como un rayo fue directo hacia el indígena y colocó el pie sobre el cuello de éste. Parecía que le había roto un diente. Aquello era ínfimo comparado con lo que le iba ha hacer.

Alzó la espada y la colocó sobre su pecho, tocando la fina armadura. La rayó hacia el estomago y, sin miramientos, la hundió con violencia. La giró en sentido de las agujas del reloj, mientras, indefenso, el indígena se retorcía de dolor. Con rapidez sacó la espada ensangrentada y puso el pie sobre su pecho. El público, en silencio, lo observaba todo. Ni gritos ni emoción ni quejas. El espectáculo les tenía hipnotizados.
- Espero, que las oscuras llamas de Karunda consuman tu alma para toda la eternidad, porque si no- acercó la espada a su cuello-. Yo mismo iré para comprobarlo- rajó el cuello del hombre que convulsionaba, regurgitando sangre, perdiéndose en el infinito. Su mirada no existía, sus ojos, se cerraron.

Edin limpió la hoja con la falda del cadáver que yacía bajo el duro sol de Derawë. La espada que había salvado aquellas inmensas tierras de Endérion la habían condenado. La oscuridad había desaparecido, pero las almas habían vuelto a la tierra, en formas infames, o bellas como la de Qhashka, el hombre que ahora lloraba su muerte encadenado en la oscuridad de Karunda, el infierno en el mundo. Ahora no tenía otra cosa que hacer que buscarlas y matarlas, no por deber, sino por venganza. Cinco eran las almas que quería devolver a la oscuridad, sólo cinco, las otras no le importaban, es más, quería morir en cuánto hubiese cumplido su cometido. Su amada había muerto a manos de esos cinco hombres; emboscada, violada y asesinada, devolviendo su cuerpo al fondo del bosque, donde la encontró semanas más tarde. Su poder ahora era inmenso, inimaginable para cualquier hombre, y lo utilizaría para vengarse.

Su cabeza no quería otra cosa, su corazón ya no latía por nadie y su alma estaba desecha.
A por el segundo, pensó.


NOTA: siento que sea un poco largo, en el word ocupa 2 paginas y media. Espero que os guste, y siento la longitud, no veia otra manera de acabarlo. Tambien he dejado un espacio entre parrafo y parrafo poruqe si no estaba demasiado junto y no se leia bien. Gracias
Quiero ser John Wayne

Hace muchos años, en la que hoy llaman cadena de todos, solian poner los rancios e inmortales exitos de hollywood, de aquel lugar de sueños estilo americano que tan lejano era entonces.

Y yo, apenas un chiquillo, veia con mi padre sus duros policias, sus heroes incansables, sus indios y vaqueros.... y queria ser como John Wayne.

Con el tiempo, el galan que llevaba dentro seducia a las chicas como podia, y fumaba con todo el estilo teatralmente adolescente que mis toses inoportunas me permitian. Incluso practicaba los deportes de riesgo, la vida en naturaleza, ecologismo lo llaman hoy, y ese aire a libertad que debe respirar todo héroe.

El tiempo sepultó mis míseras aspiraciones, el trabajo y las responsabilidades te hunden cada noche en el sillón de un breve reposo. Y la vida parece una concatenación absurda de días y años.....

Ayer mi niño tropezó en el parque, emulando a John Wayne con un caballo traicionero disimulado de balancín.
Asustado y dolorido vino a mi y se me abrazó con la desesperación de una última vez.
Buscaba a su héroe como Natalie wood buscaba a Wayne en 'centauros del desierto'
Y recorde aquel primer beso que le robé a mi mujer en el portal, arrebatado como el de la pelirroja maureen ohara de 'el hombre tranquilo' y mi destartalado cuerpo de oficinista estresado se baja del coche como si llegara a abilene con el ganado desde 'rio bravo' y entonces pensé.....

No hay mas heroicidad que afrontar la dura vida con entereza, ya soy un John Wayne.
Se escondía casi por completo el sol tras del horizonte, cuando una voz carraspeante y estruendosa de mujer, que reinaba sobre el andén, se fundía con el estólido acero de las vías. La estación estaba vacía, o quizás llena, pero a veces la multitud tan solo sirve para aumentar la desnudez del espacio que nos rodea. Soplaba viento. Quizás porque el otoño se abría paso desterrando al viejo verano y las primeras hojas de los árboles de la estación habían comenzado a caer dibujando un manto gris y marrón, algo anaranjado, sobre el suelo que pisaban pies desconocidos.

Ninonin. La llamada. Aquel titán de plomo, enhiesto sobre las vías interminables, las cuales arrojaban a los valientes hacia el final de la línea del mundo (Qué encontraremos tras ese final), aquel gigante insolente alejaba a los corazones de su hogar, de sus entrañas, prometía tierras en desdenes, arropaba con sueños, con ilusión, a todos los ignorantes que abandonaban un pasado para emprender el presente que se convertía en futuro.

Tras la llamada, la partida. Ella, como siempre, lloraba. Él, como de costumbre, perdía su mirada hacia la cola de las vías, intentando mostrar indiferencia y fuerza, aunque derrumbado encontrárase en su interior.

- No te marches- le dijo con voz temblorosa mientras le cogía la mano- Si coges ese tren abrirás las puertas al olvido, cerrarás el destino que íbamos a emprender juntos.
- Lo necesito- contestó el joven sin ni tan siquiera mirarle a los ojos.
- Hace tiempo me dijiste eso mismo a mí. Y tus palabras las encuentro dirigiéndose a otros oídos ajenos a los míos. Hace dos años fuiste víctima de tu error. Si te marchas ahora jamás volverás. Porque jamás estaré yo.
- Estás loca. ¿Me mentiste? Cuando entre versos, abrazos y caricias atormentabas mis sueños con tus sentimientos. ¿Mentiste a mi corazón?- ella bajó la cabeza, y mientras quemaba su rostro a base de lágrimas ácidas, negó - Pues si no mentiste sabes que si me equivoco, mis errores serán en vano, y volveré como cada vez a tus labios.

No contestó. Su corazón latía a golpe de escoplo y martillo, apenas sí movían sus sangres los sentimientos de desdicha que por su cuerpo corrían.
Afortunada en el cuento, desafortunada en el amor. Y ella siempre perdía las partidas.
Salir corriendo. Anhelaba cual reo de muerte, escapar de aquella escena, ser inconsciente. Y quizás con algo de fortuna se estamparía contra la realidad, porque lo que comenzó como un sueño por segunda vez ahora se tornaba a pesadilla una vez más.

Se hizo la noche entre el camino desde el banco a la puerta del tren. Apenas unos metros sentenciaron lo que podría haber sido la esperanza de que se quedara en tierra. Pero la perseverancia a veces hiere a quien queremos, y así fue como sangraban las heridas de la joven cuando su querido marchaba para siempre.

- ¿Me quieres?- le preguntó mientras se despedía sin cesar su llanto.- ¡Dime que volverás!
- Volveré…Y sí, te quiero.

A veces no entiendo el porqué de los sentimientos que florecen de nuestras manos a sus oídos, si casi siempre sabemos de la efimeridad de éstos. Arriesgamos a bocanadas declaraciones de amor y odio, sentenciamos nuestra legalidad a promesas que no se van a cumplir. Y sin embargo no zanjamos tregua con nuestra realidad. No nos conformamos, a pesar de las equivocaciones, con vivir lo que grismente nos ofrece la rutina de nuestra vida.
- ¡Te lo prometo!- Gritó el joven justo antes de confundirse el color del tren con el de la noche en la lejanía.

Y más roza lo absurdo la esperanza que no nos perece dentro. La muchacha quedó inmóvil junto a lo que en otro momento fue el sitio que ocupaba aquel cuerpo que tanto deseó las noches de aquellos dos años. Aquel cuerpo de caricias y besos, de perdición de enamorados que se dicen te quiero mientras piel a piel son uno bajo las sábanas de lo prohibido y los juegos que tanto nos apasionan. En cuestión de segundos revivió cada instante compartido, cada abrazo que se esfumaba ahora entorpeciendo los venideros momentos de su vida. Tristeza, melancolía, impotencia, quizás desilusión por continuar hacia delante.

Ciegamente. Como cuando se tienen quince años y los enormes revoloteos golpean nuestro corazón, donde los sudores cálidos a la vez que fríos bañan nuestra piel, y la sonrojez más tierna embellece los rostros de quien por primera vez se enamora. No era su primer amor. Pero sí el único, el último. Ciegamente convencida se encaminó de regreso a una vida que había perdido por completo su sentido y su sensibilidad.
Se preguntaba qué habría estado dispuesta a hacer por mantenerle eternamente junto a ella. Qué habría roto del mundo por su felicidad, qué construido por sus sueños. Absurda, impotente y absurda se sentía. Al salir a la calle gritó para sus adentros, que si él se había marchado ella pensaba comenzar una nueva vida, o morir en el intento.

Y es que a veces el destino es caprichoso. Toda una historia que nos acontece jurando “por que me muera” arriesgando lo que sabemos no sucederá de esa manera, para que casualmente suceda cuando menos lo esperamos.
No miró hacia un lado ni hacia el otro, algunos cuentan que fue ella misma la que se tumbó en el asfalto, otros sencillamente hablan de una fuerza indescriptible que la empujó hacia su mayor pecado: mentir. Y decidió compartir su cuerpo con cristales que se clavaban en las mismas huellas que le dejó el adios; allí bañó su ropa con la sangre mezclada de sus lágrimas: dulce por amor, amarga por la soledad a la que había sido desterrada.
Es lo que sucede cuando uno intenta escapar de lo que realmente impregna su vida: que la vida se vuelve muerte en el deseo de un destino de tempestad. Obviamente él volvió para el funeral de su amada. Y se arrepintió de haberse marchado dejándola morir al antojo del desamor.

Porque no todas las historias de amor tienen final feliz. Y años más tarde se descubre que la muerte se produjo antes que el accidente, por aquellos que muchos llaman “algo malo”.Tan solo nosotros y el joven, y quizás ella si volvió más tarde, sabemos que es posible morir por amor.
El aspecto del sofá a la luz de aquella tarde veraniega no tardó en encandilar a la joven Naia y a los quebraderos de cabeza, que pedían a gritos algo de descanso después de tanto esfuerzo en una carta que se había repetido docenas de veces, con mil comienzos distintos y sin que ninguno se hubiese enlazado a un fin. Así pues se tumbó y cerró sus párpados procurando olvidar por un instante la fiesta de cumpleaños a la que llevaba meses queriendo ir, y en la que vería de nuevo aquellos ojos color esmeralda, aunque esperando no quedarse dormida para no llegar tarde a la cita. Su cabeza se vació de todo pensamiento en búsqueda de algo de paz...
De repente, la voz de un hombre la despertó.

-“¿Estás bien?” había repetido un par de veces un acento inglés que la joven no llegaba a reconocer como familiar. Naia se dio cuenta de que estaba tirada en medio de una calzada. Se incorporó con ayuda de aquel hombre y miró a su alrededor.
-“¿Dónde estoy?” preguntó ella realmente desorientada.
–“¡Oh! Así que eres otra visitante. Últimamente venís muchos por aquí. Bien, me presento. Soy Sir Berkley y estás en el otro lado de las cosas. – La respuesta de aquel hombre rechoncho y con bigote, ataviado con un traje azul celeste y sombrero de copa a juego, no hizo sino desconcertar más a la chica quien se apresuró a asegurar que estaba soñando. Naia repitió en voz baja el lugar donde se suponía que estaba como si eso le fuese a traer a la memoria algún lugar familiar.
-Mira a tu alrededor- dijo el caballero- ¿ Reconoces algo? En este lugar están presentes todas aquellas cosas que en el mundo real se han eliminado, cancelado y dejado a medias e incluso aquellas que aún no se han llegado a descubrir. Este mundo crece cada día más y más, y su límite está donde yacen nuestra imaginación y nuestros errores.
Naia miró a su alrededor y vio unos edificios antiguos que convivían con los más extravagantes con una curiosa armonía que parecía no romper el encanto de aquella calle. Sir Berkley se ofreció a dar un paseo con la joven para ayudarla a poner en orden sus nervios. Ella estaba fascinada por todo lo que rozaba cada uno de sus sentidos. En la calle, músicas maravillosas salían de aquellas extrañas casas, interpretadas por instrumentos desconocidos para Naia. Cuando miraba al cielo, podía ver nubes de varios colores, especies de cometas que parecían meros hologramas y otros artilugios voladores que atravesaban la atmósfera a gran velocidad. En la tierra, los parques con árboles cuyas hojas rehacían el concepto de “deshojarse” al ir del suelo a su correspondiente rama encandilaban a la joven; al igual que las fuentes de pétalos, flores que no había visto nunca...
De repente, una de aquellas casas que parecían salidas de un cuadro pop-art desapareció a su pasó. Ante el susto de Naia, Berkley dijo:

-¡Oh! No te preocupes. Como ya te dije, nuestro mundo crece ... pero a la vez disminuye. Cada vez que un proyecto se lleva a cabo, o que alguien inventa una de las cosas que aquí ves, simplemente desaparece para dejar espacio a otra nueva. – Pero Naia apenas había escuchado las últimas palabras del hombre, ya que un letrero enorme en una librería había captado su atención. Corrió hasta el escaparate sonriendo y se alegró al leer el anuncio de la presentación de un nuevo libro de su escritor favorito, el cual se había retirado definitivamente hacía un par de años. En la portada había un hombre con un aspecto idéntico al del señor Berkley y entonces comprendió el aspecto cómico de éste; se trataba de un personaje de cuento. Sonriendo volvió a donde se había separado del hombre imaginando las historias que le esperarían entre aquellas páginas.

Entonces, los jardines de un edificio de aspecto catedralicio se abrieron ante ellos. La joven no encontraba clasificaciones para aquella arquitectura que parecía sacada de un cuento de hadas. El majestuoso edificio debía constar de numerosísimas alas y torreones, recubiertos de múltiples gárgolas y adornos.
-¿Dónde estamos? – Preguntó la joven.
-Pequeña, estás ante la que te aseguro que es la mayor biblioteca que jamás pueda existir. En ella se guardan todos los libros que murieron entre las llamas de la censura, las envidias y la ignorancia; aquellos que fueron empezados y no terminados, los que sí lo fueron pero nunca vieron la luz... Si mal no recuerdo, esta biblioteca crece cada día unos 300 metros cuadrados. – Naia quedó fascinada ante la nueva información que había recibido, lo que no hizo sino acrecentar sus ganas de recorrer los enormes pasillos de piedra y mármol de aquel tremendo edificio.
-Bueno, lo siento, pero debo despedirme ya jovencita. ¡Me esperan unas aventuras en la India! Un placer, ¡Espero que encuentres lo que estás buscando!- Tras despedirse con dos corteses besos, Naia atravesó el sendero que se adentraba en aquel jardín y llegó a la recepción de la biblioteca pensando en aquella última y enigmática frase. Frente a ella, en la pared, podía leer los numerosos departamentos en los que estaba dividida la biblioteca. Sin embargo, hubo uno que le resultó de gran interés y al cual se dirigió. Tras subir 3 pisos de escaleras de piedra color arena, llegó. “Diarios. De la K a la T”. Preguntó a una señora con el aspecto de la típica bibliotecaria que contesta mirando por encima de sus lentes si le podía indicar dónde se encontraba la letra N. Siguió sus instrucciones y entró en una enorme sala iluminada por una cúpula de cristal de diversos colores. Comenzó a cotillear las estanterías leyendo los nombres de aquellos libros. Todos eran nombres propios. Entonces, la sorpresa la hizo pararse en seco. Ante ella una larga fila de libros llevaban su nombre en el lomo acompañados de dos fechas. Tomó el primero y comenzó a leer lo entusiasmada que estaba por su séptimo cumpleaños y aquel regalo que su abuela le había hecho. Un diario. Sin duda, ésa era su letra y ésas habían sido sus palabras 11 años atrás. En seguida buscó el que correspondía con aquel día. Lo abrió y pudo leer el comienzo de una declaración de amor que le sonaba algo familiar, pero que, en esta ocasión, no se había quedado a la mitad. Continuó leyendo satisfecha porque al fin hubiese logrado plasmar sus sentimientos por Jorge de un modo ordenado y no demasiado empalagoso. Sin dudarlo un momento, aunque desconociendo realmente los motivos que le llevaron a ello, arrancó aquellas hojas y las metió en su bolsillo.
Entonces la luz de aquella colorida bóveda aumentó hasta convertirse en una cegadora luz.

Naia abrió los ojos y descubrió un sol que comenzaba a despedirse del cielo y que le estaba dando de lleno en las pequeñas pecas que adornaban el contorno de sus ojos, y hacían relucir las llamas de su ardiente melena pelirroja. Se levantó y dos hojas arrugadas y de color anaranjado cayeron a sus pies mientras sus brazos se estiraban hasta casi separarse del cuerpo. Sorprendida, la joven recogió aquellos papeles y se puso a leerlos. Rápidamente identificó su declaración de amor y se sentó de nuevo sin comprender aún cómo habían llegado esas hojas hasta su bolsillo. Tras una carcajada que mezclaba alegría y estupefacción miró el reloj sonriendo mientras se ponía en pie y decía “Aún hay tiempo”.
[…]
-¿Me quieres?- dije, mientras fijaba mi perdida mirada en el suelo.
-Claro que te quiero, pero…-
-¿Pero que?!. Si es verdad que me quieres, no hay más!- le dije clavándole mis pupilas en las suyas.
-…, ¿Qué es lo que quieres que te diga?, ¿Qué ya no estoy a gusto contigo?, ¿es eso lo que quieres que te diga?-
-[…]- intervino el silencio, por primera vez.
- Cada vez entiendo menos esto, entiendo menos lo nuestro, te entiendo menos a ti, entiendo menos todo. Ya no entiendo nada…- mi voz se fue apagando tenuemente.
-XXXX…-dijo mi nombre, pero creo que no lo oí. Retumbo en mi memoria los recuerdos de nuestros comienzos, de aquellos momentos. Momentos, que fueron mucho más felices de los que estaban por venir.
Ella me miro con toda la ternura que pudo reflejar su rostro en una situación como esta, pero era una cara falsa, forzada. Ella lo sabia y yo también.
- Dilo…dilo de una vez…Hasta que no lo oiga de tus labios, con tus palabras, no lo voy a aceptar, me niego, no quiero creerlo. No lo creeré…Así que, si así lo que quieres. Dilo!- sentencie.
- Lo … - su rostro se derrumbo y empezó a romperse en lagrimas.
-Dímelo, que eres tú quien así lo quiere, quien no me quiere ya!-
-Lo …, lo dejamos…- y rompió a llorar.
-[…]- el silencio volvió a interrumpirnos.
-No llores. Tú no, soy yo el que debería llorar. Pero no lo voy a hacer, no quiero que me veas triste. No quiero que me veas más. No por lo menos en una larga temporada. Ahora estoy dolido, y no quiero saber nada de ti, no quiero verte, para que puedan cicatrizar mis heridas recién abiertas. En un futuro no digo que no seamos amigos o algo, pero, no por ahora...
Si te he hecho algo que te haya dolido o si te hecho daño, lo siento mucho y te pido perdón, pero no creo que haya sido así.- trague saliva, y continué- Espero que te vaya muy a bien a partir de ahora, yo seguiré con lo mío. Ahora nada seguirá igual en mi vida, no por lo menos hasta que lo encauce. Mi vida giraba en torno a ti. Ahora, ¿qué es lo que quieres que haga? Ya veré como salgo adelante y en que me apoyo ahora, pero en fin, estas cosas supongo que pasan. Comprenderás que ahora me quiera ir y sin darte dos besos.
Nos vemos. Adiós…-

Me fui, quebrantado por dentro y mi cara también lo expresaba por fuera.
A mis espaldas quedo ella, la que durante tanto tiempo significo tanto para mí, y que ahora no era nada, un leve recuerdo borroso que ojala la nostalgia arrastrara pronto y quedara en el olvido.
Yo lo pasare mal y estaré así mucho tiempo, y sé que ella también, no le deseo nada malo.
Esta es una historia que nadie queda exento de que le suceda, pero como todo, pasa y nadie la conoce, y si la oyes, pronto la olvidaras. Pero hay dos personas, que jamás la olvidaran, o por lo menos, no una…

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PD.Como no me contesta nadie a lo que he preguntado, pongo esto aqui es un texto que ya postee en EOL. En un rato me voy a mi pueblo a pasar el fin de semana, imposibilitandome escribir nada ya que alli no hay Internet.
Si no se puede poner un texto que ya se haya posteado en EOL, pues que quede nulo y punto.
El lunes vere como han quedado las cosas!
Saludos [Ooooo]
joder, no es broma, pero este ultimo relato me ha hecho llorar de tristeza porque acabo de pasar por la misma situacion [mamaaaaa] [decaio] no puedo lleerlo otra vez, porque si no... [mamaaaaa]
Al abrirse la puerta el viento frío de enero hizo condensar parte de la humedad de dentro del bar volviendo más densa e irrespirable la atmósfera atestada de humo. Ramón chapoteo entre el agua que los pies habían arrastrado desde la calle, la cerveza caída, gargajos y otros líquidos que era mejor no identificar. Se dirigió como siempre a la mesa donde estaban sus amigos, como siempre tropezó con un par de sillas y el dueño del bar le amenazó con echarlo si no le pagaba sus deudas aquella misma noche, como siempre hizo, caso omiso de aquello.
Pero a diferencia de otras noches la gente lo miraba y más sus amigos que lo observaban con incredulidad, como quien ve a alguien a quien no espera. Se sentó con pesadez en una silla mientras sus amigos le miraban asombrados, y no sólo ellos también la gente de al rededor. Ramón supuso que sería por su ropa llena de barro, o tal vez por su brazo izquierdo que colgaba como paralizado, inerte. Levanto la mano derecha y sin mirar a la barra dijo:

- Antonio, un vino.

Antonio, el dueño del bar se dirigió con las manos vacías hacía él, su intención era simplemente echarle del bar, ni servirle ni escucharle.
Pero una mano derecha llena de barro y arañazos se alargo hacía él. En la mano habían un puñado de monedas sucias y lo que parecían varios dientes de oro. Antonio no sabía que ocurría allí, miró a Ramón que sonreía con aires de suficiencia y a sus amigos que lo miraban asustado mientras asentían con la cabeza para que cogiese las monedas.

-Creo que eso salda la deuda, no? Ahora tráeme mi vino.

-Mira Ramón estoy hasta las narices de ti, no quiero tu dinero, sólo que te largues.

-Le contestó mientras miraba como un estúpido los dientes que tenía el otro en la mano.

-Venga hombre, es tuyo, cógelo. Donde estoy ahora sobra todo esto.

-Pero ¿Qué coño dices?

-Sírvele su vino y que se vaya.

Eso salió de boca de uno de los amigos de Ramón, Antonio poco a poco se sentía más extraño, aquella situación no le gustaba. Cogió el dinero y volvió con el vino, los dejó.
Hacía más de una semana que ninguno de aquellos pasaba por el bar, el día anterior vinieron todos menos Ramón, él procuraba hablar lo mínimo posible con ellos para ver si así se iban a otro bar, estaba harto de sus bromas y sus estupideces propias de niñatos. Niñatos mayorcitos, casados y con hijos, pero niñatos al fin y al cabo. Y hoy aparecía el niñato mayor, pero no había ni una risa, ni la típica broma que solían gastarse entre ellos.
Aquella noche se dedicaron a beber en silencio, todos, incluido Ramón que sólo pidió un vaso de vino que ni siquiera probó. Antonio miraba el dinero, lo había dejado a parte, no en el cajón con el resto. Y los dientes de oro... ¿De donde los podía haber sacado? Eso si que no lo quería. Prefería quedarse sin el dinero a que alguien le pagara de aquella forma. Pero no se atrevía a tocarlos de nuevo.
El bar estaba más silencioso que de costumbre, a penas eran las nueve y aquello debía ser un hervidero, pero la “melancolía” por llamarlo de alguna forma, se había adueñado del resto del bar y la gente se limitaba a hablar de sus cosas, casi a murmullar.

Cuarenta minutos, eso fue todo el tiempo que estuvo aquella noche Ramón en el bar, se levantó pesadamente y caminó a trompicones buscando la salida. Eso sería normal cualquier otra noche, pero aquella Ramón no había bebido. Antes de que saliese Antonio lo detuvo de un grito.

-Llévate esto, no lo quiero aquí

En la mano tenía los dientes y las monedas que le había dado. Le miraba tembloroso y hasta parecía que sudaba. Aquello le recordaba demasiado a las típicas historias sobre muertos que se contaban, y se estaba poniendo nervioso, casi ansioso, su corazón se aceleraba mientras Ramón caminaba hacía el sonriendo, si se le podía llamar sonrisa a aquella mueca. Había visto muchas veces su sonrisa y aquello no era una sonrisa, trasmitía más amargura que otra cosa, y el brazo izquierdo colgando rígido, como si estuviese muerto, haciendo más precario el equilibrio de su propietario.

-Es mi deuda contigo, viejo rácano, si he venido ha sido para pagarla.

Aquello lo dijo sin ninguna entonación en la voz, como quien da la hora, pero la voz que oyó desde la mesa de sus amigos estaba cargada de nervios, y le pareció que también de miedo “quedatelo, por dios, que se vaya.”. Guardó aquello en el cajón donde dejaba las cosas que la gente perdía y no reclamaba, después mientras veía como el otro se iba poco a poco hasta la puerta, sintió como el miedo le recorría cada centímetro de su cuerpo, por suerte Ramón se marchó.
Un soplido recorrió el bar, el ambiente estaba demasiado tenso. Se calmó un poco, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, miró a los amigos de ramón esperando que soltaran una risotada o algo, pero estos estaban igual, con cara de asustados y recogiendo sus cosas para irse, se dirigió a ellos.

- ¿Se puede saber que coño pasa aquí?

- Antonio, a Ramón lo enterramos hace cinco días. Cayó del tejado de su casa. Se partió la espalda y el brazo izquierdo y tardó casi un día en morir.

- ¿Como es que yo no sabía nada? -Sintió de repente como su frente se llenaba de perlas de sudor, frías como el viento que había entrado por la puerta mientras sus ojos se dirigían al cajón donde estaba el dinero y los dientes. Su corazón volvió de nuevo a galopar desenfrenado.

- Nunca te gustó, sabíamos que no te importaría que muriese.

- Pero, que dé...

Un dolor punzante en el pecho, el corazón no podía más con aquella ansiedad. Se llevó la mano al pecho con la intención de contener lo incontenible, mientras caía al suelo despacio, apoyándose en una silla cercana. Todos lo miraban sin saber que hacer. Quien pudo pensar que aquel hombre tan fuerte al que más de una vez lo habían visto echar a patadas a la gente del bar tuviese el corazón tan débil.

Ramón había doblado la esquina más cercana al bar y no pudo aguantar más, empezó a reír a carcajadas. Había valido la pena pasar una semana sin salir de casa, fabricar aquellos dientes con cobre, llenarse de barro y arañazos antes de entrar al bar, sólo por ver la cara de Antonio había valido la pena. Sintió no haberse podido quedar para ver que cara ponía cuando le dijeran que estaba muerto. La broma creyó que había válido la pena, pero en aquel momento no era consciente que en el bar había un muerto de verdad, como tampoco de que el sería el resto de su vida, victima de los remordimientos, poco más que un zombi sin ganas de vivir.
… y sobre aquel páramo desfiló un rey a lomos de su corcel blanco blandiendo en su diestra espada tan alta que atemorizaba solo su sombra…
-¿Y aquella montaña abuelo? ¿Por qué parece observarnos?… ¡Abuelo! ¿Estás llorando abuelito?
-No, hijo, no te preocupes, la historia que encierra aquella colina no merece ser contada sin lágrimas en los ojos.
-¿Es triste abuelo?
-El canto que esboza su historia no puede definirse en la tristeza, pues en si mismo alberga la amargura del que sufre y la esperanza del que vive…
-No entiendo abuelo… ¿algo triste puede ser hermoso?

Escucha y entenderás, pues la vida de aquella colina se remonta a tiempos ya olvidados por este río que ahora llora su recuerdo, en aquel tiempo no existía tal colina y el valle era habitado por las mismas hadas que cada noche guardan tus sueños. Separaba este lugar de los ojos de los curiosos niebla tan densa que al cruzarla caías dormido y vivías por siempre en los sueños que las hadas habían guardado para ti, mas si tus intenciones no eran puras ellas mismas te relegaban a un mundo sin sueños en el que las noches no encerraban mas que un tiempo vacío de ilusiones.

Por entonces los lugareños hablaban de un gigante de proporciones titánicas, se contaba a las afueras del valle que aquel ser era ciego pues una bruja había hechizado sus ojos y lo había obligado a ver siempre la verdad de los corazones de aquellos que tenía en frente, se dice que llegó el día en que no pudo aguantar mas y decidió quemar sus párpados para no poder nunca mas abrir los ojos, pues la maldad que habitaba en el mundo del que venía sobrepasaba el alcance de la bondad de un corazón discorde a su propia naturaleza. Tal fue el desengaño y la tortura que sufría a manos de sus semejantes que emprendió camino fuera de los dominios de éstos, mas a la torpeza de su tamaño se agregó infortunio de su condena y a cada uno de sus pasos sembraba pánico a todos aquellos con los que se cruzaba.

Abatido y rechazado tanto por su gente como por todo aquel que temía ser dañado por el malnombrado gigante llegó el día en que dejó reposar su figura a la orilla de un tranquilo riachuelo sin mas esperanza en su enorme corazón que la de morir escuchando el dulce paso del agua acariciando la orilla, y allí se tumbó a la espera del día en que concluyese su larga penuria.

Un día desde lo mas profundo de valle el hada que todas llamaban distinta, curiosa como era, decidió hacer una de sus visitas a los hombres con el fin siempre de conocer aquellas que habían de ser sus ilusiones y así poder brindar en sus sueños la oportunidad de vivir durante un momento en la cima de un castillo encantado o rodeado de hermosas señoritas… Brillaba como pocas con una luz que cegaba tanto como maravillaba, y tal era el aura de bondad que desprendía a su paso que hipnotizaba a todo aquel que osase observar su figura.

Mas aquel día, quiso el destino, que el camino del hada y el gigante cruzaran sus pasos y en aquel paseo el fulgor de ella topó de frente con la tristeza de él. Al sentirla el grandullón se alzó por encima de los árboles que poblaban la orilla del río y ella, minúscula como era, solo pudo batir graciosa sus alas para posarse en la nariz achatada del gigante.

Durante un instante ella escrutó las facciones hiperbólicas de él mientras éste se limitaba a analizar una sensación de paz que había llegado a olvidar.

-¿Cómo has logrado que la tristeza de mi alma desaparezca tas súbita? ¿Quién eres y por que regalas a mi pecho este momento de sosiego en mi condena?
-¿Condena?
-Si, mis ojos la reflejan…
-Cruel delito debiste cumplir, pues no concibo peor condena que negar a cualquiera la visión del mundo que nos rodea.
-Esa no es mi condena, mis ojos los sellé yo pues la envidia de una bruja obligó a éstos a observar la maldad de los corazones de los hombres.
-Pero no todos los hombres son malos…
-Si todos aquellos que rodeaban mi vida…
-Esa era tu condena entonces… Observa lo que te enseño y verás que no todo es como crees.
-No puedo observar… ¿No has visto mis ojos?
-Mas lo que yo voy a enseñarte no precisa de ojos sino de un corazón puro, ¿careces también de él?
-Mi espíritu es tan pobre que no se lo que poseo, y por ende tampoco se de lo que carezco.
-¡Sssshh! Calla y observa.

Sobre la nariz del gigante posó el hada sus labios y el rostro de este tornó tranquilo reflejando lo que su mente observaba. Por primera vez en años se vio a si mismo de nuevo con los ojos abiertos gozando dichoso la imagen de una puesta de sol, a su lado le tendía la mano la misma hada que hacía capaz aquella imagen, juntos los dos no necesitaba más.

-Gracias
-No, no me las des, solo has visto lo que tu corazón albergaba, eres puro y no hay maldad en tu interior, por eso has podido verme y ahora puedes recordarme.
-Mas cuando partas volveré a ser ciego.
-Cada día vendré, y cada día veremos esa puesta de sol juntos.
-Aquí me hallarás. De nuevo gracias.

Aquella noche el gigante gozó del canto del río susurrando a su oído el nombre de quien le había devuelto esperanza a la par que ilusión, su corazón latía gozoso y en su recuerdo veía de nuevo.

Durante meses el hada volvió cada día y las tardes se convirtieron en eternos momentos en los que ambos vivían sus sueños uno junto al otro, ella descubrió en él a quien no podía dejar de nombrar su pequeño corazón y él encontró a su vez aquello que nunca había sentido, una sensación que no tenía nombre en su idioma y que ella insistía en llamarlo amor…

Un día el hada no acudió y el gigante sintió vacío en su corazón, se tumbó sobre la orilla del río y abrazó el ramo que había cogido, las mismas flores que siempre le decía que olían igual que ella y que el hada proyectaba en su mente para que pudiese observarlas… al rato se alzó del suelo y quiso buscarla, mas sin ella seguía siendo el torpe gigante que había partido abatido de su aldea, se armó de valor, recordó todos aquellos momentos que juntos habían compartido y sintió verla. Dirigió sus pasos hacia su recuerdo, mas tanto tiempo llevaba en el mismo lugar que en sus pies se habían enredado las raíces de los árboles vecinos, torpemente cayó al suelo sintiéndose el estruendo en toda la comarca. Ante el ruido acudieron curiosos los aldeanos de la zona y observaron atónitos a la bestia abatida en suelo. Armados de todo aquel utensilio que habían llevado de casa la emprendieron con el gigante que no quiso defenderse pues sin el hada no había ya en su alma motivo por el que seguir con vida. Herido de muerte abandonaron a su suerte al gigante sobre la orilla del río y victoriosos los aldeanos volvieron a celebrarlo.

Horas después de entre la niebla que lindaba el río en su otra orilla comenzó a brillar un canto hipnótico. Desde el suelo, el gigante, tornó la cabeza hacia éste y de entre todas la voces reconoció la de quien había regalado de nuevo la ilusión a su alma. El canto cesó en cuanto la estampa de gigante herido rozó sus retinas y acudió a su lado como tantas otras tardes.

-¿Qué te ha pasado? ¿Quién ha sido?
-No viniste hoy.
-Tardé, lo siento, tenía que reunir a todas las hadas… hoy habías de venir con nosotras. Pero, dime, ¿Quién ha sido?
-El miedo de aquellos que no pudieron entenderme, no les culpo, solo tenían miedo. Te echaré de menos allá donde voy. Recuerda que fuiste tú la única que ha sabido hacerme sentir vivo…

Sobre el sollozo del hada cesó el habla del gigante y su enorme corazón pronunció en su último latido el nombre de ella. Ella lo abrazó y rompió a llorar. A su espalda todas las demás acompañaron a ésta y sobre los llantos de aquella maldijeron los sueños de todos aquellos que osasen anteponer el miedo a los latidos de un corazón puro.

Cuentan que por las noches puedes ver a las hadas brillar a la orilla del río y que si eres puro de corazón distinguirás al gigante jugando con éstas sonriendo dichoso, dicen que hay quien solo ve luciérnagas y una montaña, mas dicen que solo aquel capaz de distinguirlo será merecedor de sus propios sueños.
Un luminoso día como cualquier otro el tiempo decidió cambiar de aires, y
nubarrones cenizos comenzaron a reunirse como los poyuelos acuden a su madre
allá en el cielo, en lo alto. No pasó mucho tiempo cuando las nubes empezaron a
discutir por la falta de espacio:
¡
Yo he llegado antes!sentenciaba
una nube blanquecina.
¡
Pero yo soy más oscura! ¡Debes dejarme este sitio!contradecía
una nube con
una tez similar al carbón.
Alimentadas por todas las disputas, las ancianas de la manada de nubes fueron
enfureciéndose, hasta tal punto de que comenzaron a atropellar a las otras,
intentando sofocarlas o, si cabía la posibilidad, desmenuzarlas.
Como los cuerpos que quedan rendidos en el suelo, desmembrados, las nubes
comenzaron a desintegrarse en pequeñas partes de sí mismas, cayendo a la tierra
en un silbido de vacío. El roce de las gotas con el aire cantaba una balada al
sol, que, seducido por la imprevista melodía, acudió a través de las nubes para
observar de dónde procedía tan dulce y divina sinfonía.
Las gotas de lluvia, ante la presencia de un sol tan cándido y vigoroso, se
ruborizaron. Algunas tornaron sus mejillas como si de rojas rosas se tratasen.
Unas engañaban como naranjas y mandarinas. Algunas otras parecían los mismos
ardores del círculo amarillo. Otros pares semejaban el fresco mar o el mismo
cielo azul. Las más ecologistas se manifestaron simulando el vivo verde. Y no
menos consiguieron ser tan violáceas como un agracejo púrpura en plena floración
primaveral.
Entre tanto desorden de color, el sol decidió ordenarlas a todas formando un
arco selecto, que quedó perfectamente simétrico en todos sus puntos, y cuyo
principio y fin eran inalcanzables. Tanta perfección y belleza se merecían un
nombre con el que todos pudiesen referirse a él y hablar de su gran obra de
arte, de esta guisa decidió llamar a su trabajo arco iris.
Durante un período la perfección SI existió. Pero como todo Aquiles, el auge
termina. Así que en un ataque de avaricia los colores del arco iris comenzaron,
como antaño hicieron las nubes, a pelearse por el tamaño de su espacio.
Todos los colores acaparaban todo el ancho que podían, aunque tuviesen que
invadir el espacio de los otros.
El rojo, más listo; en el mal sentido de la palabra, que los otros, comenzó a
adular al sol y a hacerle toda la compañía posible, acercándose a él como el
hierro a la magnetita.
Así el rojo y el sol se hicieron grandes amigos, y el sol volvía a colocar los
colores del arco iris para que el rojo máxime fuese más ancho que los demás
colores, desvirtuando su propia obra de arte.
Con el paso de las lunas, el rojo cada vez hacía que los demás colores tuviesen
una franja más estrecha y casi no se les viese. Hasta que un día, bajo sorpresa
de ninguno, no había ojo que viese algún color en el arco iris que no fuera el
rojo.
Tan magna belleza y perfección se fue a lo más profundo del olvido y el vacío.
El arco iris ya no era más que una curva roja que atravesaba el cielo.
El resto de los colores del arco iris murieron, y el rojo y el sol quedaron en
total soledad, haciéndose compañía el uno al otro.
Sin embargo, aunque ya no hubiese otro color en el arco iris, sí que los había
en toda la demás existencia. Es más, la gran cantidad de rojo del arco iris
hacía que no se percibiese en el resto de la naturaleza. Por ello es que el rojo
y el sol quedaron aparte, acurrucándose mutuamente en un margen, mientras el
resto de los colores se hacían dueños de toda la naturaleza y daban fruto a sus
hijitos, que coloreaban con sumo detalle hasta la última gota de agua.
El gigantesco hombre entra por la puerta con violencia, aparta a su madre y coge a Chata del brazo para llevárselo fuera.

- ¡Mamá! ¡Mamá! – Grita el chico de trece años.
- ¿Por qué te lo llevas? – Solloza ella.
- Su hijo luchará por sus hermanos, por su raza.- Explica el hombre.- Usted debería estar orgullosa de su hijo y de nuestro líder Habyarimana.

La noche es profunda y envolvente, las llamas de algunas de las casas del poblado iluminan el cielo con su luna de testigo del asalto. La situación en Ruanda ha ido cada día peor, envolviendo al pobre Chata en su aura de ira, venganza y muerte.


Varios días después, nuestro protagonista forma frente a un superior, un sargento de la milicia hutu. Su cuerpo tiene marcas de los golpes sufridos para que aprendiese a obedecer las órdenes; la disciplina y sumisión es básica para pertenecer a la Interhamwe.

Otro soldado más veterano muestra al sargento la fila de niños, que valientemente se prestaron voluntarios para la lucha, para la gloria de su país. El superior se muestra alegre y satisfecho, además quiere una muestra de fuerza, por lo que elige a un chaval al azar y le da un rifle, un AK-47, para disparar.

El chico apunta como puede y dispara un par de veces, el retroceso del arma le hace tambalearse pero sus balas dan al árbol usado como diana. El sargento ríe gozosamente mientras saca un puro para disfrutar del momento.


Tras varias horas andando, la milicia llega a otro poblado; esta vez se trata de una aldea tutsi, los enemigos, las cucarachas a las que hay que aplastar y aniquilar. La Interhamwe entra casa por casa con machetes, hachas y garrotes; matando a cada tutsi despiadadamente, ya sea niño, adulto o anciano.
Después de asesinar a casi todo el poblado, los guerrilleros forman un círculo alrededor de tres tutsis. Les insultan, pegan y escupen a la vez que uno de los milicianos trae a Chata al frente, con un fusil entre sus brazos.

- Estos son los enemigos ¡Son espías tutsis! – Grita.- ¡Mata a ese de ahí!

Chata mira al miliciano, el mismo que le secuestró, intentando que éste cambie de opinión. Tan sólo provoca que le empuje hacia el hombre arrodillado, que suplica por su vida.
“¡Dispara!”, “¡es tuyo!”, “¡mata a ese cerdo!” Y ánimos similares salen de las bocas de los guerrilleros hutus. A Chata la situación le sobrepasa, cierra los ojos y aprieta el gatillo. Los vítores de sus compañeros le hacen saber que el rehén no esquivó su fatídico destino.


Esa noche Chata lloró como un niño de trece años.


Semanas después avanzaban sobre una carretera cantando y riendo, celebraban la limpieza étnica ocurrida estos días gracias a ellos. Una victoria para su raza, que incluso Chata festejaba, desgraciadamente para él había pocas risas y alegrías en su vida, así que se dejaba llevar por el jolgorio general.
De repente unos disparos vienen de unos metros más adelante, alcanzan a varios guerrilleros mientras los demás se refugian al abrigo de la arboleda a los lados de la carretera.

- ¡Replegaos! – Grita un hutu.

Chata se esconde tras un gran tronco que para algunas balas, el Frente Patriótico Ruandés estaba apostado enfrente, dispuesto a matar a todo hutu que se encuentre en su camino, para así vengar las muertes de sus hermanos tutsis.
El joven está aterrado, era la primera vez que le disparaban. Entonces apareció otro guerrillero por su lado, de nuevo era su raptor, que no sintiéndose seguro, decidió empujar a Chata lejos para tener el árbol todo para él y poder sentirse seguro.

Ahora Chata es un blanco fácil, de pie, sin resguardo. Tras unos segundos de parálisis debido al miedo, se gira para correr a refugiarse, pero una de las balas le alcanza en su garganta. Se desploma al suelo, sangrando y sin que nadie acuda a socorrerlo.

Su último pensamiento fue su madre, a la que tanto llevaba sin ver. Rezó para que ella estuviera sana y salva.


Esto es un relato inventado dentro de un escenario histórico real, aunque lamentablemente hubo, hay y habrá miles de Chatas en el mundo. Juguetes rotos de hombres llenos de poder y riquezas; nombres olvidados en tierras explotadas y salvajes. No lo olviden.
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