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srkarakol escribió:Dicen que los cuentos deben
empezar por érase una vez, pero a veces en la vida las cosas también empiezan así…
Érase una vez un joven normal, con una vida normal. Le pasaban cosas normales, como a todos, tenía una novia normal y un trabajo normal… Un día como otro cualquiera cometió un error, pensó. Pensó que no quería una vida tan… ¿cómo decirlo?… normal y decidió que había que hacer algo, intentó andar en todas direcciones pero allá donde iba le salía al paso su conciencia, no había forma de escapar de aquello, quería a su novia le gustaban sus amigos y hasta estaba a gusto en su trabajo, la cobardía de perder todo aquello y aun mas la de explicar a la gente que quería el por qué de su renuncia le hacían echarse atrás una y otra vez.
Un día como otro cualquiera, andando, como siempre, por la misma calle de cada mañana, se descubrió deseando, suplicando a quien fuese que estuviera mas allá, suplicaba algo incongruente, sin sentido… quiso ser transparente… y así fue, no se dio cuenta, pues él se seguía viendo, pero la gente empezó a ignorarlo, él no se preocupó, es lo que deseaba, ya nadie le preguntaba, nadie le invitaba y nadie le hablaba…. Nadie le veía.
No se dio cuenta de su transparencia hasta pasado un tiempo, el seguía yendo al trabajo como cada mañana, seguía andando por la calle sin hablar con nadie y olvidó llamar a la gente a la que quería, pues anhelaba estar solo, y aquella transparencia le daba la oportunidad perfecta. Un día como otro cualquiera, sin llamar a nadie decidió darse un paseo por donde tenía la certeza que estarían sus amigos, eran ya muchos años y sabía de sobra quién estaría y dónde, era curioso como podía adivinar por la hora que era quiñen estaría ya medio trompa y que anécdotas estaría contando. Así era, llegó al mismo bar de siempre a la hora de costumbre y allí estaban todos. Se sentó con ellos y no habló, sólo miraba y escuchaba, se reía con las bromas de sus compañeros de toda la vida, aquellos a los que con el tiempo había llegado a catalogar cómo sus amigos, gente con la que estaba a gusto y que sin notarlo había llegado a albergar en su corazón. Era curioso como cualquiera de los que estaban allí se hubiesen defendido hasta muerte entre ellos a la vez que eran capaces de llegar a las más encarnizadas discusiones sobre si la cerveza debía tener un dedo más o menos de espuma.
La noche transcurrió como siempre pero con una salvedad, el chico que quiso se transparente no habló en toda la noche y se limitó a escuchar, hasta que llegó un momento en el que hablaron de él… “¿Os acordáis de éste?” “Si, joder, ¿Qué habrá sido de él?” “Ostia, si que es verdad, las risas que nos echábamos… se le echa de menos” “Una copa por él… ¡Salud!”.
No quise levantar la copa, fue entonces cuando me di cuenta de que realmente, era transparente, había conseguido lo que tantas veces había anhelado… desaparecer, olvidarme de todo y por fin poder estar solo… ¿era feliz?, descubrí aquella noche que cuando deseas algo con tanta intensidad es posible que se cumpla, y lo peor es que cuando quieres algo con tanta fuerza no hay vuelta atrás. Allí quedaron mis amigos, mis secretos contados en noches de borrachera, mi primer beso, mi primera desilusión y todas las lágrimas que había derrochado en muchos años de amistad… allí quedaron mis recuerdos.
Volví a aquella casa que quise tener para estar sólo, mi rincón, mi lugar donde nadie pudiese molestarme, el sitio al que nadie ya venía, seguramente porque a nadie había invitado, llegué al sillón donde acostumbraba a pensar y donde tantas noches me había quedado en vela pensando lo maravilloso que sería poder desparecer… llegué allí y la ironía del destino me jugó la mala pasada de hacerme pensar en lo que dejaba detrás. Allí sentado volví la mirada, observé mi pasado y me vi a mi mismo añorando recordar lo que había olvidado…
Aquel día como otro cualquiera descubrí que el recuerdo es tan efímero como quieras que lo sea, descubrí que si no valoras tu recuerdos ellos te abandonan, y me di cuenta de que después de tanto tiempo me había convertido en la vaga sombra de un brindis en una lúgubre esquina del local de siempre… un brindis por el recuerdo de alguien que quiso ser transparente y lo consiguió.
Un día como otro cualquiera, me senté en mi sillón, solo, abrí mi última botella de whisky y vi pasar el resto de mi vida ante mí, aquel día mientras el resto del mundo corría, morí al querer olvidar, y olvidé querer vivir.