La despedida del guerrero Kabieraturi
Tengo poco tiempo, y muchas cosas que enseñarte. Pronto me convertiré en ceniza y todo cuanto soy y he aprendido desaparecerá conmigo. Presta atención, escucha atentamente, porque sólo puedo hablarte una vez.
Al despuntar el alba, en las frías mañanas de invierno, es buen momento para recoger la planta alkina, que calma el dolor y cura el mal del guerrero. No reveles nunca ese secreto de magia curativa a nadie. Podría salvar tu vida.
Siempre debes conservar tu espada en buen estado. Pide al herrero que forje una nueva para ti. No portes el arma de otro hombre, ni siquiera la de tu padre o hermano. Ten la tuya propia, quizá no entiendas esta enseñanza ahora. Mas es lo mejor.
Ahora debo irme. Los dioses me llaman a su presencia. No derrames lágrimas por mi partida, guárdalas para el día en que veas nacer a tu primer hijo.
Estas fueron las últimas palabras del gran Kabieraturi a su sobrino Gsnalk, heredero de la dinastía Svamk y candidato a ocupar el lugar de jefe de la tribu
Uno de los jefes militares del finado Kabieraturi, Warnslick, recogió con delicadeza el arma resplandeciente y se la ofreció a Gnsalk:
- Gnaslk, toma la espada de tu tío, ahora es la tuya - dijo Warnslick,
- La recojo con gratitud y respeto a mi tío. Mas no la empuñaré como propia. Honraré su consejo y encargaré al herrero que forje una nueva para mí - dijo Gnaslk. Depositó la espada al pie del cadáver de Kabieraturi y dijo:
- Es mi voluntad que el cuerpo de mi tío sea incinerado con su espada, en un barco ritual. Así se hará a partir de ahora.