[Juego Relatos] Frase nº8

"El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz."


Por favor, no uséis este hilo para comentar nada, aquí sólo los relatos. Si quieres saber de qué va esto entra aquí:

Juego Relatos [escribe un relato a partir de una frase] Normas


Para los participantes, recordad publicar el relato durante los dos últimos días del plazo: el 6 y 7 de Septiembre.
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz. Me ahogaba con la monotonía de las pipas. ¿A vosotros no os pasa? No me refiero al comerlas, por supuesto, me refiero a los trazos. Cuando dibujo girasoles las pipas son monótonas, igual que los pétalos. Vivo en cada flor hasta que termino de dibujarla, siento el viento golpeándola, siento el sol orientándola, la siento de tal manera que no puedo evitar que me contagie su monotonía. Por eso dejé de pintar interiores, me sentía encerrado. Creo que voy a empezar a pintar retratos, será lo más parecido a volver a estar con gente. Ayer le regalé mi oreja a Marie y me detuvieron. Me dí cuenta de que debía dejar de vivir en girasoles e irme a vivir a los rostros de la gente, para intentar volver a ser feliz.
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz.

Los girasoles son unas plantas muy curiosas, siempre miran al sol. Buscan el sol con especial insistencia porque de eso depende la supervivencia de las semillas que contiene. Aunque supongo que esto ustedes ya lo saben.

Lo que quizá desconozcan es que también los seres humanos vivimos como los girasoles. La luz siempre ha simbolizado lo divino que hay en nosotros, nuestra felicidad, mientras la oscuridad ha representado lo terrible, el miedo, la desconfianza. Todos buscamos la luz para nuestra vida.

Hace muchos años, esa metáfora me pareció reveladora. Pensé en su belleza, y en la verdad que contenía. Y me propuse ser siempre un buscador de luz, aún sumido en la más completa oscuridad. Supe que siempre habría una entrada a la luz.

Durante algún tiempo fui muy feliz con ese planteamiento.

No obstante, todos conocemos la importancia de los puntos de vista. Con el tiempo he aprendido, igual que ustedes, que las palabras por sí mismas no significan nada. Que no son milagrosas. Que para que funcionen hay que sentirlas, entenderlas, y no hablo de entender su léxico, sino su significado espiritual. Y el significado espiritual de las palabras es diferente para cada persona.

Sucedió que un día dejé de entender mis propias palabras.

La oscuridad comenzó a aparecer poco a poco, sin darme cuenta, a rodearme a la manera en que te empieza a rodear cuando sentado con tus amigos en un campo va cayendo el sol hasta que sin darte cuenta estás rodeado por ella.

Cuando me quise dar cuenta, ya no había luz.

Yo me repetía una y otra vez las palabras, mis palabras. Me esforzaba titánicamente buscando un rayo de luz que me devolviera la esperanza, que me mantuviera vivo, como un girasol.

Pero la luz no aparecía.

Los días pasaban y yo tenía la sensación de estar viviendo en una tristeza interminable, una tristeza que impregnaba todos mis actos, mis gestos, mi forma de hablar.

Me fui sintiendo cada vez más solo. Y no porque no hubiera gente a mi alrededor, que siempre había, y tenía yo muy buenos amigos. Pero sentía un vacío que me impedía apreciar su presencia. Estaba rodeado por una capa invisible que me hacía oír sus palabras lejanas, que me hacía sentirme alejado de sus cuerpos, como si no pudiera tocarlos ni ellos tocarme a mí.

Un día desistí.

Creí haber tocado lo más profundo de la desesperanza. Sentía que nada podía salvarme de mi aislamiento, que nada podía iluminar mi alrededor. Decidí dejarme caer. Cerré los ojos, y me abandoné en la más negra y silenciosa oscuridad.

Entonces sucedió lo inesperado.

Allí, quieto, silencioso. Completamente abandonado, sin ningún interés en encontrar ninguna luz, llevado por la oscuridad. Sentí algo que no conocía.

Entonces abrí los ojos.

Me vi en un campo infinito, en la oscuridad de la noche.

Me vi rodeado de girasoles. Vi como el viento movía los girasoles suavemente. Sentí como el viento me movía a mí.

Vi como los girasoles agachaban su cabeza, como si les diera miedo descubrir lo que había en el cielo. Seguían buscando el sol con la mirada, aún sabiendo que no podrían recibir su luz hasta que éste volviera a aparecer por el horizonte.

Entonces alcé la mirada.

La luna, redonda, perfecta. La luna emitiendo una extraña sensación de sosiego y misterio. Iluminando tenuemente la oscuridad que nos rodeaba a los girasoles y a mí.

Volví a mirar los girasoles. Con la cabeza agachada, encorvados, asustados de la oscuridad, parecían estar rezando para que la luz volviera, temerosos.

Exactamente de la manera en que yo lo llevaba haciendo tanto tiempo.

Entonces me di cuenta. Sólo entonces.

Sólo entonces pude comprender de nuevo la metáfora que pasó por mi cabeza hace tantos años.

Sólo entonces volví a comprender mis palabras, como espero que ahora las comprendan ustedes.
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz.
¿Feliz porfiria? No.
Rumores, diría yo.
Al no ser el film de un director homofílico ,
ni el homónimo escrito de un escritor homófobo.

Bajo danzando, Terpsícore.
Por el rugoso tallo de pardo acantilado hacia el satélite, del girasol olvidado.

Y pienso.
Físico paseo ficticio por la mente; Aburrido por su tamaño.
No pensar en día, mes o año,
ni tampoco en plano y rectas
Inentrópico engaño.
Infinito curvo. Curvo es tu vientre, curvos los senos y recurvada la vulva.

Ya has sabido que los viajes en el tiempo existen, todos estamos en uno.
Pero aun hueles a mar y ya piensas en las estrellas. Es cierto, lo sabes.
Solo has de tocarte ahí con la mano y oler su fragancia.
A viejo castillo de musgo donde encallan las naves.

Batalla nabal de consistente erección.
Donde los coños no participan por no ser tan nuevos.
Al ser más reciente, por colgarme los huevos.
¿Gónadas externas serán la evolución?
Puede ser que ya lo sea, de hecho existen,
externas a ti, debes conquistar a su dueño.
¿No era ese tu antiguo, y de siempre, sueño?

Mas, las cadenas de mi nerviosismo me atan al suelo cuando las preveo.
Del mercado del barrio he afanado despojos de puerco
y al restregarlos sobre mi, espero no ser reconocido por mi hedor a meo.

¿Quién podría decir/no/te no/te/quiero girasol?
¿Sino YO?
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz. Ya era hora de relajarme y vivir el resto de mi vida en alguna bouganvilla o incluso en alguna palmera de algún paseo con vistas al mar. Tantos años de recoger semillas para el hormiguero han dejado mi espalda para el arrastre y, condenado a vivir solo el resto de mi vida, he pensado que soy merecedor del último capricho que puedo permitirme con los ahorrillos que tengo.

Desde siempre, la semiesclavitud del hormiguero nos ha hecho trabajar sin descanso, pero eso no impide que uno pueda salir de vez en cuando e incluso hacer algún que otro amigo fuera del laberinto. Así conocí a Mirta. Mirta es mi mejor amiga, la que me consolaba cuando no veía salida a ese mundo de recolección y almacenamiento, trabajo, más trabajo y poca recompensa. También era la que me escuchaba paciente y sonreía cuando mis delirios de grandeza hablaban de ser el mantenedor del nido, el futuro jefe de algún almacén o incluso, quien sabe, el mayordomo de nuestra reina, cuando Mirta, inteligente y serena, sabía más que nadie que yo no era más que un grano de arena en el desierto, nada más que otra pipa en un campo de esos girasoles donde vivíamos.

No penséis que Mirta es otra hormiga. Por una curiosa casualidad del destino, apenas hay hembras en el hormiguero. Nunca he sabido el por qué y tampoco era algo que me preocupase especialmente, hasta ahora que la inactividad hace mella en mi cerebro y pienso, quizás más de lo que debería.

Mirta es una cigarra. Pero no una cigarra cualquiera. Mirta es una cigarra "hippie". Dice que es una filosofía de vida. Por lo que me cuenta, ser hippie significa estar en contacto con la naturaleza, vivir en armonía con ella, no explotarla, no deteriorarla, ser parte de ella. Según lo que yo veo, creo que ser hippie es ser un vago. Jamás he visto a Mirta trabajar. Siempre que iba a buscarla, o que coincidíamos por casualidad en uno de mis transportes, la encontraba bien tomando el sol, bien cantando o bien paseando sin oficio ni beneficio. La explicación que me daba es que trabajar implica influir en la naturaleza, atacarla, hacerle daño y eso ni su corazón ni su cerebro podrían permitírselo. Aunque piense que es algo vaga, a decir verdad, admiro su lucha por sus ideales y su capacidad de defender las cosas en las que piensa.

Cuando decidí irme a pasar los últimos días de mi vida fuera del campo de girasoles, por supuesto se lo conté a Mirta. Lo primero que hizo fue abrazarme y me dijo que se alegraba mucho por mí, que seguro que sería muy feliz. Ella dijo que me acompañaría pero que no tenía nada y que no podría pagárselo. Eso sí, cada vez que pudiese, vendría a hacerme una visita.

No se ni cómo ni por qué, pero justo en ese momento, una bombillita se encendió sobre mi cabeza y le espeté: "¿Y si te vienes conmigo?" Mirta, boquiabierta, se quedó tan sorprendida que no pudo articular palabra, por lo que seguí explicándoselo: "Mira, yo tengo mis ahorros y la verdad, voy a estar muy solo allí, por lo que te podrías venir conmigo y así tú conoces mundo y ni tu ni yo estaremos solos, ¿qué te parece?"

Tras unos instantes, donde descubrí que Mirta tampoco era ya joven, se le iluminó la cara y, podría asegurar que casi llorando, se volvió a abrazar a mí y me dijo que sí, que se venía conmigo lo que me alegró mucho más de lo que ni yo mismo me imaginaba.

Y aquí estamos ahora, en una palmera de un paseo marítimo, donde vemos el mar y siempre hace sol. Estamos todo el día sin hacer nada y entonces comprendo que no solo Mirta tenía razón con su estilo de vida, sino que es posiblemente, la forma más correcta de vivir.

Sí, ahora sí soy feliz.
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz.

El día que decidí dejarme viajar por el mundo con un montón de camaradas estaba emocionado.

El día que nos descargaron en un silo estaba confuso.

El día que me lavaron me sentí en paz, cuando me metieron en un tanque de salación me sentí...me sentí muy rara, en las cintas transportadoras tuve vértigo, cuando me cogiero y me metieron en una bolsita estaba asustada, cuando cerraron la estrecha bolsita al vacío, sumiéndome en una terrible oscuridad, sentí pánico.

Al día siguiente también.

Al otro tuve miedo.

Al otro Valor.

Y cuando ya no me quedó nada mas que rutina y la resignación lo inundaba todo, tú abriste la bolsa.

El día que abriste la bolsa sentí esperanza.

Cuando me sacaste de ella te amé.

Y entonces me rompiste el cuerpo y te comiste mi corazón.

Te odio.
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz.

¿Y qué?

¿Cómo que "y qué"?

Sí: ¿y qué?

Pues que una vez dejó de tocarme los cojones con sus vueltas y revueltas, idas y venidas, estar y no estar pero siempre andar buscando el calorcito ahí... en cuando dejó de hiincharme las pelotas, te digo, empecé a sentirme bien, a ser feliz.

Creí que hablábamos de un girasol...

Yo hablo de una zorra, es lo mismo: desde que vivo sin ella, soy feliz.
El día que decidí dejar de vivir en un girasol, empecé a ser feliz.

Una máquina me extrajo de aquella horrible flor, y me apiló junto otras de mi especie. Todo aquello fue muy emocionante, ¡conocí a tantas pipas!

Me pelaron... y me machacaron. Dolió un poco... pero bueno, al fin y al cabo las pipas no tenemos alma. Pronto me convertí en aceite, y acabé en la estantería del supermercado, dentro de aquella maravillosa botella.

Pronto llegó Samanta, y me adquirió. Habían rebajado el precio, qué vergüenza.

Y así fue como acabé convertido en aquel rico pastel.
7 respuestas