[Juego Relatos] Frase nº5

"Mientras me incorporaban de la arenosa superficie del desierto, pude notar un gargajo ajeno deslizárseme garganta abajo."


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Para los participantes, recordad publicar el relato durante los dos últimos días del plazo: el 16 y 17 de Agosto.



NOTA: frase dedicada a CCP Pluto.
Nen que sepas que si nos perdemos en un desierto tienes un lapo asegurado por mi parte.
Palabra.Te quiero.
Gracias por ese supuesto lapo con el que conseguiría darme cuenta de que mi muerte es terriblemente asquerosa.



NOTA: Yo también te quiero. ¡Eh! ¡Pero sin tocamientos!

NOTA: Pido disculpas por saltarme a la torera la norma escrita de no comentar cosas como este mensaje, pero creo que dada la nota de malavicha requería un post mio. Aceptaré el castigo justo que queráis imponerme.

NOTA: Se hace difícil escribir la palabra quiero. He estado apunto de poner aprecio...


Salut!
Mientras me incorporaban de la arenosa superficie del desierto, pude notar un gargajo ajeno deslizárseme garganta abajo. Para un assasin que puede sobrevivir con el agua de una gota de rocío depositada en la aguja de un cactus, esa saliva supuso recuperar unas fuerzas que ya daba por perdidas tras ser arrastrado durante 3 días desierto adentro. Había podido abstraerse del dolor de quemaduras del sol sobre su piel desnuda y de las laceraciones llenas de arena que enrojecían su cuerpo, pero la resistencia mental no hubiera podido contener por mucho tiempo más a la fatiga física.
Tragó y continuó con la mirada baja, respirando. Sus captores se sentaron a la sombra de las palmeras y rellenaron las cantimploras con el agua del oasis. Lo miraban de vez en cuando, atado de pies y manos, inmovil bajo el sol abrasador, herido y sin fuerzas para levantar siquiera la cabeza. En su confianza y relajación, no observaron el sutil moverse de las manos del reo.
El sol brillaba en el agua y teñía de verde la sombra bajo las palmeras. Los captores organizaron sus turnos de guardia y empezaron a descansar.
Nuestro protagonista esperó.
Cayó la noche. Sus uñas estaban destrozadas, pero la cuerda ya estaba casi cortada. En el cielo brillaban lejanas y ajenas las estrellas y una pálida luz de la luna creciente tintaba de plata las arenas del desierto.
El primer guardia se giró al sentir una suave brisa. Una soga rodeó su cuello. Murió ahogado y silenciosamente. Movimientos rápidos y sigilisosos, la arena sin huellas, el la daga fuera de su vaina, cortes en el cuello, chorros de sangre a presión saliendo de la carótida y una conversación interrumpida sin que los interlocutores lleguen a poder siquiera ser conscientes de que van a morir. El silencio en todo momento, roto apenas por el susurro de las hojas de palmera mecidas suavemente por la brisa.

Lavó su cuerpo en el oasis, limpió sus heridas de arena y se cubrió con las ropas menos manchadas de sangre que encontró, las del primer guardia fundamentalmente. Reunió todas las cantimploras y vívieres y cargó con ellos un camello. Montó en otro y emprendió la marcha buscando orientación entre los dibujos que las estrellas trazaban en el cielo.
Al-ahmed había sobrevivido a esa captura, como a otras tantas antes. Al-ahmed volvería su centro de operaciones esperando la próxima misión, la asignación de su próxima víctima. Tal y como era su deber.
Mientras me incorporaban de la arenosa superficie del desierto, pude notar un gargajo ajeno deslizárseme garganta abajo. Aquélla fue una sensación realmente desagradable. De buena gana hubiera matado yo a aquel tipo en ese mismo momento. Claro que no estaba yo en disposición de matar a nadie. De hecho, seguramente iban a ser esos tipos de naranja los que acabaran matándome a mí. Cortándome el cuello tal vez, y grabándolo con el móvil. O dejándome tirado en el desierto. O viendo cómo me comían los buitres.

De pronto, tal y como estaba planeado, cientos de ninjas comenzaron a salir por detrás de las dunas. Con sus golpes de kárate consiguieron reducir a los tipos de naranja.

Las cosas habían cambiado. El tipo de bigote, autor de la fechoría del gargajo, tenía la cara blanca. Los ninjas me ayudaron a inmovilizarlo, de forma que pude depositar mis heces directamente en su boca mientras él tragaba por la misma presión. Trataba de gritar, y las lágrimas brotaban de sus ojos.

Los ninjas me llevaron a la nave y nos marchamos pitando de allí. El rescate había sido todo un éxito.
Mientras me incorporaban de la arenosa superficie del desierto, pude notar un gargajo ajeno deslizárseme garganta abajo.

No me preocupaba, ya nada me preocupaba.

Estaba exahusto, como cada persona que en toda la historia había seguido el ritual de iniciación de los Shas-Aklad: 3 dias y 3 noches bailando y retorciéndose sumido en pesadillas y alucinaciones producidos por el cactus de Malavea. Mi alma estaba confusa, mi cabeza desquiciada...dicen que cuando el efecto de la droga pasa, todo vuelve a la normalidad...yo no lo creo.

Es imposible

¿cuanto llevo asi?...se que son 3 dias pero...no comprendo el tiempo, el paso del tiempo es un misterio para mi...un instante y la eternidad...conceptos que no puedo asimilar...quiero llorar, llorar amargamente hasta desgastarme los ojos y, sin embargo me estoy riendo, riéndome a carcajada limpia ¿O acaso cantaba?

Los sonidos no vienen de un solos lugar ¡Ah! Hay algo detras mio, ah, sigue estando detras mio, por muchas vueltas que dé, me mareo...¿como puedo dar vueltas si me estan sujetando?...Imagino que hombres, no sé que es un hombre, no sé qiue es real, no se si estoy confundido ahora o lo he estado toda mi vida.

¿Moriré?¿Moriré de intoxicación?¿moriré de sed?¿estoy bebiendo? Si que llego a recordar las terribles diarreas que me asaltaron lo que yo supongo fue el primer dia.

De pronto me asaltó un terrible pensamiento: ¿Y si muero porque no soy capaz de comprender cómo estoy vivo?

Mientras me debatía con esta idea que lo mismo podria haberse formulado en el cerebro como en el hígado, una parte de mi era consciente de lo que tenia delante: Un hombre, desnudo pero pintado, machacando de ese cactus infernal en un mortero, mientras el mismo lo masticaba, ayudado de agua.

Se acercó a mí lo mas rapido que había visto acercarse a nadie nunca, y sin embargo me pareció una eternidad.

Y de pronto, no podia cerrar la boca, simplemente no podia y lo ví de nuevo, esa flema amarillenta, verdosa, espesa, esa maldita pulpa de cactus que me acabaría condenando a un manicomio.

E, instintivamente, volví a tragar.
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