[Juego Relatos] Frase nº 3

"- ¿Hola? ¿Estás aquí? - y esas fueron sus últimas palabras. "


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No, no lo había leido. Mis disculpas sombra.

Saludos :)
Wavebly, te he dejado un MP pero no lo has debido de ver. Échale un ojo, por favor.
Voy a publicar hoy mi relato que este fin de semana me voy fuera y no se si mañana tendré tiempo y cuando llegué ya será tarde ^_^

- ¿Hola? ¿Estás aquí? - y esas fueron sus últimas palabras. Encima de la mesa vio la nota, antes de leerla tuvo la certeza que ese era el final y así fue: "Adiós, me voy para siempre, no intentes buscarme, olvídame para siempre." Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras corría hacía la habitación, encontró los cajones a medio cerrar, al abrirlos comprobó que ya no quedaba nada, se tumbó en la cama, le llegó su olor a través de las sábanas, pronto eso también dejaría de existir y ya no quedaría ningún rastro de su paso por su vida.
- ¿Hola? ¿Estás aquí? - y esas fueron sus últimas palabras.

Valientes últimas frases de un capullo integral. Siempre queremos imaginar nuestra muerte como algo noble, algo con honor, algo simbólico, una muerte en paz rodeado de los tuyos o una muerte heróica salvando al ser amado. Una muerte despues de una vida larga y fructífera, o una muerte joven exprimendo al máximo tu existencia.

La muerte...todo se queda pequeño cuando llega, es un acontecimiento tan único en la vida que nunca podemos estar plenamente preparados...nunca nadie hace todo lo que desea en la vida, nunca nadie obtiene todas las respuestas, ni conoce todos los lugares, ni todas las emociones ni...la muerte llega siempre pronto para quien quiere vivir y siempre tarde para quien quiere morir. Es un incordio.

El caso es que, si bien es cierto lo dicho, que nunca estamos preparados y que esperamos que sea algo memorable (por aquello que dicen de que hasta que no dejan de recordarte no mueres del todo) nunca antes se vio muerte mas lamentable, ridícula y patética que la de nuestro amigo, que, mientras a sus 32 añazos jugaba al escondite con su hijo de cinco, al que adoraba; estando en la flor de la vida con una mujer preciosa a la que amaba con locura; y estando a punto de lograr el auto perfeccionamiento personal y económico, una abeja le pico en la sien derecha cuando apartaba aquel arbusto o pequeña connífera. Casualmente la misma abeja que habia protagonizado un instante antes éste valioso momento parental.

- Papa, un bicho, un bicho, mátalo.

- No, luisito, este bicho es inofensivo si tu no le haces nada, las abejas se preocupan de hacer la miel que tanto te gusta.

- ¡¡Mieeel!!

Y eso fue lo último que pensó antes del colapso nervioso: ¡¡Mieeeel!!
-¿Hola? ¿Estás aquí? - y esas fueron sus últimas palabras.

Dos horas antes, Fran había rodeado el caño de su pistola con los labios. Lo había hecho con sutileza, de una forma muy peliculera. Tres minutos antes de eso, había dejado de sonar el disco que escuchaba. Unos veinte minutos antes había colgado el teléfono mientras comenzaba su canción favorita. Treinta minutos más atrás estaba colocando el disco en el reproductor. Seis horas antes de encontrar el disco, Fran había comido por primera vez desde el día anterior, en el restaurante de la esquina de la calle donde vivía. Unas veintisiete horas antes salía del entierro de Emma. Siete horas antes de eso era un tipo normal.

No especialmente feliz, pero un tipo normal.

Cuando comprobó que tampoco detrás de la muerte estaba ella, no tuvo más remedio que callar para siempre y acostumbrarse a las cadenas de la dependencia. Esta vez, para toda la eternidad.

Vaya putada, pensaréis.

Y yo qué puedo decir… pues que sí. Que vaya putada.
- ¿Hola? ¿Estás aquí? - y esas fueron sus últimas palabras. Unos labios carnosos se pegaron a su boca, una lengua ávida de placer entró en búsqueda del roce con su lengua y unas manos ansiosas agarraron su cabello. Los dos cuerpos cayeron sobre el colchón en mitad de la habitación a oscuras mientras la puerta quedaba entrecerrada a su espalda. Entre los besos apenas había espacio para las risas o los jadeos, pero sus manos no dejaban de decir cosas. Ella daba las gracias por cada momento a su lado, le reñía por el susto que acaba de darle y le castigaba sin besos una semana. Él le decía cuánto la amaba, cuánto le hacía sonreir y bromeaba sobre la cara de susto que ella había puesto al sentir su abrazo desde la oscuridad. Sus caricias tiernas se burlaban de aquellas tímidas y nerviosas del primer encuentro en el parque. Sus besos evocaron tantos besos pasados, escondidos en cada rincón por no ser descubiertos. Sus sexos se encontraron por primera vez con la sensación de ser el uno del otro desde hacía mucho tiempo...
Se amaron. Toda la noche.
El alba despertó a una pareja que debía decirse adiós sin dejar caer una lágrima, derramando luz sobre sus cuerpos desnudos, abrazados, al final de una muda despedida que ninguno de los dos estaba dispuesto a aceptar.
-¿Hola? ¿Estás aquí? – y esas fueron sus últimas palabras. Decidí destruirle. Rápido y sin dolor, con un trago de cerveza y un imperceptible movimiento de muñeca. No se merecía ser dueño de esa frase. Hice una bola con el folio y lo lancé con acierto a la papelera repleta. Tendría que inventarme un personaje más real, más creíble, tal vez uno que de realmente asco, que no haga preguntas. Ahora yacía, inerte, junto con los anteriores. Creí escucharle por un momento.

Apareció mi mujer, dijo – Qué – Y miró hacia mi.
-Qué- dije yo.
-Qué haces- dijo ella.
-Diablos, Katie, no hago nada-
-Ah, ya- Se atusó un poco el flequillo con saliva.
-La próxima vez llama a la puerta, acaso no ves que estoy ocupado- dije algo indignado, claro.
-Creía que no estabas haciendo nada- dijo Katie, y volvió a humedecerse los dedos, para lo del flequillo. Yo le di un trago a la cerveza. Maldita sea.

Katie desapareció por la oscuridad del pasillo. Acaricié con cariño a la Olivetti y me encendí un pitillo. Tenía los dedos amarillos y me olían a tabaco. Olían como mi padre antes de que muriese de cáncer de pulmón. Vaya, pensé, eso no debe ser bueno. Y bebí cerveza. Luego reparé en que la mancha de humedad de la pared había crecido. Me recordaba a Katie, la mancha.

Puse otro folio en la máquina. Me sequé el sudor de la frente con el puño de la camiseta. Joder, era invierno, pero hacía realmente calor allí dentro. Resoplé. Me puse a escribir:

-¿Hola?¿Estás aquí?- y esas fueron sus últimas palabras. Decidí destruirle. Rápido y sin dolor, con un trago de cerveza y un imperceptible movimiento de muñeca.
- ¿Hola? ¿Estás aquí? - y ésas fueron sus últimas palabras.

Jamás imaginé que se pudiera manchar tanto una pared. Compadezco al pobre desgraciado que tuviera que limpiar todo aquello. Desde luego no iba a ser plato de buen gusto.

El cuerpo de Alejandro estaba en el suelo. Aquel disparo no le había sentado nada bien. Ahora venía la mejor parte. Le pinté dos círculos rojos en los pómulos y le puse una nariz de payaso y unas gafas gigantes. Dios, teníais que haberlo visto, era tronchante. Y yo sin mi cámara.

Alejandro sí que sabía vivir bien, menuda casa. Mucho mejor que esta cárcel, desde luego. Tenía la pared llena de fotos de sus viajes. Su vida parecía bastante interesante, creo que no le habría hecho mucha gracia que le matara. Pero qué se le va a hacer. Aunque estaba para comérselo con aquella nariz.

Todo aquello de matar me abrió el apetito. Es agotador esto de ser un psicópata. Fui a la nevera a ver qué tenía. Tarta de queso, ¡sí!.

Me encanta la tarta de queso.
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