[Juego Relatos] Frase nº 1

"En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos."


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A ver qué tal nos sale, un saludo! [bye]
Ups!! no me había fijado, lo siento!!
Te he dejado un MP.

NO publiquéis los relatos hasta que queden dos días para comenzar con la siguiente frase.
;)

Toda la info aquí: Normas Juego [Relatos a partir de una frase]
En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Vincent reposaba en la cama, y ahora mismo tenía tres problemas más o menos serios.

Para empezar, le hubiese gustado saber de dónde salía esa especie de niebla verde que contaminaba la habitación. De hecho, se hubiera levantado para investigarlo si no fuera porque cuando intentaba moverse su cuerpo no respondía. No como si le pesaran los músculos ni nada parecido, simplemente no respondía, era una sensación como de “quiero moverme, pero no me apetece pensar en ello”. Pensaba: quiero moverme… pero no se lo acababa de decir muy alto, o no se entendía muy bien con su cabeza. El caso es que ahí estaba quieto como un bendito.

El tercer problema era que le apetecía fumar. Le jodía más que cualquier otra cosa. La niebla se disiparía tarde o temprano, seguro. El cuerpo acabaría funcionando de un momento a otro, sería como una parálisis del sueño pero sin haberse quedado dormido o alguna chorrada semejante, sin importancia. Pero fumar le apetecía fumar en ese momento. Y, claro está, no podía.

Laura estaba en otra habitación, experimentando las sensaciones a su manera. A Vincent le hubiera gustado llamarla, pero le pasaba con la boca algo parecido a lo que le pasaba con el resto del cuerpo. Además, vete a saber qué estaba haciendo, tampoco quería interrumpirla. Pensó que era un momento idóneo para olvidarse de los problemas y dejarse llevar por la música, a la que todavía no le había prestado más atención que la que le puedes prestar a los sonidos de los coches pasando por la avenida a lo lejos.

“Qué forma de percibir el sonido tan extraña”, pensó. Cuando cerró los ojos le pareció que la música intentaba mecerle, que cogía su cabeza acostumbrada a moverse de aquí para allá y la reducía poco a poco a un ligero vaivén, sin aspavientos. Relajado.

Cuando sus pensamientos dejaron de sacudirse y reposaban tranquilos, comenzó a analizar los sonidos de otra manera más… gustativa. “Ese suena a sándwich”, pensó, y se rió solo. “Quién hubiera imaginado que un fagot sonase a sándwich… si descubro un sonido que suene a caviar quizá pueda hacer negocio con las altas esferas habiéndome gastado sólo lo que cueste el instrumento. Bueno, y el curso de aprendizaje. Uf, ¿y si es un instrumento muy difícil de tocar? Ahora me acuerdo de cuando mi madre quiso apuntarme al conservatorio… maldita sea mi vagancia.”

Laura apareció por la puerta de la habitación.

-Vincent… Vincent, tienes que ver esto, mira. ¿Vincent?

Vincent intentaba responder, o al menos mirarla, pero no lo conseguía. Estaba completamente estático.

-Vincent, despierta. ¡Vincent! Vincent, por favor, deja de hacer el idiota.

“Oh, dios, ahora montará un zipizape de miedo, como si lo viera”, pensó Vincent. “¿Qué puedo hacer? No puedo hacer nada… y además necesito descubrir un sonido que suene a caviar, espero que se calme pronto.”

-¡Vincent, por favor! ¡respóndeme!. –Laura tenía los ojos ya empapados en lágrimas. –Sabes cómo soy para estas cosas, si estás haciendo el tonto por favor déjalo, ¡Vincent!

Acercó las manos con miedo y puso dos dedos al lado de la nuez de Vincent.

“Pobre”, pensó Vincent. “Cree que me he muerto o algo parecido. Si pudiera hacer algo… lo que está claro es que después de esto no va a subir la música… cht, qué puñeta”

-¡¡Oh, Dios!! –Laura retrocedió hasta impactar contra el armario de detrás. Sus ojos abiertos como platos casi se intuían más que verse, con las lágrimas difuminando la redondez de las pupilas. Se levantó histérica y se dirigió al teléfono de la cocina.

Vincent escucho sollozos ahogados entrecortados. La escuchó intentar comunicarse con el receptor de la llamada, respirando muy fuerte. La escuchó hacer un par de respiraciones de las que haces cuando algo te asusta y quieres calmarte. La escuchó dar su dirección a trompicones.

“Ay, madre, ¡pero qué está haciendo!” se dijo. “Vamos a ser el hazmerreír del barrio. Mañana, cuando todo haya pasado pensaremos que ha sido una anécdota graciosa que contar a los nietos. Pero seré yo el que tenga que aguantar su mala virgen hasta que se le pase el susto. ¡Y no puedo hacer nada, maldita sea! Oh, dios, que me vuelva pronto la normalidad, por favor…”

Laura ya había colgado. Todavía histérica, cogió con torpeza las llaves y salió de casa.

“¡Anda, jódela!” pensó Vincent. “Y se larga… se supone que yo estoy aquí muriéndome y ella coge y se larga. Cría cuervos y te dejarán tirado, decía mi madre. O algo así. Aunque bueno, quizá es comprensible, aquí con los ojos abiertos mirando las manchas del techo quieto como un condenao debo ofrecer un espectáculo terrorífico. ¿Por qué no se podrá mirar el interior de las personas en la vida real? Si alguien se metiera ahora dentro de mi cabeza de lo que estoy seguro es de que no se asustaría. Y, desde luego, no se iba a aburrir.”

Fuera se escucharon sirenas de ambulancia. Luego, la puerta del portal de abajo y un cada vez más grande murmullo de gente reunida en la calle.

“¿Ya están aquí?, joder… cuando el gato de la vecina se cayó por la ventana tardaron una tarde entera en pasar a llevárselo. Claro que al gato de la vecina había que quitarlo del suelo con espátula, supongo que el caso es diferente. Ay, dios… la que se ha liado. En fin, supongo que si no se me pasa en el rato que tarden en subirme a una camilla y salir pitando, hoy no descubriré un sonido que sepa a caviar.”

Laura abrió la puerta. Rápidamente entraron los hombres de verde a colocarle a Vincent un montón de trastos en boca y cuerpo y subirlo a la camilla. Al poco rato, estaban metiéndolo en la ambulancia.

“Bueno…”, pensó Vincent. “Pues allá vamos. Otro desperdicio de recursos sanitarios para un caso que dentro de un rato no tendrá mayor problema. No voy a morirme, pero desde luego cuando vuelva a la normalidad van a preferir que lo hubiera hecho. Vaya manera de meterse en problemas sin hacer absolutamente nada… Anda, qué filosófico. Realmente acabo de meterme en problemas sin hacer absolutamente nada, es más, precisamente por no hacer nada de nada. ¿Debería eso eximirme de culpa?... supongo que sí.” Vincent sonrió, al menos para sus adentros. “Sí, será divertido ver cómo acaba todo esto.”

Durante el trayecto, Vincent no se había casi percatado del ambiente general de la ambulancia, tan ensimismado como estaba en sus pensamientos. Al llegar, Laura les esperaba, había dejado de llorar pero aún parecía un flan con esquizofrenia.

Dentro del hospital, a Vincent le metieron en una habitación donde comenzaron a hacerle todo tipo de pruebas.

“Wow, esto es como si me hubieran abducido los del Prey, sólo que con mucha más cortesía por su parte. Jaja, qué graciosos con las máscaras y el gorrito, parecen teletubbies. Joder, esto no se pasa… me veo pasando la noche aquí, y no parece entretenido. Si al menos pudiera decirles que pusieran música…”

A su alrededor, todo comenzó a perder ese ritmo frenético que llevaban al empezar. Le quitaron todos los artilugios extraños que le habían colocado. Apagaron las máquinas. Uno de ellos salió a “darle la noticia a la chica”.

Laura esperaba impaciente, ya más relajada. El doctor salió con aire pesaroso. Lo miró inquisitivamente. Él no esperó demasiado.

-Verá… lleva sin vida ya al menos tres horas.

Desde dentro de la sala de operaciones, Vincent oyó los gritos de Laura. No entendía lo que decía, pero era evidente que estaba fuera de sí, aún así le llegó casi de rebote la palabra “muerto”, seguida de un histérico “no puede ser” y todas esas cosas que se suelen decir. A Vincent de repente todo le pareció una revelación.

“Muerto… estoy... ¿muerto? Venga ya, hombre, si todavía sigo pensando en hacerme rico, qué carajo voy a estar muerto… claro que lo han dicho los médicos… ¿Quizá es esto lo que hay después de la muerte? No puede ser, ¿uno se pega años soportando la agonía de la vida para luego tener que pasar el resto de la eternidad condenado a escuchar lo que pasa fuera de su cuerpo inerte? Me niego, si esta es la recompensa, meditaré hasta dejar la mente en blanco como protesta, no, me niego en redondo.”

De repente, todo empezó a tornarse oscuro. Los ojos abiertos de Vincent comenzaron a dejar de recibir luz muy poco a poco. Sus oídos difuminaban las palabras de su alrededor alejándolas cada vez un poco más. Mientras esto sucedía, Vincent tuvo la última gran revelación de su vida.

“Tiene cojones… si es que nunca he probado el caviar…”
En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. La luz comenzó a irrumpir en el cuarto, tan impertinente como todas las mañanas.

Pronto me di cuenta de que mi hija Marta me había vuelto a robar tabaco. Y esta vez el botín había sido mayor del habitual. Sabía que tenía que hablar con ella… pero todo esto se me empezaba a quedar grande.

Desde que se fue su madre, Marta pasaba de todo. Volvía a la hora que le daba la gana y andaba todo el día con el imbécil de Carlos. Jamás soporté a ese chico, me llevaba a los demonios que se tirara a mi hija en mi propia casa mientras yo estaba trabajando. Eso también se lo tenía que dejar bien claro.

A medida que pasaban los días se parecía más y más a su madre. Ambas fueron concebidas para hacerme la vida imposible. Se encerraba en su cuarto y no la veía en todo el día. Quién me iba a decir que criar a una hija podía ser tan complicado.

El otro día volvimos a discutir. No me podía seguir hablando así. En cuanto aparcara el coche y entrara por la puerta, pensaba dejarle las cosas bien claras. Pero no tuve ocasión de decírselo. Sólo encontré una nota.

Me voy a Francia con mamá. Que te vaya todo bien.
En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Recogió sus bragas, los zapatos y el vestido y salió de la habitación. Mientras terminaba de colocarse el pelo lo más decentemente posible que se podía permitir, un beso en el hombro la sorprendió:
- Eres mala.
- Tengo cosas que hacer y tú lo sabes mejor que nadie -respondió, con un tono mezcla de broma y de reproche.
- Y tú sabes que estas siestas conmigo te ayudan a estar descansada -besó su hombro-, relajada -acarició su vientre-, ¡y al cien por cien! -la giró completamente y besó su boca.
- ¡Suelta! -ella se giró para mirarse de nuevo en el espejo y comprobar que ese movimiento brusco de antes no había estropeado su peinado - Ahora no estoy para juegos. Me voy, ya te veré -se paró para besarle la nariz y hacerle cosquillas-. Ya sabes que te veré - y guiñó el ojo.
Él caminó a su lado hasta la puerta y la despidió con un beso que le supo igual que intenso y gratificante que el primero, a escondidas, entre las estanterias de la biblioteca.
- Estudia mucho, cariño... y, por favor, ¡no vuelvas a llegar tarde a mi clase! Que últimamente no sé qué harás -sonrió y le guiñó un ojo- pero llegas siempre retrasada y como acalorada -las carcajadas de ambos salieron del entresuelo escaleras abajo y resonaron aún mientras ellos se daban el último beso del día pero el primero de muchos más.
En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Reposaban en el sentido más literal que os podáis imaginar. De hecho estaban durmiendo.

Cosa a la cual no querría dar demasiada importancia pero, la verdad, ahora que había conseguido vivir con independencia, verme obligado a acostarme temprano para no molestar a algunos de mis objetos es, cuando menos, fastidioso.
Pero aquí estoy en la cama sin hacer ruido; La experiencia me ha demostrado que no es una buena idea enemistarte con tus cosas.

¡Riiinnng! ¡Riiinnng!

¡Dios el teléfono! Espero que no haya cobrado vida. Podría llegar a ser muy pesado.

¿SI?... Ah, oye,… no mira en…. pero, pero... ¡no!... ¿qué? ¿A si?¿ Sabes qué?, … No. La tuya. No, puta tú, y tu madre también. Sí, sí. Te puedes meter el muñón por el culo. Adiós.

Era mi novia, bueno, mi ex. Está algo molesta desde el día que le dije que fuera a sacar la lasaña del horno; Por lo visto este había cobrado vida y no la reconoció como parte de la familia, así que decidió cerrarse de un portazo cuando ella metió la mano para sacar la cena.

¡Y eso que le compre el garfio más bonito y caro que encontré!

Como os iba diciendo…
Bueno, aquí va el mío. Saludos.

En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Mientras la resaca se dejaba notar con el latido pulsante de mis sienes y una halitosis matutina, yo intentaba recordar dónde estaba y cómo había llegado hasta allí.
Esa mesa no era de mi habitación, a no ser que a mi caótica madre le hubiera dado de nuevo por dilapidar la herencia que mi padre dejó al morir, cambiándome mi dormitorio. Reconocí mi reloj y el paquete de Ducados, que fumaba no por su asqueroso sabor, sino porque el olor me recordaba a mi padre. Sin embargo, el libro me desconcertó: “La escuela del libertinaje” del Marqués de Sade.
Sabía con certeza que ese libro, y menos en esa edición tan antigua, nunca había estado en casa ni había pertenecido a ningún miembro de mi familia. No creo que mi madre, tan puritana ella, hubiera permitido siquiera que se hablase del Marqués de Sade en su presencia.
Me levanté, apoyándome en el borde de la cama y me dirigí a una ventana semiabierta que se encontraba al lado de la puerta. Al asomarme fui incapaz de descifrar qué parte de la ciudad divisaba.

Poco a poco, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, recorrí en círculos la vacía habitación, empezando a recordar qué hice la noche anterior. Recuerdo que salimos de fiesta, como siempre Juancho, Lucas, Borja, Desi, Linda, Marta y yo. Era el cumpleaños de Borja y Desi, Linda y Marta se habían confabulado para que de esa noche no pasaba: esa noche me estrenaba.
El primer paso fue intentar hacerme caer en los brazos de Baco: una cena ligera en un restaurante vegetariano, para que luego, al tomar alguna copa, el alcohol tuviera rienda suelta para abotargar mis neuronas. Enseguida surtió efecto, ya que a mí, que en principio no me atraía el más que manido plan de las tres “Celestinas”, pensé que a mis veinticinco años, ya era hora de demostrarles que yo, Luis Alberto Sáez de Pastiche, era todo un macho y de demostrar que yo ligaba cuando y con quien quería.
Tras salir del restaurante nos dirigimos a la calle de bares de copas principal del centro de la ciudad. Allí, chicas y más chicas, ayudadas por la poca ropa a la que invitaba el calor del veranillo adelantado de mayo, junto con mi incipiente borrachera, propiciada por las escalas realizadas en todos y cada uno de los bares de la calle, iban haciendo que cada dos pasos, armase mi “arco del amor” y entrase a cualquier cosa con tetas que se dignase a mirar al engendro alcoholizado en que me convertía por momentos.

Mi último recuerdo de esa noche, fue unas incontenibles ganas de orinar, que fui a calmar a un bar cuyo nombre me hizo mucha gracia: “La ostra azul”.

Justo en ese momento, escuché una cisterna en dirección opuesta hacia donde estaba mirando, en una puerta que hasta ese mismo instante había pasado desapercibida para mí. Sonó el pestillo, y tras la puerta, apareció la viva imagen de Dennis Hopper en “Easy Rider”.
“Buenos días cariño”, dijo con una ¿dulce? voz. “¿Te apetece un café?”.
Salió dirección a la cocina, mientras, en mi estupor, reparaba en un sordo dolor en la parte baja de mi espalda mientras maldecía a las tres arpías que tengo por amigas.
En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Era el único toque personal en esa habitación de hotel, ni la maleta ni la cama habían sido tocadas. Al entrar un fuerte olor la mareó, miró alrededor y grito. El cadáver descansaba cómodamente en el sillón, tenía la cabeza decapitada.
"En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Todo estaba en silencio, y sólo el tic-tac del reloj perturbaba mi sueño, y empecé a recordar... Recordé mi primer amor, tú, mi primera sonrisa, recordé aquellos días a tu lado, recordé tantas cosas que me invadió la tristeza.

No quería llorar, quería verte de nuevo, quería soñar, pero el latido del reloj trastornaba mi sueño. Ni los cigarrillos, ni la lectura podían saciar mis nervios, mi sed. Te habías ido, y no ibas a volver. Y me pregunto ¿por qué te eligió a ti?, ¿por qué no a mí?

Y paso el tiempo, y seguí triste en mi rincón, y no comí, y no fumé, y no leí, y morí de amor(...)"
En la mesilla de noche reposaban el reloj, un libro viejo y un paquete de cigarrillos. Sobre la cama, en la pared, un imponente crucifijo amenazaba con abalanzarse sobre la fragil figura de la niña que estaba atada en la cama. Sudando, sangrando, semiinconsciente. El Padre Braulio volvió a entrar en la habitación, se había dado una ducha, estaba agotado, llevaba casi dos semanas intentando sacar al demonio de Virginia, la niña poseida. La encontró en la calle, temblando, y profiriendo insultos a otras niñas, entonces decidió ayudarla. El padre Braulio volvió pesadamente a sacar su instrumental de exorcizador y comenzó de nuevo el proceso.

-¡¡Sal de su cuerpo, maldito demonio!!¡Sal!¡Cristo te lo ordena!¡Tu amo te lo ordena!

La niña temblaba y se revolvia casi sin fuerzas ya, el demonio pronto la dejaría vivir su infancia, sangraba por las heridas estigmáticas, decia palabras inintengibles.

- ¡¡Sal demonio!!

un hilillo de voz salió de la boca de la niña entre llantos

-...no soy el demonio...

- ¡¡Hijo de Dios!!¡Debes obedecerle abndona la falacia ¡¡Sal de su cuerpo.

Virginia se estremecía.

- ¡Sal de su cuerpo!

La niña vomitó

- ¡¡SAL DE SU CUERPO!!

ENtonces la puerta de la habitación se abrió de golpe y entraron unos hombres uniformados con linternas.

- ¡¡POLICIA!! Apártese inmediatamente de esa niña.

El cura recibió un culatazo en toda la boca le que le hizo caerse de la cama saliendo del cuerpo de la niña.Mientras le esposaban le informaban con sumo desprecio.

- Braulio Castellan, queda usted arrestado por el secuestro, violación y asesinato de Lucia Llorente, Emanuela Cordoba, Emanuela Montés y por el secuestro y violación, degenerado hijo de puta, de Virginia Pastor. ¡¡Llevaos esta escoria de mi vista!!
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