LitEol'04 - RELATO CORTO

Para cualquier duda, aqui las bases.

Teneis 10 días para publicar vuestras obras. El Miércoles 20 a las 23:59 se acabará el plazo.

Suerte a todos.
Cuando Kesto abrió los ojos aún no había amanecido. Al menos eso indicaba su termosensor, situado encima de su mesita de noche. Pulsó el botón que abría cómodamente las persianas. Al asomarse contempló su ciudad: era una amplia extensión de hierro y neocobre. Los altos edificios, se extendían a lo largo de avenidas, formando un perfecto circuito de calles cuadradas. Al menos el tráfico no molesta, pensó Kesto. Desde que se impusieron en la ciudad las aerodeslizadoras, los vehículos circulaban automáticamente por las carreteras aéreas, situadas en las plataformas por encima de las viviendas.
Una voz casi humana hizo que Kesto se diera la vuelta.
- Buenos días, señor Kesto. Son las siete horas y ventidos minutos del nueve de abril del año 2145, ¿desea realizar alguna de mis opciones?.
La “omni-agend T-230” abrió un sencillo menú en forma de hologramas azules, que deslumbró a Kesto. Infinitas ideas pasaron por la mente de Kesto, al releer las opciones del aparato, sin embargo ni le apetecía leer el periódico virtual, ni hacer la compra por Internet, ni siquiera llamar a un familiar.
- No, gracias, puedes desconectarte.
Las palabras de Kesto sonaron tristes, aunque nada había en la habitación que pudiera darse cuenta, a no ser que los cables pudieran percibir los sentimientos de los ¿humanos?
Leer el periódico había perdido interés desde hace tiempo. Aunque al principio le parecía curioso, ya estaba aburrido de las mismas noticias un día tras otro. Las noticias de accidentes habían dado lugar a estúpidas decisiones entre políticos para implantar viviendas inteligentes, equipadas con “tecno-no-se-ques” y con “auto-no-se-cuantos”.
- Tan inteligentes y tan estupidas.- susurró Kesto.
Se refería a la omni-agend. No recordaba desde cuando la tenía pero si recordaba que día tras día le había recordado que podía llamar a un familiar, a pesar de que Kesto, no tenía ningún familiar. Pensar en ese tema le atormentaba. Desde que murió su mujer, había estado sólo, intentando suplir su presencia con numerosas máquinas, que poblaban hoy en día su casa. Una mirada a su alrededor, le obligó a soltar una lágrima. Kesto tenía 156 años, pero muy de vez en cuando solía pensar en los recuerdos de su larga vida. Pero no los recordaba. Y eso le daba miedo. Intentar recordar su vida le cansaba, le agotaba, le angustiaba.
Kesto se percató de que llevaba de pie más de media hora, ensimismado en sus pensamientos. Si por Kesto fuera, estaría horas pensando, de pie, pero la pulsera electrónica Hi-chemist que tenía en la muñeca, emitió un pitido para anunciarle que “su pierna izquierda esta apunto de agotar su energía de apoyo”.
Kesto lanzó una mirada de odio al aparato. A veces deseaba quitárselo y arrojarlo por la ventana, pero era consciente de que gracias a ese invento se conservaba óptimamente. La Hi-chemist informaba de cualquier tipo de enfermedad, dolencia o síntoma y pronosticaba los medicamentos que el paciente debía tomar para su curación. Incluso avisaba a la aero-ambulancia más cercana si la cosa era demasiado grave.
Aunque Kesto estaba cansado ya de la vida, no quería abandonarla sin un último propósito: recordar. Pero estaba tan bloqueado que necesitaba dar una vuelta para despejarse, aunque sólo fuera virtualmente. Se sentó en el centro de mando, situado en medio del amplio salón y pulsó el botón de inicio.
- Paseo virtual.- dijo Kesto. Y automáticamente apareció la lista de los paseos más demandados por los usuarios: Neo-Génesis, New-New-York, etc.
Nuevos pensamientos inundaron la mente de Kesto. Todo nuevo, novedad. Lo antiguo ya nadie lo quiere. ¿Yo soy antiguo? ¿Habrá acabado mi momento?. Pero yo no quiero morir, quiero recordar. Un arrebato de furia le impulsó del sillón
- ¡¡QUIERO RECORDAR!!.- gritó Kesto.
Un pitido de pulsera le sobresalto. “Tensión alta”. Pruebe a descansar durante 13’42’’ minutos.
La precisión y la prepotencia del aparato hizo que su cólera aumentara. Su mente era un hervidero de emociones, sentimientos y... ¿recuerdos?. Sí, empezaba a recordar.
Se arrancó la pulsera de un tirón, con una repentina fuerza que jamás había sentido hasta ese momento. La marca de los sensores que había tenido durante más de 30 años le dolía. Pero no podía parar, se sentía libre. Miró a la pantalla, donde aparecía un absurdo mensaje: “Quiero recordar no ha sido encontrado en la lista de paseos virtuales. Por favor, vuelva a intentarlo”. Una nueva idea le vino a la mente.
- Orden descendente.- ordenó Kesto. Y la lista dio la vuelta. Maravillado se le mostró ante sus ojos la lista de los paseos virtuales menos solicitados: Antigua Roma, Antigua Barcelona, Antigua...., Antigua..., Pirámides de Egipto, Selva Negra, el Amazonas..........
Una larga lista de lugares hizo que Kesto abriera los ojos y comenzara a recordar. Los nombres de los lugares le eran conocidos. Incluso creyó leer la ciudad en la que creía haber nacido, pero eso no le importaba. Sus ojos se fijaron en un nombre de la lista que le impactó de repente.
- “Antigua Venecia”.- ordenó Kesto.
Un mensaje de “Cargando mapa” apareció en la pantalla, mientras el programa mostraba fotos de la Venecia actual: no se diferenciaba mucho de su ciudad, simplemente calles y edificios, edificios y calles, tráfico silencioso y personas silenciosas. Pero Kesto recordaba, empezaba a recordar. Y no recordaba Venecia de esa forma.
“Mapa cargado”
Las imágenes de la pantalla giraron en torno a Kesto. Lo que vio, lo que sintió, no lo podría explicar con las palabras. Kesto vio cristales de edificios, que deslumbraban con la luz de la mañana, vio las góndolas mecerse ante la brisa de las olas, vio personas a su alrededor, con extrañas vestimentas que recordaba vagamente, vio felicidad en los rostros de las personas, inquietud y curiosidad en los niños. Kesto subió la mirada. Vio un extraño animal, volar por el.... que le recordaba a algo de su época. Se le cegaron los ojos por una extraña luz que recordaba como .... Las nubes blancas, pasaban rápidas, fugaces.... Niños riendo.... ¿cielo?, ¿agua?... pruebe a.... barcas.... ¿pájaros?... luz.... descansar durante.... ¿cielo?... 13’42’’ minutos.... recuerdos, recuerdos, recuerdos.... ¿Cielo?. Niños de la mano de, de la mano de, sus ¿pajaros?.... “New-New-New-New York”..... ¡¡¡ PADRES !!!

- AAAAAAAAAAAAAAAH !!!!!!!!!!!......
El grito resonó en la habitación. ¿Cómo había podido olvidar a sus padres?. Al fin recordaba, recordaba haber estado en Venecia, con sus padres. Recordaba haber dado un paseo en góndola, recordaba mirar al cielo y cegarse por esa luz del ... No conseguía recordar que era eso, ¿qué era eso? ¿qué era eso?. Sudando, Kesto se quitó los cascos de realidad virtual y corrió hacia una pequeña estantería situada en un rincón. Entre sollozos y llantos abrió nervioso todos los cajones hasta encontrar lo que buscaba. La caja de zapatos parecía ¿vieja? ¿antigua?, ¿qué importaba ahora eso?. La abrió y arrojó la tapa a un rincón. Necesitaba recordar algo más, ¿qué era esa luz?. Sacó las fotografías de la caja y comenzó a observarlas una por una. Las fotografías digitales le recordaron momentos de su infancia, de su juventud, de su vida. Se sorprendió al verse vestido de marinero, jugando al fútbol con sus amigos, en viajes con sus padres, en preciosos paisajes, alumbrados por la luz del ¿Sol?. Sí, eso era, era el Sol lo que no conseguía recordar. Aquella gran bola amarilla que recalentaba la ropa en verano y desparecía en invierno. ¿Por qué no había conseguido recordarlo?. ¿Por qué?. Corriendo se asomó a la ventana, en busca del Sol, quería volver a verlo, sentir sus rayos en la cara.
Kesto levantó la mirada en busca de su preciado regalo, pero se encontró con algo inesperado, se encontró con gigantes plataformas de color gris oscuro, situadas por encima de su cabeza, que sostenían a millones y millones de naves aerodeslizadores, que corrían inquietas hacia su destino, se encontró con el futuro, se encontró con la innovación, con la novedad, con las máquinas, con el aislamiento, con la soledad, con la muerte.
Con un golpe sordo Kesto cayó al suelo, muerto. Su ultima sensación se le quedó en los ojos, unos ojos abiertos, llenos de miedo y angustia, unos ojos que mostraban como el silencio de los coches que recorren día y noche las avenidas nos llega a invadir, como el silencio del futuro nos acoge sin salida, nos aprisiona, nos muestra su mentira innovadora, nos mata.
Kesto yació en el suelo durante años, ya que nadie iba a imaginarse que una persona en su sano juicio sería capaz de quitarse la pulsera Hi-chemist, que la daba la vida, que le proporcionaba un mundo de comodidades en unos pocos metros cuadrados de una vivienda, un mundo sin inquietud, un mundo falso, un mundo de mentiras, en el que sus habitantes están tan cegados, que no recuerdan ni a sus padres, ni a los pájaros, ni a la luz del Sol.

Un mundo que no está tan lejos de nosotros, que se acerca en silencio, como esas futuristas naves aerodeslizadoras, que nos va lanzando sus ideas sin que nos demos cuenta, un mundo que tarde o temprano llegará, sin que personas inútiles como Kesto puedan impedirlo.
Bienvenido al futuro
Me desperté y ella estaba allí; mirándome fijamente. En un primer momento mis ojos sólo distinguían una silueta recortada ante los rayos de luz que se filtraban a través de la persiana, pero luego la reconocí sin lugar a dudas : aquel vestido azul se lo había regalado yo mismo tiempo atrás, pero, ¿cuánto tiempo había transcurrido desde entonces?.

Mi cabeza daba vueltas y vueltas en una especie de noria que no puede detenerse; retazos de recuerdos iban y venían. Era incapaz de pensar con claridad, pero sin embargo, esa cara que miraba desde la penumbra tenía su hueco en mi mente descabalada. Ella era lo único de lo que estaba seguro en esos momentos, lo único real en aquella habitación; todo lo demás parecía pender de un hilo.

Tomé aire para decir unas palabras que no encontré. ¿Qué decir?. Difícil decisión si ni siquiera sabes el motivo que te mantiene postrado en una cama sin poder moverte. Lo mejor sería no decir nada, al menos de momento; al menos hasta que pudiera saber algo más sobre mí mismo...

Justo pensaba en todo aquello, en silencio, cuando la puerta de la habitación se abrió con suavidad. Una chica vestida con una bata de un blanco inmaculado entró en la estancia. Pude escuchar un sonido que me recordaba al del vapor saliendo de una plancha, así como un montón de ruidos electrónicos intermitentes que no podía identificar. Entonces, la chica de la bata encendió la sobria lámpara que descansaba en una esquina de la habitación y sólo necesité un segundo para entenderlo todo.

La luz de la bombilla hizo brillar un millón de lágrimas en las mejillas de aquella chica que tanto me miraba al tiempo que sus pupilas, inyectadas en sangre, se contraían en un acto reflejo. Mis ojos no reaccionaron igual, de hecho no reaccionaron en absoluto ni volverían a hacerlo. La última vez que lo hicieron fue con los faros del coche que venía en dirección contraria. Toda una vida apagada en un instante...
Su primera sensación fue de desconcierto. Todo se veía oscuro, casi de una forma molesta. Una suave luz apareció bajo la puerta de su habitación mientras él procuraba despejarse. Supuso que era de noche y se asomó a la ventana. El cielo estaba nublado, una espesa capa de cúmulos tapaba la Luna y las estrellas, en el callejón de al lado reinaba la oscuridad, en la calle las farolas eran las únicas capaces de dar vida a una noche horrenda.

Desde la ventana notó como una anciana apretaba el paso al acercarse al edificio. No parecía muy tarde, quizás aun era medianoche. Notó que le dolían las piernas aunque no le dio más importancia. Se acercó a la mesilla de noche y recogió el sobre con el contrato por tres noches en la pensión. Dentro también encontró unos billetes, pero no estaba ahí la llave de la habitación.

Tenía ganas de orinar y fue al servicio, un pequeño cuarto de baño cubierto de impecables baldosillas blancas con unos ornamentos florales en las esquinas y las juntas. - Un sitio de notable “confort” para mear – pensó. Cuando se encontró de pié frente al váter se le quitaron las ganas, se abrochó los botones de su pantalón vaquero y se acercó a la pila para asearse, aunque como no había ni una miserable toalla decidió dejarlo para después. Ni siquiera se fijó en el espejo.

Comenzó a oír unos gritos en la habitación de al lado, sin darle más importancia supuso que era una pareja que quería desahogar su fogosidad en esa noche de San Valentín. Se quedó inmóvil, con los ojos cerrados y suspiró. Su cabeza fue bombardeada con pensamientos y sensaciones, solamente para recordarle que él estaba solo, podría decir que desamparado y sobre todo triste, muy triste. Creía que el mundo estaba creado para otros y no para alguien como él, un viejo romántico, alguien que todavía creía en el amor y en los días de vino y rosas, en el viejo París, en las puestas de Sol... Sin embargo se encontraba sin nadie, creía que ya nadie creía en sus ideales, en la felicidad pura y más sincera, alejándose de banalidades y materialismos. En el amor real y vivo. Desde que perdió a su amada nada fue ya lo mismo. Abrió los ojos y se pasó las manos por la cara.

Ahora escuchó gritos al otro lado de la puerta, parecía que llamaban a alguien, pero era todo bastante confuso. Con la cabeza baja y sin mirar a la cama se dejó caer sobre ella y allí quedó, tumbado de costado, con los ojos semicerrados filtrando la escasa claridad que se colaba por la ventana. Estaba incómodo y decidió girarse, ahora estaba viendo hacia la puerta, con una luz pálida que se escurría por debajo. Sintió que la almohada estaba húmeda, la tocó con la mano y notó un líquido viscoso, no supo decir que era, tanteó a ciegas el resto de la cama y advirtió que muchas más zonas estaban empapadas.

- Maldita pensión de mala muerte – fue lo que se dijo a si mismo, se tumbó boca arriba, exhaló y gruñó. Se dio cuenta de que la lámpara del techo había sido arrancada, de hecho se encontraba a la izquierda de la cama, una tulipa de plástico claro rota en varios pedazos. También la bombilla había sido rota. Buscó una lámpara en la mesilla, dio luz y comenzó a darse cuenta de que aquello no era normal.

Un cuarto totalmente destrozado, paredes rascadas con alguna herramienta cortante, la persiana rota y las cortinas desgarradas de arriba abajo y los armarios desencajados. Descubrió así que el líquido que impregnaba toda su cama era sangre, roja y caliente que goteaba al suelo y creaba un pequeño surco que recorría el acorchado del piso hasta pasar bajo la puerta. De repente, sonaron golpes en su puerta, alguien gritaba al otro lado mientras la aporreaba con algo. Cada vez más fuertes aunque menos claros sonaron los gritos, se levantó y comenzó a sentirse mareado y al instante sus piernas cedieron y calló al suelo, quedando apoyado contra la pared. Los golpes en la puerta se tornaron salvajes impactos para derribarla. Él gritó - ¡Paren! ¡Por favor, paren! ¡Estoy aquí! – pero nada tardó en darse cuenta de que no tenía voz.

La puerta cedió con un sonido sordo y calló frente a sus pies. Delante suya pasaron sin percatarse de su presencia tres o cuatro miembros de la policía, uno cargaba un pequeño ariete. Se colocaron como haciendo un corro alrededor de la cama viendo con desesperación el panorama. Uno de ellos alzó un revólver plateado con una culata de nácar empapado en sangre. Uno de los agentes hizo un triste gesto de negación y bajó la cabeza mientras otro se tapaba la nariz con un pañuelo gris.

Gateando se acercó, los agentes seguían sin verle, mientras este, absolutamente aturdido se arrodilló a los pies de la cama y se vio a si mismo, muerto sobre un colchón, con un disparo en la boca y una carta en la mano izquierda. Era desolador verse de ese modo, bañado en su propia sangre perdiendo toda la belleza de un ser humano. La palidez de su rostro mortuorio denotaba tranquilidad, quizás la que había buscado hace tiempo, se le veía ahora en paz.

Consiguió ponerse en pié mientras una lágrima dorada cayó por su mejilla, comenzó a desvanecerse como si fuera polvo arrastrado por el viento, ante la atenta mirada de su amada, que le veía ahora desde fuera de la ventana y le esperaba, pronto celebrarían juntos el San Valentín.
“Hay un problema de comunicación con la impresora” “Hay un problema de comunicación con la impresora”....
La odio, sí, odio la impresora. Ese “cacharro” no hace más que darme problemas. Mejor lo dejo así, guardaré el archivo, e iré a la habitación.
Al sentarme percibo el dolor de cabeza. El latín me está matando, prefiero escribir...sí...escribir...:


El día transcurrió entre altibajos, debidos a la enorme insatisfacción de mi mente con el alrededor, y finalizó estruendosamente...
Sentí deseos incomprensibles de huir cuando estuvimos tumbadas en la cama, charlando de sexo, de amor, de pareja... y de trivialidades variadas.

Salimos a tomar una copa. Ella, sin ganas. Aparcamos la moto cerca de la entrada del café, y con fingida sonrisa saludé a la camarera de siempre. A nuestra izquierda, sentados dos conocidos, y a la derecha, un grupo de marujas que al acomodarnos empezaron a susurrar. “Genial...” pensé. “Ya está de morros” pensó. Sin mediar palabra, más que con la camarera, pasaron los primeros minutos, mas no podía soportar la estúpida tensión que había creado yo misma.
Le agarré la mano bajo el faldón de la mesita. Comenzó a ruborizarse, y yo reí, tranquilizándola. No se imaginaba el morbo que desprendía. Sin arreglarse lo más mínimo, era la dama del saloncito.
Me contó un par de anécdotas. Las carcajadas de ambas se oían en todo el local, incluso más que los perversos cotilleos incesantes de las marujas de al lado. Pedimos otras dos cervezas. Me miró con dulzura, y antes de ser consciente me besó. Seguimos hablando, algo intimidadas, pero sin vergüenza ni desdén. Realmente ese rato estaba siendo magnífico. Necesitaba acariciarla, y lo hice. Anhelamos abrazarnos y nos unimos.
Me introduje en un trance infinito, del mismo modo que ocurría cada vez que estaba con ella. Al quitar sus brazos de mi, la besé. No pensaba en el entorno, ni recordaba nada anterior a ese momento. Parecía que jamás nos hubiésemos besado.
No sé el tiempo que permanecimos así. Sólo pudo despertarnos uno de los camareros, y al abrir los ojos, aquel bar se había convertido en el infierno. Se podría decir que nos echaron a patadas, mientras la gente se escandalizaba. Nos amenazaron con llamar a la policía, por estar locas, ser unas guarras y llevar directamente a la sociedad española hacia la perversión y el desorden.
Ahora, 50 años después, estoy segura de que en aquella época, no estaba permitido amar.

coricel
[Nota: Que yo recuerde, nunca he posteado este relato (de hecho, busqué por el foro y no encontré ningún post mío con su título). De ser así, ruego me lo comuniquéis y lo modificaré de inmediato. Gracias]


Bueno, aquí un relato corto que plasmaba la ira, la desesperación y la negrura mental que sentía en esos momentos.



ESTRÉLLAME.

Yo quisiera una parcela de cristal.
Un lugar amplio aislado de todo.
Yo quisiera ser Dios, para hacer arder todo, borrón y cuenta nueva.
La justicia murió cuando el humano fue creado.
¿Dónde estás, Justicia? ¿Dónde te escondes, Fortuna?
Quizás eres perseguida por la malicia, que te persigue por un pasillo sin final, agarrando un hacha, como Jack a Wendy en El Resplandor.
Quizás la malicia es el propio demiurgo de la humanidad.

Cada día que me levanto soy más transparente.
Creo que desaparezco poco a poco, creo que poco a poco, me voy borrando de este mundo, molécula a molécula.
Me voy borrando para instalarme en mi mundo, fuera de todo, fuera de la gente.
Temo que algún día me haga invisible por completo y mi madre se preocupe porque no he venido a comer ("pero si estoy aquí, mamá, comiéndome la verdura... ¿que no me ves...?").

Temo acabar desquiciado algún día, pues cada día hay algo que le echa más carbón al motor de la máquina de mi odio.
¿Por qué le echas carbón? ¿A caso no corre suficientemente rápido la máquina? ¿No querrás que la máquina se estrelle, verdad?

Aunque quizás, estrellarse sería lo mejor para ella...
Quizás estrellarse, le haría encontrar la paz.




Así pues, si es lo que quieres hacer conmigo, demiurgo...estréllame...No sé a qué cojones esperas.
Lentamente, siempre lo hacia todo lentamente. Aquel no era un día especial ni tenía ninguna prisa en llegar a su destino, así que siguió haciendo todo lentamente. Buscó las llaves de aquel unifamiliar enorme y vacío, terriblemente vacío, ahora que ella no estaba, solo podía ver soledad a todos lados. En el salón la televisión escupía imágenes en silencio. El silencio ayuda a pensar se decía siempre. La apagó lentamente.
El paso cansino con el que todos los días se levantaba, afeitaba, lavaba, desayunaba, compraba... todo en su mundo se ralentizó hasta casi la congelación el día que ella murió. Algo rompió la enorme vitalidad que, antes, lo acompañaba al jugar con sus nietos o al recorrer los eternos caminos de la Tierra de Campos.
Echó un último vistazo a la escalera sumida en penumbra que comunicaba el nivel de la calle con la planta de dormitorios. Era irónico, pero ahora ya no subía al dormitorio nunca. Su hija mayor cerro las persianas el día que ella murió y desde entonces no ha vuelto allí. Duerme en una pequeña cama supletoria en el salón cuando consigue espantar sus fantasmas durante más de cinco minutos... Nada ayuda a un hombre a olvidar un amor, nada.
Atravesó la ciudad sin apenas fijarse en nada a su alrededor. Antes no podía andar dos pasos sin que alguien lo asaltara y se interesase por sus ideas. Era un sindicalista de la vieja escuela, de los que lanzaban ladrillos a los grises o cantaban por la libertad. Ahora no tenía gente a la que visitar y nadie estaba interesado en los pensamientos de un hombre viejo y arrugado, ¿cómo podían olvidar a la gente que quería devolver la frescura a una política corrupta y antisocial? Nadie respondía a su pregunta murmurada entre dientes.
Recuperó la orientación cuando un chaval de unos 10 años casi le tira al chocar contra él.
- Ve con más cuidao jodio viejo.
Subió al autobús y le hizo un corte de mangas por si quedaba alguna duda de su simpatía por aquel pobre hombre al que la vida le pesaba más que una eternidad y le daba más dolor que su propio sufrimiento. Una lagrima quedo ahogada en sus ojos...
- Esta juventud
Mirando a su alrededor buscando algún aliado soltó la frase que mas odiaba pronunciar. Tenía el corazón roto por tantos sitios que apenas podía hablar con nadie y nadie podía hablar con él. Todo en lo que confiaba le daba palos a diario y nada conservaba el mas mínimo halo de pureza u honor. Honor, palabra que acobardaba a la gente desde la Edad Media, lo único que le queda a un viejo guerrero de la justicia y la libertad.
Había un banco que le gustaba especialmente. Se sentaba en él todos los días. Daba igual que nevara, lloviera o cayera el Apocalipsis en forma de fuego redentor. Se recostaba contra el respaldo y veía a la gente pasar, anónimos personajes del enorme engranaje que mueve una ciudad, pequeños trozos de historia concentrada en cuerpos de carne, hueso y alma... es curioso, todos nos volvemos religiosos cuando muere alguien cercano. Aquello le anudaba la garganta. Tosió con energía mientras buscaba su querido pañuelo de tela (ella se lo bordo, ella se lo hizo). Un balón suelto llegó hasta sus pies, lo miró y se vió con 12 años.
En aquel entonces, era un trozo de tela y unas gomas, lo más redondo a lo que un niño podía dar una patada con unas zapatillas y la camisa llena de rotos, como los pantalones e incluso el suelo de la calle. En plena guerra... balas y balones se unían en las calles.
Un chaval joven se acerco a él, cojió el balón y lo miro a los ojos, "Gracias" su sonrisa daba calor y sus ojos parecía que le regalaran un “gracias por todo”. Devolvió la sonrisa.
Apenas se había ido aquel amable niño cuando un fuerte dolor en el pecho le trajo una nueva oleada de tos. Esta vez puso el pañuelo en la boca y aguantó el pinchazo mientras tosía sangre. Debería ir al medico pensó, mañana mismo pido cita y…
No se había dado cuenta que una pareja de adolescentes charlaba un par de bancos mas adelante. No podía oír que decían pero las caricias y los besos eran habituales cada dos palabras. Esa imagen le devolvía un recuerdo del día de su boda, 20 años, en aquel cuarto lleno de humedades que tenía para vivir. Arreglándose la corbata y ajustándose la camisa mientras ella le esperaba en la iglesia. Ella estaba esperándolo para casarse, el mejor día de su vida.
Se encontró con que estaba mirando directamente a los ojos a aquel joven, mientras la novia seguía hablando de un tema cualquiera dentro de una conversación que no tenía oyente alguno. La sangre le palpitaba con fuerza en las sienes tras el ataque de tos y estaba mareado, pero supo sin ninguna duda que la media sonrisa portada por el joven era para él. Se la devolvió gustoso, faltaría más.

Con paso rápido y decidido un hombre que sobrepasaba por no mucho los cuarenta años atravesó el parque un poco mas a la derecha de donde se encontraba. La imagen le recordó cuando él llegaba a casa, después de toda la jornada de trabajo y su mujer lo recibía en la puerta con una hermosa sonrisa y todo el calor del hogar. En especial, se acordaba de un día que cuando volvió, ella le regaló un precioso reloj de bolsillo grabado. Siempre lo llevaba encima. Era el mejor modo de recordarla que tenía. Lo sacó del bolsillo, abrió la tapa y contemplo las manecillas mientras una lágrima recorría su mejilla hasta caer sobre el cristal, las 11:59 de la mañana.
Un escalofrío le recorrió entero mientras su corazón, cansado de sufrir, agotaba las pocas energías que le quedaban. Se llevo las manos al pecho cuando un pinchazo le agrietó el aliento en lo que se le rompía el alma en pequeñas partículas de cristal invisible. En la cúpula de la iglesia las campanas comenzaban a repicar marcando las 12, en la tercera campanada ya no podía permanecer sentado en el banco y en la sexta cayó semirígido sobre la madera del asiento.
... 7, 8... el niño de antes paso corriendo por delante suyo... 9, 10... el joven se acercó y de una caricia cerró sus cansados parpados... 11... el hombre cuarentón se paró delante y susurro:
- Ahora eres libre viejo amigo.
...12 Toda una vida en lo que viene la muerte.

A mi abuelo Benjamin
Erase una vez un joven que se enamoro por primera vez. se sentía pletórico, pero él no sabia nada del amor. Solo sabia lo que los cuentos de las hadas explicaban, pero no creía que el amor fuese así. Pregunto a los grandes eruditos de las artes, y le explicaron miles de cosas sobre cánones de belleza, de ritmo, de notas canciones, poemas, hizo esculturas. "No es eso lo que yo siento" y se marcho en busca de la respuesta. "¿ Que es el amor?" pregunto a un filosofo. Este empezó a hablarle del alma, de la necesidad de sentirnos acompañados. decía cosas complicadas y hablaba con palabras demasiado abstractas. " El amor no debe ser tan difícil de entender, pues todos lo sentimos, no solo los estudiosos", así que abandono al filosofo en su estudio. Llego a la casa de un alquimista y también le pregunto. Le hablo de transmutaciones, de piedras, de tablas de esmeraldas, cosas casi imposibles. " Eso no es amor, pensó, el amor esta al alcance de todos" Volvió a coger sus cosas y con la imagen de la amada continuo su búsqueda de conocimiento. Llego donde un medico, pensando que el sabría que es ese enigma. Le hablo de hormonas, de cambios del humor, de cambios sensoriales, del deseo sexual, de que el amor era solo para perpetuar la especie. " El amor no es algo que se pueda poner debajo un microscopio y diseccionarlo tan fríamente, es algo mucho más calido". ya exhausto y deprimido se sentó a la vereda de un imponente jardín. Se sentó en un banco y lo primero que le llamo la atención fueron los hermosos y floridos rosales.
- Son bonitos verdad- dijo un anciano jardinero sentándose junto a él.- Son las Reinas de las Flores y símbolo del Amor.
- ¡Sabe usted que es el Amor?-pregunto esperanzado.
- Todo el mundo lo sabe muchacho. Pero dime¿te gustan mis rosas?
- Son muy hermosas.
- Y huelen muy bien.
- Su aroma y color son una delicia para el alma.
- Quiero darte una, ¡cual quieres?- el muchacho eligio una rosa blanca llena de espinas. El anciano la corto con delicadeza- Cógela- el muchacho la cogió con cuidado del talle para no pincharse.-¿ No me habías dicho que la querías?
-Sí- contesto consternado.
-Entonces aprieta su tallo- el hombre le apretó la mano a la rosa y el joven se clavo las espinas, sangrándole toda la mano.
- Hijo, el amor es como las rosas, de lejos son hermosas y deseables, pero solo el que de verdad las ama es capaz de querer pincharse con sus espinas y ser feliz con ese dolor, pues a cambio tiene su rosa.

"El Amor es tan hermoso cuando se ve de lejos: la persona es algo bello y deseable, pero solo los que son capaces de amar soportan con una sonrisa todas las espinas de la relación sin olvidar el aroma, el color y la suavidad de la rosa"
Trató de abrir los ojos. Pero no vio nada ¿estaba a oscuras o acaso no podía ver? Instintivamente se llevo las manos a los ojos y sus propias pestañas la rozaron parpadeando nerviosa. Noto el húmedo suelo, y se dio cuenta de que no sabia donde estaba. Esa no era su habitación. Trató de recordar porqué estaba allí pero no lo consiguió. Se quedó tumbada unos segundos como si esperara oír algo. El silencio absoluto acompañado de la espesa negrura que la rodeaba fueron su mayor respuesta. Se puso de pie con cuidado y estiró los brazos en busca de una pared. Caminó a tientas hasta dar con un muro rugoso y comenzó a recorrerlo entero. Tropezó con algo.
- ¡Ah!.- Lucía dejó escapar un leve grito y dio un paso hacia atrás.-

Lo que había tocado era cabello, una frente humana. Podía oír su propia respiración, su mente iba muy deprisa, a la par que el miedo. No halló más solución a sus dudas que acercarse. Primero trató de hablar. No obtuvo respuesta. Dio dos pasos temerosos y se agachó a la altura de la persona que había allí. Bajó la mano lentamente hasta palpar el cabello que antes había tocado. Continuó por la cara. Súbitamente una mano agarró su muñeca con fuerza y recibió un golpe en el estómago. Cayó hacia atrás como si la oscuridad la hubiese forzado a caer. Oyó ruidos, esa persona estaba andando hacia otro lado, aunque más bien parecía que se arrastraba. Ella se quedó quieta, encogida sobre si misma, a la espera de que ocurriera algo más.

Pasaron unos minutos eternos en silencio. Lucía se sentó lentamente y se agarró fuertemente las rodillas, quería desparecer o, en su defecto, despertar de un mal sueño. Se vio cegada por una pequeña luz a su derecha. Fue tan repentina que casi vuelve a caerse. Trató de enfocar la vista hacía allí. Oyó un ruido de metal deslizándose y un golpe con el que la luz finalizó. Pasó varias horas quieta, sin moverse lo más mínimo, analizando la situación. Entonces escuchó un siseo: la otra persona estaba arrastrándose. Se concentró en sus oídos, intentando potenciarlos para definir dónde se encontraba el otro. Estaba segura de que iba a por lo que habían introducido en la habitación.

Lucía debatió con sus temores hasta que llegó a la conclusión de que no tenía nada que perder. Estaba en una habitación a oscuras, posiblemente encerrada, con alguien agresivo. Y acababan de pasar algo a la habitación, tenía que ir hasta esa zona, comprobar lo que era y tratar de encontrar una puerta. Cuando comenzó a gatear el siseo del otro se paró repentinamente. Ella imitó y se quedó quieta. Resultaba un tanto cómico cómo las dos personas avanzaban hacía el mismo sitio parándose, comprobando que el otro había dejado de arrastrarse, para luego continuar casi a la vez. Lucía tocó algo en el suelo, era una bandeja con dos objetos. Empezó a palparlos para identificarlos, notó una mano que trataba de coger la bandeja.
- ¡Quita, novata! Esta comida es mía.- era la voz de una joven cargada de ira.-

Lucía se quedó quieta mientras oía comer a la otra. Su estómago pedía justicia. Otra vez el silencio dio la bienvenida en la sala durante unos instantes. Lucía se decidió a hablar, la otra no contestaba. Pero eso no la hizo desistir, sabía que la estaba escuchando. En algún lado había leído que era mejor contarle cosas de su vida a la gente que quisiera hacerla daño de alguna manera, para que así se familiarizara y conseguir sacar la parte humana. Podría ser verdad o ser totalmente absurdo, pero Lucía no logró trazar un plan mayor ni mejor. Ya la había hablado de su familia, de sus compañeros de clase y ahora la estaba contando lo feliz que había sido hasta entonces con Pablo, y cuanto lo necesitaba ahora. En ese momento la otra chica se decidió a hablar.
- Mira lista, no se que estás intentando, si pasar el tiempo o matarme de aburrimiento. Pero ten claro que yo no voy a acabar como la otra, y si alguna tiene una mínima posibilidad de salir de aquí, soy yo. Acabas de llegar y te crees que lo sabes todo.- a pesar de parecer una voz de niña, denotaba un enorme odio.-
- Yo solo creo que estamos encerradas, y no se más. Pero podríamos ayudarnos y compart..
- ¿¡ pero no me has oído!? Yo estoy para ayudarme a mi, y así lo haré.

Lucía decidió no continuar discutiendo y llevar a cabo la tarea primera: reconocimiento de la zona. La otra chica la avisó que no se acercara a ella, pero Lucía había captado lo que la había dicho: supervivencia. Así que haría lo que quisiera. Era una habitación cuadrada en la que había 7 pasos y medio de pared a pared. En una de ellas encontró una puerta sin pomo y palpó la trampilla por la que habían pasado la comida. Como era de esperar, no se podía abrir ni la puerta ni la trampilla. Continúo recorriendo las paredes, y en una de las esquinas halló una cómoda con 4 cajones.
- No te acerques ahí.

La voz de la niña irrumpió en su “misión” de reconocimiento. Esa voz la recordaba a la de su hermana pequeña, Marta. Cuanto quisiera poder abrazarla, y librarla de todo el mal que la pudiera pasar, de toda la gente que la quisiera hacer daño. Como a ella se lo estaban haciendo. No soportaría que le pasara lo mismo. A pesar de esos recuerdos, Lucía ya había oído suficiente de esa chica y no pensaba hacerla caso. Si no quería que se acercara es que había comida guardada o algo útil.

A la izquierda de la cómoda rozó algo. Era tela. Sobre un brazo. La voz de la chica había venido de la otra parte de la habitación, así que ¿de quien era ese brazo? Continuó tocando, susurrando palabras buscando una respuesta.
- He dicho que no te acerques. Déjala en paz.
- ¿y porque a ella la proteges? ¿con ella si compartes tu comida?.- Lucía estaba repentinamente enfadada, ¿qué era todo el rollo de la supervivencia si en verdad lo que había era marginación hacia ella?.-
- Antes lo hacía. Pero ya no. Está muerta

Las palabras entraron en los oídos de Lucía quemándola por dentro y al llegar a su cerebro todo se volvió más oscuro y confuso y apareció un enorme sentimiento de pánico. Esa chica había muerto. En esa habitación. Y probablemente ella y la chica tozuda también lo harían. No volvería a abrazar a su familia, a su dulce Marta, ni Pablo la rodearía de forma protectora entre sus brazos, besándola el pelo como cuando estaba asustada. Lucía se alejó de allí y se quedó pegada a la puerta. Sus lágrimas no paraban de salir a esa negra oscuridad que la envolvía. Trató de reprimirse ya que, aunque no sabía mucho del cuerpo humano, creía que llorar la haría perder fuerzas.

Se despertó con el ruido de una bandeja deslizándose. La cogió y camino rápido a otra parte de la habitación. No sabía cuanto había dormido, pero si notaba que tenía un hambre desesperante. La otra chica pareció no haberse enterado, estaría durmiendo. O si no... Lucía no quería pensar en otras opciones. En la bandeja encontró un vaso de plástico con agua rancia y una manzana. Trato de degustar tales manjares lentamente, pero no pudo contenerse.

Lucía pensó que al igual que ella había entrado nueva en esa habitación, entrarían más chicas. Y en base a esa creencia realizó un plan: corrió la cómoda a un lado de la puerta y se subió encima armada con uno de los cajones. Solo bajaba para coger comida. Lucía conseguía siempre la comida y la otra chica no decía nada, ni siquiera se acercaba. Una de las veces decidió compartir media manzana con ella, y así fue como consiguió que colaborara en su pequeño plan. Lucía le contó lo que pensaba hacer y, súbitamente, Ángela, que así se llamaba, le abrió paso a todo lo que podía ser útil y también la mostró sus sentimientos.
- Vi cuando te trajeron a ti, era un hombre corpulento pero no pude verle bien ya que yo estaba acostumbrada a la oscuridad. Eso sí, se que tras esa puerta está el exterior, porque me pareció oír pájaros. Por esto también deduje que este sitio está insonorizado. Bajo un brazo te llevaba a ti, y te arrojó al suelo. En una mano llevaba un arma negra y grande, no se cual. Puede que una escopeta. Paula, la chica del rincón, era como tu, hablaba mucho y tenía mucha gente que seguro que la echaba de menos. Yo en cambio sólo tengo a mi madre. Y ella me tiene a mi. Por eso deseo tanto salir. Quiero escapar. Cuando Paula..dejó de hablar, decidí que saldría yo sola. Y luego llegaste tu, contándome cosas como ella lo hacía. He sobrevivido soñando con ver a mi madre, con no separarme más de ella e incluso regalarle éste colgante que siempre la ha gustado tanto.- Ángela la guió la mano hasta el colgante que llevaba, era un ciervo sobre una hoja.

En la mano de Lucía cayeron unas pequeñas gotas. Ángela lloraba. Lucía la abrazó, y recordó a su pequeña Marta, que lloraba porque su muñeca se había roto o en su colegio no la habían escogido en el equipo para jugar. Unas niñas tan distintas, unas lágrimas tan amargas. Lucía necesitaba a su familia. Recordó a Pablo, le quería a su lado también. Se sentía indefensa, requería de la fortaleza de sus brazos y la fuerza de su corazón. Ambas se quedaron dormidas sumergidas en sus deseos.

Repasaron el plan una y mil veces. Era sencillo pero tenía que ser perfecto. Lucía le arrojaría un cajón a la cabeza desde el lado derecho. Después Ángela desde el lado opuesto, y mientras ésta última lo hacía, Lucía le trataría de quitar el arma. Ángela saldría corriendo sin pararse a ver si Lucía conseguía quitarle el arma o no, y si Lucía no podía escapar, Ángela pediría ayuda. Por su parte, si Lucía le conseguía quitar el arma, lo apuntaría y ambas escaparían. Si era preciso dispararía. En el caso de que el hombre no llevara arma, las dos correrían muy rápido y tratarían de esconderse.
No saben cuanto tiempo pasó, pero llegó el momento.

La puerta se abrió y vislumbraron la figura de una persona fuerte. Después de los golpes atestados en la cabeza, Lucía trató de quitarle lo que en efecto era una escopeta. Ángela se escabulló entre las piernas del hombre y echó a correr cegada por la luz, chocando contra los árboles. Lucía se encontró con algo que no habían pensado: llevaba a una chica adormilada bajo el brazo izquierdo. ¡Cómo habían cometido ese fallo! ¿Qué pasaría con esa chica? ¿La abandonarían allí y moriría como Paula? Estas preguntas surcaron a gran velocidad la mente de Lucía, pero no lo suficientemente rápido. El reaccionó y se percató de la huída de Ángela. Dejó caer a la otra chica al suelo y se giró disparando a la niña que huía casi a ciegas. Ángela cayó sobre la hierba mojada por el rocío.

Lucía se vio invadida por una rabia inhumana y arrebató el arma al sorprendido hombre y le apuntó. Él levantó las manos y comenzó a hablarle con voz suave. Las mejillas de Lucía estaban encendidas y cubiertas de esas pequeñas gotas que tanto protagonismo habían adquirido en esa habitación. Disparó al hombre en el estómago y éste comenzó a retorcerse en el suelo.

Soltó la escopeta y corrió a reunirse con Ángela. Estaba de espaldas, con el pelo ensangrentado, la dio la vuelta y vio la cara de una niña menor de lo que esperaba. Un rostro cándido marcado por el terror, la sangre y ahora las lágrimas de Lucía. Había sido su culpa, sino se hubiera parado a pensar, no habría ocurrido. Se sintió culpable, sintió impotencia e incluso rabia contra la chica nueva que aun yacía dormida, como si ella hubiera roto sus planes. Abrazó a Ángela y la meció entre sus brazos, como si eso fuera a ayudar a que volviese.
Cada vez que la miro es como si estuviera atrapada en un espejo… inmóvil y perpetua como si lo único que le afectase… fuese el tiempo…

Tenías tan sólo 10 años cuando te miraste a la cara por última vez y desde entonces no has vuelto a hacerlo… -Dime algo Gloria, no puedes estar así eternamente…- le suplicaba a su hija, que miraba impasible al vacío balanceándose arrodillada desde la esquina de su habitación – Hubiera venido antes, pero no sabes cuanto odio este lugar, en estos tres años no ha pasado un día sin pensar en ti, tu no deberías estar aquí…

¿Te acuerdas de mi? Supongo que no… soy tu madre y tu… me gustaría decirte que fuiste hija única, pero no fue así, eras la menor de seis hermanas, y digo eras porque una de ellas yace bajo tierra en el pueblo granadino de tu padre. Una mala educación y mucha desinformación hicieron que las drogas me arrancasen a Olivia de los brazos. Siempre había sido demasiado airada, orgullosa y llena de gloria, como yo de joven... Por aquel entonces todavía vivía, si a eso se le puede llamar vivir, tenía 19 años, un matrimonio tempestuoso y dos niñas carentes de sangre en las venas. Poco la duró la gloria después del primer parto, su orgullo fue decayendo pero al igual que a ti, nunca se deshizo de ese encanto erótico y misterioso.

Lo recuerdo con claridad, una mañana de marzo, de esas que pasan desapercibidas, yo me había vuelto a quedar dormida. Las amenazas de la asistenta social por retirarme la patria potestad no causaban en mí el menor interés por llevaros al colegio. Sé que en el fondo casi que lo preferíais, lo comprendo, hacía tiempo que el colegio había dejado de enseñaros cosas que considerase útiles en vuestra vida y los profesores se contentaban con que supierais leer y escribir haciendo la vista gorda para evitar que repitieseis el curso… en el fondo era nuestra culpa- terminó la mujer en un suspiro

Me despertó el chirrido de una motocicleta, se oía tan cerca que cuando abrí los ojos creí que la tenía encima. Eran sobre las 11 de la mañana la luz atravesaba las colchas que a modo de cortinas colgaban de las paredes más viejas de la casa. Sofocada y desorientada escapé de las mantas, y me quedé mirando el techo.

Cuando te vi asomarte por la puerta calzabas mis zapatillas de felpa y llevabas puesto un viejo albornoz verde que había ido rotando de generación en generación hasta formar parte de tus posesiones. Ojeaste curiosa a través de la puerta entornada y al verle tu cara se retorció un instante, y dejó una mirada agria en tus ojos, a penas le habías visto pero te era familiar.

Entonces me di cuenta del fracaso, él había vuelto después de seis años, y yo no había tenido la vergüenza de explicaros donde había estado tanto tiempo. Sólo dos recuerdos podías tener de él, uno de ellos pegándome a mí y el otro… cuando vinieron a por él.

Quería que le vieras de cerca y así pudieras notar su cambio, como lo notaba yo, así que te hice entrar y para contentarte te di su regalo y a cambio te pedí que le dieras un beso… y cuando tu lo hiciste el se despertó oliendo alcohol, habíamos estado celebrándolo hasta tarde, era normal, pero tu no lo sabías… y él vio tu cara de asco… y tu le correspondiste con una mirada de desprecio.

Intenté agarrarle del brazo pero en un segundo se levantó y te soltó la mano, con la desgracia que fuiste a chocar con el espejo del pasillo, el cristal se rompió y resbaló por tu mejilla, dejándote un surco de arriba abajo, miraste hacia el suelo y te quedaste mirando tu reflejo hasta que la imagen se cubrió de sangre y cogiste el pedazo de cristal para… lo que pasó después… no fue culpa tuya, nada lo fue, fue un instinto, una reacción, no tenía que haberte pegado… no tenía que haber vuelto... pero ahora se fue para siempre y… parece que tú también…

-¿Dónde estás Gloria? Vuelve a casa- dos gotas saladas caían de sus ojos al ver a su hija balancearse sobre sus rodillas con su mirada perdida en el vacío y con frustración e impotencia se decía a si misma- cada vez que la miro es como si estuviera atrapada en un espejo… inmóvil y perpetua como si lo único que le afectase… fuese el tiempo…
En medio de la carretera

Lunes, ocho de la mañana. De nuevo comienza la rutina semanal.
Mientras arranco el motor del coche, intento despejar de mi cabeza los ultimos retazos del sueño.

Arranca el motor con un rugido y meto primera, me incorporo a la escasa circulacion que fluye por la calle esn la que esta sita mi vivienda. Vivir en un barrio residencial tiene sus ventajas y una de ellas es la escasez de trafico en su interior.

Mientas me encamino hacia el trabajo, voy pensando en las instrucciones que debo dar a mi secretaria: tiene que anular la reunion con los proveedores, concertarme una cita con el jefe del departamento de administracion....

-¡Mierda!-Grito mientras aplico toda la presion que soy capaz al pedal del freno.

Las ruedas chirrian, mientras dejan un reguero de goma sobre el asfalto. El coche, no contento con seguir deslizandose sobre la carretera, empieza a trompear y observo como me dirijo descontrolado hacia el motivo de mi frenazo.

Cierro los ojos, me cubro los ojos con las manos y noto el golpe contra ELLA. Si, contra ELLA, la mujer que estaba parada enmedio de mi carril y que no se movia mientras los 900 kilogramos de mi coche se dirigian incontrolados hacia ella.

Salgo rapidamente del coche y me acerco rapidamente al cuerpo aparentemente inerte que yace en la carretera. Increiblemente no parece herida, le intento tomar el pulso, pero este es inexistente.
Asustado, intento realizarle la reanimacion cardiopulmonar y es entonces cuando aprecio la hermorusa del colgante que lleva prendido del cuello, al tiempo, me invade una increible sensacion de paz.

Decido cogerlo. En ese momento la sensacion de paz se intensifica, es mas, siento que todo mi cuerpo se relaja, mis sentidos dejan de captar estimulos para que mi cerebro empiece a sumergirse en un estado de placidez y tranquilidad.

No se el tiempo que llevo asi, pero siento la imperiosa necesidad de abrir los ojos. Decido hacerlo y mando esa orden a mis parpados.

Cuando abro los ojos, veo la carretera, estoy en el lugar en el que deberia estar la mujer atropellada. Ella no esta.

Un momento, si esta, esta al volante de un coche que se dirige hacia mi a gran velocidad. Debo apartarme o me arrollara inevitablemente, perouna extraña fuerza me mantiene quieto en mi posicion.

- Que clase de broma es esta?

El coche esta trompeando y su costado esta a punto de golperame. Dios, voy a morir....

-GAME OVER, GAME OVER- Esta estridente voz me sobresalta y al tiempo que doy un alarido, muevo la cabeza con tal violencia que el casco de realidad virtual sale despedido al otro lado de la habitacion.

Dios, creo que he estado al borde del infarto...
Quiza la muerte sea capaz de seguirnos incluso fuera de un juego.....
Hola a quien lo lea.

Tesoros


Tengo dos nietos maravillosos, Misha y Ninha, de diez y doce años.
Les miro y no puedo evitar recordar cuando era niño, me gustaría volver a serlo para jugar con ellos. Les enseñaré el juego, les enseñaré a buscar tesoros, quizás les sirva para un futuro.

Buscar tesoros en la nieve no es fácil, a pesar de que hay muchos la mayoría suelen estar ya encontrados, los valiosos son los que no ha visto nadie, esos son los que tienen el premio, esos son los que traen un pan bajo el brazo.

Antes de la guerra solía ir con mi madre Galina a bañarnos al Volga, mi padre Yaroslav se quedaba en el mercado haciendo las dos cosas que más le gustaban; vender carne y hablar con el barrio entero.
Mi familia era carnicera y este trabajo fue sustituido por el de pordioseros cuando llegó el anunciado dios Marte a nuestra ciudad.
Las provisiones de carne se las quedaba el ejército por orden del gobierno, de todos modos sin esa orden también lo habrían hecho.
Sin carne no teníamos nada que vender, nada que ganar y nada que comprar, nos sometíamos a las raciones que se repartía a la población, que no hace falta decir, eran escasas.

El invierno de 1942 fue el invierno más caluroso que ha tenido jamás la recién rebautizada Volvogrado, los bombardeos no cesaban en toda la noche, al amanecer las casas incendiadas eran tantas que hasta la tarde no se apagaban todos los incendios, para que después por la noche la Lutwaffe volviera a bombardear.
No importaba, volvíamos a apagarlos al día siguiente.

Jugar entre la muerte solo lo pueden hacer los niños, y lo hacíamos.
Junto con mis amigos descubrimos que los muertos eran quemados para evitar epidemias, con tanta nieve era difícil localizar los de días atrás así que mis amigos y yo buscábamos cadáveres que emergían de la nieve como diosas Venus y los marcábamos con tres palos verticales.
Los médicos nos daban un mendrugo de pan por cada muerto encontrado, algunos días nuestras familias comían gracias a nosotros, éramos piratas en busca de tesoros.

A veces los bombardeos se realizaban de día, buscando víctimas entre los que acudían a ayudar a los heridos y a reconstruir, esa fue la forma en que murieron mis padres. Estaban ayudando a quitar las ruinas de una casa cuando la muerte metálica se los llevó.
Nunca he conseguido odiar tanto como cuando era niño, entonces deseaba la muerte más terrible para cada uno de los alemanes que nos mataban.
No entendía que tenía que ver la guerra conmigo ni con mi familia muerta, sigo sin entenderlo.

Pasé el invierno alimentándome gracias a los tesoros, que nunca se acababan, cuando los alemanes fueron cercados tras el Volga y finalmente derrotados solté las riendas de mi ira. Mis amigos y yo apedreábamos a todos los prisioneros que veíamos.
Los soldados rusos no nos lo impedían como tampoco impedían a las madres escupirles o tirarles del pelo ni a los padres pegarles.
Nosotros éramos niños y teníamos más margen de maniobra, uno de los prisioneros acabó muerto por nuestros proyectiles, lo lapidamos, es difícil escapar cuando estás encadenado y te odian decenas de niños. Teníamos doce años y ya habíamos visto más caras aterrorizadas que las que verían jamás los adultos que nos rodeaban.

El día que más se gritó en la ciudad fue el día que se conoció la noticia de los bombardeos a Berlín, todos lloramos de alegría, cantamos, bailamos…más alegres que el día que liberamos nuestra ciudad. La venganza era mejor que la victoria, eso fue lo que aprendió todo ruso en el año 1943, el año en que se bombardeó con intensidad Alemania.
Eso fue lo que aprendió un niño de doce años, el millón de muertos solo se consuela con otro millón de muertos.

Ahora que veo a mis nietos y ahora que planeo explicarles como encontrar tesoros entre la nieve, pues quizás les sirva de algo en un futuro, también les tendré que explicar el día que descubrí que los tesoros los acabamos buscando todos, seamos de donde seamos.

Ya de mayor, en cierta ocasión tuve la oportunidad de ver un documental acerca de la guerra que pasamos muchos y de la que los jóvenes no conocen más que lo memorizado de los libros de texto. Pude ver a mi amada tierra bombardeada desde el cielo, pude subirme en uno de los aviones y ver como caían las bombas a las gentes que las esperaban con los brazos cerrados, pude ver el planeo de la muerte.
Mis compatriotas lloraban, salían en llamas de las casas, se volvían tesoros.
El odio volvió a quemarme, podía ver las caras saturadas de pánico, la desorientación ante tanto miedo, el dolor de unos compatriotas alemanes.
Eran alemanes los que sufrían el bombardeo que yo estaba viendo en la pantalla.
No eran mis amados compatriotas, pero pude reconocer en su rostro exactamente las caras de pánico que de niño aprendí a reconocer en los adultos.
Pude ver a niños jugando entre los escombros.
También buscaban tesoros.

Me ha costado una vida comprender que la venganza no fue la solución a todos los tesoros que tuve que buscar. Ahora se que todos los que algún día buscamos tesoros no merecemos desear que otras personas los busquen. Pues tendremos que soportar el peso de nuestros tesoros y del de los demás. Llevar muchos tesoros destruye al portador.

Enseñaré a Misha y a Ninha a buscar tesoros y a que comprendan que nadie los debería buscar.


Slava, veterano de la batalla de Stalingrado.


Un saludo.
Ya no se publican más obras.

Gracias a los participantes y espero ansioso alguna señal de vida de los que faltaron a la cita.


HILO CERRADO
Heku, cierro el hilo para que no haya confusión. En el hilo de jueces o de normas ya se pondrá una fecha para que los jueces digan oficialmente las puntuaciones ;)
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